(Libro inédito)
CAPITULO-XVIII-II
Eduardo
Pedro García Rodríguez
APUNTES
SOBRE LA
PENETRACIÓN CRISTIANA EN CANARIAS
Viene de la página
anterior
Pocos
eran también los reconciliados, que en ese auto salieron a la vergüenza
pública, siendo sus nombres:
Francisco de Valera,
vecino de Canaria. Juan Afonso, cristiano nuevo de moro, vecino de La Palma. Miguel
González, cristiano nuevo de moro, vecino de Daute en Tenerife. Pedro, morisco,
esclavo de Cebrían de Torres, vecino de Canaria.
Excepto
Miguel González, que se le procesó por la secta de Calvino, los demás lo fueron
por seguir también la religión de Mahoma.”
La
prepotencia alcanzada por el odiado Tribunal de la Inquisición, alcanzaba
a todos los estamentos de la sociedad de las Isla Canarias, siendo los
inquisidores secretamente aborrecidos y públicamente temidos, más que el propio
infierno que éstos predicaban. El temor infundido a la población era la base en
que sustentaban su imperio de terror enmascarado en una falsa y aberrante
piedad. “Crecían las rentas del Santo Oficio, a medida que se aumentaba el
caudal de sus bienes confiscados; y su importancia tomaba mayores proporciones,
con las rentas de que podía disponer, y el boato de que se rodeaban sus ministros.
Desde
1528 habían alcanzado éstos una Real cédula, en la que el Rey mandaba al
Gobernador de Canaria y a su lugar teniente: “Que cada e cuando los venerables
Inquisidores contra la herética pravedad e apostasía, en las dichas Islas de
Canaria, y los oficiales e ministros de la dicha Inquisición, o cualquier de
ellos fueren o vinieren, estuvieren y pasaren por esas dichas Cibdades, villas
y lugares, a entender y ejercer el dicho Santo Oficio de la Inquisición, les dades
a ellos, e a los suyos, que con ellos fueren, buenas posadas, que no sean
mesones, si vos lo pidieren, e la ropa que ovieren menester sin dineros...”
Con
lo que hasta aquí hemos tan sucintamente expuesto, creemos que el lector podrá tener una idea de la trayectoria moral
y religiosa que verdaderamente animaba en el fondo al Tribunal de la
inquisición, pero no queremos dejar de mencionar también de manera resumida,
otra cara de tan venerable Tribunal, nos referimos a las actitudes que este
Tribunal adoptaba cuando se trataba de juzgar los crímenes de determinados
eclesiásticos, para ello, vamos a seguir la docta pluma de Don Agustín Millares
Torres:
“Numerosos
y graves son los procesos, que en esta centuria se siguieron contra personas de
ambos sexos, pertenecientes al estado religioso.
En
la imposibilidad de reseñarlos detalladamente, por no permitirlo la naturaleza
de las faltas que se les imputaban, y el cinismo de las denuncias y
testificaciones, que aparecen en algunas sumarias, vamos a extractar con
cuidado, aquellas que nos permiten el pudor del lenguaje, la dignidad de
nuestros lectores y nuestra propia dignidad. Daremos principio por la causa
contra Sor Juana de San Bernardo Matos, religiosa profesa en el Monasterio de
Santa Clara de Las Palmas, que es una de
las más notables, que pueden encontrarse en los anales de la Inquisición Canaria.
INQUISICION
V
Oigamos
la denuncia espontánea, que ella hace al Santo Oficio a los 43 años de su edad.
Cuenta, que a los tres años vino de Indias, con dos de sus hermanas, en
compañía de su tío, Fr. Ignacio Matos, del orden de Predicadores, quien por
verse libre de este cuidado, las encerró enseguida en el convento de San
Ildefonso de Las Palmas. Allí creció y se educó, sin conocer del mundo más que
las paredes del claustro.
Es
de suponer, que esta infeliz poseía una imaginación ardiente y exaltada, en
oposición con las cualidades que exige la Religión Católica
para vivir en un convento, consagrada a Dios; porque, desde los trece años,
dice ella misma, que desesperada al ver,
que todos sus esfuerzos eran inútiles para que la sacasen de allí, pues ni los
memoriales que dirigía al Sr. Obispo, ni las cartas que enviaba al Provisor
Linzaga, ni sus peticiones verbales obtenían contestación, invocó
fervorosamente al Demonio, quien, dócil a su voz, y contento de llevarse al
infierno el alma de una aprendiz de monja, le exigió como perito en estas
materias, y temiendo algún engaño, una cédula, escrita con su sangre, y firmada
de su puño.
