En las fuentes
documentales del pasado prehispánico de Canarias suele otorgarse a la población
masculina un papel preponderante en la batalla, al tiempo que la mujer es
relegada a un plano secundario: mientras ellos protagonizan la lucha armada,
ellas se limitan a llevar a cabo ciertas actividades auxiliares. Cuando Alonso
de Espinosa [(1594) 1980: 43] se ocupa de las guerras y peleas acontecidas
en las antiguas sociedades amazighes de Tenerife, también se hace
eco de esta particular división del trabajo:
iban también sus
mujeres con ellos, que les llevaban la comida, y para si morían, que los
trajesen a sus entierros y cuevas y, aunque fuesen vencidos, no hacían daño
alguno los vencedores a las mujeres ni hijos de los vencidos, ni a los viejos y
hombres que no fuesen de guerra, antes los dejaban en paz volver a sus casas.
Abreu Galindo [(ca.
1590) 1977: 299] apunta en la misma dirección que el dominico cuando afirma
que, en tiempos de guerra, los guanches «llevaban consigo sus mujeres con la
provisión que habían de comer, y, si morían en la guerra, para que los llevasen
a enterrar a sus cuevas». Y también para la isla de Gran Canaria
encontramos testimonios similares, aunque con un matiz muy preciso acerca de su
eventual predisposición bélica:
Si [los
enemigos] los seguían i buscaban peleaban bravísimamente hasta las
mujeres, que tiraban / muchas piedras arrojadizas i dardos i mucho aiudaban.
Venían con ellos a la pelea a traerles la comida i retirar los muertos suios i
a el pillaxe de los caídos i a dar armas a sus maridos i hijos, i a dar voces i
gritos i hacer visajes i echar retos y amenasas que causaba mucha rissa [Gómez Escudero (ca. 1484) 1993: 433].
La ferocidad de la
mujer auarita
Sin embargo, esas
mismas fuentes documentales se encargan de transmitirnos la excepción más clara
a la norma: el caso de la isla de La Palma, donde «Las mujeres eran más
valientes que ellos, y en las emergencias iban ellas en adelante y peleaban
virilmente, con piedras y con varas largas» [Torriani (1590) 1978: 225].
Abreu Galindo [(ca.
1590) 1977: 272] anota que, en su tiempo, era común «la fama de que los
palmeros fuesen pusilánimes, y para poco en hechos de guerra, y menos que las
mujeres». Comenta que, al no compartir esa opinión, se decidió a investigar
«porqué ponían más ánimo en las mujeres que en los hombres, y porqué hacían
a ellas cabeza de gobierno de la guerra, y a ellos de la paz». Tras sus
pesquisas, concluirá que la fama de cobardes atribuida a los palmeros tuvo su
origen en la comparación: mientras las mujeres auaritas eran más valientes de
lo que la sociedad de la época esperaba, los hombres, cuya corpulencia era
notable, no resultaban ser proporcionalmente más bravos. En palabras de Abreu
Galindo [(ca. 1590) 1977: 275]:
[...] las mujeres,
para su estado, se mostraban varoniles, y ellos, para los grandes cuerpos que
tenían, no hacían tanto cuanto de ellos se esperaba; y [...] más común era
entre ellos la grandeza de los cuerpos, que de los hechos, por falta de la
ocasión en que emplearse.
De todos modos, durante
la argumentación en favor del hombre auarita, Abreu Galindo [(ca. 1590) 1977:
275] no resta méritos a la mujer palmera. Al contrario, afirma que estas no
eran «de menos corpulencia que los hombres», que se caracterizaban por
sus «ánimos varoniles» y que «su ferocidad ejecutaban sin perdón en
los cristianos».
El porqué del carácter
belicoso de las auaritas es algo que aún se nos escapa, aunque, como desliza
Pérez Saavedra [(1982) 1997: 243], bien podría estar relacionado con el elevado
prestigio social y religioso del que gozaban las féminas de la Isla. En
ocasiones, se ha pretendido establecer paralelismos entre la mujer palmera y
las míticas amazonas de Heródoto, mencionadas por el historiador griego cuando
habla de la Libia –la zona norteafricana habitada por amazighes desde
tiempos inmemoriales–, por lo que la búsqueda de un hipotético origen común no
parece demasiado complicada. Sin embargo, el halo de ficción que
envuelve a las legendarias guerreras continentales hace que lo más prudente
sea dejar en suspenso esas teorías.
