César Esteban Montserrat Delgado
Cabrera Instituto Astrofísico de Canarias
3. RESULTADOS
3.1. BARRANCO DE LA TAPIA
Después de una primera visita el
9 de mayo de 2002, donde nos familiarizamos con el manejo del instrumental y la
obtención de medidas, volvimos a visitar el yacimiento el 16 de octubre de 2002
para obtener la serie definitiva de datos. La estación se encuentra situada en
un barranco estrecho y poco profundo con una franja abierta al mar en dirección
este-sureste donde puede verse la isla de Gran Canaria. Hacia en el interior,
el relieve es montañoso pero lo más llamativo de esta zona, es decir, la parte
más rica en rasgos topográficos, es el
perfil de la Caldera de Pedro Gil y el pico Cho Marcial, situados en las
cumbres de Arafo, a unos 8 km de distancia (ver figura 3). La caldera ocupa una
zona relativamente estrecha de apenas unos 10° en acimut, es decir, una 1/36
parte de todo el horizonte que rodea el yacimiento. Fuera de esta zona, el
resto del horizonte terrestre no contiene elementos llamativos y es en su mayor
parte más cercano, excepto el Pico de Izaña, por todo esto, nos concentramos en
dos áreas: la Caldera de Pedro Gil y el perfil de la isla de Gran Canaria.
Nuestra idea era comprobar si podían existir elementos en el horizonte del
yacimiento que pudieran señalar momentos singulares de las trayectorias
periódicas del Sol o la Luna sobre la bóveda celeste.
En la figura 4 mostramos la
posición de las 16 cotas que se midieron con el teodolito sobre el perfil de la
Caldera de Pedro Gil. La «declinación instrumental» del teodolito se determinó
a partir de tres medidas de la posición del Sol, obteniéndose un valor de dt =
119,63° ± 0,01° (sexagesimales), donde la incertidumbre asignada corresponde a
la dispersión de las tres medidas individuales obtenidas de la «declinación
instrumental». El valor tan pequeño de la dispersión indica que las tres
medidas de la posición del Sol fueron muy precisas y que la determinación de la
«declinación instrumental» es enteramente confiable. En la tabla 1 mostramos
los valores de acimut, altura y declinación celeste correspondientes a cada una
de las cotas utilizadas.
Realizamos un ajuste
bidimensional a la imagen digital del perfil del horizonte alrededor de la
Caldera de Pedro Gil siguiendo el método descrito en la sección 2. Según el
ajuste, cada elemento de resolución (o píxel) de la imagen utilizada ocupa
50,0'' (0,014°) en el eje de acimut (X) y 45,6'' (0,013°) en el eje de alturas
(Y). Para comprobar la calidad del ajuste realizado a la imagen, volvimos a
determinar los valores de acimut y altura que nos proporcionaba el ajuste para
el conjunto de 16 cotas y comparamos ambos valores, el original medido por el
teodolito y el devuelto por el ajuste bidimensional de la imagen; la dispersión
de la diferencia fue de 0.07° en acimut y 0.03° en altura, por lo que estos
valores son los que pueden considerarse como incertidumbres nominales de las
coordenadas A y H que obtengamos para cada punto por medio de nuestro método.
La incertidumbre de la declinación celeste correspondiente a cada punto, Dd, es
del orden de 0.07° (unos 4', aproximadamente un 1/8 del diámetro solar).
El resultado más llamativo es que
el rango de declinaciones celestes de los astros que tienen su ocaso en el
interior de la Caldera de Pedro Gil (que cubre el intervalo de d desde –2,36°
hasta +6,50°) incluye el valor d = 0°. Esto supone que la puesta u ocaso del
Sol en los equinoccios (Sol situado a d = 0°, es decir, sobre el ecuador
celeste) se produce en los alrededores de la cota núm. 5. El punto exacto del
horizonte que corresponde a d = 0° (determinado
a partir de la técnica del ajuste bidimensional de la imagen) se muestra
también en la figura 4.
En el caso del perfil de Gran
Canaria, situada en el horizonte sureste, obtuvimos medidas de 8 cotas, no
encontrando relaciones astronómicas destacables con ninguna posición singular
del Sol (solsticios o equinoccios) o la Luna (lunasticios). Es necesario
indicar que ningún orto u ocaso en solsticios o lunasticios o incluso el orto
de los equinoccios se produce por ningún otro lugar singular del horizonte del
yacimiento.
