GARAJONAY
Igual que nadie piensa hoy que los fieles de las
diferentes confesiones religiosas veneran sus templos como si fueran deidades,
tampoco tiene sentido considerar que las antiguas comunidades amazighes
adoraban las rocas, cuevas y cumbres que integraban el amplio repertorio de sus
lugares de culto. Otra cosa distinta es la lógica reverencia que se tributa al
espacio donde el creyente contacta con la presencia divina que es objeto de su
devoción. Sin embargo, esta constatación (tardíamente asumida por la
investigación) no debe soslayar una creencia muy arraigada en esa milenaria
cultura norteafricana: todo lo que existe tiene voluntad y consciencia, también
aquellos elementos de la naturaleza que en el presente catalogamos
como inertes. Una concepción que difumina las fronteras entre lo espiritual y
lo sensible, algo muy relevante por lo que hace referencia a las rocas, pues a
ellas se atribuye la representación del principio femenino de la esencia humana
y la capacidad de fijar el alma vegetativa de los muertos.
Ciertas fortalezas naturales,
como el fenomenal Alto de Garajonay (1.487 m) que traemos en esta ocasión hasta
nuestras páginas, parecen haber trascendido las pautas de organización
socioterritorial y acogido santuarios de ámbito insular. Junto a espacios
rituales de carácter más local, siempre ligados a elevaciones montuosas o
rocosas que brindaban ese seno o matriz mística, estas eminencias orográficas
debían ofrecer también un engarce singular y privilegiado para el colectivo
reconocimiento cultural de las comunidades que poblaban la Isla, además de
concretar el vínculo entre las instancias material, espiritual y divina que caracteriza su diseño
cosmogónico.
Por eso, en primera instancia llama un poco la
atención que el orónimo Garagonache, tal es su forma original,
nos hable de un varón. Ahora bien, basta el más leve vistazo por la geografía
insular y su profusa colección de topónimos que, de una manera u otra, aluden a
la figura de los adivinos, para entender la enorme preponderancia sociocultural
que debió acompañar a estos personajes. Porque, más allá de las pequeñas dudas
analíticas que aún subsisten respecto al alcance morfosemántico del enunciado,
esta locución significante con valor substantivo también se refiere a un hombre
con esas cualidades mágicas.
Sólo las deformaciones gráficas que ofrece la
transmisión textual, Jarajona, Garagona, Garagonay, Garagonohe
o Garajonay, ya dan una idea de la compleja composición de
este nombre. El doctor Marín de Cubas (1694, II, 13), hemos de presumir que
bien informado por la colonia gomera deportada en Gran Canaria, traslada la
formulación fonética más fiable: Garagonache, esto es, Gar-g-Wunziz,
pues la palatalización del radical alveolar (z > š), cambio perfectamente
acreditado en la generalidad de la lengua amazighe, induce a
contemplar su faringalización continental (z > z) como un fenómeno
adventicio más o menos reciente. Así, el nombre de estado gar,
vocalizado gara, señala el ‘hecho de ser superior, mejor o mayor’, una
‘preeminencia física o moral’ que se asocia a quien es ‘inteligente, sensato,
prudente, juicioso, razonable’ y ‘clarividente’, acepción esta última
atestiguada también en El Hierro, Gran Canaria y Tenerife para la base [N•Z].
Aunque un tanto más inconcreta queda la textura de esa relación entre ambos
términos, enlazados por una preposición g (‘en’) que suele cumplir
funciones verbales (‘tener’). De ahí que un ‘adivino que tiene, es o está en la
máxima altura’ puede admitirse como la traducción más ajustada.
