Pese a lo precarios y confusos que suelen ser los
testimonios etnohistóricos y arqueológicos, no son pocas las pruebas que
evidencian la influencia y el prestigio de la mujer en la antigua sociedad
isleña. Aunque conviene tener mucho cuidado con las generalizaciones, los datos
disponibles llevan a pensar que la organización social estuvo muy ligada al matriarcado,
es decir, que aspectos como el parentesco, la herencia o la residencia se
establecían por línea materna.
La documentación europea del siglo XVI nos
transmite el nombre dado a la mujer en Tenerife, aunque podemos presumir que en
el resto de las islas el enunciado sería similar, pues incluso se usa todavía
hoy en los dialectos continentales. Ese vocablo era chamato, pronunciado
con la típica palatalización tinerfeña de la t (= ch). En
realidad, se trata de un compuesto cuya dicción correcta resulta bastante más
difícil para un isleño actual. En todo caso, quizá sea más revelador su
significado. La etimología de este concepto de mujer tiene que ver con el
‘origen’, con la ‘matriz’ que genera el ‘lazo consanguíneo’ en el que se funda
un parentesco y que, además, ella ‘amamanta’. Por tanto, como sucede en el
conjunto de la cultura amazighe (o bereber), se concibe a la
mujer como el ser que ampara la vida y proporciona una determinada filiación
social a las personas que integran una comunidad.
Las fórmulas a través de las
cuales se concretó esta fuerte ascendencia de la madre (ma) fueron
diversas. En Lanzarote hallamos la circunstancia más peculiar: la mujer tenía
tres maridos, cada uno de los cuales servía a la familia de la esposa durante
un mes. Pero también las adopciones, incluso de extranjeros, se sellaban con lo
que se conoce como ‘pactos de colactación’, por el cual la familia anfitriona y
el huésped bebían la misma leche (que, en un principio, aportaba la matrona de
la familia).
La expresión del respeto y la
consideración que merecían las mujeres llegó a situaciones como la implantada
en Tenerife, donde ningún hombre podía aproximarse y hablar a una mujer en un
lugar solitario. En otras islas, como Erbane (Fuerteventura), dos mujeres
–madre e hija, al parecer– intercedían en los conflictos políticos y regían los
ceremoniales. Una de ellas tenía por nombre Tamonante, cuya traducción
literal es ‘la que deletrea’. Esto presupone que era depositaria de un saber
muy importante: la lectura. En la cultura amazighe, la escritura carece
de vocales, puntuación o separación entre las palabras, lo que convierte la
lectura en un ejercicio que requiere cierto adiestramiento, ya que un mismo
texto puede contener varios mensajes diferentes. Y es que la mujer constituye
el centro no sólo de la reproducción biológica, sino de la vida doméstica y
cultural.
Autor:
Ignacio Reyes
Mundo Guanche Nº 18 - Enero 2007
[ISSN 1886-2713]
[ISSN 1886-2713]
Bibliografía
PÉREZ SAAVEDRA, Francisco. 1997 (1982). La mujer en la
sociedad indígena de Canarias. Tenerife: CCPC, 4ª ed.
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