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viernes, 15 de mayo de 2015

RETAZOS DE CULTURA GUANCHE-III


Según el Dr. Juan Bethencourt Alfonso, en: Historia del Pueblo Guanche

Recopilados por Eduardo P. García Rodríguez


Dentro de la teogonia guanchinesca y limitándonos a la Diosa Chaxiraxi, pues lo que de ella decimos con ligeras variantes es aplica­ble a las demás Diosas, como las de Abona, Tajo y otras, entre las que figuraba una muy venerada en Masca, su aparición en remotos siglos por las playas de Chimisay del reino de Güímar fue acompañada de portentosos milagros, según tradición recogida por fray Alonso de Es­pinosa l5. Rendíanle culto en su santuario de Achbinico, más tarde «Cueva de San Blas» en la playa de Candelaria.

Es tradicional que en dicho templo la tenían colocada sobre un majano entapizado con hermosas pieles de ganado cabrío y tanto este altar como las paredes del oratorio adornadas con ramaje de palmera, follado, viñático, ramos de siempreviva de risco, flores silvestres y al­fombrado el pavimento con incienso, tomillo y otras plantas aromáti­cas; aprovechando los resaltes de las paredes de la gruta para pegar velitas de cera encendidas. Con frecuencia los sacerdotes celebraban funciones religiosas con numerosa asistencia de fieles, que hacían ofrendas de leche, manteca, frutos, bailaban, cantaban himnos y silba­ban en medio de un ceremonial del que ya no hay memoria.

Ciertas noches y días congregábanse para hacer solemnes proce­siones conduciendo la deidad precedida de la danza sagrada, ejecuta­da por los sacerdotes cancos en la forma en que aún la bailan en la festividad de la Virgen de Candelaria, de Abona, del Socorro, etc., marchando a lo largo de la playa al sonido de las chácaras, flautas y tambores, entre dos hileras a manera de cofradías con velitas de cera encendidas y a la luz de hachones de orijama y de leñablanca; yendo detrás las marimaguadas, o sacerdotisas de Arafo en comunidad, en­tonando de vez en cuando melodiosos cantos. Así recorrían la playa y retornaban al santuario, en medio de silbidos y ajijides, estruendosos de la muchedumbre, (4).

Cuéntase que en las grandes festividades de la diosa, como el 15 de Agosto, por la noche iluminaban con centenares de hogueras los montes circundantes del Valle y que acudían los ranchos de romeros llevando en los guapiletes, hojas de viñático, cantando, tocando y lan­zando ajijies, como aún se acostumbra.

Ignórase si los guanches empleaban alguna fórmula o plegaria pública para invocar la protección de sus deidades, aunque los indi­cios parecen confirmarlo, pues aparte como dijimos de que las sacer­dotisas entonaban himnos melodiosos en las procesiones, de los que nos da un testimonio irrecusable el mismo fray Alonso de Espinosa, primer panegirista de la Virgen de Candelaria, es de suponer usaran de breves oraciones o rezos puesto que tenían rosarios sin cruz, que recuerdan el tsbir de los moros fronterizos, y de ordinario llevaban colgados al cuello16.

Entre sus prácticas piadosas para conmover la misericordia de los dioses, cuéntase los ayunos públicos colectivos no ya de las personas sino de los animales domésticos, unas veces confundidos y otros sepa­rados. Por esto dice fray Alonso de Espinosa, aunque a medias como todo lo que escribió:
«Mas cuando los temporales no acudían y por falta de agua no había yerba para los ganados, juntaban las ovejas en ciertos lu­gares que para esto estaban dedicados, que llamaban «El Baila­dero de las ovejas»,y hincando una vara o lanza en el suelo apartaban las crías de las ovejas, y hacían estar las madres al­rededor de la lanza dando balidos; y con esta ceremonia enten­dían los naturales que Dios se aplacaba y oía el balido de las ovejas y les proveía de temporales».
Esta práctica era lógica dentro de los principios teogónicos de los guanches. Como la vida tanto del hombre como de los animales de­pendía de la protección que les dispensaban sus divinidades respecti­vas y sabían por otra parte que las necesidades orgánicas les eran co­munes, al traducir las calamidades como una manifestación de enojo de los dioses, todos estaban interesados en aplacarlos con súplicas ysacrificios, los hombres a sus deidades y los animales a las suyas. Por esto sometían a la abstinencia no sólo al ganado lanar, como dice fray Alonso de Espinosa, sino también al cabrío, cerdos y probablemente a los perros. En resolución, era el concierto de los seres vivientes en una acción común suplicatoria a todas las divinidades.

