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jueves, 28 de mayo de 2015

Buscando el cielo: los túmulos del Sol y la Luna en el Agujero de Gáldar (Gran Canaria).


Miguel A. Martín González (profesor y prehistoriador)

Los antiguos canarios sincronizaron sus lugares de culto con los fenómenos astronómicos más singulares. Esto supone un paso más en la investigación que cualquiera puede comprobar, como se expone en el artículo.


 Uno de los espacios más singulares de la Historia Antigua de Canarias lo encontramos en la isla de Gran Canaria, concretamente en el denominado Agujero de Gáldar, sobre un pequeño acantilado marino con dos terrazas separadas por la barranquera de la Arenilla. Nos referimos al conjunto de túmulos funerarios y diferentes estructuras de casas de piedra seca. Aquí descubriremos la arquitectura funeraria más sobresaliente de todo el Archipiélago Canario, tumbas circulares compartimentadas interiormente en fosas individuales dispuestas de forma radial en dos o tres pisos que parecen representar la simbología solar debido justamente a su forma radial provistas de un acceso de entrada con gradas que permite transitar por el interior de las sepulturas y alcanzar la torre central.
 Es primordial enfatizar que los monumentos funerarios del Agujero se encuentran separados o divididos por una barranquera natural: el colosal panteón real y dos más individuales por el Este y cuatro túmulos, a más de 120 m de distancia, por el Oeste.
 El monumento de La Guancha tiene un desarrollo circular y está concebido, apunta Celso Martín de Guzmán, como un sistema orgánico y planificado que es susceptible de admitir, en el transcurso del tiempo, distintas ampliaciones sin alterar las anteriores. Aparece rodeado de una muralla o anillo de circunvalación, que separa el espacio de los vivos del de los muertos. Todo este entramado arquitectónico se agrupa dentro de un gran círculo cuyo eje máximo alcanza un diámetro de 20 metros. Los restos humanos extraídos de la excavación de 1934, y que han sido objeto de distintos estudios científicos, contabilizaron un total de 43 individuos y unas fechas obtenida por Carbono 14 del año 1000.
 El resto de los mausoleos sigue la misma tipología constructiva de tres gradas concéntricas y pequeños muretes y torrecilla central, aunque de menores dimensiones.
 Ahora nos preguntamos: ¿qué es lo que determinó su construcción precisamente ahí y no en otro lugar?, y ¿por qué se encuentran repartidos en dos terrazas bien diferenciadas? La localización en el paisaje es fundamental a la hora de abordar los numerosos enigmas a los que nos enfrentamos, se construye y percibe culturalmente adquiriendo diversos significados a distintos niveles. Por ello, la topografía y los astros nos obligan a levantar la mirada y acercarnos al simbolismo de los ritos y las costumbres funerarios para poder comprender mejor algunos de sus misterios.
 Los túmulos del Agujero de Gáldar siguen una lógica (ideología) diferente a la nuestra, no están ubicados de una manera caótica, ni improvisada como podría pensar una mente puramente científica. Fueron colocados intencionadamente para hacer coincidir varios acontecimientos astronómicos fundamentales en su cosmovisión en consonancia con dos montañas muy destacadas en el paisaje. Podemos asegurar sin ninguna vacilación, pues cualquiera lo puede comprobar en la actualidad, que estas complejas formas arquitectónicas seguían unas líneas de visión descritas por algunos astros en sus desplazamientos por el cielo. Esos montículos de piedras fueron erigidos de modo que señalasen exactamente el lugar por donde salía y/o se ponía el Sol y la Luna en momentos específicos del año. En este caso, las marcas vienen establecidas por el Sol en su nivel máximo Sur (solsticio de invierno) y la Luna llena del verano (lunasticio de verano) en su Parada Mayor Norte y la destacada topografía de la zona: las montañas de Gáldar y de Sardina del Norte. Estas orientaciones demuestran un avanzado conocimiento astronómico.
 El Agujero de Gáldar es el único sitio posible en todo el territorio de la comarca desde donde se puede observar esta combinación de fenómenos cósmicos en relación con dos elevaciones orográficas destacadas, auténticas nociones de espacio y tiempo fundidos en un mismo culto. El espacio relaciona lo visible con referencias inmóviles y el tiempo lo hace con referencias móviles; es decir, el espacio distingue las montañas y el tiempo los astros. Así, el 21 de diciembre de 2009, José C. Gil pudo comprobar algo extraordinario desde el gran túmulo real: el Sol despuntaba por la cima de la Montaña de Gáldar. Esto sucede unos días al año en una fecha tan señalada en los ancestrales calendarios, el solsticio de invierno.
 Ahora bien, desde el resto de las tumbas de la plataforma Oeste no podemos observar ese acontecimiento astronómico. Entonces, ¿qué ocurre allí? La respuesta es aun más sorprendente: la Luna llena del verano (lunasticio de verano) en su Parada Mayor Norte despunta igualmente por el pico de la Montaña de Galdar y se oculta por la cúspide de la Montaña de Sardina del Norte, dos referencias topográficas muy distinguidas en el terreno. Esto ocurre cada 18-19 años y precisamente el próximo año, el 2 de junio de 2015, lo podremos disfrutar con toda solemnidad con las primeras luces de la mañana sobre la Montaña de Sardina del Norte y durante el crepúsculo sobre la Montaña de Gáldar, revelando su propio misterio y magia de eternidad, de infinito y presente eterno. El calendario lunar jugó un importante papel en su cosmovisión. Precisamente las paradas mayores de la Luna tenían para los canarios una significación especial como se ha podido demostrar en Bentayga, Cruz Grande (Gran Canaria) o Las Lajitas (La Palma), entre otros.
 Asimismo, no podemos olvidarnos de la estrella más brillante de la noche, Sirio, que al alba en la segunda quincena de noviembre también se oculta por la misma montaña, siendo una referencia importante para la sementera en la isla de Gran Canaria.
 Tanto trabajo y precisión nos conduce de lleno a sus creencias religiosas en la idea de la vida espiritual después de la muerte. Claramente se establecen dos tipos de vínculos regenerativos desde el túmulo real con el Sol del invierno (el nuevo Sol), símbolo de vida imperecedera que renace todos los años, representando la encarnación plena de la inmortalidad con su retorno, y el resto de los túmulos con la Luna asociada a un ciclo más largo. Eran instantes precisos en los que se abrían las puertas del cielo y se conmemoraba el renacimiento del cosmos y la transformación de la vida a la muerte y de la muerte a la vida.
 (Publicado en el número 536 de BienMeSabe)





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