Consideraciones heurísticas, metodológicas y dialectales
POR IGNACIO REYES GARCÍA Doctor en Filología igelliden@gmail.com
VI Congreso de Patrimonio Histórico. Lanzarote, 10-12 de
septiembre de 2008
II. BAGAJE METODOLÓGICO
Conforme a los testimonios
antiguos y la evolución de ciertos parámetros lingüísticos, la población
isleña, neutralizada su capacidad para controlar la reproducción de las
condiciones materiales y culturales de existencia, habría abandonado el uso de
la lengua amazighe como sistema de comunicación social hacia finales del siglo
XVI. Al margen de pervivencias puntuales y muy acotadas, una coerción colonial
concluyente, quizá agudizada por la insularidad, relegó sus esferas de
actuación e impidió que el bilingüismo activo prosperase en la nueva sociedad.
Confinadas en un registro campesino excluido de los valores sociolingüísticos
dominantes, el rápido decaimiento de esas hablas no evitó que imprimieran un
sello singular al español de Canarias. La re lajación y pérdida de cualidades
gramaticales básicas, como el sentido y la pertinencia de las marcas de género
y número en los substantivos, igual que su pronta y extensiva desnaturalización
semasiológica, son algunos de los rasgos que jalonan ese proceso de extinción
y, al mismo tiempo, discriminan los contenidos que penetraron en el idioma de
los conquistadores.
Sin duda, se cuentan por miles
los fósiles léxicos que todavía ocupan algún lugar en el español de Canarias,
muchos de ellos arraigados en la toponimia o rehabilitados como fetiches para
las nominaciones más insospechadas. En menor cuantía, aletean también algunos
signos plenos, donde zoónimos (perenquén, baifo, etc.) y fitóminos (taginaste,
bejeque, etc.) reúnen colecciones importantes, aunque no faltan los adjetivos
(malén, mané, etc.) y otras voces del lenguaje corriente (gofio, eres, etc.).
Pero parece obvio que la investigación filológica debía inspeccionar antes los
recursos escritos que las imágenes orales supervivientes. Si ya lenguas o
hablas periclitadas sólo son accesibles a través de sus textos, que en Canarias
acumulan lastres heurísticos pertinaces, pero también contextos y
circunstancias primarias, las migraciones interinsulares (forzadas o
voluntarias), la importación temprana de esclavos moriscos, el influjo andalusí
en las lenguas romances, la prosecución de contactos socioeconómicos más o
menos episódicos con áreas norteafricanas y, por descontado, el quebranto de la
identidad idiomática (y hasta cultural) ínsuloamazighe a medida que nos
alejamos de aquel pasado, recomendaban empezar por restaurar, dentro de lo que
fuera factible, las propiedades lingüísticas de los estados de habla más
antiguos.
Desde el punto de vista fonológico,
la influencia en Canarias de las variedades meridionales del español,
imposibles de hurtar a su impregnación árabo mazighe, complican el examen de un
paisaje fonético nativo que conocemos sobre todo a partir de fuentes escritas
extranjeras. Buscar permanencias (u omisiones) en la pronunciación actual, tal
vez sea viable cuando los estudios experimentales y diacrónicos de las
modalidades continentales rindan resultados más vastos y afinados. De momento,
alegar filiaciones exclusivas para algunos fenómenos, como por ejemplo la
realización sonora y continua de la consonante (č) palatal africada sorda /tÉS/
o el ensordecimiento y confusión de las sibilantes (s, ss, z y c) en un único
fonema de timbre dental /s/, por mucho que anexen constancias romances no será
ocioso señalar que también se observan en algunas dicciones amazighes.
Mención aparte merece la
alternancia f / p, muy extendida en las hablas de La Gomera y Tenerife, aunque
no faltan muestras más esporádicas en el resto de las Islas. La ausencia de la
consonante bilabial /p/ como fonema independiente en los dialectos vivos no
puede invocarse para justificar una infección románica, pero tampoco para
colegir una probable contaminación fenopúnica solamente, porque ambos fonemas
ya convivían sin diferenciación en el substrato afroasiático (Cohen 1947: 166).
