Según
el Dr. Juan Bethencourt Alfonso, en: Historia del Pueblo Guanche
Recopilado por Eduardo P.
García Rodríguez
RELIGIÓN:
Politeísmo guanche y causas de hallarse oscurecido
este hecho histórico. Dogmas de la
inmortalidad del alma, de la resurrección y del pecado
original. Teogonia: del premio y castigo.
Sabeísmo y sacrificios. Idolatría y prácticas religiosas: procesiones, rezos, ayunos y rogativas.
Aruspicismo. Clase sacerdotal y
monasterios.
Declarar deístas puros a
los guanches como pretenden algunos autores es una candida superchería histórica, como lo es
también la de aquellos que los despojan casi
de toda fe.
Para colocarse en estos
extremos hay
que cerrar los ojos a la evidencia. Los testimonios escritos y las tradiciones; los
ídolos y píreos encontrados; la nomenclatura de los lugares recordando las aplicaciones que tuvieron en la
liturgia, en lo hierático de una teogonia
complicada y de pomposo culto, como los de «Cuevas Santas» y de la «Iglesia», los de «Conventos», el «Infierno», muchos
del «Bautisterio», Guadameñes o adivinos, de Samarines, «Drago Santo», sin contar la estatuaria de sus
diosas Chaxiraxi, Abona, Tajo, etc., (i) patentizan no ya que fueron creyentes supersticiosos, sino que contaban
con una religión positiva politeísta a la manera de un conglomerado de sabeísmo, idolatría,
paganismo, aruspicismo y de sacrificios cruentos. ¡No parece sino que los
distintos pueblos de la tierra aportaron sus ideas religiosas al acervo común
del alma guanche!
Y sin embargo de estos elementos de juicio, dicen los
cronistas que sólo creían en un Ser Supremo
apellidándolo con diversos nombres según sus atributos, como aparece en
el siguiente cuadro; en el que agrupamos
bajo llaves aquellas denominaciones que opinamos se refieren a una misma voz
alterada:
Acaman “Causa de causas” Viana
“El
Sol”
Marin de Cuba
Achaman: “Sustentador de cielo y
tierra” Alonso de Espinosa
Acoron: “Sin fin” Viiana
Achoron: “Sustentador de Cielo
y tierra” Alonso de Espinosa
Achuhurahan: “El grande” Alonso de Espinosa
Acuhujarajan: “Dios grande” Viana
Achuhuyahan: “El Grande” Alonso de
Espinosa
Acucanac; “Autor de los
criado” Viana
Achahucanac: “El Sublime” Alonso de Espinosa
Achuhucanac: “El Sublime” Abreu Galindo
Achguaxera: “El que todo lo sustenta” Alonso de Espinosa
Aguayaxiraxi: “El conservador del
mundo” Viera y Clavijo
Achuguayu: “El ser supremo” (
es la voz conservada en el vulgo)
Guayaxerax: “Dios” Alonso de
Espinosa
Guayaxiraxi: “El que tiene el
mundo” Abreu Galindo
Iguayahiraji: “Gobernador del mundo y las
cosas sublimes”. Compuesto de: Guaya, “Espiritu” y hiraji “cielo”. Marin de Cubas
Atguaychafanataman: ·El que tiene el cielo” Abreu Galindo
Guaxiraxi: “El que
habita el universo” Abreu Galindo
Hucanech: “El todo
poderoso” Viana
Jucancha: “Dios
universal” Marin y
Cubas
Menceito: “Sin
principio” Viana
Mas aún admitiendo que estas diferentes desinencias
se refieran al Supremo Hacedor ¡que es
muy dudoso!, tan elevada concepción sólo
podía ser patrimonio de unas cuantas inteligencias privilegiadas. Entre los guanches, como en toda raza primitiva, el
nivel intelectual de la muchedumbre no se
hallaba a la altura de semejantes ideas abstractas, ni se remontaban más allá del mundo sensible,
personificando las divinidades mayores y menores de su Olimpo en los grandes
fenómenos de la naturaleza, como en el
sol, la luna, las estrellas, el cielo, el mar, etc., o bien en las manifestaciones y fuerzas de la
vida universal dando origen a
creaciones fantásticas o ya en objetos, ídolos o estatuas materializando en ellas el sentimiento innato de la
fe.
Suponer otra cosa es colocarse fuera de la realidad.
