VOLUMEN II
CAPITULO-XXVI
Eduardo Pedro García
Rodríguez
NUESTRA SEÑORA NEGRA DE CZESTOCHOWA:
La iglesia católica es rica en ingenuas leyendas
muchas de las cuales son artículo de fe para los fanáticos adoradores de la
vírgenes cristianizadas. Veamos esta en torno a la Virgen negra Czestochowa,
es una pintura de la Virgen
y el Niño cuya leyenda dice fue pintada por San Lucas el Evangelista. San Lucas
se cree que solía usar un tablero de una mesa construida por el carpintero
Jesús. No
se conoce el origen exacto de ésta imagen milagrosa que por muchos siglos ha
estado íntimamente relacionada con la historia del pueblo polaco.
La pintura fue eventualmente
poseída por Carlomagno quien posteriormente se la presentó al Príncipe Leo de
Rutenia (noroeste de Hungría). Esta permaneció en el palacio real en Rutenia
hasta la invasión ocurrida en el siglo once. El rey le rezó a Nuestra Señora a
efectos de que apoyara a su pequeño ejército y como resultado de sus ruegos una
oscuridad descendió sobre las tropas enemigas quienes, en su confusión,
empezaron a atacarse entre ellas. Rutenia fue salvada como resultado de esta
intervención. En el siglo catorce, la pintura fue trasladada a la Montaña de la Luz (Jasna Gora) en Polonia como
respuesta a una solicitud hecha en un sueño al Príncipe Ladislao de Opola.
Según una
leyenda, después de la crucifixión de Jesús, cuando la Virgen María se
trasladó a la casa de San Juan, llevó consigo algunos artículos personales,
entre ellos una mesa hecha por el mismo Jesús en el taller de su padre José. Se
cuenta que, cuando las mujeres piadosas de Jerusalén le pidieron a San Lucas
que hiciese una pintura de la
Madre de Dios; fue la parte superior de esta mesa la que el
Apóstol utilizó para pintar la imagen. Mientras aplicaba los broches y la
pintura, San Lucas escuchó con atención como la Madre de Jesús hablaba de la
vida de su Hijo; muchos de estos hechos fueron plasmados en su Evangelio.
La leyenda
cuenta que la imagen permaneció en los alrededores de Jerusalén hasta que fue
descubierta por Santa Elena, en el siglo cuarto. El cuadro, junto con otras
reliquias, fue trasladado a la ciudad de Constantinopla, donde el hijo de Santa
Elena, el Emperador Constantino el Grande, erigió una Iglesia para su entronización.
La imagen de la Madre de Dios y el Niño fue
honrada por el pueblo.
Cuando los
Sarracenos invadieron la ciudad, los senadores y ciudadanos cargaron la
preciada imagen en procesión por las calles. Los Sarracenos se llenaron de
pánico y huyeron en consternación.
Más tarde,
durante el terrible reinado del Emperador Izauryn, quien rechazaba los objetos
sagrados y había destruido muchos a fuego, la imagen fue salvada por su esposa,
la Emperatriz Irene,
quien demostró una gran astucia al esconder la imagen de la Virgen en el palacio del
Emperador, lugar donde los enemigos de Nuestra Señora nunca pensarían en
buscarla.
La imagen
permaneció en Constantinopla por quinientos años, hasta que se convirtió en
objeto de varios dotes y así fue, eventualmente, a parar en Rusia y la región
rusa que más tarde se convirtió en la actual Polonia.
Después de que
la imagen vino a formar parte de las posesiones del príncipe polaco, San
Ladislao, fue instalada en un lugar especial de su palacio en Belz.
Poco tiempo después,
cuando el castillo fue asediado por los Tártaros, una flecha de éstos penetró
en la Capilla
por una ventana hasta el icono, causando un rasguño en la garganta de la imagen.
La lesión permanece hasta el día de hoy, a pesar de los muchos intentos hechos
a través de los años para repararla según afirma la leyenda.
Las crónicas
narran que San Ladislao se determinó a salvaguardar la imagen de las
subsecuentes invasiones de los Tártaros trasladándola a Opala, su ciudad natal,
donde estaría más segura. Este viaje lo llevó hasta Czestochowa, lugar donde
decidió pasar la noche. Durante esta breve pausa de su viaje, la imagen fue
trasladada a Jasna Gora (que como hemos dicho significa "colina
luminosa"). Ahí fue colocada en una pequeña Iglesia de madera llamada La Asunción. A la mañana
siguiente, después de haber colocado la imagen con sumo cuidado en su vagón
correspondiente, los caballos se rehusaban a moverse. Aceptando esto como una
señal del cielo de que la imagen había de permanecer en Czestochowa[1],
San Ladislao hizo regresar la imagen solemnemente, a la Iglesia de la
Asunción. Esto
ocurrió el día 26 de agosto de 1382, día que aún se observa como fiesta de la
imagen de Nuestra Señora. Dado que fue el deseo de San Ladislao que la
imagen fuese custodiada por los más santos varones, ordenó la construcción de
una Iglesia y monasterio de los Padres Paulinos, quienes devotamente se han
encargado de su cuidado por los últimos seis siglos.