La
joven, comprendiendo sin duda que la desconfianza del Diablo era muy natural,
especialmente tratándose de una monja, no vaciló en darle la cédula que
deseaba, La cual aparece original en el proceso, escrita al parecer con sangre,
y de su letra, de cuyo contenido no queremos privar a nuestros lectores, porque
no es fácil que encuentren otro modelo, si algún día se les antoja entrar en
relaciones con aquel infernal personaje.
Dice
copiada literalmente así: “Hago entrega voluntaria a Lucifer y todos sus
caudillos, de mi alma y de mi cuerpo, sin que ésta mi libre y espontánea
voluntad, pueda contradecirse en lo que
aquí prometo; y de serle fiel esposa, viviendo subyugada a obedecerle en todo;
dándole adoraciones, y así en lo cuanto él me mandare; renegando de todo lo de
cristiana, del credo, artículos, y los siete sacramentos, y de todo lo que
manda la Iglesia
que crea, todo lo niego de todo mi corazón, del carácter con que me hicieron
hija adoptiva de Dios, lo anulo y me separo de él, y con todo mi gusto. Más
quiero ir al infierno que no a la
Gloria, que me ganó con su sangre el crucificado; y su misma
sangre, que por mí derramó, me sirva de mayor condenación, estando para toda la
eternidad en compañía de todos los diablos, onde le esté maldiciendo
eternamente, en fuerza de esta escritura que hago y firmo de mi mano; digo, que
ni yo misma la pueda deshacer; y para que más fuerza tenga la hecho con mi
sangre, rompiendo la vena del corazón, y la derramo toda por esta verdad, y la
firmo con todas veras.- Juana de San Bernardo Matos,”
El
diablo, reconocido a tantas finezas, se creyó en la obligación de regalarle
como árras un anillo, que tenía una piedra, con un negrillo grabado en ella, y
cuyo maravilloso poder, dejaba muy atrás al del mágico Giges.
Después
del diabólico pacto salió del Convento, y pasó dos años en casa de una María
Almeda, donde parece que vivió en completa libertad; pero, abandonada de sus
parientes, y sin recursos para sostenerse, volvió a acordarse de la vida
comunista de los conventos, y solicitó entrar en el Santa Clara de Las Palmas,
de acuerdo, suponemos, con su infernal protector, que seguía siempre
aconsejándole. Y aquí entra lo escabroso del asunto.
Ella
cuenta, que ya en el convento, e inspirada por el Demonio y el negrillo
familiar, que no sabemos como se hicieron para penetrar en aquella tierra
sagrada, se salía de noche del claustro,
y paseaba las calles de la
Ciudad, con determinadas personas que nombra. Unas veces,
dice, le quitaba los pasadores al torno del locutorio, que estaba en frente de
San Justo, y corría los cerrojos de la puerta claustral; otras levantaba una
piedra, que estaba sobre una reja mirando hacia Triana, y por el albañal, se
salía a la plaza de San Francisco. En uno de estos paseos nocturnos la
acompañaba su primo D. Francisco Baptista de Matos, paje del Obispo Moran, y los
detuvo la ronda del Corregidor Cavada, sin conocerlos.
Son
innumerables los actos sacrílegos y blasfemos que cuenta, cometidos por ella a
instigación del Demonio, y no acertamos a comprender, como las santas imágenes
sufrieron con paciencia tamaños ultrajes, que ni aún hoy nos atrevemos a
referir, por no ofender la piedad de nuestros lectores.
En
cuanto a acciones torpes y deshonestas, es tan numeroso el catálogo y tan
asqueroso e imposibles los pormenores, que nos parece estar oyendo una leyenda
de Sodoma y Gomorra.
Entretenía
sus ocios esta buena señora, en glosar los salmos, que en las horas canónicas
reza la Iglesia,
traduciéndolos libremente del latín; pero en esas traducciones, son tan enormes las blasfemias, y hay tal
abundancia de frases impúdicas, que tampoco nos atrevemos a ofrecer una muestra
como quisiéramos.
El
Sr. Canónigo D. José Massieu, respetable eclesiástico de reconocida ciencia y
virtudes, fue el encargado de copiar, de orden de la Inquisición, la
traducción de esos salmos, dictados por ella misma; y existen en el proceso
cincuenta y una fojas, de letra compacta con el texto latino y la versión
castellana, que contienen lo que se atrevió a copiar el dicho Canónigo, hasta
que, cansado de escribir tantas torpezas, interrumpió la tarea, y soltó, como
el dice, la pluma, después de muchos días de tan asqueroso trabajo.
