Lucio Montlune
La energía femenina se presenta
como una opción ideal para guiar la oportunidad de una transmutación masiva que
tenemos frente a nosotros; su aprovechamiento podría traernos una luminosa
evolución o, en el caso contrario, al colapso definitivo de nuestra especie
Transformación acelerada, tenaz desmitificación, y reinvención
colectiva, todos estos vívidos patrones que moldean el escenario que hoy
compartimos. La creatividad comienza, finalmente, a ganar terreno al
conocimiento sistematizado, y no es que esta divina bondad haya muerto en
ningún instante a lo largo de nuestra historia, simplemente se trata de que las
más influyentes tendencias socioculturales relegaron a este don a escalas poco
dignas. La ciencia derroca, casi permanentemente, sus propios pilares, se habla
de innovadores conceptos en los campos de la física, la biología, la
astronomía, y el resto de las disciplinas que rigen en buena medida nuestro
modelo de realidad. ¿Pero es acaso esta esperanzadora transmutación orgánica de
paradigmas razón suficiente para suponer el retorno de la Divinidad Femenina?
Dentro de una cultura occidental que, debido a su ideología esencialmente
dominante se ha logrado imponer al resto de las corrientes culturales, resulta
más o menos obvia su predilección por la energía masculina. Centros urbanos que
alegóricamente proyectan bosques tejidos a partir de fálicos edificios, la
dosificada pero permanente relegación de la participación de las mujeres, el
enaltecimiento de patrones conductuales ligados a la masculinidad, e incluso el
uso de un lenguaje que, al menos en algunos idiomas, favorece per se a la
cualidad del hombre por sobre la de la mujer, todos estos son rasgos
característicos de un largo esfuerzo, tal vez oscuramente estratégico, dirigido
a diluir el equilibrio de fuerzas entre ambos géneros. Sin embargo, luego
de varios siglos, parece que los defectos estructurales de esta cosmología
masculina comienzan a forzar la balanza y parecen exigir el retorno de la Gran Diosa Madre.
Pero más allá de una necesidad esotérica por canalizar la feminidad de
quien firma este texto, y la cual tal vez traduzco en una esperanza subjetiva,
lo cierto es que existen diversos factores, tangibles y vivos, que sugieren la
posibilidad de que la
Divinidad Femenina, la Gran Diosa, pueda retomar el lugar que
cósmicamente le corresponde:
a) El gradual pero constante restablecimiento de jerarquías en manos
de las mujeres, tanto en el ámbito laboral, como en el político y el
intelectual es un argumento significativo para reforzar esta –todavía-
hipótesis.
b) La masiva atención que se ha generado en torno al eco-lifestyle y la
conciencia medioambiental, que por más que este inmersa en una relativa
frivolidad a fin de cuentas representa un llamado masivo a reconectarnos con el
alma de planeta, una esencia innegablemente femenina, que ha sido constatada a
través de múltiples proyecciones tradicionales: Chaxiraxi, Tanit, Demeter,
Eris, Gaia, Pachamama, Sophia, etc…
c) La incesante devoción que generan algunos íconos como el de la Virgen de Guadalupe
principalmente en México, las Diosas Kali o Ganga (la deidad proyectada en el
Río Ganges) en India, o incluso La
Meca (esa inspiradora roca que se recorre circularmente), entre
los islámicos, que de algún modo representan nuestra entrañable relación con el
que pudiera considerarse como el arquetipo más poderoso o al menos más
necesario en la evolución psicomística de la humanidad: el de la madre.
d) El ancestral arraigo espiritual que se ha mantenido, a pesar de
las tendencias patriarcales, ante la Triple Diosa. También conocida como la Gran Diosa, este culto
ha sido pieza fundamental del estudio mito poético de Robert graves. Esta
deidad femenina, originaria de Bretaña, ha tenido que ser trasladado a la
penumbra convirtiéndose en una devoción cuasi bruja pero que a la vez se
refleja en la histórica predilección del pueblo británico ha ser gobernado por
una reina. No deja de llamar la atención como a pesar de el agresivo desplazamiento
que una cosmogonía matriarcal sufrió ante el afán de instaurar un patriarcado,
y lo evidentemente orilló a sus seguidores a guarecerse en el underground
místico. Lo cierto es que no ha mermado en absoluto la conexión con la
divinidad femenina.
Pero regresando a una actualidad menos etérea, resulta innegable que el
desarrollo de los últimos siglos, y en particular de las recientes décadas, y
el cual ha sido encabezado por occidente fálico, ha resultado en un
deterioramiento de la calidad de vida en general, un empobrecimiento de
la condición moral de la población, así como otros factores que resultan en un
diseño fallido de nuestra realidad geopolítica, económica y sociocultural.
Y ante este escenario es difícil no contemplar la necesidad del retorno
de lo femenino para equilibrar los patrones dominantes, y poco benéficos, que
instauramos en los últimos tiempos.
Durante el último Congreso de la
Paz realizado en Vancouver, Canadá, el Dalai Lama, el líder
espiritual de los tibetanos lanzó una de las afirmaciones más celebrables que
escuchado en los últimos tiempos, y ello a pesar de que en lo personal no me
genera una afinidad especial, en la que profetizó: “La salvación del mundo será
orquestada por la mujer occidental”. Pero más allá de reafirmar la
posibilidad del retorno de la Diosa,
lo interesante es la reflexión que detona alrededor de un compromiso
fundamental que las mujeres, especialmente las de occidente pues han vivido en
las entrañas del pulso fálico, deberán asumir para proyectarse, unificadas,
como estrella polar que oriente la transformación psicoplanetaria.
Finalmente también es importante recalcar que el objetivo final de la
evolución humana reside en el equilibrio entre ambas energías, la masculina y
la femenina, pues solo así catalizaremos la misión cósmica que, quiero pensar,
nos fue explícitamente asignada.
Pero para ello sin duda deberemos pasar por un proceso de “feminización”
el cual solo podrá ser guiado por las mujeres, recurriendo a aptitudes como la
creatividad, la contemplación, la paciencia, y la purificación. Por otro lado,
los hombres deberán de corresponder la danza iniciada por ellas y, cuando sea
el momento oportuno, de la pista de baile emergerá un ombligo gigantesco, como
la némesis de las plagas apocalípticas, que a la vez se transformará en un
sendero. Cuando seamos capaces de andarlo conjuntamente, tal vez nuestra misión
habrá comenzado y la nirvánica fiesta será inaugurada.
El pulso de la
Divinidad Femenina resuena cada vez más claramente. El
retorno de la Diosa
se presenta como recurso ya no solo estimulante y armónico, sino vital, para
dirigir con lucidez la transmutación de paradigmas. El planeta parece urgido de
sacudirse el desequilibrio masculino que le impusimos durante siglos, la
presencia maternal (contemplada desde una perspectiva planetaria) debe ser
enaltecida, el dulce caos femenino toca a la puerta… y sería fatal para la
especie humana ignorar una vez más su llamado.
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