Aun con una trascripción exacta
del tejido epigráfico, faceta que la investigación todavía no ha terminado de
concretar, los hablantes de una lengua suelen ejercitar su horizonte fonémico
más allá de las literalidades textuales, que aquí tampoco acopian un volumen
excesivo. Por eso, la aproximación más sólida a ese inventario arranca en la
criba paleográfica de la documentación europea y el cotejo interdialectal
dentro del do minio amazighe, instruido desde un principio de regularidad en
las correspondencias fonéticas (Cohen 1947: 62-66), que al menos considere una
perspectiva diacrónica a partir de sus evoluciones locales (Galand-Pernet
1985-86: 6). Extraer de este rastreo algo más explícito que la consonancia
idiomática de ese caudal, caso de la comparecencia firme de algunas
especificidades diatópicas, supone entrar en un terreno muy espeulativo en la
mayoría de las ocasiones. El carácter sistémico de algunos procesos
articulatorios, como la oposición tensiva en las consonantes, habilita ciertos
recursos deductivos, pero este tipo de inferencias no atestiguan hechos.
El abanico fonológico probado ya
para el conjunto ínsuloamazighe recubre el elenco básico de la lengua, con
paladiales también muy seguras2:
a) Clasificación de los fonemas según el modo de
articulación:
oclusivo
fricativo africado nasal silbante chicheante vibrante b p f m
d t l dZ tÉS n z s
Z S r
d t
z
¯
g k
q “ χ
h
b) Clasificación de los fonemas según el punto de
articulación:
bilabial
labiodental dental alveolar palatal
uvular laringal b p f d
t l ¯ “ χ h
m d t r dZ tÉS q
n
Z S g k z s
z
w
j
Separar las simples
incorrecciones textuales de lo que fueron singularidades alofónicas insulares
o, inclusive, validar el auténtico estatuto fonémico de articulaciones
desconocidas, excepcionales o representadas de manera equívoca en las lenguas
romances, granjea algunas dificultades que sólo cobran nitidez suficiente a
través de dos expedientes operativos indispensables: ajustar en lo posible la
historicidad de esos caracteres contemporáneos de la colonización europea,
siempre a partir de los hábitos gráficos del autor, época o norma diatópica
(Reyes 2000), e incorporar ese material isleño a un análisis interdialectal
amazighe, concebido sin otras restricciones que las activas en las hablas
involucradas en el poblamiento lingüístico del Archipiélago o, en su
indeterminación, garantizadas para el conjunto de la lengua. La tarea sólo cabe
calificarla de crucial, por cuanto las consonantes, sujetas a frecuentes
cambios fonéticos, acogen el significado de los enunciados nominales y
verbales, mientras las vocales sólo agregan valor morfológico.
Por lo que respecta al sistema
vocálico, las notaciones documentales carecen de la feracidad contextual y
diacrónica necesarias para ponderar su pertinencia o su definición fonológica,
más allá de la indefectible confirmación de la trinidad básica (a, i, u) que
domina en la lengua amazighe. Aunque ya se puede proponer que los fonemas de
apertura media, /o/ y, en especial, /e/, además de responder a sencillas
adaptaciones romances de los timbres más inestables de ese triángulo, a menudo
siguen las pautas de condicionamiento prosódico que también practican las
hablas tuareg y orientales (Cha- ker 1995: 12-13). En cambio, la presencia de
la vocal central /ə/, cualquiera que sea su función, se tendrá que presumir,
porque sólo figura bajo la misma grafía que la vocal anterior /e/.
Sólo una inexcusable decantación
fonémica dará consistencia a otros rubros de la comparación lingüística
(gramaticales, léxicos o sintácticos), cualquiera que sea el peso conferido a
los procesos constructivos de la lengua. Se ponga el énfasis en su carácter
bien aglutinante o bien flexivo, el punto de partida siempre ha de residir en
esa escrupulosa traslación o, en su defecto, restitución de la materia básica,
los sonidos per- tinentes, algo que en los estudios canarios se suele sortear,
en el mejor de los casos, re- curriendo a las formas inventariadas por Wölfel
(1965).
Si tenemos en cuenta que el
grueso del material lingüístico nativo abunda más en piezas léxicas que
oracionales, implicadas éstas a menudo en ceremonias ritualizadas y, por tanto,
algo inmovilistas, se comprenderá que las prospecciones morfológicas y
semánticas antecedan también a las sintácticas. La descripción sistemática y el
examen funcional sincrónico, sin abarcar cuantiosas variables y oposiciones
relevantes, proveen no obstante una cadena de constataciones e instrumentos
positivos muy útiles para conjugar inferencias reductivas e inductivas que
cimentan, cada vez un poco mejor, algunos escenarios sociohistóricos. Raras veces
se hallarán cauces para trascender las literalidades etimológicas, pero éstas
ya comportan un hito extraordinario, pues la penuria de traducciones directas y
ambientaciones dibujadas sin demasiadas ambigüedades en las fuentes constriñen
los análisis de manera muy seria.