INQUISICION
VI
A
los 43 años, y abandonada tal vez del Demonio, que parece no es muy aficionado
a tratar viejas, se hizo espontánea delación de sus crímenes y sacrilegios,
ante el Inquisidor D. Alfonso Molina y Santaella, en 8 de Febrero de 1776.
La
causa se siguió sigilosamente, y la monja fue al fin condenada a abjurar de sus
errores, y hacer ciertas penitencias. El acto de la abjuración, se verificó con
toda reserva el 31 de Marzo de 1776, a las dos de la tarde, en el locutorio
principal de Santa Clara, ante el mismo D. José Massiu, confesor de la
arrepentida, que podía estar justamente orgulloso de haber vencido al Príncipe
de las tinieblas.
Por
este tiempo hubo otra monja en el Convento de Garachico, llamada Sor Rosa de
San José Barrios, que también tuvo relaciones con el Diablo, la hizo blasfemar
y pecar horriblemente. Abjuró ante su confesor Fr. Nicolás Peraza y Ayala, por
comisión del Santo Oficio, en 7 de Agosto de 1773.
Otro
proceso hubo, secreto como todos los anteriores, cuyo atento examen llenaría
hoy de espanto, a todo hombre honrado, que tuviese ocasión de leerlo.
Había en 1778, en la
parroquia de los Remedios de La
Laguna, un Beneficiado de 47 años de edad, persona hasta
entonces de reputación intachable. Este Beneficiado tenía, entre otras, una
hija de confesión, soltera de 25 años, de una familia respetable y poderosa,
cuya joven estaba al cuidado de su abuela.
Hacía
algunos años que el Beneficiado dirigía espiritualmente a su penitente, en cuya
casa tenía entrada libre y una grande amistad. No sabemos cual fue el motivo de
que cambiara de director, pero es lo cierto, que habiéndola oído en el Padre
misionero José Leonisa de Málaga, que recorría, predicando, la isla de
Tenerife, le aconsejó se delatara espontáneamente al Santo Oficio, si quería
salvar su alma. Siguió la joven el consejo, y en carta escrita por ella, que
original esta en el proceso, relató los hechos más estupendos, que concebir
puede la imaginación más extraviada.
Resulta
de su carta, en la que se ratificó ante el Comisario de La Laguna, que valiéndose el
Beneficiado de supuestas revelaciones, la llegó a persuadir, que el único medio
para purificar su alma, era mortificándose el cuerpo; pero con la precisa
condición, aplicarle él mismo la disciplina. En efecto, a una seña convenida
salían ambos del salón, se encerraban en un cuarto, apartaban la luz, y se
entregaban fervorosamente a esos actos de penitencia.
Unas
veces, por martirizarla más, cuenta ella, que le daba mordiscos y puñetazos, y
la obligaba a que le escupiese el rostro; y otras le ataba la lengua con un
cordel, y tiraba a su antojo de ella. Estos es, lo que juzgamos prudente
reseñar, omitiendo los innumerables detalles que en su interrogatorio refiere,
y que ofrecen el cuadro más triste y repugnante de la degradación humana.
Tal
abuso de confianza, conducta tan infame, parece que debiera haber sido
castigada, con todo el rigor de las leyes inquisitoriales; ahora bien, admírense
nuestros lectores, el reo fue condenado a una reprensión secreta, a que no
volviese a confesar de aquella manera, y a un mes de ejercicios,
que cumplió en el convento de Santo Domingo de Las Palmas. La aprobación de
esta sentencia por la Suprema,
lleva la fecha de 1º de Marzo de 1790.
De
modo, que una pobre mujer es acusada de viajar por el aire, montada en el mango
de una escoba, y sale a la vergüenza pública por las calle en un asno, y se le
aplican, medio desnuda, doscientos azotes; un hombre dice, que vale más estar
bien amancebado, que mal casado, y se le destierra perpetuamente; a otro se le
manda diez años a galeras, porque nace en Inglaterra, y profesa la religión
reformada; y a otro, en fin, se le quema
vivo, porque no quiere abandonar la fe de sus padres; y a un hipócrita
embustero, corruptor de la juventud, pervertido y cínico, que valiéndose de su carácter, y de la
confianza que inspira su misión sacerdotal, abusa de lo más sagrado y
respetable que existe en el mundo, a ese hombre, vil escoria de la sociedad, no
se le condena sino a una reprensión, y un mes de ejercicios.
Esa
era la justicia de un infame Tribunal; ese el criterio de sus jueces,
encargados de velar por la moral pública: esa la equitativa balanza de sus
fallos. Ante todo era necesario ocultar el delito, y salvar al criminal. Y ¿por
qué? Porque el reo era sacerdote. La sociedad y la familia quedaban
desagraviadas, con prevenirles que no volviese a confesar de aquella manera.