Habiendo
escapado de la furia del Emperador Izauryn, y el daño causado por la flecha de
los tártaros en la garganta de la pintura, la imagen fue puesta en peligro por
los husitas. Estos últimos invadieron el monasterio de los Padres Paulinos en
1430 y saquearon el suntuoso santuario. Entre los objetos robados estaba la
imagen de Nuestra Señora. Después de haberla colocado en el vagón, los husitas
avanzaron tan sólo una corta distancia antes de que los caballos se rehusaran a
caminar. Recordando que un incidente similar había ocurrido a San Ladislao
hacía unos cincuenta años atrás, y dándose cuenta de que la imagen había sido
la causa, los herejes arrojaron la imagen al suelo. Ésta se quebró en tres
pedazos. Uno de los ladrones sacó su espada, golpeó la imagen y le causó dos
cortaduras profundas. Cuando se preparaba para golpearla por tercera vez, cayó
al suelo y se retorció en agonía, hasta que murió. Las dos cortaduras en la
mejilla de la Virgen,
junto con el daño causado anteriormente por la flecha en su garganta, han
reaparecido siempre a pesar de los repetidos intentos de restauración.
La imagen
estuvo nuevamente en peligro en el año 1655. En aquel entonces, 12.000 suecos
se enfrentaron a los 300 hombres que protegían el santuario. Aunque grandemente
superados en número, los protectores de la imagen lograron un gran éxito
derrotando a los enemigos. Al año siguiente, la Virgen María fue
aclamada como Reina de Polonia.
Cercano a
nuestros tiempos, el día 14 de septiembre de 1920, cuando el ejército ruso se
estableció en el Río Vístula y se preparaba para invadir la ciudad de Varsovia,
el pueblo recurrió a la
Virgen María. Al día siguiente, fiesta de Nuestra Señora de
los Dolores, el ejército ruso se retiró después que la imagen de la Virgen apareció en una nube
sobre la ciudad. En la historia de Polonia, ésta victoria es conocida como El
Milagro de Vístula.
Al inicio de la Segunda Guerra
Mundial, los alemanes invadieron y capturaron Polonia.
Después de
haberse tomado la ciudad de Varsovia, una de las órdenes de Hitler fue la de
suspender y cancelar todas las peregrinaciones ya que estas fortalecían al
pueblo polaco. En demostración al amor por Nuestra Señora y la confianza en su
protección, medio millón de polacos secretamente viajaron hasta el santuario en
contra de las órdenes de Hitler. Después de la liberación de la ciudad en el año
1945, un millón y medio de personas expresaron su gratitud a Nuestra Señora
rezando frente a su imagen milagrosa.
Veintiocho años
después del primer intento del ejército ruso por capturar la ciudad, lograron
esclavizar al país completo a partir del año 1948. Sin embargo, durante ese
año, más de 800,000 personas valientes peregrinaron al santuario durante la
fiesta de la Asunción,
una de las tres fiestas de la imagen, aunque pasaron bajo la mirada de los
soldados comunistas que rutinariamente patrullaban las calles. Hoy día, el
pueblo continúa rindiendo honores a la venerada imagen de Nuestra Señora y el
Niño, especialmente el día 26 de agosto, día que ha sido reservado para su
celebración desde tiempos del Príncipe Ladislao.
Dado el color
tan oscuro de la cara y las manos de Nuestra Señora, la imagen ha sido
afectuosamente llamada "la
Madona Negra", frase que como hemos anotado nos recuerda
del Cantar de los Cantares, "Soy morena pero bella". Su oscuridad se
atribuye a varias condiciones, de las cuales la edad es la primordial.
Otro factor es las pobres condiciones de los lugares donde fue escondida para
salvaguardarla; además, infinidad de velas han sido quemadas ante ella,
causando que estuviese constantemente rodeada de humo; y ha sido tocada por multitudes,
aunque la realidad es más simple, fue pintada negra.
Sin contar el
marco, la imagen es de aproximadamente 19 pulgadas de alto, unas 13 pulgadas de
ancho y casi media pulgada de grueso. Hay una tela detrás del cuadro con
dibujos y representaciones de su historia y de algunos milagros obtenidos a
través de la intercesión de Nuestra Señora.