Pero éste no fue obstáculo para que el
espíritu piadoso de los conquistadores, viera en el fervoroso culto que rendían
con todas las apariencias del paganismo clásico a algunas de sus estatuas,
singularmente a la diosa Cha-xiraxi, no a la divinidad gentílica sino a la
imagen de María Santísima transportada
por los ángeles entre infieles por inescrutables designios de
la Providencia ;
máxime sosteniendo un niño en los brazos por lo que también era llamada, según fray Alonso de Espinosa y fray Abreu Galindo, laAchmayex guayaxerac achoron o
Atmayceguayaxiraxi: «la madre del sustentador de cielo y tierra».
Tal creencia dio ocasión al extraordinario y feliz
acontecimiento de que los españoles en medio
del delirante entusiasmo de los guanches, condujeran la efigie con la mayor veneración a los altares
católicos, fundiéndose en dicho símbolo
no ya el alma de los dos pueblos sino los ritos de ambas religiones, como aún perduran. Dejando a un
lado las cuestiones de fe, este fenómeno se
ha dado en la propia Roma. Muchas de las
divinidades del Olimpo de Júpiter, los templos y sus ritos pasaron
insensiblemente del paganismo a la Iglesia Católica : como el templo de Vesta, la diosa del Fuego, fue consagrado a la Virgen del Sol; el de la Salud , a San Vital; el
Panteón, a Sta. María de la
Minerva ; el de los gemelos Remo y Rómulo, a los santos gemelos Cosme y Damián,
etc.
Pero a lo que parece, el
venturoso suceso secuestró la libertad de juicio crítico a la mayoría de los cronistas, y unos tal
vez por temor piadoso a contaminarlo y otros por un
sentimiento de patriotismo mal entendido, es el hecho que casi todos como si
se hubieran tácitamente convenido en no
ahondar la materia, pasan por alto sobre lo conocido, sobre las
tradiciones y testimonios que saltan a la vista
y hasta llegan a la inconsecuencia con sus propias noticias para declarar que los aborígenes eran deístas puros y
la diosa Chaxiraxi una imagen católica; ocultando tras esta conclusión el mundo
religioso del pueblo guanche, cosa que no puede aceptarse en las investigaciones
históricas.
Claro es que no todos han
sostenido este criterio y que después de cuatro siglos de discusiones entre los
que defendían el abolengo católico de la
estatua y los que la reputaban de origen pagano, la reciente interpretación de las inscripciones que ostenta,
como dijimos en el Tomo I, dan
la razón a los últimos l. Recordemos que el honorable sa-.cerdote evangélico Mr. Campbell dice a este
propósito:
«Las inscripciones de la imagen de
la Virgen de
Candelaria son tan etruscas como si
hubiera venido de un cementerio tos-cano...».
Que, «la imagen es la diosa Menera
y su hijo, que con muy pocas probabilidades es Minerva 2, una diosa
virgen o una diosa madre... Y
que no hay razón para suponer la imagen forastera del Archipiélago, sino que más bien existen fundamentos para
mirarla como una sobreviviente de
las ofertas votivas mortuorias, hechas
por los habitantes íberos de las islas en remotos tiempos... Juzgando por la
forma de los caracteres y la simplicidad del lenguaje, la imagen y sus
inscripciones debían ser de mucha antigüedad, quizás de un siglo antes de la era cristiana...».
La concluyente demostración de Mr. Campbell, unida a
los comprobados hechos históricos de que
el Archipiélago fue habitado por íberos y dominado por el
imperio romano en época precristiana, no sólo
pone fuera de duda el origen pagano de la imagen de la Virgen de Candelaria, sino que autoriza a rechazar de plano
la opinión de fray Alonso de Espinosa de que apareció un siglo antes de la
conquista, (2) es decir, más o menos cuando Jean de Bethencourt
comenzaba la de las islas menores o de
señorío, siendo así que su existencia entre los guanches contaba por lo bajo 15
ó 16 siglos o séase mucho antes de la invasión de los bárbaros.