LA MAQUINA DE DESCOYUNTAR MIEMBROS HUMANOS
MAQUINAS DE TORTURAR
En 1 de mayo de 1591 La máquina de descoyuntar miembros a los seres
humanos montada por la secta católica en la colonia de Canarias, mediante el
Tribunal de la “Santa Inquisición” continúa bien engrasada por el clero
establecido en la misma. Veamos como nos describe el décimo auto de fe el
historiador criollo D. Agustín Millares:
“Daremos principio á la relación de este auto, con la copia de una carta
que al día siguiente de haberse verificado, escribieron los Inquisidores al
Consejo dándoles cuenta del resultado de la función. La carta, copiada del
libro de correspondencias, principia así:
“Ayer miércoles,
primero día de Mayo (1591) se celebró en este Santo Oficio auto público de fe,
á el cual fueron cuarenta y una causas, las diez y nueve de moriscos en la isla
de Lanzarote, fugitivos á Berbería donde se han vuelto moros, y fueron
relajados en estatua, y también lo fueron otros cuatro ingleses, que han estado
presos por este Santo Oficio, la Ciudad por cárcel, y después de haber
confesado la secta de Calvino, y la nueva religión de Inglaterra, se ausentaron
de esta Ciudad. A todos los reconciliados en persona por haber dado la
obediencia, adoración y reverencia al Demonio, creyendo que les podía absolver
y dar la gloria y haber renegado de Dios; los dichos diez y siete salieron por
diversos delitos, que los más fueron blasfemos, y los dos casados dos veces...
en el primer navío que se ofreciere enviaremos á S. A. La relación de todas
estas causas y las demás de este año. Convidaronse para el auto, conforme á la
instrucción á el Obispo, el Cabildo eclesiástico y seglar, y Audiencia real. El
Obispo respondió que vendría, pero no vino...”.
Continúa la carta, manifestando las diferencias que se suscitaron,
respecto á la colocación de asientos en los tablados, que omitimos por no ser
de importancia, y vamos enumerar las causas y los nombres de los reos, salvando
así del olvido estas nuevas víctimas de la justicia inquisitorial.
Álvaro Díaz, portugués, vecino de Ace en Tenerife, zapatero, de 27 años.
Su auto con vela y coroza, y fue sacado a la vergüenza por testigo falso.
Francisco Rodríguez, carpintero, vecino de Laguna, de 26 años. Salió por
el mismo delito con coroza blanca, destierro por tres años y cien azotes.
Pedro de Torres, soldado, de 25 años, natural de la Villa de Martos; fue
procesado porque al ir á la Carnicería, se encontró con el criado del Inquisidor D. Francisco Magdaleno,
y ambos quisieron llevarse el cuarto de una res; y como el sirviente del
Inquisidor alegase preferencia, díjole el soldado que sea para los santos lo he
de llevar lo mismo sirvo al Rey que el Inquisidor. Por esta inaudita blasfemia
fue preso, condenado á salir en el auto, y luego á la vergüenza, con destierro
de estas islas por tres años.
Pedro de Herrera, cristiano nuevo moro, esclavo del Marqués de Lanzarote,
de 21 años, condenado en 1587 a cinco años de galeras. Antes de ser
embarcado huyó con unos ingleses, y luego fue preso.
Salió al auto
con Sambenito, se le dieron cien azotes, y se le aumentó un año de galeras.
Gaspar López, platero, portugués, residente en Tenerife y de 27 años. El
crimen de éste fue, que estando una noche de guardia con otros paisanos en el
puerto de Santa Cruz de Tenerife, principió por juego á dar tajos y reveses con
la partesana que tenia en las manos, y acertó .á dar sobre una cruz de madera,
que estaba en aquel sitio. Arrepentido de su culpa, fué penitenciado y sacado á
la vergüenza.
Amaro González, portugués, marinero, y de 40 años, fue acusado de que,
viniendo á bordo de un buque, dijo en broma, hablando con otros amigos; «que
el que en este mundo no pecaba contra el sexto mandamiento, el diablo se
encargaría de hacerlo pecar en el otro.» Calificada de herética esta
proposición, fu preso, y en la primera. audiencia confesó su delito, y pidió
misericordia. El Santo oficio, dispuesto siempre a la indulgencia, le impuso la
pena de salir en el auto, y de que abjurara de levi,
Juan Días Romo, natural de
Madrigales la Mancha, labrador y soldado, de 26 años fue acusado de que en Junio
de 1590 jugando el reo, y habiendo perdido el dinero que llevaba, dijo en un
momento de cólera: «Por vida de Dios, que estoy por no creer en él en quince
dias, sino que tengo de creer en diablos, porque una vez lo hice así y eché
unas pajas en el aire, y dije, plegue á Dios, que así como se llevan esas
pajas, me lleven á mí, y me llevaron a unos montes, donde estuve ocho días, sin
saber donde estaba, hasta que después
llegué a poblado, y jugué y gané, porque
le dije a los diablos, venid, llevadme.» Esta estupenda declaración, le
valió salir con vela y mordaza, y un destierro de tres años.