Hemos calculado el intervalo de
días en que el centro del disco solar tendría su ocaso sobre el interior de la
Caldera de Pedro Gil (entre las cotas núm. 2 y 16) para un año de referencia
arbitrario: 1400 d.C. (el resultado es prácticamente igual para cualquier año
que podamos suponer desde comienzos de la Era Cristiana hasta la actualidad),
comprobando que se produce desde 6 días antes hasta 17 días después del
equinoccio de primavera y desde 17 días antes hasta 6 días después del
equinoccio de otoño. En total tenemos unos 23 días en que el centro del disco
solar tiene su ocaso entre esos dos puntos. Si en vez del centro del disco,
consideramos el periodo en que al menos una parte (aun pequeña) del disco toca
el interior de la caldera este intervalo se aumentaría a 24 días. Esto
significa que podemos ver el ocaso solar producirse en el interior de La
Caldera de Pedro Gil durante un 13% de la duración total del año (dos periodos
de 23-24 días alrededor de cada equinoccio), el resto del tiempo el Sol se pone
fuera de la caldera, bien hacia el norte, bien hacia el sur, en lugares mucho
menos llamativos del horizonte.
Como vemos, el resultado principal de este estudio es que en
la zona más llamativa del horizonte occidental del yacimiento se produce la
puesta del Sol en los equinoccios, en una zona relativamente estrecha por otra
parte.
3.2. LA PEDRERA
Visitamos este yacimiento el 24
de abril de 2003. Como ya se comentó anteriormente, se encuentra situado sobre
una pequeña cornisa sobre la ladera norte del Roque de Dos Hermanos, un balcón
natural que va a dar a un acantilado sobre el mar. El horizonte oriental es
realmente espectacular, pues se domina la costa y los acantilados de Anaga e
incluso los conocidos roques de Dentro y de Afuera de Taganana. Es precisamente
en este punto donde la costa norte de Tenerife se alinea prácticamente en la línea este este. El horizonte está
ocupado por el mar en más de la mitad norte de su circunferencia, aunque parte
de la zona oeste noroeste (unos 12°) está ocupada por el perfil de la isla de
La Palma que, desgraciadamente, no era visible en el momento de nuestra visita
dada la presencia de nubes en ese área.
La «declinación instrumental» del teodolito se determinó a
partir de tres medidas de la posición del Sol, obteniéndose un valor de dt =
54,98° ± 0,02°. Como en el caso del yacimiento del Barranco de la Tapia, la
dispersión de las medidas es muy pequeña, lo que indica que se obtuvieron con gran precisión.
Creemos que cualquier visitante
del lugar estaría de acuerdo en que la parte del horizonte situada hacia el
este es la más llamativa e impresionante del yacimiento (figura 5). En nuestro
caso, concentramos nuestra atención en esta zona y tomamos una serie de 21
cotas justo sobre el complicado perfil de las montañas de la costa que baja
hasta el mar (mostradas en la figura 6 y en la tabla 2). En esta zona se
encuentra el punto donde tiene su orto un astro con declinación celeste d = 0°, como el Sol en los
equinoccios. Como en el yacimiento anterior, realizamos el ajuste bidimensional
de la imagen, encontrando que cada pixel
ocupa 57,1'' (0,016°) en el eje de acimut (X) y 59,4'' (0,017°) en el eje de
alturas (Y). Comparando los valores de A y H medidos para las 21 cotas con las
que proporciona el ajuste encontramos que la dispersión de la diferencia fue de
0,06° en acimut y 0,04° en altura, que se traduce en una incertidumbre de la
declinación celeste correspondiente a
cada punto del orden de 0,07°.
En la figura 6 indicamos el punto
del horizonte que corresponde al orto del sol en los equinoccios, casi
coincidente con la cota núm. 18, cerca del borde superior de la pendiente del
acantilado. Es importante comentar que ya Perera López indica que los grabados
antropomorfos, así como el pisciforme de la estación, se encuentran orientados
con sus cabezas en dirección este, cosa que también pudimos corroborar con
nuestras medidas. Es realmente llamativo que esta orientación de los grabados
implica también un alineamiento con el orto solar de los equinoccios tal y como
se observa desde el yacimiento, hecho que apoya nuestra hipótesis sobre el
interés astronómico de los que situaron, diseñaron y utilizaron el yacimiento.