La palmera
Guayanfanta y la hermana de Garehagua
Antes de la conquista
de La Palma, la población auarita sufrió diversas incursiones piráticas
protagonizadas por los colonos europeos instalados en El Hierro, quienes se
dirigían a la isla vecina con el objetivo de robar y cautivar isleños. También
durante aquellas escaramuzas la mujer palmera hizo gala de una bravura y una
fortaleza física que quedarían reflejadas en la obra de Abreu Galindo [(ca.
1590) 1977: 279], cuando habla de la hermana del capitán palmero Garehagua
(Gar_ehawa, ‘Perro vil’):
y los cristianos que
fueron en su alcance prendieron un palmero y una palmera, [...]. La cual, como
se vió presa, volvióse contra el cristiano herreño, que se decía Jacomar, y
púsolo en tanto aprieto, que le convino favorecerse de las armas; y así le dió
de puñaladas y la mató.
El mismo autor
inmortalizará en las páginas de su Historia la pelea entre una cuadrilla
de colonos herreños y la palmera Guayanfanta, mujer «de grande ánimo y gran
cuerpo, que parecía gigante, y [...] extremada blancura»:
[...] como los
cristianos la cercaron, peleó con ellos lo que pudo y, viéndose acosada,
embistió con un cristiano y, tomándolo debajo del brazo, se iba para un risco,
para se arrojar de allí abajo con él; pero acudió otro cristiano y cortóle las
piernas, que de otra suerte no dejara de derriscarse con el cristiano que
llevaba [Abreu (ca. 1590) 1977: 279].
El trágico final de Guayanfanta
(wayya_n_fant´az, ‘orgullosa’, lit. ‘espíritu de vanidad o jactancia’)
no parece ser una excepción. En varias ocasiones, las fuentes
etnohistóricas nos hablan de nativos que habrían preferido la lucha cuerpo a
cuerpo –y, en última instancia, el suicidio– antes que la sumisión al yugo
invasor. Y, en ese último aspecto, las mujeres del resto del archipiélago
canario no parecen haber sido menos decididas que las de La Palma. Un
claro ejemplo lo constituyen los topónimos grancanarios del Despeñadero de
las Mujeres, el Risco de las Mujeres o el Salto de las Mujeres,
todos ellos documentados en nuestras fuentes etnohistóricas [Pérez Saavedra
(1982) 1997: 169-170].
Autor:
Néstor Bogajo
Mundo Guanche Nº 18 - Enero 2007
[ISSN 1886-2713]
[ISSN 1886-2713]
Fuentes
ABREU GALINDO, Juan de. 1977 (d. 1676). Historia
de la conquista de las siete islas de Canaria. Edición crítica con
introducción, notas e índice por A. Cioranescu. S/C de Tenerife: Goya.
ESPINOSA, Alonso de. 1980 (1594). Historia de Nuestra Señora de Candelaria. Introducción de Alejandro Cioranescu. S/C de Tenerife: Goya.
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GÓMEZ ESCUDERO, Pedro.
1993 (< 1934 < 1682-86 < ca. 1484). Líbro segvndo prosígve la
conqv’sta de canaria. Sacado en límpío fielmente del manuScrito del licencí.
Ped∞ Gomes Scudero Capellan, en Morales Padrón (1993: 383-468). [Microfilme
Millares Carlo (1934), ms. F-1, en El Museo Canario, basado en una copia
–desaparecida– del Marín de Cubas, realizada entre 1682 y 1686].
MORALES PADRÓN, Francisco (ed.). 1993 (1978). Canarias: crónicas de su conquista. Transcripción, estudio y notas. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo, 2ª ed. (Ínsulas de la Fortuna, 2).
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TORRIANI, Leonardo. 1978 (1590). Descripción
e historia del reino de las Islas Canarias. Introducción y Notas por
Alejandro Cioranescu. S/C Tenerife: Goya.
Bibliografía PÉREZ SAAVEDRA,
Francisco. 1997 (1982). La mujer en la sociedad indígena de Canarias.
Tenerife: CCPC, 4ª ed.
REYES GARCÍA, Ignacio. 2005. Guía de nombres guanches. Tenerife: La Marea.
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