Los milagros
atribuidos a la intercesión de Nuestra Señora de Czestochowa son numerosos y
espectaculares. La documentación de estos milagros y curaciones se encuentra preservada
en los archivos de los Padres Paulinos en Jasna Gora.
La imagen
milagrosa fue reconocida oficialmente por el Papa Clemente XI en el año 1717.
La corona dada por el Papa fue utilizada durante la primera coronación oficial
de la imagen, pero este símbolo del reinado de Nuestra Señora fue robado en el
año 1909. La corona fue reemplazada por una de oro incrustada con joyas,
regalada por el Papa San Pío X.
Jan Casmir, Rey
de Polonia, quien peregrinó allá en el año 1656. Después de haber colocado su
corona a los pies del altar de la
Virgen, prometió, "Yo, Jan Casmir, Rey de Polonia, os
tomo a Vos como Reina y Patrona de mi reino; coloco a mi pueblo y a mi ejército
bajo vuestra protección..." Mayo 3, el día en que se hizo este voto, fue
designado por el Papa Pío XI con la fiesta de María bajo el titulo de
"Reina de Polonia".
En tiempos
modernos, el Papa Juan Pablo II, ha visitado varias veces a la Virgen de Czestochowa,
siendo la primera en el año1979, pocos meses después de haber sido elegido
Papa. También el Papa tiene una réplica de su querida Virgen de
Czestochowa en el altar de su capilla privada donde cada día pasa horas en
oración.
VIRGEN DE LLUCH:
“El hallazgo” de la imagen de la Virgen de Lluch en 1239 no
discrepa de las leyendas habituales para este tipo de “apariciones;”
resplandores sobrenaturales que descubren la efigie a un sencillo pastor,
traslación de esta a la iglesia de San Pedro de Escorca, vuelta milagrosa al
primer primitivo punto expresando su voluntad de la consiguiente erección de un
santuario; intervienen un abad premonstratense de quien no aparece más noticia.
La figura es de piedra, como de tres palmos de altura, se cree que esta
permanecía enterrada desde los tiempos anteriores a la dominación sarracena al
igual que cinco o seis más que en Mallorca se veneran.
El niño lleva un libro abierto el que se
puede ver los signos de Alfa y Omega. Lluch quiere decir Rivera, y está
documentado en el repartimiento realizado después de la conquista como alquería
de nueve yugadas y correspondió a los templarios con los que compartió el rey
aquel distrito de las montañas, tan abundante en fuentes como poblado de
bosques. Durante el siglo XIV, estuvo servido el santuario por sus siervos o
devotos a la Virgen De Lluch, pues el
mismo ya fue concebido desde su construcción para la implantación del culto
mariano en la zona. La génesis de su veneración desde el día en que al
aparecer aquel pastorcillo que la
descubrió milagrosamente contiene todos los elementos esotéricos que han
contribuido a la implantación de otros tantos cultos a las Vírgenes Negras por
Europa.
Las leyendas católicas en torno a las
apariciones de imágenes de vírgenes marcan una misma tónica, casi siempre las
encuentran humildes pastores alertados por una serie de prodigios que suceden
en los alrededores. Suelen ser vírgenes románicas escondidas con la llegada
árabe y recuperadas siglos después. La de la Virgen Negra de
Guadalupe apareció de la misma forma en el siglo XII y se la empezó a llamar la Morenita de las
Villuercas, nombre de la comarca donde fue hallada, aunque al final se quedó
con el nombre de Guadalupe, por el río que riega aquellas tierras: el
Guadalupejo.
Sin embargo, existe en torno al nombre de
Guadalupe con relación ha la imagen mexicana de esta advocación. Según la
versión Azteca (nahuatl) la palabra Guadalupe es un error de traducción del
dialecto nuhuatl al castellano de las palabras que supuestamente usó la Virgen durante su aparición
al indio Juan Bernardino, el tío enfermo de Juan Diego. Se cree que la Virgen usó el término
azteca (nahuatl) de coatlaxopeuh que se
pronuncia “autlasupe” y muy parecido a la palabra en castellano Guadalupe.
Coa significa serpiente, tla es el artículo “la”, mientras que
xopeuh significa aplastar. Así la Virgen pidió al indio Juan Diego que la llamasen
“La que aplasta la serpiente”. Creemos que esta explicación sobre el nombre de la Virgen mexicana es
demasiado forzado, y con claras influencias católicas, especialista en crear
millones de legiones de seres descerebrados, siendo el cacereño el más
acertado.