Juan Rodríguez, soldado, natural de Andujar y de 19 anos, incurrió en la misma por haber
dicho.-“Que no creería hasta que no ganase al juego, y hasta ese día no
había de ir á misa.”
Juan Fernández, soldado también, natural de Galicia y de 26 años, fue
delatado por que dijo, «que el día que no jugaba, no creía en Dios, más que
en un caballo. » Pidió perdón de su blasfemia, y se le impuso la misma.
pena que á los anteriores.
Melchor Hernández, sastre, vecino y natural de Lanzarote, de 26 años de
edad; fue procesado, porque riñendo un día con su mujer, dijo enojado: «Reniego
de Dios y de sus
Santos, que
si los moros vienen me he de ir con ellos.» Probósele además, que tenia en
su casa dos Cristos atados y con una soga al cuello castigo que parece imponía
á las efigies, hasta que le proporcionaban dinero, á imitación sin duda de
aquellos, que arrojaban sus imágenes al río, porque no les enviaban lluvias.
Fue penitenciado Con mordaza, abjuracion de levi, y destierro de las Islas por
tres años.
Francisco Miñes, soldado, natural de Ávila, y de 26 años, fue acusado de
que, jugando á los bolos, y viendo que perdía, hizo con la espada una cruz en
el suelo, y principió á pasearse encima, diciendo, «Pléguete á Dios con el
hombre que cree en Dios; voto á Dios, que mientras más el hombre cree en Dios,
menos le ayuda. » Fue penitenciado con abjuracion de levi, mordaza, cien
azotes y destierro perpetuo.
Luisa de Cabrera, esclava, de 18 años, y natural de Lanzarote. Consta de
su causa, que azotaba un día por su marido, también esclavo, con unas
varas de membrillo, ayu- dandole en esta interesante ocupación su ama; y en
medio del dolor que tal castigo le producía, esclamó, «Reniego de Dios y de
todos sus Suntos.» Confesó su culpa, pidió perdon, y fue condenada á
abjurar de levi, con mordaza, y á ser expuesta á la vergüenza.
Rodrigo, negro, esclavo de Catalina Sánchez, de 32 años. Resulta de su
relación, que estando al servicio de un Regidor de Tenerife, y habiéndose
escapado, le ató éste a un poste, y desnudándole, quiso enmelarle y dejarle así
un rato, y viendo esto el reo, exclamó que le soltasen, y no le hicieran
renegar; á lo que contestó el amo,
reniega del Diablo, pero no de Dios; y el esclavo exasperado, replicó:-Reniego
de Dios.-Entonces el Senor regidor de Tenerife, lo azotó bien y
concienzudamente, no por la huida, sino por el reniego. Acusado, y preso por el
Santo Oficio, se le hizo abjurar de levi, salió el auto con mordaza, y llevó
por apéndice 100 azotes.
Juan Senero, soldado, barbero, natural de Jaén, de 22 años. Fue
testificado por las siguientes blasfemias. -Castigando un día á una burra, le
dijo cierta persona. «Tenga paciencia, que es de buenos cristianos.»- y
el reo contestó:-«Voto á Dios no tengo de ser cristiano por diez
años.»-Otro día juró por el hijo de Dios. En otra ocasión hablando de los
artículos de la fe, que entonces había mandado el Sr. Obispo aprendiesen todos,
orden que tan difícil fue de cumplir á los negros y moriscos, dijo:
“Que bien sabia él que eran catorce, los primeros de la divinidad con
vino, y los otros siete con buen biscocho.” Por último se atrevió á blasfemar del
Papa. Probados estos delitos, salió al auto con. vela, soga y mordaza, se le aplicaron
cien azotes, y se le desterró perpetuamente.
Diego Martín Santiago, natural de
Castilblanco, de 60 años de edad, acusado de bigamia, y confesado su delito,
fue condenado á que saliese en el auto, con coroza de casado dos veces, soga al
cuello, doscientos azotes y destierro perpetuo, y no se le mandó á galeras,
dice la sentencia, porque era viejo y manco.
