Según
el Dr. Juan Bethencourt Alfonso, en: Historia del Pueblo Guanche
Recopilado por Eduardo P.
García Rodríguez
Creían los guanches en la dualidad de la persona
humana compuesta de dos xaxos, que
a la muerte, uno de ellos quedaba en la tierra en espera del otro que se separaba; pero el punto culminante
de esta concepción consistía en que ambos xaxos
afectaban la misma forma y el que se
marchaba seguía teniendo iguales sensaciones de hambre y sed e idénticas necesidades, apetitos y pasiones que
en su vida terrestre. De modo que la muerte
era un desdoblamiento temporal en que los elementos gemelares ni rompían sus relaciones de solidaridad,
ni dejaban de comunicarse, pues al principio el xaxo ausente vagaba por los contornos de la necrópolis y más tarde la
visitaba para vigilar la conservación
de su otra mitad; por lo que la familia del finado colocaba alimentos en la puerta del panteón para que
comiera en sus viajes 4. También
concurría a los banquetes funerarios de la familia, gustaba de los placeres de la mesa, oía las conversaciones y se
vengaba de sus enemigos.
Sustentaban que el xaxo en su origen era una
emanación del dios Magec o Sol que encarnaba en las criaturas, con diferente
destino después de la muerte según la conducta observada en la vida terrena.
Los buenos y valerosos moraban en el
Lugar de las Delicias todo el tiempo que tardara en incorporarse al xaxo momificado, pero
los cobardes y perversos iban a parar a las profundidades de Chineche5
o del infierno.
Pero lo más extraño es que admitían el dogma del
pecado original y la doctrina de que las lustraciones o abluciones
purificaban a las criaturas, por lo que
tenían la institución del bautismo al igual que los egipcios y otros pueblos de
la antigüedad.
Dice a este respecto Gómez Escudero:
«A los recién nacidos echaban agua
y lavaban las cabecitas a modo de bautismo, y éstas eran mujeres buenas y
vírgenes, que eran las Marimaguadas, y decían que tenían parentesco como
nuestros padrinos. No daban razón
de esta ceremonia, y era en Canaria y
Tenerife, mas no supimos de otras islas aunque los usos eran comunes».
Marín y Cubas, observa:
«Cuando nacía la criatura lavaban
con agua todo el cuerpo, mujeres a
niñas y hombres a niños; y quedaban en nuevo parentesco con los padres».
Según nuestros informes eran los sacerdotes los que
administraban el bautismo a los
recién nacidos varones y las marimaguadas o sacerdotisas a las hembras, siendo respectivamente a la vez
padrinos; adquiriendo entre los
padres, padrinos y ahijados tan estrecho grado de parentesco espiritual que los inhabilitaba para el
matrimonio. Para llevar a cabo el acto del
bautismo, cada reino contaba con cierto número de charcos o fuentes exclusivamente destinadas al
efecto y defendidas del acceso de
animales6. Concurría a la ceremonia numerosa comitiva
de hombres o mujeres según el sexo del recién nacido que uno conducía a la espalda metido en un fole, cayao
o zurrón a guisa de mochila, con la
cabecita fuera. Después de algunas fórmulas y del lavatorio, retornaba la
comitiva lanzando ajijides, cantando y tocando instrumentos.
Respecto a la teogonia guanche únicamente son
conocidas unas cuantas líneas generales,
reveladoras de esa eterna dualidad con que la naturaleza se manifiesta a las
sociedades primitivas. Todos los seres vivientes, particularmente la especie
humana y las más importantes de los
animales domésticos, recorren el camino de la existencia bajo la protección de sus respectivas divinidades, que a la
vez militan sometidas a dos
grandes potestades que se disputan la gobernación del mando y el incondicional vasallaje del hombre.
Achuguayo, personificación del
Bien, lucha por los sanos principios de la moral, mientras Guayóla, símbolo del Mal, subvierte lo santo y
noble; pero con las circunstancias de
que todos estos dioses tienen nuestras necesidades: comen, beben y sienten.
Reina Achuguayo en los cielos impulsando hacia el
bien los destinos del mundo con la cooperación de diferentes deidades más o
menos poderosas, como el sol, la luna, las estrellas, el mar, el agua, las
nubes, el arco iris y el «fuego hijo de Magec»', de las diosas Chaxiraxi, Tajo,
Abona y de los penates Chayuga,
Saguañic y otros, sin contar varios elementos benéficos. En
ocasiones muestra su enojo al hombre por medio
del relámpago, el rayo, los truenos o desoyendo la gracia que solicita; pero como dijimos también le reserva el
«Lugar de las Delicias», situado no
se sabe donde, como premio a la virtud y al valor durante su vida terrestre. En cambio, frente a esta
potestad levántase Guayóla imprimiendo a los destinos un camino
contrario. Soberano absoluto de Chinechi o el infierno en las entrañas de la
tierra, con la que comunica a través del
Teide, préstanle su concurso de perdición varias divinidades y poderes infernales que le rodean a manera de corte: Guañajé, la deidad protectora del ganado
cabrío; Canajá, la del ovejuno; Jucancha, del perro, así como los agentes
maléficos personificados en algunos
elementos y fenómenos, como el viento, los remolinos (reunión de xaxos desesperados),
volcanes, terremotos y temblores de
tierra. Van a parar a Chinechi los perversos y cobardes a sufrir eternamente hambre, sed, dolores, angustias, yendo
y viniendo sin cesar cargados de
azufre por un antro desde el fondo del Teide a determinados lugares de
la isla7, para ser lanzados a la tierra de vez en cuando a encarnar en un semejante con el fin de
atormentarlo.