La devoción a la Virgen de Guadalupe en
España se vio incrementada cuando el rey Alfonso XI consideró que su
intercesión había sido la causa de la victoria en la batalla del Salado. En
agradecimiento, ordenó la construcción de un monasterio que acabó haciéndose
tan famoso que un arzobispo de Toledo mandó edificar un puente ( luego daría
origen a la localidad de el puente del Arzobispo), para que los peregrinos
pudiesen llegar hasta la Señora,
que allí se albergaba.
A
Guadalupe venían también a dar gracias, en la época del Descubrimiento,
aquellos que conseguían volver de las Américas. En su plaza Mayor, frente al
monasterio, se puede ver una fuente en cuyo pilón fueron bautizados los
primeros indígenas que Colón trajo como trofeo del Nuevo Mundo; el propio
almirante estuvo en Guadalupe varias veces. Lo mismo pasó con el genocida
Hernán Cortes y otros conquistadores. Todo en este pequeño lugar que vive del
olivo y el castaño, pero sobre todo del turismo, gira en torno al
monasterio. Muchos de sus tesoros, la
mayoría regalo de devotos, se perdieron con la invasión francesa. Entre lo que
se conserva destaca el libro de enterramientos del siglo XVII, el de rezos de Isabel
la Católica
y numerosos códices, como la primera partida de bautismo registrada en España,
con fecha de 1496. El recorrido termina siempre con la subida al camarín de la Virgen donde el
guía-sacerdote deja contemplar de cerca la milagrosa imagen negra.
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En el transcurso de un siglo, aparecieron dos
vírgenes de Guadalupe, una en España en la Villa de Guadalupe en Cáceres y la otra en la Villa de Guadalupe al norte
de la capital de México. Las dos vírgenes pertenecen al grupo misterioso de las
vírgenes negras; no obstante la mexicana ha sido la que más misterios guarda
por lo que ha atraído la atención de científicos, iniciados y devotos de
todo el mundo. Dado que la
primera Virgen de Guadalupe apareció en España, los monjes que custodiaban la
imagen extremeña protestaron ante el Papa alegando que la Virgen mexicana era una
copia exacta de la española, aunque esta última no portase al Niño Jesús. En
astrología se considera que la oscuridad de las caras de las vírgenes es una
característica de los países de signo Virgo. Los indígenas mexicanos adoraron
las piedras negras venidas del cielo, como por ejemplo un meteorito caído
en la sierra Tepozteca; es por ello que muchos indios nahualt reverenciaron a la Diosa-Madre de tez
negra a la que llamaron
Tonantzin y
después, Itzpapaloti, cuyo significado es piedra negrura magnífica. La
tierra del México prehistórico fue cuna de destacados magos, brujos y
médiums que hacían que el pueblo mexicano viviese entre las dimensiones real y
mágica.
Hubo indios que fueron iniciados en las
antiguas ciencias del espiritismo y el ocultismo y estos contactaban con
los espíritus del más allá. En el año 1521, la capital del Imperio Azteca
fue tomada por las fuerzas del genocida Hernán Cortéz. Veinte años después
9 millones de los habitantes, que durante varios siglos habían profesado una
religión politeísta en la que se produjeron sacrificios humanos,(y esto sin
tener instituciones como la inquisición española) se convirtieron aparentemente al
cristianismo. Sobre el supuesto milagro del resplandor, junto a una sensación
que le invadió y que él definió como el canto de numerosos pájaros y el aroma
de muchas flores; todo esto le sorprendió y le hizo detenerse en el
camino, poco después la sensación anterior se convirtió en pánico, pues pensaba
que había muerto y se encontraba ya en el Aztlán (la otra vida). Poco después escuchó una voz que le llamó
por su nombre: "Juanito, Juan Dieguito", esto le tranquilizó y subió
el cerro, sin miedo, para ver que era aquella luminosidad que le
deslumbraba y que le parecía que iba cambiando los colores de la roca de donde
provenía, desde el oro, hasta pasar por otros innumerables colores. Allí
vio Juan Diego a la Virgen
de Guadalupe quien le pidió que le comunicase al obispo Juan de Zumárraga que
le construyese un templo, no una pirámide
De esta manera en el cerro de Tepeyac y
sobre el templo en que los mexicanos adoraron a la
Diosa-Madre, se construyó primero una ermita y
posteriormente la Basílica
de la Virgen
de Guadalupe. Una de las dificultades que esta historia presenta es que no se
conserva testimonio alguno de Zumárraga acerca de todos estos acontecimientos,
que de ser ciertos debieron haber conmovido al incrédulo obispo. Pero hay más,
frai Bernardino de Sahagún, buen historiador de los acontecimientos de aquel
entonces, cuenta que el cerro de Tepeyac era el lugar en que se rendía culto a
la madre de los dioses mexicanos, cuyo nombre era Tonantzin, es decir, “nuestra
madre”. Según apunta Sahagún, acudían allí multitudes para ofrecerle
sacrificios a la Diosa,
y después que se construyó el templo cristiano continuaban llamándola
Tonantzin, dando a entender que ese nombre quería decir “Madre de Dios”. De lo
expuesto por el cronista Sahagún quien vivió por entonces se desprende que lo
que ocurrió realmente fue sencillamente que un antiguo culto indígena recibió
un barniz cristiano.