Pero como éstas estaban dotadas de los mismos cinco sentidos que el hombre, los ruegos eran tanto más eficaces cuanto más clamo­rosos por oirse mejor, y de aquí el separar las crías de las madres o el morderles las orejas para que los balidos fueran más intensos, mien­tras la gente lanzaban gritos desaforados y silbidos portentosos. Por igual razón organizaban rogativas a las montañas más elevadas, como a Cuajara, Chasogo, etc., para estar más próximos a los poderes celes­tes. Sin embargo, en otras ocasiones dirijíanse en peregrinación a ori­llas del mar como a Las Galletas, Cabezo de los Cristianos, Caleta de Adeje u otro lugar que ofreciera bajas más o menos cercanas a la ribe­ra, sobre las que encendían hogueras sagradas; junto a las cuales se destacaban solitarios los guadameñes, con las manos al cielo, a la vez que en la playa la muchedumbre sacudían con ramas las aguas en medio de silbidos y de una estruendosa gritería. ¡Tal vez fuera una ce­remonia simbólica, por estar en el secreto de los cambios íntimos entre las deidades el mar, las nubes y las lluvias!

Estas rogativas o romerías las celebraban con frecuencia y era costumbre tan arraigada que después de la conquista costó no poco trabajo al clero católico para concluir con ellas17.
* * *
Pero el alma guanche hallábase hundida no sólo en las referidas supersticiones sino en las del aruspicismo; bajo cuyo epígrafe com­prendemos los augurios, la magia, nigromancia y demás artes de la teurgia o del ocultismo, que con tanto éxito cultivaron los conocidos indistintamente por los nombres de guañameñes, samarines, hechice­ros, adivinos, profetas o agoreros.

La influencia social de estos hombres era tan poderosa como vasta su ciencia. Ignóranse a la verdad los principios y la mayor parte de los procedimientos que empleaban en sus artes misteriosas, pero se sabe que hacían agüeros interpretando las direcciones del humo en ho­gueras preparadas al efecto, por la forma y combinación de las nubes y por las estrellas errantes; deducían auspicios por el vuelo y canto de las aves 18, y evocaban no ya el espíritu de los difuntos sino el de los vivos, obligándolos a comparecer mediante ceremonias y frases mági­cas; que es lo que significa, por otra parte, las siguientes frases de Marín y Cubas refiriéndose a dichos hechiceros: «Otros ponían el cuerpo tendido boca abajo hablando algunas palabras dentro de un hoyo y así llamaban al ausente aunque fuese de muy larga distancia». Pues a pesar de estas facultades extraordinarias, del carácter sacerdotal y de sus curaciones de ojeados y otras muchas enfermedades, pues eran famosos médicos, todo quedaba oscurecido ante el poder sobre­natural de que daban muestras expulsando xaxos arrimados.

Para apreciar la importancia de tan singular virtud, recordemos que Guayóla a los condenados los lanzaba a encarnar en las personas para atormentarlas, eligiendo de ordinario a las mejores y más sensi­bles al bien. Señalada la víctima y estando despierta o dormida, apro­vechaba el xaxo como puerta de entrada «alguna herida o rozadura de la piel o bien se introducía por uno de los dedos gordos (pulgar) de los pies y en los casos menos favorables se le echaba encima envol­viéndola y pegándosele como la lapa a laja». Desde ese momento la persona invadida sufre, grita, se agita, se enfurece, entra en convulsio­nes, enloquece. Estos desgraciados así como los extraños, oían a veces las voces del xaxo que tenían dentro.