De forma similar a lo realizado
para el yacimiento anterior, calculamos el intervalo de días en que podría
observarse el orto del centro del disco solar sobre la pendiente descendente
del acantilado mostrado en la figura 6, en particular entre las cotas núm. 19
(promontorio superior) hasta la cota núm. 1 (intersección del acantilado con el
horizonte marino), para el año de referencia 1400 d.C., compro- bando que se
produce desde 3 días antes hasta 13-14 días después del equinoccio de primavera
y desde 13-14 días antes hasta 3 días después del equinoccio de otoño. Tenemos
unos 16-17 días en que el centro del disco solar tiene su orto entre esos dos
puntos. Si en vez del centro del disco solar consideramos cualquier punto del
disco, el intervalo se aumentaría en hasta unos 18 días en total, lo que
significa que podemos ver el orto solar producirse sobre cualquier punto de
dicho acantilado durante un 10% de la duración total del año (dos periodos de
unos 18 días alrededor de cada equinoccio), el resto del tiempo el Sol sale
fuera de este elemento tan llamativo del horizonte, o bien sobre el horizonte
marino o bien sobre la parte superior del perfil del horizonte, sobre las
cumbres del Macizo de Anaga que, contrariamente a lo que se podría pensar por
lo agreste de la zona, se muestra bastante plano y anodino, carente de rasgos
topográficos llamativos.
Sería interesante realizar
medidas del perfil de la isla de La Palma, pues según nuestras estimaciones
basadas en mapas del Servicio Geográfico del Ejército, el ocaso solar de los
equinoccios debe producirse en algún lugar de las cumbres de la mitad sur del
perfil de la isla vecina. Por otra parte, el ocaso en el solsticio de invierno
debe producirse también en algún punto del extremo norte del macizo de Teno, en
la zona más occidental de Tenerife. Los ortos de los dos solsticios, el ocaso
del solsticio de verano o los ortos y ocasos de los lunasticios (excepto quizás
el ocaso del lunasticio mayor sur), no parecen producirse sobre lugares
interesantes del horizonte. Como vemos, el yacimiento tiene un gran potencial
arqueoastronómico que quizás no se restrinja al posible marcador equinoccial
que hemos encontrado. De cualquier forma, la orientación sistemática este-oeste
de los grabados antropomorfos y pisciformes hace pensar que la relación con los
equinoccios podría ser, dentro de la hipótesis astronómica, la más importante
en cualquier caso.
4. DISCUSIÓN
4.1 SOBRE LA IMPORTANCIA
RITUAL DE LOS EQUINOCCIOS Y SU POSIBLE ORIGEN
En diversos trabajos anteriores
ya se había apuntado la presencia de posibles marcadores equinocciales en
yacimientos arqueológicos de carácter religioso o funerario del Archipiélago
Canario. Estos marcadores se han encontrado principalmente en Gran Canaria, en
lugares tan representativos como el Roque Bentaiga, la Fortaleza Grande o la
Necrópolis de Arteara (Esteban et al., 1996, 1997; Belmonte y Hoskin,
2002:225-230) y también en algunos yacimientos de torretas del suroeste de la
isla (Aveni y Cuenca, 1992-1993-1994), aunque también se han descubierto en
Zonzamas, la antigua capital aborigen de Lanzarote, y en Tablero de los Majos,
en la zona de Jandía, en el extremo sur de Fuerteventura (Esteban et al., inédito; Belmonte y Hoskin,
2002:243-244, 253-256). La existencia del posible marcador de La Pedrera ya
había sido recogida en Esteban et al. (inédito) y, muy brevemente, en Jiménez
González et al. (1997). El haber encontrado marcadores equinocciales en
yacimientos canarios de especial significación indica que este evento
astronómico podría haber tenido una cierta relevancia en el ritual aborigen. El
que, por otra parte, estos marcadores equinocciales se hayan descubierto en
varias islas del Archipiélago sugiere, quizás, que este elemento formaba parte
del substrato religioso común que los pobladores originales trajeron desde su
lugar de origen. Resulta difícil pensar que el posible uso ritual de los
equinoccios fuese producto de una evolución aislada, aunque confluyente, del
simbolismo religioso de las culturas insulares.
