Juan Francisco Navarro Mederos
VELEIA, 24025 125701272, 200702008
ISSN
0213 0 2095.
En la isla de El Hierro son conocidas
las aras de sacrificio desde el siglo XVI y algunas de ellas han sido objeto de
excavaciones arqueológicas y otros estudios (M. J. Lorenzo, 1982; M.C. Jiménez,
1991; M.S. Hernández, 2002). Las investigaciones recientes señalan que el
funcionamiento de estas estructuras es similar a las de La Gomera , incluyendo las
pautas de sacrificio de los animales. El relato de un episodio de la conquista
incluye una interesante descripción de un rito comunitario:
«pareciéndoles que oian cantos, y
así era, pues entonces el rey de esta isla con todos sus súbditos estaban en un
sacrificio público que ofrecían al estilo gentil... el cual usaba mucho de esos
sacrificios para que Dios le mostrase lo
que había de ser de él y de su gente...
Y aconteció que la hija del rey... entonces estaba como suspensa y pasmada o
transportada en el sacrificio» (G.
Frutuoso: 1964: 132).
En Lanzarote y Fuerteventura se
han producido recientemente hallazgos similares a los de La Gomera , lo cual es una
interesante novedad en el panorama arqueológico de las islas. En particular,
destacan las estructuras de combustión con registro arqueológico como el de los
pireos gomeros y herreños, identificadas durante las excavaciones arqueológicas
dirigidas por J. de León Hernández y M. A. Perera Betancor en la cima de la Montaña de Tindaya. Sin
embargo, ya existían precedentes, pues las propias crónicas de la conquista
mencionaban allí comportamientos análogos: «Tenían los de Lançarote y
FuerteVentura unos lugares o cuebas a
modo de templos, onde hacían sacrificios... onde haciendo humo de ciertas cosas
de comer, que eran de los diesmos, quemándolos tomaban agüero en lo que hauían
de emprender mirando a el jumo» (F. Morales, 1978:438).
En diversas montañas de Gran
Canaria, como Hogarzales y El Cedro han empezado a aparecer también estructuras
similares, según señalamos más arriba. En ambas hay importantes explotaciones
de obsidiana en canteras al aire libre y en galerías orizontales que horadan
circularmente los escarpes superiores de la montaña, identificándose hasta 54
puntos de extracción en la primera de esas montañas. Además de las minas, en la
cima de Hogarzales hay 57 estructuras de piedra repartidas en tres categorías
(E. Martín et al., 2001): A) la mayoría son amontonamientos de piedras de tendencia
circular; B) círculos de piedras de una sola hilada o dos concéntricas; C)
torretas. Los excavadores sugieren su relación con prácticas rituales para
favorecer las actividades extractivas o para apaciguar los espíritus o
divinidades que moran en las profundidades de la tierra. La morfología del
primer grupo es similar a los pireos de La Gomera y El Hierro. En otras eleva- ciones del
centro y suroeste de Gran Canaria hay vestigios arqueológicos con tipología similar, pero desgraciadamente
ninguna ha sido excavada. Existen antecedentes que ayudarían a explicar el
papel de estos sitios y del ritual que en ellas se practicaba, y que refuerzan
la idea de que este tipo de sacrificio era una práctica generalizada en Canarias
y con una función análoga. En el s.xvii T. A. Marín de Cubas, describiendo la
religión de los indígenas de Gran Canaria, aseguraba que: «sobre un alto risco
en Tirajana llamados Riscos Blancos,..., aun alli hai tres braseros de cantos
grandes onde quemaban de todos frutos
menos carne, y por el humo si iba derecho o ladeado hazian su aguero puestos
sobre un paredon a modo de altar de grandes piedras, y enlosado lo alto del
monte» (T. A. Marín, 1986: 256).
Existen pruebas arqueológicas de que algunos territorios
dotados de recursos esenciales para su modelo productivo, fueron dotados de
una particular concentración de
elementos simbólicos, como son las manifestaciones rupestres, y también de
otras estructuras asociadas al culto.
Quizás el caso más evidente sea
el papel que tuvieron los grabados rupestres en algunas islas. La correcta
disponibilidad de los recursos vegetales y del agua en espacios sometidos a
presión antrópica, dependía de factores naturales y sociales, pero sólo los
segundos podían ser controlados. Para asegurarse la reproducción de los
recursos forrajeros y su adecuado aprovechamiento, los aborígenes pusieron en
práctica diversos mecanismos que regulaban la apropiación y uso del territorio,
así como prácticas tecno-económicas encaminadas a optimizar esos recursos (E.
Martín, 1998). Pero también usaron procedimientos mágico-religiosos destinados
a intervenir en aquellos procesos que escapaban a su capacidad técnica de
control.