Tal es el cuadro sintomático de los invadidos por xaxo arrimado, del que sólo pueden verse libre sometiéndose al tratamiento específico del conjuro, llevado a cabo por los que nacen con dicha potestad. Para esta operación contaban los reinos con lugares reputadísimos, como el «Drago Santo», y la « Cueva de Sámara» en la cumbre de los caseríos de Arguayo y Chío de Guía, en Adeje; la célebre «Cueva de Sámara» en el de Icod, y en las aún hoy conocidas por «Cuevas del Hospital de Chacorche», Igueste de Candelaria, del reino de Güímar, etc.

A los referidos lugares conducían por la noche a los xaxados. Allí, después de un complicado ceremonial entre ruidos extraños, fórmulas terroríficas, imprecaciones y conjuros, iban arrojando a una hoguera sal, resina, y otras sustancias, para concluir por aventar los tizones en un abismo pronunciando terribles anatemas. El resultado dependía del grado de malignidad del xaxo arrimado y del coeficiente del poder expulsivo del hechicero; como también solían ocurrir situaciones alar­mantes, cuando expulsado el xaxo la fuerza de proyección del conju­rador no alcanzaba a reintegrarlo a Chinechi a través del Teide y que­daba suelto entre los vivientes; «viéndolo vagar por las cuevas de los muertos echando chispas, bramando y pidiendo a gritos que lo lleven  a Sámara o al pico de Teide» 19. Era creencia general de que se arri­maba el xaxo de toda persona muerta por accidente, como derriscado o ahogado; ¡ tal vez porque no dejaba en la tierra su duplo o sosias!

La complicada teogonia de los guanches, sus diversas creencias con un culto externo tan variado, exigía necesariamente un nutrido cuerpo sacerdotal y así acontecía en efecto. Sin embargo del silencio de los cronistas, que apenas hablan por incidencia de los guañameñes, adivinos o agoreros, y algunos como fray Abreu Galindo ocupándose de la Virgen de Candelaria en época de infieles, declara que éstos le nombraron para su limpieza y culto santeros y santeras, son demasia­das categóricas las tradiciones, demasiados los indicios y testimonios, para no juzgar de intencional el silencio de los autores. Sábese que te­nían por lo menos tres órdenes de religiosos o sacerdotes conocidos por samarines, cancos y babilones, que se educaban en especies de colegios o seminarios y hasta hay quien sospecha si algunos vivían en comunidad; como también tenían monasterios de marimaguadas o sacerdotisas, que aparte de intervenir en los actos religiosos, servían de centro de cultura a las jóvenes de la nobleza.

La orden de los samarines, que como ya dijimos eran también conocidos por agoreros, adivinos, hechiceros y profetas así como por guañameñes por llevar éste último nombre el sumo pontífice o el summus aruspex, vestían completamente de negro con el guatimac o idolillo de barro colgado al cuello. El hábito talar del Gran Sacerdote o Guañameñe consistía en un tamarco sin ceñir y largo hasta media pierna, con guaicas que llegaban a la mitad de antebrazo, güírmas, xercos y guapilete en forma de píleo con barboquejo y un distintivo cuya particularidad se ha perdido. Ignórase si usaba el lituo de los au­gures, pero sí el guatimac. Después del soberano era el personaje de mayor importancia y tal vez el de más influencia, por lo que recaía siempre el cargo en individuos de la familia real.

Los cancos o sacerdotes del sol vestían de blanco, con adornos y guirnaldas que variaban en armonía con la liturgia o de los actos ofi­ciales. Ellos eran los encargados de alimentar el fuego sagrado y los que en las solemnidades civiles y religiosas bailaban las danzas sagra­das, como diremos en su lugar.