Bárbara Rodríguez, mulata, natural de la Madera, de 30 años, procesada
por el mismo delito de bigamia; salió con vela y coroza de casada dos veces, y
soga al cuello, recibió doscientos, azotes y fue desterrada perpetuamente.
Hernando de Velazco, sevillano, capitán de la Galera Patrono, fue
acusado de varias palabras heréticas, mientras dirigía la construcción de unos
buques en Tenerife. Este hombre parece que era un desalmado. Un día dijo á los trabajadores:- «Por vida de
Dios que no tengo de creer en Dios en estos treinta años, sino me vengo de
estos picaros.»-Otra vez dijo:- “Que Dios Nuestro Señor no tenía poder
en los cuerpos de los hombres ni en las mujeres, ni en sus hijos ni haciendas,
sino solamente en las almas, porque todo lo demás era del Rey.”-En otra
ocasión se atrevió á decir á unos frailes, que le pedían la libertad de unos
presos.- “Qué si todos cuantos Santos y postestades hay en el Cielo vinieran
y se hincasen de rodillas á pedirlo, no lo haría.»-Otra vez dijo á un
carpintero:- “Voto á Dios, que si como sois carpintero, fuerais hijo de San
pedro os ahorcaría”.
Todas estas frases, y otras que omitimos, fueron calificadas de blasfemias
hereticales, impías y gravísimas, y se le encerró en las cárceles del Santo
Oficio, en donde se le condenó a salir al auto con mordaza, destierro perpetuo,
cinco años de galeras y. Cien ducados para gastos.
Melchor de Santiago, natural de
la Madera, de 21 años, y carpintero. Este reo tenia pacto con el Diablo, y
hacia cosas tan estupendas con su auxilio, que no queremos privar á nuestros
lectores del placer de oírlas: Resulta, pues, de su causa, que hallándose en Lanzarote un día con varias personas,
pescando en la ribera, y queriendo probarles su poder diabólico, tomó un
alfiler, se apartó un poco, le arrojó en el fuego, y poniendo la mano encima,
dijo á los que allí estaban, que mirasen al Cielo; y habiendo mirado, vieron un
gran resplandor, y tantos relámpagos, que casi les cegaba, repitiéndose esta
maravilla tres ó cuatro veces, y siempre que él llevaba la mano al fuego. En
aquella ocasión dijo también á una mujer, que si no tuviese refajo colorado, le
adivinaría el pensamiento.
Asegurábase en Lanzarote, y él no lo negaba, que con la cabeza de un
alfiler, había lanzado un buque al agua. En cierto día, yendo con algunos
amigos, se salió del camino y se arrojó por riscos y precipicios; y
preguntándole la causa, contestó; que él no tenia temor alguno, y que si
querían los llevaría á ver unas brujas en figura de patos, que había en la Isla
y él conocía; y después de esta conversación, habiéndose quedado un poco atrás,
le oyeron dar tres gritos, y acudiendo los compañeros, le hallaron pálido y
pensativo, y contestó á sus preguntas, diciendo: que había visto dos bestias
bajando del risco, que eran los Demonios con quienes estaba en Comunicación, y
le habían aconsejado se arrojase al mar, si quería morir de buena muerte.
Añadió, que en la Madera se le había aparecido el espíritu maligno en figura de
penitente, vestido de luto, y le había pedido un miembro de su cuerpo, y de
cada nueve dio, uno, y que así se lo prometió. Cuando quería mortificar a algún
amigo, le anunciaba que aquella noche habría ruido en su casa, y por más que
cerrasen las puertas, el ruido se oía, sin poder adivinarla causa.
Hallándose una temporada en. un cortijo, tuvo muchas apariciones, pues
el Diablo ya tomaba la figura de gallo, ya la de cabra para atormentarle; y una
noche, oyeron una voz lejana que decir, Melchor, y él aseguró que era el
espíritu que le llamaba, produciéndole esto gran temblor y frío. Tales
maravillas condujeron al endemoniado á las cárceles de la Inquisición; y aunque
al principio trató de negar, confesó al fin sus tratos con el enemigo, tratos
que antes habían probado un gran número de testigos, ratificándose con acuerdo
de su letrado defensor, y del curador nombrado. Votóse a reconciliación, con
hábito y cárcel por tres años, y á doscientos azotes, de los cuales creemos que
no le libró el Demonio.