La arqueología actual parece
estar de acuerdo en el origen norteafricano de los primeros pobladores de las
Islas Canarias (ver, por ejemplo, Tejera Gaspar y González Antón, 1987), que
llegaron alrededor del comienzo de la Era Cristiana. Una posibilidad apuntada
por distintos autores es el poblamiento llevado a cabo por miembros de tribus
líbicas rebeldes deportados por púnicos o romanos (ver, por ejemplo, Pallarés
Padilla, 1976; Mederos Martín y Escribano Cobo, 1999), hipótesis que también ha
sido criticada recientemente (Farrujia de la Rosa y del Arco, 2002). Mientras
Mederos Martín y Escribano Cobo (1999) proponen la Mauritania Tingitana como el
lugar de origen más probable de esta primera población, Belmonte et al. (1998)
proponen Numidia basándose en consideraciones lingüísticas. En los últimos años
se ha formulado una nueva teoría que apunta a la colonización púnica de las
islas como origen de su poblamiento (González Antón et al., 1998) aunque
todavía no se han encontrado restos indiscutiblemente púnicos en el registro arqueológico canario
que demuestren tal teoría.
En cualquier caso, ambas teorías
quizás no sean arqueológicamente excluyentes, pues, como es bien sabido, la cultura
líbica o protoberéber anterior a la invasión árabe tuvo una influencia púnica
muy profunda y duradera, sobre todo en aspectos como la escritura y la religión
(ver Camps, 1979), por lo que no es, ni mucho menos, imposible que elementos
culturales clasificados como púnicos fue- sen traídos a las islas por
pobladores norteafricanos de origen no semita, indepen- dientemente de que
éstos fuesen traídos como deportados o como colonos por los púnicos o los
romanos.
Recientemente, en Esteban (2003)
se discuten distintos hallazgos arqueoastronómicos recientes en la zona del
Magreb preislámico que podrían proporcionar cierta luz para establecer el
origen de las costumbres astronómicas que encontramos en las Islas
Canarias. En dicho trabajo se discuten
tres posibles marcadores de los equinoccios en lugares sagrados de origen
libiopúnico que fueron reutilizados posteriormente como templos dedicados a
Saturno o Apolo en época romana: el templo de Apolo en Máctar (Túnez), el
templo de Saturno en Dugga (Túnez) y el templo B de Volúbilis (Marruecos).
Resulta especialmente llamativo el caso del templo de Apolo en Máctar, que
además de presentar un alineamiento este-oeste perfecto en su edificio, el orto
solar de los equinoccios se produce sobre un escalón natural del relieve del
horizonte (ver Jiménez González et al., 1998; Esteban et al., 2001; Belmonte y
Hoskin, 2000: 361-63), un marcador que resulta muy similar a otros descubiertos
en yacimientos aborígenes canarios e incluso en yacimientos de la cultura
prerromana ibérica del sureste de la Península (Esteban, 2002, 2003). Por otra
parte, otro hecho significativo desde el punto de vista arqueoastronómico es que los templos norteafricanos dedicados a
Saturno en época romana tienden a estar orientados hacia la salida del Sol (o
la Luna), mientras que los dedicados a otras divinidades romanas siguen un
patrón de orientación aparentemente aleatorio (Esteban et al., 2001, Esteban,
2003: figura 11). También tenemos algunas referencias sobre la orientación de
estelas funerarias en lugares sagrados a cielo abierto relacionados con templos
dedicados a Saturno. Así, por ejemplo, el arqueólogo L. Carton encontró que
todas las estelas neopúnicas encontradas en el santuario a cielo abierto de
Thuburnica (Sidi-Ali-Bel-Kassem, Túnez) estaban orientadas hacia el este
(Leglay, 1961: 276).
Es bien sabido que Saturno fue la
gran deidad norteafricana de la fecundidad y, según todos los indicios,
heredera directa del culto anterior al dios púnico Baal Hammon (Charles-Picard,
1954: 100-129; Leglay, 1966b; Bénabou, 1975:370-375). También parece bien
establecido que Saturno/Baal Hammon fue un dios extremadamente popular tanto en
el medio rural como en el urbano de la antigua sociedad libiopúnica del Magreb,
hecho relacionado posiblemente con el gran paralelismo e incluso el sincretismo
del Baal Hammon púnico con una antigua divinidad suprema líbica (ver, por
ejemplo, Leglay, 1966b: 417-47). Resulta interesante comentar que en la zona
más oriental del Magreb, en Tripolitania y Cirenaica, el culto de Saturno
estuvo prácticamente ausente (Leglay, 1966b: 267-68; Brouquier-Reddé, 1992:
255- 65), en su lugar, el dios supremo de época romana fue Júpiter-Hammon, una
adaptación del gran dios de los libios orientales: Amón, el de cabeza de
carnero (Bénabou, 1975: 335-38; Mattingly, 1994: 167-68). Esteban (2003)
encuentra que una buena parte de los templos rurales de la zona de Tripolitania
y el Fezzan muestran un patrón de orientación compatible con el orto y ocaso
solar, característica que los hace similares a los templos de Saturno del resto
del Magreb. Esta similitud es consistente con la existencia de un substrato
religioso común de fuerte componente astral entre los antiguos libios tanto
orientales como occidentales.