Quizá la mejor y más trágica manifestación de ese
carácter sagrado del Garajonay se comprueba en
el episodio terminal del sojuzgamiento europeo de la Isla, cuando la
población gomera, muerto su «hombre legítimo» (Hautacuperche) durante el ataque
a la Torre del Conde, acude hasta su entorno para obtener el refugio
natural y místico que salvara su libertad. El texto redactado por
Juan de Abreu Galindo [(ca. 1590) 1977: 251-252] nos relata el final de la
rebelión isleña de 1488 y su posterior represión:
Habíanse recogido los culpados,
con otros muchos gomeros, a una fuerza que se dice Garagonohe, que no se podía
entrar por fuerza; y [los europeos] acordaron que, para prenderlos a su salvo,
convenía asegurarse de los demás gomeros, porque acaso, viéndolos maltratar, no
fuesen en ayuda de los demás culpados. Y dieron orden que se hiciesen las
honras de Hernán Peraza y se diese un pregón, que todos los gomeros viniesen a
la iglesia, a estar presentes a las honras, so pena de ser tenido por traidor
el que no viniese, y ser culpado en la muerte de su señor. // Pedro de Vera fué
a la fuerza donde los delincuentes estaban alzados, y al fin los prendió, con
buenas palabras y promesas que les hizo. Los llevó al pueblo, y condenó a todos los del bando de Orone y Agana a muerte
por traidores, a los de quince años arriba.
Pero, con frecuencia, será la leyenda la
encargada de evocarnos el pasado ínsuloamazighe del lugar. Nos referimos
a la historia de amor protagonizada por Gara, una princesa gomera, y el
intrépido guanche conocido por el nombre de Jonay. La tradición nos
explica cómo el joven, movido por la curiosidad, navega sobre unos odres
inflados hasta llegar a las costas de la isla vecina, donde la isleña lo
encuentra y hospeda en la cueva de su familia. Gara y Jonay no tardan en enamorarse,
pero su idilio dura lo que tarda en descubrirlo el entorno de la joven: su
padre se opone a la relación y exige que Jonay abandone La Gomera de inmediato.
Los jóvenes no aceptan la imposición del cabeza de familia y deciden iniciar
una huida que les lleve a algún lugar donde poder dar rienda suelta a su amor
apasionado. Al llegar al Alto de Garajonay y sabiéndose atrapados por sus
perseguidores, afilan por ambos lados una vara de madera que colocan entre sus
cuerpos. Tras fundirse en un mortal abrazo, la vara atraviesa sus corazones,
uniéndolos para siempre en la memoria. Gara y Jonay: Garajonay.
Pero, en realidad, como ya hemos anotado en
alguna que otra ocasión –y como puede deducirse de nuestro análisis etimológico
de la voz Garagonache–, ni Gara ni Jonay pudieron dar nombre a
la montaña, pues no hubo isleños llamados de tal forma: ninguno de estos dos
antropónimos fue utilizado como tal en las antiguas sociedades amazighes de
Canarias. Es por eso que, en contra de lo que la leyenda describe, fue la
montaña quien los bautizó a ellos y no al revés.
En la actualidad, el Garajonay es una comarca
natural de extraordinaria belleza e importancia, declarada Patrimonio de la
Humanidad por la UNESCO hace ahora dos décadas. Sus casi cuatro mil hectáreas
albergan una de las más impresionantes comunidades vegetales del
Archipiélago, el bosque de laurisilva que caracterizó el paisaje del norte de
África y el sur de Europa durante la era terciaria. Factores como la ausencia
de actividad volcánica durante los últimos dos millones de años, en una
isla cuya línea de cumbre ronda los 1.100 metros de altitud media, han
favorecido que la constante presencia del alisio fertilice con su lluvia
horizontal incluso la vertiente meridional.
Según las condiciones de altitud y exposición,
nos encontramos con diferentes composiciones florísticas. Así, el til (Ocotea
foetens), el viñático (Persea indica) y el naranjero salvaje (Ilex
perado ssp. platyphylla) dominan las áreas más umbrosas,
preferentemente vaguadas y fondos de barranco. El mocán (Visnea mocanera)
y el barbuzano (Apollonias barbujana) gustan de zonas más soleadas e
incluso llegan a asociarse con especies termófilas. El laurel (Laurus
novocanariensis) y el palo blanco (Picconia excelsa) son ejemplos
de especies que muestran gran versatilidad en la ocupación de distintas áreas.