La coordinación asindética,
central en la construcción proposicional amazighe (Basset 1952: 40), y la
composición yuxtapuesta o sintética de complejos nominales, tanto substantivos
como predicativos, aspectos también perceptibles en Canarias, milita en favor
de una caracterización aglutinante de la lengua (Allati 2002). De hecho, nadie
dirá que esas manifestaciones no lleguen a instituir por momentos un estado
reconocible, pero sus ingredientes y procesos relacionales y flexivos le confieren
una estructura menos semejante al modelo finogro, por ejemplo, que al
afroasiático, por muy semiti- zado que se nos presente.
En última instancia, cualquier
formulación histórica del lenguaje debe mensurar su naturaleza
dinámica y su
fundamento social para
adentrarse en la
producción cognitiva y en la acción comunicativa, procesos no sólo
lingüísticos, aunque dotados de una semántica nuclear en su desarrollo.
Algunos vestigios de antigüedad
acreditada, muy ilustrativos, no bastan sin embargo para sancionar otra cosa
distinta que su vigencia en las hablas insulares junto a material más moderno.
El presumible valor instrumental del prefijo nasal (m-) que se detecta en
algunos nombres de armas (Reyes 2001: 290), palpable también en semítico y en
egipcio antiguo (Prasse 1974: 67-68), pero substituido por otro sibilante (s-)
en el conjunto actual de la lengua; las afinidades afroasiáticas en el léxico
numerativo, con algún arcaísmo irrefutable (Reyes 1998: 89), o la profusa
utilización de nombres verbales y de un aoristo simple o imperativo (Reyes
2004: 324) dotado de una expresa carga nominativa (Prasse 1974: 78), así mismo
de raigambre afroasiática (Marcy 1931: 179- 180), dan una idea del vetusto
perfil que se descubre en el amazighe insular, depósito privilegiado de algunas
cualidades que los dialectos continentales han perdido o mutado.
El estudio de las antiguas hablas
amazighes de Canarias ha de escudriñar, por supuesto, convergencias formales
con los dialectos continentales, porque ni la cantidad ni la calidad del
material accesible franquea demarcaciones más complejas, pero sin forzar la
constitución de las voces o sus campos de significación. A pesar de cierta
inclinación conservadora en la estructura del idioma, caer en anacronismos no
resolverá las incógnitas. Esto demanda restablecer, en todas sus facetas
(gráfica, fonológica, semántica, etc.), la historicidad de los ámbitos
gramaticales de las lenguas comparadas y construir a partir de este análisis
molecular y cruzado, con frecuencia más nutrido de hipótesis factográficas
que de
datos consolidados, tanto las
descripciones positivas como las explicaciones genéticas y procesales
que persigue la investigación científica. El error, aparte de una estación
indeclinable en penumbras tan densas, cuando se inscribe en una estrategia
metodológicamente orientada, siempre termina por tributar conocimientos
fructíferos de alguna índole.
Dentro de la filología
ínsuloamazighe, no faltan situaciones en las que anomalías y déficit
registrales truecan sus fronteras con la idiosincrasia diatópica. La elisión de
la vocal de estado en muchos substantivos, por ejemplo, puede obedecer a un
lapsus cálami de la fuente europea, pero tampoco se erige en una costumbre tan
inusitada en algunos dialectos continentales que exija enmendar todas esas
notaciones (a menudo, más atinadas de lo que se piensa). Porque interferir lo
mínimo en el tenor de las mues- tras, así como hacerlo de forma explícita y
pautada, evitará orillar o adulterar procedi- mientos, accidentes y partes
quizá genuinas o identificativas. La esencia de las hablas isleñas exterioriza
una urdimbre un tanto abstrusa, mas no arbitraria, lo cual faculta el
establecimiento de marcadores geolingüísticos potenciales, es decir, vocablos y
funtivos que atesoran atributos fonéticos, semánticos y/o gramaticales
dialectalizados. Sin se- cuencias diacrónicas detalladas ni monografías
diferenciales para todas las variedades de la lengua, la prudencia aconseja
minimizar el riesgo de eventuales desapariciones con un rastreo interdialectal
tan exhaustivo como flexible o proclive a sondear también espacios limítrofes
al examinado.
(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
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