Pero hay más. Como para los que tenemos arraigada la
fe cristiana es indiferente que el emblema sea o no de procedencia pagana, hablando
con los mayores respetos debemos observar: que ni los guanches tenían idea de lo que era el cristianismo, como
lo declara el mismo fray Alonso de
Espinosa al repetirnos la contestación del rey Bencomo a
las proposiciones de paz del general Alonso de Lugo, ni los españoles, ni el propio Sancho de Herrera que durante seis años mandó el presidio de Añaza, tuvieron conocimiento
de semejante imagen; y si algo
supieron fue en el sentido de que era una de las tantas diosas gentílicas a que rendían adoración. En el
extracto que ofrecemos en una nota
del capítulo II del Tomo I,
de la información testifical sobre el
derecho de la isla de Lanzarote y conquista de las Canarias, hecha en 1477 por Esteban Pérez de Cabitos por
mandato de los Reyes Católicos, en
la que Diego García de Herrera tenía un supremo interés en justificar ante la Corona sus gastos y
constantes esfuerzos en la reducción y adelantamiento de la fe de Cristo en la
isla, no hubieran callado extremo de tal importancia los numerosos testigos
que presentó. Como verá el lector, hasta
un presbítero que figura entre ellos, no dice una palabra sobre tan culminante particular y en cambio
declara otros muy secundarios. Por cierto que allí aparece un fray Macedo, no
haciendo catecúmenos como dice
solapadamente el arcediano historiador
Viera y Clavijo, aunque tal vez la intención fuera esa, sino procurando los
medios de zafarse de aquella ratonera.
Estas mixtificaciones, que a la par desnaturalizan
la verdad sin favorecer ningún fin piadoso,
hay que borrarlas de la historia y darles su exacta significación. Preciso es reconocer a la luz del día,
sin haber por ello mengua en las
creencias católicas, que la efigie representativa de la Virgen de Candelaria,
consuelo en las amarguras de la vida y luminosa esperanza en las recompensas de la eternidad, perteneció
a la estatuaria pagana guanche
figurando en sus altares como la diosa Cha-xiraxi. Este criterio debe hacerse extensivo a otras
esfinges, como a las primitivas de las
vírgenes de Abona, de Tajo, etc., pues como dice Marín y Cubas, entre los
guanches «aunque escondidas y maltratadas se hallaron imágenes de santos»; que unas ingresaron en el
santoral romano y otras no. El clero
católico, con gran sentido práctico, fue por este sistema extirpando las arraigadas supersticiones de los
indígenas, así como transformando algunos de sus oratorios en templos
cristianos o sustituyendo sus ídolos por imágenes de santos. Eran las clases
inferiores tan pertinaces en sus creencias, que un siglo después de la conquista se congregaban para celebrar ocultamente sus
rituales ceremonias conforme a su primitiva
liturgia, con procesiones, cantos y velas encendidas por las playas de Candelaria, de Abona y otros
puntos, como lo atestigua el mismo fray
Alonso de Espinosa, aunque reputándolos
como sucesos sobrenaturales como verdaderos milagros con intervención
de los angeles. Marín y Cubas fue mejor investigador al afirmar: «... hacían procesión y encendían luces a la Virgen , paseando la playa onde fue hallada. F esto hicieron en
secreto aún hasta el tiempo de la
conquista».
¿Creían los guanches en la inmortalidad del alma? Los
cronistas siguiendo a fray Alonso de Espinosa se pronuncian por la negativa. Sin embargo, Marín y Cubas dice:
«En Tenerife unos afirmaban
que no había en los cuerpos alma racional o que en muriendo el
cuerpo todo se acababa; otros confesaban haber un Dios universal que llamaban Jucancha».
Pero volviendo a fray Alonso de Espinosa, que ha
servido de faro a los autores, hay que
reconocer que sus noticias son incongruentes, revelándonos por sus mismas contradicciones de
que no estudió detenidamente el
asunto o no expuso cuanto supo de los guanches.
« Ellos fueron gentiles, observa,
sin ley alguna, ritos ni ceremonias,
ni dioses como otras naciones. Y aunque conocían haber Dios, al cual nombraban por diversos nombres... no
tenían ritos algunos, ni ceremonias, ni
palabras con que lo venerasen,...ni conocían inmortalidad de las almas, ni
pena, ni gloría que se les debiese.
Con todo esto conocían haber infierno, y tenían para sí que
estaba en el pico de Teyda, y así llamaban al infierno Echeyde3, al demonio Guayota».
En sana crítica los
conceptos de infierno y demonio guardan estrecha dependencia con las ideas de inmortalidad y de
castigo, así como la existencia de un
lugar de mortificaciones presupone otro de premios. Estas creencias son complementarias. Por otra
parte, el hecho de momificar sus cadáveres
como los egipcios y peruanos, (3) nos da un testimonio concluyeme de que los guanches consideraban la
muerte como una suspensión temporal de
la existencia, puesto que perseguían
el fin de que las almas volvieran a animar sus respectivos cuerpos el día de
la resurrección.
«Estas creencias implican la fe en otra vida»,
asegura una autoridad tan
competente en la materia como Herbert Spencer.
Además, las tradiciones son categóricas en sentido
afirmativo, ajustándose a numerosos hechos o marcados indicios como iremos viendo.
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