Mucho se ha hablado del poblamiento antiguo del
Archipiélago por diversas tribus amazighes. Canarios, ghumaras (o
gomeros), huwaras, beni bachires, zenatas, mauros o, también, caprarienses
y cinitios, según ha propuesto en fechas recientes el profesor
Antonio Tejera (2004), ocupan las mejores posiciones en el elenco de
posibilidades. Las últimas dataciones arqueológicas señalan que este
asentamiento debió de producirse, en varias fases, durante la segunda mitad del
primer milenio antes de nuestra era. Pero, en realidad, carecemos de
testimonios directos o de cualquier otro detalle seguro al respecto, aunque
nunca han faltado las leyendas y conjeturas más pintorescas para llenar ese
vacío. La indagación histórica y lingüística, lejos de suministrar respuestas
categóricas, permite sin embargo fundar hipótesis que poseen ya cierta
solvencia.
En el campo de la filología, la onomástica
(estudio de los nombres propios) y, más en concreto, la exploración de la
toponimia (nombres de lugar) y los gentilicios (nombres de naciones, etnias o
linajes) proporciona algunos ingredientes de interés. Aquí trataremos de
examinar ahora qué aportan los nesónimos (o nombres de las Islas)
al conocimiento de la adscripción tribal de los antiguos isleños, cuya
percepción y organización del espacio presenta no obstante pocos trazos en
común con la que es corriente en las sociedades actuales. Nuestros conceptos de
‘isla’, ‘país’, ‘Estado’, ‘patria’ o ‘bando’, por ejemplo, apenas dan cuenta de
una noción nada estática de la realidad espacial y sí muy ligada a una
determinada composición de las relaciones sociales. La comunidad territorial se
entendía como un organismo vivo y cambiante en función de las relaciones de
parentesco y las estrategias de subsistencia. Por eso, no es difícil encontrar
lo que parecen varias denominaciones para un mismo territorio, porque o bien se
refieren a fracciones de él o bien muestran el nombre que le adjudican los
distintos linajes o agrupamientos sociales que operaban allí.
Pero veamos si la etimología de las voces que han
quedado como nesónimos representativos, pues existen algunos otros
vocablos menos conocidos, nos aclara algo más sobre el origen de la población amazighe
de las Islas:
Ezeró, ‘la fortaleza’ o
–literalmente– ‘la muralla rocosa vertical’, que describe con acierto el
elemento más destacado del relieve herreño.
Tyterogaka (= titerôghakk),
‘una (que es) enteramente amarilla o cobriza’, conforme al dominante color
dorado de las arenas de Lanzarote.
Achineche (= ashenshen),
‘el (lugar) que retumba’, en alusión a los sonidos que produce la actividad
volcánica en Tenerife (o la energía de otras islas, como La Palma, que a menudo
también se deja oír en ella).
Tenerife (= tenerefey), ‘la frente
(o montaña) clara’, que capta la imagen del inmenso volcán avistado desde la
isla de La Palma, a cuyos habitantes se atribuye la autoría de este término.
Erbane, ‘lugar del muro o pared’, que
llama la atención sobre la muralla principal que dividía Fuerteventura en dos
grandes parcialidades.
Maxor(ata) (= mahâr-t), ‘(los hijos
del) país natal’, señala el territorio que una de las comunidades de
Fuerteventura (y tal vez también de Lanzarote) considera como su lugar concreto
de asentamiento, es decir, la forma más cercana al concepto ‘patria’.
Benahoare (= wenahwar), ‘el lugar
donde (está) el ancestro’ o, literalmente, ‘el lugar del ahwwâra’, es decir, el
dominio palmero que habita la tribu Huwwâra, un conjunto poblacional
establecido en la región libio-tunecina de Tripolitania y el Fezzan antes de la
invasión islámica (siglo VII).
Gomera (= ghummâr-t), ‘los (hijos)
de el Grande’, parece ser el etnónimo o nombre tribal de la población
zenata que, hoy ya muy arabizada, ocupa diversos núcleos de la zona norte y
nordeste de Marruecos desde hace cientos de años (aunque su tradición dice que
proceden del Sus más meridional).
Canaria (= kanar),
‘vanguardia, valiente’, apunta a una latinización del famoso etnónimo
continental (canarii o canarios) de los habitantes amazighes de
la
Tafilelt, una comarca meridional de Marruecos,
aunque también se ubican en la actualidad en el ámbito noroccidental del lago
Chad (Níger).
Tamerán, ‘(país de) los
valientes’, es un vocablo que sólo aparece en la obra del naturalista lagunero
Manuel de Ossuna y Saviñón (1809-1846), pero que no deja de aproximarse mucho a
la interpretación que es posible reconocer en el tema canari-. También
otra denominación latina, Capraria, que figura en el islario de Plinio el
Viejo (23-79), remite a una tribu que habitó entre el Atlas sahariano y la
provincia de Constantina, en Argelia, justo en la zona donde se localizan
antecedentes lingüísticos que ayudan a explicar el habla de la antigua
población herreña. Porque, aparte de las referencias étnicas explícitas
–significativas pero escasas– que contienen los nesónimos, la etimología
de cada una de estas expresiones se escora sobre ciertas unidades dialectales.
Pero, con todo, sólo un exhaustivo estudio de los materiales insulares
permitirá avanzar mejor en estas identificaciones, que retomaremos cuando
examinemos los gentilicios.
Autor:
Ignacio Reyes En: Revista Mundo Guanche.
Fuentes
OSSUNA SAVIÑÓN, Manuel. ca. 1844.
Resumen de la Jeografía Física y Política y de la Historia Natural y Civil
de las Islas Canarias. Tomo 1º. Jeografia Fisica. S/C de Tenerife:
Tipografía V. Bonnet.
PLINIO EL VIEJO. Naturalis Historiae. Libri XXXVII. Ed. de C. Mayhoff, vol. I. Libri I-VI. Stuttgart: B. G. Teubner.
Bibliografía
TEJERA GASPAR, Antonio. 2004.
«Tres etnónimos de tribus africanas en las Islas Canarias: canarii,
caprarienses, cinithi», en Carmen Díaz Alayón y Marcial Morera (eds.), Homenaje
a Francisco Navarro Artiles: 489-503. Academia Canaria de la Lengua y
Cabildo de Fuerteventura.
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