Desde sus mismos inicios, la leyenda de la Virgen de Guadalupe puede
verse como la protesta de un pueblo oprimido, al que se le ha privado de su
identidad, de su cultura y de sus dioses. Y no es entonces por pura
coincidencia que cuando el pueblo mexicano se levanta en armas contra el
colonialismo español en lucha por su independencia la Virgen de Guadalupe fue su
estandarte.
Retomemos las andanzas del indio Juan
diego, éste se dirigió a visitar al obispo Juan de Zumárraga y éste después de
escucharle, lo despachó de su casa sin dar muestra alguna de haberse creído su
relato, posiblemente era conocedor de la afición mostrada por los frailes a las
“apariciones milagrosas” de determinadas advocaciones
marianas. De nuevo Juan Diego volvía a su choza, cuando al
pasar por el cerro, vio otra vez a la
Señora que le estaba esperando para saber lo que había
ocurrido. Durante unos momentos la grandiosa luz rompió de nuevo en colores y
en medio del aura dorada apareció de nuevo la Señora."Perdóname
por no traerte buena razón, Señora y Niña mía."-"Hijo mío, el
más pequeño, he de rogarte que vayas de nuevo a ver al obispo e insistas hasta
que conozca mi voluntad y ponga en obra el templo que en este punto le
pido." "Mañana, mismamente, por la tarde estaré aquí a mirarte,
hija mía, la más pequeña, para darte razón de lo que me diga el obispo. Hoy ya
vete a descansar." El día siguiente era domingo, un día de mucha
actividad para el obispo, por ello Juan diego debió esperar mucho tiempo para
postrarse ante su ilustrísima. El obispo esta vez si le escuchó con atención y
le interrogó sobre todo lo que había visto en el cerro y sobre el aspecto de la Señora, su voz y sus
palabras. A pesar de ello Juan de Zumárraga, dudaba de la veracidad de la
historia, por lo que le pidió una prueba que demostrase que era realmente la Virgen quién se le había
aparecido.
Juan Diego salió de la casa y el obispo
mandó a algunos sirvientes para que lo siguieran disimuladamente, aunque por
más que se esforzaron, lo perdieron de vista, dado que no podían alcanzar
la rapidez de Juan Diego al caminar. Ellos para no quedar en mal lugar, en
vez de decirle la verdad al Obispo, le contaron que Juan Diego había desaparecido,
que como los brujos nahuales se había desvanecido en el aire misteriosamente.
Quizás fue verdad que Juan había desaparecido. De nuevo encontró a la Señora esperando sus
noticias. La Virgen
escuchó sin mostrarse contrariada por las nuevas del indio y luego le respondió:-“Bien
está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te
ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti
sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y
cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora, que mañana aquí te
aguardo.” Pero al día siguiente ocurrió que el tío de Juan Diego, Juan
Bernardino, se puso gravemente enfermo, por lo que no acudió a su cita con la Señora. Este hecho,
según cuenta la tradición, marcó a los mexicanos de todas las generaciones
venideras, puesto que hallan dificultad para cumplir con sus compromisos
o citas puntualmente. Juan Diego llevó a la choza de su tío a un curandero sin
obtener un resultado positivo para mejorar la salud de Juan
Bernardino. Poco antes y dado el empeoramiento de su pariente Juan Diego
se había marchado al pueblo en busca de un sacerdote para cumplir con la
administración de sacramentos de su nueva religión y preparar un lugar en el
cementerio para enterrar a su tío. Entretanto, en la choza, Juan Bernardino
yacía moribundo. De repente todo alrededor del enfermo se volvió como un
resplandor del color del oro y allí apareció una dulce mujer india de facciones
delicadas y de porte majestuoso.