Tal es la relación verídica, que resulta de su proceso, y la cual
probará á todos, lo poco que se puede fiar en promesas de espíritus, mientras
no se averigüe su procedencia. Sin embargo, nos consuela ver, como la Inquisición
venció al Demonio en esta horrible lucha, y quedó triunfante, lanzándole con
ayuda de los 200 azotes, del cuerpo del infeliz poseído. Ignoramos si su
triunfo fue definitivo ó transitorio.
Después de esta larga procesión de condenados, adornados todos con
sambenitos y corozas de diferentes tamaños y colores, seguían cuatro estatuas,
representando á Ricardo Nieman, Eduardo Estévanes Eduardo Estred y Juan Huer,
marineros ingleses que habían huido, sin esperar á ser reconciliados, ni á
abjurar de sus errores, por cuya fuga, y no pudiendo ser quemados en persona,
lo iban á ser en efigie.
En el mismo caso se encontraban, pero por seguir la secta de Mahoma,
Sebastían y Antón, negros, esclavos de Luís de Leon; Bartolomé y Jorge, que lo
eran de Gaspar de Betancor; María Sánchez, viuda de Juan Aday; Bernardina, hija
de Blas Rodríguez; Simón Rodríguez, zapatero; Maria, mulata de Gines de
Cabrera; Manuel, hijo de Antón Rodríguez, Pedro, Margarita, Tomás, Blas y
Constanza de Lugo; Juan y Francisco de Escalona; María de Castro; Juana,
esclava del Marques de Lanzarote , y Juan, esclavo de Alvaro Jaizme, vecinos
todos de Lanzarote, y fugados á Berbería para renegar de nuestra fe, y seguir
allí los ritos mahometanos.
Relajados en
estatua, ardieron con los cuatro ingleses, en tanto que la población
con-templaba satisfecha tan edificante cuadro, desde las alturas de los Reyes y
San José. (Agustín Millares; 1981).
CAPITAN
Algunos de los procesos incoados por la Inquisición española
en Canarias fueron extraordinariamente ruidosos, como el que se abrió contra el
alguacil de guerra por el capitán general Luís de la Cueva, contra Diego de
Castroverde, el 27 de febrero 1595 absuelto por la Suprema después del
retorno de don Luís a la metrópoli.
Actuó de calificador en el proceso fray Basilio de Peñalosa, y depuso a
favor de Castroverde, Gonzalo Argote de Molina.
La sentencia absolutoria, expedida en Madrid el 27 de febrero de 1595,
era una dura amonestación para los inquisidores en canarias. Decía asi: “... y
pudierales excusar el ayer tenido preso al susodicho en las cárceles secretas
tanto tiempo, pues el negocio no lo requería, de que estareis advertidos para
adelante”. (M. C.: Inquisición, signats.
VIII-2 y Cvrll-7.)
TRIBUNAL
En
1601 la Inquisición siguió desplegando
su actividad y celo contra los extranjeros no españoles que visitaban el
Archipiélago. Ejercía entonces el cargo de inquisidor el doctor Pedro Hernández
de Gaviría, y hallándose fenecidos los procesos contra los tres herejes
flamencos fugitivos: Hans Hansen, maestre del navío León Colorado; Jacobo Mareen, capitán
del barco El pájaro que sube y
Conrado Jacob, maestre del navío Margarita, todos tres de sobra
conocidos para nosotros, preparóse un solemne auto de fe para dar publicidad a
las sentencias.
Ahora
bien; ¿por qué siendo 36 los fugitivos que huyeron de las cárceles de la Inquisición, cuando
la conquista de Las Palmas por Van der Does, tan sólo tres aparecen relajados
en estatua? ¿Es que se quiso castigar, como
símbolo, a los capitanes y maestres como los más destacados entre todos? Nos parece aceptable este último
criterio, pues carecería de sentido
toda otra explicación.
El
auto de fe se celebró el 21 de diciembre de 1608 en la plaza mayor de Santa Ana, en la que se veía,
próximo a la catedral, un tablado o cadalso
destinado a los reos. En él se alzaban las tres estatuas que representaban
a los holandeses herejes con sus insignias de relajados, cuyas efigies fueron entregadas solemnemente al brazo
secular para la ejecución de la
sentencia.
Peor
suerte le cupo en sus constantes correrías al holandés Gaspar Nicolás
Claysen, condenado en 1597 a seis años de reclusión en un convento, que
tomó parte en el auto de fe de 21 de diciembre de este año, y logró
escapar con Van der Does, eludiendo el cumplimiento de la condena.
Con
el arrojo propio de la juventud, se dejó arrastrar por el espíritu de aventura, presentándose de
nuevo en los puertos canarios como capitán
o maestre de una nao mercante cargada en Flandes. Reconocido por algunos espías fue inmediatamente delatado al
Santo Oficio, siendo detenido sin pérdida de tiempo por el alguacil mayor, don
Pedro Sarmiento de Ayala y Rojas.