Y por último los sacerdotes babilones, de papel poco conocido en sus ceremonias y ritos, pero que nos inclinamos a que eran los princi­pales en los que hemos llamado paganismo clásico o séase en el culto rendido a las diosas Chaxiraxi, Abona, etc. Usaban como los anterio­res hábito talar suelto «pero de color encarnado y guapilete semejante a la mitra de obispo». Su recuerdo sobrevive entre los fieles de Icod, Fasnia y otros pueblos de la isla, donde el vulgo al salir el cura a ofi­ciar la misa reza invariablemente la siguiente oración:
«Bien venido seas
babilón colorado
a decir la misa
                                   a este pueblo honrado»21
Así como no existía el celibato entre los sacerdotes, hallábase es­tablecido para las sacerdotisas, también llamadas marimaguadas, tamonantes, las recogidas, las vírgenes, las doncellas y las damas. Vi­vían en comunidad en monasterios o conventos22; tomaban parte acti­va en los oficios y ceremonias religiosas tocando y cantando con gran afinación y armonía; servían sus casas de colegios a las jóvenes de la nobleza y a veces salían en comunidad con las educandas llevando todas el cabello tendido y guirnaldas de flores. No se sabe otra cosa. (Juan Bethencourt Alfonso, Historia del Pueblo Guanche. Tomo II)

* * *
notas
1El erudito Beneficiado D. José Rodríguez Moure, del que solicitamos su opi­
nión, nos manifiesta que Mr. Campbell está en abierta oposición con lo que arrojan los
estudios iconográficos, por ser la imagen desaparecida en el aluvión de la noche del 7
de noviembre de 1.826, un ejemplar indubitable de la estatuaria cristiana, cuando más
tarde de los siglos XII y XIII; fundándose en consideraciones del arte pagano de Grecia
y Roma, que no exhibían sus diosas con formas tan veladas, ni revelaba la indumenta­
ria el ambiente de honestidad, etc.

2Entre éstos se encontraba el naturalista tinerfeño Bello y Espinosa, que declara
en su obrita el «Jardín Canario» de que era la diosa Minerva que sirvió de mascarón
en la proa de algún buque; opinión antigua de un fraile dominico, fundada en que la
imagen ofrecía en la espalda señales de una abrazadera.

(Considerando el interés de los datos históricos y etnográficos de las notas n.°: 3,5, 6,7,11,12,13,14, 20) que aparecían tachadas en el original del Tomo II, hemos decidido incorporarlas en esta edición.)
3No llamaban así al infierno. Echeyde o Cheyde o Chéyda, lleva aún este
nombre una montañita al pie del Teide, mirando al N., al poniente de otra denominada
Chisere. El infierno lo apellidaban chimichi, apelativo que llevó la isla equivalente a
«Isla del Infierno», o séase «Isla de Chimeche».

4Tan arraigada era esta creencia, que en los primeros tiempos iban con frecuen­
cia a dejar la comida en la puerta de la cueva y más tarde ciertos días del año; costum­
bre que sobrevivió en la conservada en los pueblos del Sur hasta principios del siglo
pasado, como aún pueden atestiguarlo entre otros ancianos Dña. Jerónima Frías, de
Arona. Nos referimos a que el día de finados colocaban sobre los sepulcros familiares
de las iglesias, más aún no había cementerios, tantas libras de pan y botellas de vino
como individuos de la familia estuvieran sepultados; y en las fosas comunes, también
cada familia depositaba igual ofrenda en relación con el número de sus muertos, (5).

Marín y Cubas al hablar de las ideas religiosas de los indígenas de la isla de Ca­naria, escribe «... a el alma tenían por inmortal, hija de Magec, que padece afanes, congojas, angustias, sed y hambre, y llévanles de comer a las sepulturas los maridos a las mujeres y ellas a ellos...».

Y añade refiriéndose a los de Tenerife o guanches: «... hacían largas romerías a visitar los huesos de sus sepulcros, en todo semejante a los canarios... Hacíanles ofrendas de comidas del modo que hemos dicho».