La Virgen esta vez se
identificó con un nombre que pudo ser Cihuacóalt o Cuautlalalpan, que significa
arboleda junto al agua o bien Quetzalcoatl o según el jesuita
Joaquín Cardoso, pudo ser Coatlallope (la que aplastó la serpiente); el caso es
que el nombre primitivo fue cambiando hasta quedarse con el nombre de
Guadalupe. En este caso la Virgen de Guadalupe realizó
su primer milagro indicándole a Juan Bernardino que desde ese instante volvía a
ser dueño de su salud y que debería contarle este hecho al obispo pidiéndole él
también que se edificara un templo en el cerro de Tepeyac. La madrugada
del martes 12 de diciembre cuando se acercaba al cerro de las apariciones, de
camino hacia el pueblo, Juan Diego dio un largo rodeo para no pasar por el
sitio en donde había visto a la
Señora.
De pronto una inmensa luz lo iluminó todo
a su alrededor y se le apareció nuevamente la virgen diciéndole:
"¿A dónde vas, Juanito?
-Señora, niña, la más pequeña de mis
hijas, ¿cómo amaneciste? ¿Cómo estás de salud? Me da pena que te fallé, pero
fue mi tío, que se puso requetemalo y, como se está muriendo, no más estoy yo
para hacerle los mandados". "Juan, el más pequeño de mis hijos; no
es nada lo que te espantó,... que no se turbe tu rostro, tu corazón;... ¿No
estoy yo aquí, que soy tu madre?, ¿No estás bajo mi sombra y resguardo?, ¿No
soy yo la fuente de tu alegría?... Que ninguna otra cosa te aflija, te
perturbe; que no te aflija la enfermedad de tu tío... Ten por cierto que ya
sanó." " Ahora te pido que subas al cerro, hasta donde me viste
antier. Hallarás flores. Córtalas, recógelas en tu tilma y tráemelas, Juanito,
hijo." Juan Diego sin dudar ni un solo momento del milagro que la Virgen decía haber
realizado con su tío, subió a lo alto del cerro para buscar las florecillas
según le había indicado la
Señora. Le pareció extraña esta petición, pues era invierno y
la tierra era poco fértil. Cual no sería su sorpresa cuando se encontró con una
gran variedad de rosales cuajados de rosas bellísimas. Siguiendo los deseos de la Señora, cortó las rosas y
bajó a escuchar las nuevas instrucciones. La Virgen tomó las rosas en sus manos y las echó en
la tilma, ordenándole que sólo delante del Obispo desplegara su manta. "Llévalas al obispo, son la prueba
que desea. En ellas ha de ver mi voluntad."
Las llevó al obispo y algunos criados
trataron de quitarle alguna de las rosas e inmediatamente, al tocarlas,
perdían el color y se volvían como de papel, pero eso no ocurrió delante del
obispo. Juan diego desenvolvió las rosas que llevaba protegidas con su ayate y
al quedar la prenda extendida hizo que todos quedasen maravillados al ver
impreso en la tela de un metro cuarenta y tres centímetros la imagen de una
Señora , bellísima, de ojos dulces.
Hay que aclarar que la
tilma es un tejido en el que figura estampada la imagen de la Virgen de Guadalupe.
La palabra tilma tiene su origen en el idioma náhuatl
"tilmatli". este nombre se le daba al trozo de tela que
utilizaban los indios de rango superior y que solía estar confeccionada con
algodón. Por otra parte el ayate está confeccionado con un hilo más grueso, de
maguey, un tejido de cactus de poca calidad, y este tipo de tela lo portaban
los campesinos más pobres. Tanto la tilma como el ayate se usaban en aquella
época a modo de capa. Este tipo de tela como el de el ayate se debía haber
deteriorado en un período de 20 años pero hasta la actualidad no muestra
señales de corrupción. Juan Diego murió el 30 de mayo de 1548, a la edad
de 74 años y fue considerado durante mucho tiempo por la Iglesia Católica
como uno de aquellos hechiceros descendientes de la cultura azteca quién
por ésta razón quiso deslumbrar al obispo presentando rosas en invierno y un
ayate con la imagen de Tonantzin, no obstante y dado que éste representa
a todos los indígenas que acogieron el Evangelio de Jesús, fue beatificado por
Juan Pablo II el día 6 de mayo de 1.990. Fray Juan de Zumárraga
ordenó construir una ermita para colocar el Santo Ayate y éste fue trasladado
allí el día 26 de diciembre de 1531.
En
1695 se iniciaron las obras de la Basílica antigua, y se terminó en el año 1709.