A partir de los trabajos
exhaustivos de Leglay (1961, 1966a y 1966b), sabemos que los templos
norteafricanos dedicados a Saturno tienen unas características comunes:
a) están situados generalmente en
lugares elevados y fuera de las ciudades;
b) se construyen sobre o en las cercanías de lugares de culto
prerromanos;
c) las entradas de sus edificios
tienden a estar orientadas hacia el este (como se demuestra en Esteban 2003:
figura 11).
Estas características hacen de
los templos dedicados a Saturno unos lugares físicamente apropiados para la
manifestación o el contacto con una divinidad de carácter astral. De hecho, los
principales símbolos de Saturno son el disco solar y el creciente lunar. Estos
símbolos no están presentes únicamente en las estelas funerarias líbicas, sino
en el interior de los hawanat (tumbas excavadas en la roca), dólmenes o urnas
funerarias, lo que muestra que los antiguos norteafricanos también asociaban el
culto astral con el ritual funerario. La relación entre las costumbres
funerarias y el culto solar parece bien establecido a partir de los estudios
sistemáticos de la orientación de los monumentos funerarios de piedra seca del
Sahara, los denominados idebnan, datados desde el Neolítico hasta la invasión
árabe (ver Hachid, 2000). La orientación de distintos tipos de estos monumentos
parece estar relacionada indiscutiblemente con el orto solar desde el punto de
vista estadístico (Savary, 1966; Paris, 1996; Gauthier y Gauthier, 1999, 2002,
2003; Hachid, 2000). Este patrón de orientación también se observa en otros
monumentos funerarios protohistóricos o preislámicos, como los túmulos con
capilla o con nicho, los grandes mausoleos argelinos o djedar (ver Camps, 1961:
180-84, 177-78, 199-205; Belmonte et al., 1999; Castellani, 1995) o, incluso,
las tumbas garamantes de distinta tipología del Fezzan (Belmonte et al.,
2002a). El hecho de que las orientaciones
solares se encuentren en monumentos datados dentro de un periodo tan
dilatado en el tiempo sugiere que éstas eran un elemento importante en el
ritual funerario (y posiblemente religioso) de los antiguos norteafricanos del
desierto y predesierto incluso con anterioridad a las influencias fenicias,
púnicas o griegas. Por lo tanto, parece que nos enfrentamos a una extendida y
persistente tradición norteafricana, cuyas raíces se hunden en épocas tan
lejanas como el Neolítico y que pervivió hasta la llegada del Islam a la
región.
De entre las escasas referencias
históricas disponibles, parece claro que
los cultos astrales y, en particular, solares fueron de enorme importancia en
la religión del Norte de África prerromano; de hecho, referencias de Heródoto,
Cicerón, Diodoro Sículo, Macrobio o el árabe Ibn Jaldún indican claramente que
los antiguos libios y los beréberes anteriores al islam adoraban casi
exclusivamente al Sol y a la Luna (Bates, 1970: 187-188; ver discusión y
referencias en Esteban, 2003). Resulta llamativo que estas citas resultan casi
análogas a las que disponemos sobre las características básicas de la religión
aborigen de nuestras islas. Las crónicas coindiden en la gran importancia de
los cultos celestes, sobre todo solares, en la religión de los primitivos
aborígenes canarios (Tejera Gaspar, 1992: 11-18; Jiménez González, 1994;
Belmonte et al., 1994; Barrios, 1997).
Todos los paralelismos apuntados
anteriormente hacen pensar que la gran importancia de los cultos solares (o
celestes en general) y la costumbre de orientar astronómicamente los elementos
y recintos de culto entre los antiguos aborígenes canarios podrían tener un
origen norteafricano. Es también posible que las relaciones con el equinoccio
compartiesen este mismo origen y que se mantuvieran como un elemento básico y persistente en el
ritual.
Revista Tabona, 13; enero 2005, pp. 187-214
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