Los bimbapes o aborígenes del Hierro, además de consagrar a sus divinidades en holocausto, corderos y cabritos en pireos especiales; tenían otros para celebrar a su al­rededor banquetes funerarios, a los que acudían a participar del festín los espíritus de los individuos de la familia muertos. Al hablar de las exequias veremos que algo pare­cido sucedía en Tenerife.

3 Aún en algunos pueblos del Sur, como Arico, Arona, etc., cuando muere una persona de mala reputación se oyen estas frases: «Éste va a Chineche»; «¡Anda a lo más hondo de Chineche!».

6 Algunas de estas fuentes o charcos nos recuerdan por sus actuales nombres el
uso a que fueron destinados: el Charco del Bautisterio en el barranco de Chinguaro,
antes Barranco Santo, en Giiímar; Charco del Bautisterio a orillas del mar en La
Guancha
; Lavatorio de los guanches o Fuentita de Cerrogordo, sobre el caserío de La
Guancha
, y Charco del Bautisterio, en el barranco del Boxo, en Arico. Por cierto que
en este charco se encontraron en el año 40 (1840) del siglo pasado, cinco tallas de
barro conteniendo otros tantos esqueletos de niños, como me lo refirieron los mismos
descubridores; y no falta quien asegure que bautizaban metiendo a la criatura en una
talla y hundiéndola en el agua.

También es tradicional que bautizaban en la Fuente de Jénica o de Los Juncos, en El Rosario; en la Fuente de Jénica, en Granadilla, y otros puntos; afirmando varios que todas las fuentes apellidadas de Jénica estaban reservadas al bautismo.

7 Cada reino tenía estos subterráneos imaginarios de llamas, por lo que existen
varios lugares en Tenerife, donde la teología figuraba remataba el extremo opuesto de
los antros que aún llevan los nombres del infierno: El Infiernillo o Barranquillo del
Infierno, en la cumbre de Taganana; Barranco y Salto del Infierno, en el Borgoñón,
Tegueste; Hoyo del Infierno, debajo del Clavel, en El Sauzal; Salto del Infierno, en los
Riscos de Las Canales, cumbre de La Victoria; Cueva y Salto del Infierno, en Barran­
co Hondo; Barranco del Infierno, entre La Victoria y Santa Úrsula; Barranco del In­
fierno, más tarde de Llarena, en La Orotava; Barranco y Salto del Infierno, en el Fue-
to de La Cruz; Barranco del Infierno, entre Barranco de Ruiz y de La Furnia, entre Realejo Bajo y San Juan de La Rambla ; El infierno o Purgatorio, en Los Toscales de Guaja, Igueste de Candelaria; y el Barranco del Infierno en Adeje. Es tradicional que en el reino de Abona se extendía desde el Teide a la montaña de Roja, a orillas del mar. Barranco del Infierno o de Mazas (¿Masca?), Teño.

¡Tal vez esta boca externa del mito la fundamentarían eligiendo lugares que ofre­cieran recientes fenómenos de vulcanismo!

8 Según Viera y Clavijo, en la bula de Urbano v del 2 de Setiembre de 1369 a
los obispos de Barcelona y Tortosa, para que autorizaran a unos misioneros hacer cate­
cúmenos en el Archipiélago, declara hallarse enterado de que tanto en la isla de Canaria
como en las demás «había gente de uno y otro sexo, que no teniendo más ley ni secta
que la adoración del Sol y de la Luna, sería muy fácil de convertir a la ley de Cristo».

Cadamosto hablando de Tenerife dice, «... que no contaba menos de nueve espe­cies de idolatría, pues unos adoraban al Sol, otros a la Luna, otros a las estrellas, etc.».

Ocupándose Marín y Cubas de los naturales de la isla de Canaria, observa: «... que hacían muchas lumbres y hogueras y parece que adoraban al fuego, al sol, y algunas estrellas». Y al establecer un parangón con las costumbres de otros pue­blos, añade que los canarios como los persas «su adoración principal era el Sol», (Cap. xxm).


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