En 1976 se consagró la actual Basílica,
convirtiéndose en el santuario católico más visitado del mundo después del
Vaticano. Para los
aztecas era normal la maternidad de una virgen venida del cielo y también la
concepción inmaculada de algunos de sus
dioses, como Tepoztécatl, Quetzalcoalt y Huitzilopochtli, por lo que los
conceptos de pureza divina e inmaculada eran idénticos a los de la religión
católica. La imagen de la
Virgen de Guadalupe plasmada en el lienzo, ha sido estudiada
y analizada por científicos muy destacados, entre los que se encuentra un
premio Nobel de química. Las fotografías que han sido tomadas
recientemente con luz infrarroja, determinan que el material utilizado es de
origen desconocido. Según las investigaciones llevadas a cabo, la figura no fue
realizada con pinturas o sustancia alguna que proceda de productos
obtenidos de minerales, vegetales o animales; tampoco con pinturas
sintéticas, por lo que se determina que se trata de una pintura de origen
sobrenatural. Tampoco se
encuentran rasgos de pincelada alguna además de que los hilos de manguey o
ixtle no permitirían realizar unos trazos tan delicados que hubiesen sido
necesarios para conseguir unas facciones tan sumamente delicadas. Lo más
sorprendente de esta historia y de las investigaciones realizadas por numerosos
investigadores entre los que se encontraban bastantes oftalmólogos es que se
descubrió que en los ojos de la imagen de la Virgen de Guadalupe habían quedado impresos
los retratos de todos aquellos que estaban en la sala del palacio en donde
residía el obispo, incluyendo al indio y las rosas esparcidas por el suelo,
cuadro que se produjo en el momento en el que Juan Diego desplegó el ayate con
la imagen de Tonantzin y mostró las rosas que habían en su interior. Las
conclusiones fueron que tan solo podía haberse realizado este retrato
mediante alta tecnología fotográfica, cosa imposible de realizar en el año
1.531. Se prosiguió posteriormente con un estudio analítico de los ojos de la Virgen de Guadalupe, esta
vez a través de un oftalmoscopio de gran potencia y los especialistas que
intervinieron en la prueba se dieron cuenta de que las figuras reflejadas por
las córneas presentaban las variaciones y disposiciones que se producirían
normalmente en un ojo vivo y es prácticamente imposible que un
pintor pueda calcularlo y ejecutarlo al realizar un retrato y mucho menos en
aquella época y sobre un lienzo tan poco tupido como era el del ayate. En
el año 1929, el fotógrafo oficial de la Basílica de la Virgen de Guadalupe, Alfonso Marcué, descubrió lo
que parecía una imagen muy nítida de un hombre con barba reflejada
en el ojo derecho de la
Virgen. Tomó varias fotografías en blanco y negro y obtuvo
siempre el mismo resultado. En este caso la Iglesia parece ser que le pidió que silenciase el
hallazgo. El día 29 de mayo de 1951, José C. Salinas Chávez, dibujante
mexicano, examina detenidamente una fotografía de la cara de la Virgen y descubre
también la imagen del busto de un ser humano reflejado en el ojo derecho
e izquierdo de la
Señora. Durante
los 115 años posteriores a las apariciones de la Señora, la imagen estuvo
expuesta a humedad, el humo de las velas y el salitre, y a pesar de ello los
colores se han conservado perfectamente. El tamaño de la imagen de la Virgen de Guadalupe es de
aproximadamente un metro cuarenta y tres centímetros. Las 46 estrellas que
adornan el manto de la imagen coinciden con la posición de las constelaciones
en el cielo, durante el solsticio de invierno del año 1531, es decir en
la fecha en que se produjo el milagro. Los ojos de la imagen están mirando
hacia abajo, y sus pupilas son color como de miel de abeja; la mirada da
una gran sensación de piedad y ternura. Su cabello es de color castaño
oscuro. En una ocasión
la imagen de la Virgen
de Guadalupe soportó el estallido de una fuerte carga de dinamita puesta a sus
pies sin que el cristal que la protegía sufriese el más mínimo desperfecto y en
cambió si estallaron los cristales de las ventanas de varias casas al rededor
de la Basílica
e incluso se rompieron algunas esculturas de metal incluida la de un Cristo que
se encontraba al lado de la
Señora.
LA VIRGEN DE
GUADALUPE EN EL CONTEXTO MEXICANO DE PRINCIPIOS DEL TERCER MILENIO: La escritora mexicana María. Cristina
Camacho de la Torre
nos proporciona una visión más real y actual de la influencia que la imagen
ejerce sobre la población mexicana.
“Guadalupe. La Guadalupana. La
Virgen Morena. Santa María de Guadalupe. Reina de México. Emperatriz de las
américas.
Muchos son los
nombres con los que los mexicanos - y una buena parte del orbe católico - han
llamado a la milagrosa imagen que, según la tradición, apareció estampada sobre
el ayate de un indio converso diez años después de lograda la Conquista española sobre
la ciudad de México Tenochtitlán.
