Desde luego, no constituye una
prueba de gran agudeza intelectual señalar el nacimiento como condición
indispensable para establecer un parentesco natural. Así ocurre en la cultura
latina, donde el hecho de dar a luz o parir, un acto productivo en su
etimología indoeuropea, desencadena la creación del vínculo familiar. En el
mundo amazighe, se constata una formulación similar a través de la
raíz [L], que, de alguna manera, incluso recoge también derivaciones semánticas
relacionadas con el ejercicio del poder. Sin embargo, el lexema ha ido
perdiendo vigencia a la hora de fijar esos nexos personales en favor de otras
expresiones no menos antiguas.
Resulta difícil saberlo sin estudios diacrónicos
suficientemente desarrollados, pero parece que la base [M•S], presente ya en
textos líbicos, ofrece la imagen lingüística más antigua para la idea de
‘parentesco’. Remite, aun hoy, al verbo ‘ser, existir’ y, en la complicada
genealogía del linaje guanartémico, cierto antropónimo nos brinda una huella
bastante nítida de su presencia en el Archipiélago, aunque algo enigmática por
lo que hace referencia a su verdadero alcance sociolingüístico. Masaquera,
hija de Guayasen Mídeno, jefe del poderoso bando de Gáldar
cuando García de Herrera trata de dominar la Isla, admite dos lecturas
razonables: de una parte, el compuesto mas(sa)-aqqer, como ‘pariente
próximo o señora del cielo’, congruente en ambas opciones con el pensamiento
cosmogónico y la mitología política insular; y, de otro lado, en una dimensión
más sociohistórica, massa-Aqqera(-t), esto es, ‘señora de (la tribu)
Aquera’, en alusión quizá al topónimo Aquerata, uno de los
diez distritos o fracciones que integraban la estructura socioterritorial de la
Isla.
Bien como la ‘propietaria’ que indica mässa
o bien como el ‘lazo familiar’ que aporta la voz (a)mas, vemos que el
lexema [M•S] destaca sobre todo el hecho de la existencia antes que el de la
emergencia o generación, ya sea del sujeto o de su tejido de relaciones
(familia, linaje, clan o tribu). Y en ese ámbito de constataciones, el punto de
partida parece reservado a la consanguinidad, aunque haya algún otro y, en
cualquier caso, llegue a incluir los pactos y adopciones entre sus referencias.
La raíz [D•M] marca sin duda la correspondencia
principal entre la ‘sangre’ y el ‘parentesco’, natural o adquirido a través de
alianzas sociales, hasta dar forma además a la noción de ‘etnia’ y ‘tradición
(narración) histórica’. Unos valores que figuran también en la cultura insular.
Aunque casi siempre se emplea en plural (idamman),
el lenguaje poético, a menudo envuelto en episodios trágicos, mantiene el uso
del singular (adim, idim, ddem) para mostrar una ‘gran cantidad de
sangre’. Y he ahí el valor semántico que nos traslada la famosa endecha
canaria, transcrita por Torriani (1590, LIX), en su tercer verso: Maicà
guere; demacihani o, en notación actual, May-ik gere, dem-a 'ši
hanyi, es decir, ‘tu madre está muerta y el cuello ha entregado la
sangre’. Un dato muy relevante a la hora de confrmar el espectro significativo
de este lexema también en Canarias, pues el substantivo árabe damun
(‘sangre’) ha llevado a pensar más en un préstamo que en un posible antecedente
común afroasiático.
Pero el ejemplo isleño más notorio lo encontramos
en el nombre de la legendaria unificadora Attidamana,
personaje mítico o histórico en el que un determinado linaje de la comunidad
canaria depositó la legitimidad de su dominación social. Pese a la radical
transformación política que pretendía introducir este grupo, en un horizonte de
centralización protoestatal del poder, la constitución ideológica de su
legalidad retoma todavía la herencia matrilineal como fundamento de su
reproducción. Así, el compuesto atti-idamman concreta la
identidad y transmisión de ese legado con un ‘lazo consanguíneo’ determinado.
El vocabulario adscrito a las
diversas instancias de la mitología social seguro que debió contener
manifestaciones semejantes. Ahora bien, los informes etnohistóricos sólo nos
proporcionan otra muestra a partir del mito fundacional de la población
guanche. Cuenta la tradición que los primeros 60 colonos amazighes
fijaron su residencia cerca de Icod, en un lugar que llamaron Alzanxiquian
abcanahac xerax, lo cual, en notación moderna, rezaría Als-ângh
ikiyan abz a-nn ahaz Ahgher-agh. Pero difícilmente una
secuencia tan corta podría aclarar tantas cosas.
En primer lugar, la frase no deja dudas acerca
del carácter inaugural o constitutivo de este asentamiento, cuyos protagonistas
lo habrían vivido como un ‘nuevo comienzo’ (als-ângh). Pero, además,
se trataría de un inicio donde se sitúa el ‘origen del ayuntamiento’, el
‘núcleo de la reproducción social’ (ikiyan abz) de esa
comunidad. Porque, como no cabía esperar que fuera de otra manera, quien hunde
sus raíces en aquel territorio, completando así la legitimación ideológica de
esta herencia, es el ‘hijo de Dios’ (ahaz Ahgher-agh) o, de
forma más literal, ‘el que está próximo (ahaz), acaso también
por la sangre, al que sostiene (agh) el firmamento (ahgher >
aqqer)’. Una idea de honda tradición en la cultura amazighe y
que, en Canarias, queda muy bien documentada en Tenerife.
En efecto, por rara hemos de tener cualquier
expresión relacionada con la jefatura que no explicite esa condición troncal de
los menceyes, como demuestran los alegatos rituales que validan sus ceremonias
de investidura. El hueso del epónimo y su conexión manifiesta con ese dios
‘celestial’ o Acorán (Aqqoran), ingredientes
indispensables de esta edificación mítica, transfieren al nuevo jefe, por lo
general electivo, una cualidad distintiva entre toda la población: desde el
momento de su proclamación, encarna el ikiyan o edir
ancestral, la ‘raíz, tronco u origen’ de la comunidad (tunwat). Un
proceso que permite a cada uno de los miembros de la sociedad, huérfanos por la
muerte del mencey anterior, recuperar su condición de guayo (wayyaw)
o ‘descendiente’ en ese árbol cosmogónico e identitario.
Autor:
Ignacio Reyes
Mundo Guanche Nº 18 - Enero 2007
[ISSN 1886-2713]
[ISSN 1886-2713]
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