Si a esta abrumadora carga de
poderes opuestos, se agrega que vivían un mundo imaginario
poblado de fenómenos y seres extraños, como
eran los encantamientos, los maxios o fantasmas, miedos, xaxos de ultratumba y las apariciones de Guayóla en
múltiples transformaciones como
Proteo, porque según Marín y Cubas «a menudo se les presentaba el demonio en forma de perro grande
lanudo y en otras varias apariencias»,
podemos darnos cuenta del cúmulo de creencias y de prácticas supersticiosas a que estaban entregados.
El culto del sabeísmo o de la astrolatría
entre los guanches era universal8,
figurando el sol o Magec como el más poderoso y benéfico de los dioses, cuyo emblema en la tierra era «el
fuego nacido de su seno», tenido
por sagrado9. Autor de la vida del hombre, tributábanle los epítetos
más cariñosos llamándole «padre», siendo para los moribundos un consuelo supremo exhalar el último suspiro
con los ojos fijos en el divino astro.
Todas las mañanas y antes de la amanecida los cancos o sacerdotes
del Sol adornados con guirnaldas de hojas de vi-ñático, dirigíanse en comunidad
tocando chácaras, flautas y tambores a
determinados lugares 10, para impetrar del dios su presencia en la
tierra y saludarle con himnos y danzas.
Cuando aparecía sobre el horizonte,
desde el rey al último vasallo postrábanse de rodillas con las manos en alto para venerarlo, otros saltaban,
bailaban, silbaban o lanzaban gritos de entusiasmo.
En ciertos días solemnes o con
motivo de calamidades, congregábanse para implorarle piedad en las altas
montañas, como en ¡moque, Jama o la
Santidad del reino de Adeje, Cerrogordo en La Guancha de Icod, o en las
mas elevadas cumbres, en Cuajara, Bexo, el Sombrerito, donde los sacerdotes en
medio de ceremonias le ofrendaban sustancias alimenticias y le hacían aspersiones de leche y miel o chacerquen;
otras reuníanse en el fondo de los
barrancos para recibir hincados de rodillas
los rayos que les enviaba desde el zenit, o bien por las noches le dedicaban luminarias coronando los montes con
centenares de simbólicas hogueras.
Pero no siempre lograban desenojar a la divinidad y
entonces extremaban las plegarias, las romerías, multiplicando las ofrendas y
sacrificando en su holocausto leche,
miel, dátiles, cebada, etc. o bien corderos y cabritos arrojados vivos a los
píreos u para que gustara de la sustancia de las víctimas arrastrada en las espirales del
humo; mientras unas veces los
sacerdotes y otras las sacerdotisas, adornadas de guirnaldas, danzaban en derredor al compás de los
instrumentos, oscurecidos por
el clamoreo de la muchedumbre. En cada función variaba el número de víctimas,
porque iban sacrificando hasta que la columnade humo se elevara en derechura al cielo, que era la señal
de estar Magec satisfecho o calmado su
enojo.
Cuanto al culto rendido a los demás astros sólo se dice
que la diosa Luna «como madre de los
tiempos» era la encargada de regularlos; siendo sus faces, así como la marcha de la estrella
vaquera, motivos de observaciones para guadameñes
y samarines, que además de astrólogos barruntaban los cambios meteorológicos
o sea las cabañuelas con aplicación a la agricultura y al pastoreo. Arreglado
a las revoluciones sinódicas de la
diosa Luna dividían el año en doce partes, que apellidaban primera luna, segunda luna, etc. como ya
dijimos, empezando por la de Agosto según Marín y Cubas.
Sin
embargo que los plenilunios de la diosa los celebraban danzando en los guairas, en algunos casos le
atribuían cierta influencia maléfica
como veremos oportunamente.
* * *
Pero
los guanches además de sabeístas eran idólatras, limitando la significación de esta palabra a la adoración de
los objetos terrestres, tal cual los presenta la naturaleza como
árboles, montañas, fuentes, monolitos o
bien artificiales moldeados por el hombre o ídolos propiamente dichos; siendo ambas formas meras
gradaciones de un mismo proceso del
alma creyente, pero que de ordinario coexisten con la última, como elementos
complementarios, el templo o lugar de adoración y el sacerdote o intermediario
entre el adorador y la cosa adorada.