Todavía
se mantenía vivo en la isla el recuerdo de las atrocidades cometidas por sus compatriotas en
1599, y así fue que se sustanció el proceso con más severidad que la
acostumbrada, dictándose sentencia el 27 de
enero de 1612 por los inquisidores don Juan Francisco de Monroy y don Pedro Espino de Brito, resultando condenado a
relajación en la hoguera.
La
sentencia se cumplió el 22 de febrero de 1614.
Al año siguiente,
otro mercader flamenco, por nombre Tobías Lorenzo (sic), fue condenado a la misma pana, cumpliéndose su
sentencia con inexorable severidad el
2 de junio de 1615.
Estas
fueron las pocas y últimas hogueras que se encendieron en el Archipiélago,
pues desde esta fecha la
Inquisición fue limitando sus intervenciones y
mitigando sus penas, hasta desaparecer de hecho en esta misma
centuria, reduciendo su actuación a los más precisos límites. (A. Rumeu de
Armas, t.3. 1991:13 y ss.)
Si
fuéramos a continuar la relación de esta clase de procesos, nuestro trabajo
sería interminable. Basta lo dicho, para comprender el estado social de aquella
época, y la necesidad, generalmente sentida, de un cambio radical en las
costumbres. Nadie adivinaba entonces lo que se deseaba, ni acertaba a formular
la protesta y la reforma; pero la tempestad se cernía ya en el aire, y se
preparaba a estallar en Francia, para expandirse luego por toda Europa.”
Desde los primeros tiempos de la invasión castellana de la isla de
Chinech (Tenerife) el catolicismo impuesto a sangre y fuego por los invasores,
jamás arraigó totalmente en el pueblo. En tiempos coloniales tan tardíos como
el 17 de septiembre de 1591 en la villa de Eguerew (La Laguna) cuna del clero
católico en la isla, a pesar del terror que infundía la Inquisición española,
gran parte de los vecinos no dudaban en hacer burlas del clero católico tal
como quedó recogido en el siguiente documento:
“En la ciudad de San Cristóbal que es en esta isla de Tenerife en 17
días del mes de setiembre de mil quinientos y 91, ante mi, Martín Cabeza,
notario del Santo Oficio en esta dicha isla, el padre Fray Diego de Zamora,
comisario del Santo Oficio en esta dicha isla, dixo que a su noticia es venido
como en Domingo pasado que se contaron quince días deste presente mes e ano
dicho, en la iglesia de San Francisco d' esta dicha ciudad, después de aver
dicho los oficios divinos e selebrado la misa mayor de cierta solenidad del
Santo Crusifixo se representó una comedia o farsa, y entre los entremeses y
cosas de burlas risueñas que se representaron fue un entremés en que un
arzobispo que.avía representado ser bobo diziéndole que lo harían arzobispo,
porque los arzobispos comen mucho y que siendo él arzobispo se hartaría y así
le pusieron una mitra en la cabeza de dos collares, dalmática de seda y le
vistieron cierta vestidura que representaba de arzobispo, y mostrándole lo que
avía de responder a todos los que le ablasen, le dixeron que no respondiese
otra cosa sino Nomine Patris, haziendo con el brazo y mano la señal de la cruz,
y le sentaron en una silla, y luego salió adonde esta asentado el que fingeron
ser arzobispo, un corcobado como enano y le dixo: -Válgate el diablo. ¿Quién te
puso aquí? Y el dicho falso arzobispo a todo lo que le decía el dicho corcovado
respondía haziendo la señal de la cruz y diziendo: In nomine patris. Y por
hazer escarnio del arzobispo azieron los dos dándose de golpes y se metían en
el aposento de donde avían salido. De lo cual se escandalizaron muchos de los
que vieron esta representación. Por que parezía hazer escarnio de lo que
representa nuestra Santa Madre Iglesia. Especialmente en tiempos tan peligrosos
de hereges y burlar de la ley católica y aviendo como al presente ay muchos
extranjeros en esta cibdad. que pudo ser estar presentes algunos ansí ingleses
como escoceses y otras naciones sospechosas. Y porque le pareció al dicho
Comisario dar noticia dello al Santo Oficio. Para que ello determine lo que
conviene y se castiguen los culpados. Mandó que fuesen llamados todos de los
que se hallaron presentes. Por que avía mucho número de gentes. Así se dio
memorial a un familiar para llamarlos a todos y firmólo de su nombre. Fray
Diego Zamora. Martín C. Notario del S.O.”