El caso de la isla de La Palma es paradigmático. Si
en las décadas de 1960 y 1970 algunos investigadores —no todos— decían que un
número significativo de grabados (Foto 9) estaban asociados a puntos de agua,
las posteriores investigaciones rebatirían tales afirmaciones. Ese tópico que
con- viene erradicar, se basaba en que unas cuantas estaciones conocidas hasta
entonces y muy llamativas—como La
Zarza , Fuente Nueva, Buracas o Tajodeque— estaban junto a
fuentes o cerca de ellas. Pero a partir de la década de 1980 se incrementó de
manera notable el catálogo de yacimientos rupestres (E. Martín, 1986; E. Martín,
J. F. Navarro y F.J.Pais, 1990) y se comprobó que tales afir- maciones eran
infundadas, pues el agua es el recurso estratégico al que menos grabados se
asocian, y más a caminos y áreas de pastoreo estival, de capital importancia
para asegurar la subsistencia del ganado en la estación más crítica (E. Martín
y F. J. Pais, 1996), como la vasta zona de Garafía, donde los grabados se
concentran en tres franjas altitudinales (200-600m., 800-1800 m. y 1800-2400
m.), el resto del arco cumbrero de la isla que coincide con la última franja
altitudinal citada, el borde exterior
meridional de la
Caldera de Taburiente y, en menor proporción, el interior de
la propia Caldera (Fig. 3). Dentro de estas áreas, podemos hallar a los
grabados asociados, por orden de preferencia, a los caminos que van de costa a
cumbre y las vías de desplazamientos en la horizontal que utilizaban los
pastores tradicionales y que parecen haber sido empleadas antes por los
ganaderos auaritas; en sitios dentro de las zonas de pastoreo con condiciones
de dominio visual sobre el entorno; también en los puntos naturales de apañada,
como son los cabocos (saltos de barranco); en algunas fuentes o abrevaderos,
etc. (E. Martín, 1998: 80-81). De esta manera, unos simples campos de pastoreo
o unos caminos por donde se desplazaban los ganados tras un forrajeo marcado
por la estacionalidad, se fueron cubriendo de símbolos de la comunicación entre
hombres y dioses, hasta ir adquiriendo un carácter más o menos sacralizado.
Además, en uno de esos territorios, los pastizales de alta montaña asociados al
pastoreo estival, las concentraciones de petroglifos coinciden con unas
construcciones conocidas como «amontonamientos» o «pirámides» de piedras que,
según los historiadores de la conquista, se usaban para determinados ritos.
En el sur de Tenerife,
caracterizado por una relativa aridez, la principal actividad subsistencial
durante la prehistoria debió ser la ganadería, y la preocupación por asegurar
la reproducción anual de los pastos tuvo que desempeñar obligatoriamente un
papel de primer orden en la organización social y económica de los grupos
humanos. Un interesante ejemplo es lo que primitivamente se llamó
«Chacacharte», que se tradujo al castellano como «Valle del Ahijadero», hasta
que en el siglo xx pasó a llamarse Valle
de San Lorenzo (J. F. Navarro et al., 2002). En el verano se apareaba el
ganado y, a principios del invierno, los
guanches separaban las cabras preñadas del resto de animales para trasladarlas
en masa al ahijadero. Estos eran unos vastos espacios comunales a los que se
llevaban las hembras preñadas de múltiples manadas de todo el territorio tribal
o menceyato, para que allí pariesen en invierno. Eso suponía la necesidad de
acotar el terreno, ordenar los usos del mismo y vigilar de manera rigurosa una
gran cantidad de ganados durante cierto tiempo. Esos ahijaderos eran zonas
bajas, orográficamente cerradas, que tenían asegurado el suficiente pasto
invernal para garantizar la supervivencia de los neonatos y la calidad futura
del rebaño. En definitiva, a los ahijaderos se confiaba el futuro de la cabaña
ganadera de la tribu o de una parte de ella y, por tanto, la propia
supervivencia.
El Valle de San Lorenzo reúne las
características físicas descritas. Son tierras bajas y, por tanto, cálidas en
invierno, pero a la vez sus características geológicas y edafológicas favorecen
que sean mucho más ricas en pastos que las aledañas a igual altitud. Pues justo
allí existe la mayor concentración de grabados de Tenerife (Fig. 4), que
precisamente están jalonando los accidentes orográficos que rodean el valle y, a
la vez, están posicionados y orientados de manera que miran hacia las tierras y
pastizales del interior del valle. Todas las estaciones del Valle están
integradas en un mismo sistema marcado por patrones fijos de localización, de
intervisibilidad, de control de un territorio común, etc. Además, están en los
puntos de vigilancia naturales para controlar el ganado que está dentro.
Refuerza esta idea la existencia cerca de los grabados de pequeños conjuntos de
cabañas, en las que cabrían sólo unos pocos individuos, que seguramente serían
los pastores encargados de la custodia.
La concentración de los recursos
subsistenciales en un sólo lugar durante el momento crítico de su reproducción,
justifica el que se desencadenara toda una serie de mecanismos mágico-religiosos
para asegurar el resultado óptimo del proceso. De ahí la presencia de variados
lugares ceremoniales y de personajes vinculados a estas actividades y,
lógicamente, al poder político. Dentro del Valle y, sobre todo, en sus bordes,
además de los grabados, hay un inusual número de yacimientos con significativa
toponimia tradicional: el lugar llamado «El Convento», también conocido por
«Las Monjas»; dos «Cuevas del Samarín» (santón indígena); la «Cueva de la Iglesia », cerca de la cual
estaba un «Drago Santo» al que los indígenas veneraban por las maravillosas
curas que se hacían a su sombra y por protegerlos contra los espíritus; y hubo
también tres «Bailaderos» o «Baladeros», lugares donde se hacía un rito
particular en rogativa de lluvia, con participación de personas y ganado, que
está bien descrito en las crónicas de la conquista. Tanto las estaciones de
grabados como el resto de sitios con cierto componente ideológico adoptan una
disposición envolvente en torno al valle, como si en el plano material se
deseara ejercer el control visual de los acontecimientos, y en el plano
simbólico quisieran concentrar el esfuerzo mágico benéfico en el punto central,
donde más se le necesita.
Departamento de
Prehistoria, Antropología e Historia Antigua
Facultad de Geografía e Historia Universidad de La Laguna
38071 La
Laguna (Tenerife) Tfno.: 922317735 922317626 jnavarro@ull.es
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VELEIA, 2425, 20072008
Notas:
1 En el marco de su
investigación sobre El proceso de aculturación aborigen en Canarias derivado
del contacto, conquista y colonización europea entre los siglos y .
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