Y, por último, acebiños (Ilex canariensis), fayas (Myrica faya)
y brezos (Erica arborea), que son las especies más resistentes, se
pueden encontrar en las zonas menos favorecidas o en las cotas más altas y
expuestas de este mágico lugar.
Pero tan sólo hemos esbozado unas pinceladas
generales de lo que ofrece este extraordinario bosque, pues es preciso añadir
una gran cantidad de endemismos insulares, como: el mato blanco (Pericallis
hanseni), el faro gomero (Genospermum gomerae), la arcila (Pericallis
steetzii), el taginaste azul (Echium acanthocarpum), la gacia
gomera (Teline gomerae), la tabaiba de monte (Euphorbia lambii),
el bejeque (Aeonium rubrolineatum), la tajora (Sideritis gomerae)
y, cómo no, dos curiosidades: el naranjo salvaje de Pajarito (Ilex perado
ssp. lopez-lilloi) y el aún discutido barbuzano blanco (Apollonias
barbujana ssp. ceballosi).
Otras rarezas amenazadas resisten en este
baluarte de vida y, conjugadas con el resto de sus congéneres vegetales, forman
la bella estampa de un tiempo ancestral, hábitat de otros seres vivos no menos
interesantes.
Entre su fauna, sorprende sin duda la copiosa
presencia de invertebrados, que ronda el millar de especies, con un centenar y
medio de ellas endémicas de esta comarca, como el saltamontes (Acrostira
bellamyi), siempre camuflado en el follaje. Por lo que hace referencia a
los animales vertebrados, reptiles y aves se reparten los papeles estelares. El
lagarto gomero (Gallotia caesaris gomerae) y las palomas rabiche (Columba
junoniae) y turqué (Columba bolli), endémicas de Canarias,
encuentran aquí un asentamiento privilegiado que comparten, entre otros, con el
gavilán (Accipiter nisus granti), la gallinuela (Scolopax
rusticola), el cernícalo (Falco tinnunculus ssp. canariensis),
el búho chico (Asio otus canariensis) o la aguilla (Buteo buteo
insularum), el ave de mayor envergadura.
Fuentes
ABREU GALINDO, Juan de. 1977 (ca. 1590). Historia
de la conquista de las siete islas de Canaria. Edición crítica con
introducción, notas e índice por A. Cioranescu. S/C de Tenerife: Goya.
MARÍN DE CUBAS, Tomás. 1694. Historia
de las Siete Yslas de Canaria. Origen, Descubrimiento y conquista. [Copia
de A. Millares Torres (1879), en El Museo Canario].
Bibliografía
AA. VV. 1992. Flora y vegetación del
Archipiélago Canario. Las Palmas de Gran Canaria: Edirca.
CABRERA PÉREZ, Miguel Ángel. 2002. Flora
autóctona de las Islas Canarias. León: Everest.
MORA MORALES, Manuel. 2003. Leyendas y mitos
de las Islas Canarias. Tenerife: Globo, pp. 71-76.
OROMÍ MASOLIVER, Pedro; Aurelio
Martín Hidalgo, y Tomás Cruz Simón. 1987. Fauna de las Islas Canarias. Tenerife:
Consejería de Educación, 2ª ed.
REYES GARCÍA, Ignacio. 2004. El habla de los antiguos gomeros. Estudio histórico-etimológico. S/C de Tenerife: Foro de Investigaciones Sociales.
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REYES GARCÍA, Ignacio. 2004. Cosmogonía y lengua en Canarias. S/C de Tenerife: Foro de Investigaciones Sociales.
Mundo Guanche:
Nº 18 - Enero 2007
[ISSN 1886-2713]
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