De esta doble forma de culto tenemos ejemplos en
Tenerife. Respecto a la primera, recuérdase aún el famoso «Drago Santo» I2
en el valle de Chacacharte, al que los fieles rendían verdadera veneración y cuyo crédito estaba cimentado en las maravillosas
curas de las postemas con los preparados de su sangre y en los éxitos
alcanzados en la expulsión de xaxos arrimados,
cuando bajo su divina sombra eran los enfermos sometidos a tratamiento; y cuanto a la segunda
forma, son tales las circunstancias
diferenciales que ofrecían sus ídolos, que a nuestro juicio representan dos cotizaciones históricas
distintas.
En efecto, sin esfuerzo se impone la clasificación
de la estatuaria religiosa guanche en dos géneros bien caracterizados, no ya
desde el punto de vista escultural o artístico sino por su
procedencia y valor ponderal en materia de
fe. Hállase constituido el uno por anáglifos de barro de indiscutible
manufactura indígena, representando siempre al sexo masculino o séase al hombre, y el otro por figuras de
bulto talladas en madera con el sello del paganismo clásico,
sin excepción del sexo femenino y de origen
exótico, de no admitir o sospechar en el Archipiélago con Mr. Campbell una civilización precristiana. Añádese a
estos particulares, según la tradición, que los ídolos de culto general «eran
todos hembras», diosas, y los de culto local, varones.
Aunque es legendario tenían también petroglifos o
fetiches de piedra, como los hubo en las
islas del Hierro y de Canaria, concretándonos a
los anáglifos consistían «en tabletas de barro cocido de un jeme a una cuarta de largas, una mano de anchas y
como de un dedo de gruesas,
presentando en una de sus caras el relieve de una grosera figura humana siempre de varón». En esta
descripción están contestes todos
los que han visto los referidos anáglifos en los distintos lugares de la isla y que son conocidos por el vulgo con
el nombre de «Santitos de los
guanches» l3.
Eran venerados en sus respectivos templos o cuevas
santuarias, en cuyo fondo los colocaban
sobre una majano metidos en groseras hornacinas o nichos de piedra tosca, adornando el altar con
flores y ramaje. La tradición conserva
los nombres de algunos: Chayuga o séase el santito del templo de Chinguaro, que ocupó cierto tiempo la
diosa Chaxiraxi según fray Alonso de
Espinosa, que enramaban con laurel y retama florida; Saguañic, idolillo del oratorio de Igueste
de Candelaria, y Sagate, de otro de Arafo, ambos ataviados con
hojas de haya y de palmera.
Ofrecían estas cuevas templos14
un atrio más o menos grande dispuesto en semicírculo,
formado por una pared de piedra seca de un metro
de alta con un portillo a cada extremo. Metidos los fieles en este medio corral, añade la tradición, saltaban,
bailaban y gritaban derramando como ofrendas al santito gánigos de
leche y de manteca. Otras veces los sacerdotes llevando en conchas sal marina,
sometida durante ciertas noches a la
influencia de la diosa Luna, a medida que la iban arrojando a puñados a una
hoguera encendida en mitad del atrio, en medio del chisporroteo de la sal
invocaban la divinidad, tomaban extrañas
actitudes y prorrumpían en terribles imprecaciones llenando de pavor
supersticioso a los asistentes.
Estas escenas terroríficas anejas a las prácticas de
la hechicería, el carácter propiciatorio local de los santitos y la semejanza
que éstos guardaban con el guatimac usado
por una clase sacerdotal, sugiere la idea
de que los tales idolillos tenían su origen en la apoteosis de sus hombres
célebres después de muertos, como reyes, héroes o famososhechiceros, para colocarse los tagoros bajo
la protección de sus xaxos a
título de manes tutelares. Aparte de que esto suele acontecer en los pueblos primitivos, nos explica la costumbre de
los soberanos de jurar por sus
antepasados más prestigiosos, como Bencomo por Tinerfe el Grande, que si no
figuraba en los altares probablemente iba camino de ello.
Ahora bien, cuando se considera la tosca fabricación
de los referidos santitos, su limitada
área de acción como fuente de fe, su conocido origen de abolengo humano, la rusticidad de su liturgia y
lo comparamos con las obras de arte de las
diosas, su veneración universal, sus maravillosas apariciones sobrenaturales y la pompa de sus
ritos de paganismo clásico, aunque
ambos cultos en el fondo caen de lleno en la idolatría, sus elementos constitutivos ofrecen tales
diferencias que los reputamos de
distinta progenie, es decir, manifestaciones de dos religiones
entremezcladas en el curso de los tiempos al fundirse varias razas.
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