LOS AÑOS COLONIALES: El culto que se le rindió comenzó a tomar
forma de manera consistente durante el siglo XVII, según coinciden numerosos
estudiosos del tema.
Durante los años coloniales, el fervor hacia la Virgen de Guadalupe fue
creciendo y pasó de ser un culto netamente indígena a una devoción criolla -
esto es, para los españoles nacidos en América - y fue así que su imagen se
convirtió en el estandarte de la alteridad entre la España europea y la “Nueva
España americana.”
Dado que la
realidad novohispana se encontraba permeada por la fe católica, “tal vez era de
esperarse que el fervor patriótico se expresara en términos históricos y
religiosos” (D. Brading, pág. 26), y se llevaron a cabo esfuerzos conjuntos
entre la Iglesia
y la Corona
española para lograr afianzar, como lo mandaban los estatutos postridentinos,
la veneración hacia las imágenes y la exaltación de los santos en las naciones
fieles a Roma como España y, por ende, en sus virreinatos. Estos afanes se
llevaron a cabo con éxito, mas, para ser justos, el crédito se tendrá que
repartir entre ambos poderes mencionados, junto con el manifiesto anhelo de
algunos hombres novohispanos por lograr, a través de la imagen de la Guadalupana, una
incipiente diferenciación ‘nacional’ frente a la metrópoli hispánica.
Así las cosas, la Virgen de Guadalupe se
convirtió en “el” estandarte enarbolado por una colonia que se enorgullecía de
que, en su propio territorio y como muestra de elección divina, se hubiera
llevado a cabo tal portento celestial. La “nación” mexicana, la “primavera
indiana”’ (véase Carlos de Sigüenza y Góngora) florecía al mundo mostrando lo
mejor de su pasado indígena y su lealtad hacia la iglesia post-tridentina, pero,
más que nada, lo hacía con la certeza de que contaba con la benevolencia de la Madre de Dios
y que a través de ella “[a] los indios sometidos se les obsequió la imagen dada
a Juan Diego, ese ser humilde y obediente, que fue premiado con el honor de recibir
la milagrosa floración de María Guadalupe; a los españoles, se les entregó un
recuerdo de la herencia del culto extremeño traído por los primeros
conquistadores. Los mestizos se identificaron con la Virgen morena, mientras que
los criollos vieron en ella a la señora de los cielos que eligió a su patria
como la sede de la milagrosa aparición.” (Mayer)
En su gran
mayoría, indios y mestizos, españoles y criollos, se vieron cobijados bajo el
manto de la Guadalupana
y se sintieron adoptados por ella como su “madre”. La frase acuñada por el
apologista guadalupano Francisco de Florencia en 1688: “Non fecit taliter
omni natione” (no hizo cosa igual con ninguna otra nación), se quedaría
grabada en el devenir histórico nacional, incluso después de concluida la etapa
virreinal.
LA SITUACIÓN ACTUAL: No en balde, para los primeros años del México independiente, y justo en los tiempos cuando se intentaba romper con todos los lazos que habían unido a México con España, uno de los pocos símbolos - y, sin embargo, el más fuerte y consistente - que sobrevivió fue el de la Virgen de Guadalupe.
Más, ¿qué
significa la venerada imagen para el mexicano actual, quien se encuentra
inmerso en la globalización sin haber salido aún de sus miserias económicas ni
haber terminado de digerir su propia historia, compleja y, en ocasiones,
dolorosa? Sin duda, lo expresado líneas arriba de forma muy esquemática servirá
para explicar la situación presente respecto al culto.
Nuestra
respuesta no pretende ser determinante, pero sí podemos afirmar que se pueden
apreciar los siguientes rasgos en la actualidad:
Para empezar,
la fama e influencia de la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe enraizaron
fuertemente en el suelo mexicano, mas también lo han trascendido ya, y han
cruzado las fronteras hasta llegar a establecerse en altares que portan su
imagen en iglesias de Viena, París, o bien, de Corea del Sur o Kenya. En
Estados Unidos, miembros de la comunidad México-Norteamericana tatúan su imagen
en sus espaldas o brazos o bien, la dibujan en “graffiti” en las paredes como
un signo distintivo frente a la realidad angloparlante que los circunda. De
igual forma, la población católica “anglosajona” de los Estados Unidos ya ha
aceptado este culto dentro de sus parroquias.
A lo largo de
toda la República
Mexicana taxistas, mecánicos, obreros, etc., comienzan su día
con una plegaria a la “madrecita”. Pocas son las iglesias que no cuentan con
una imagen o un altar - ya sea lateral o principal - con esta advocación
mariana. Por las calles de las ciudades se observan pequeños nichos, restos sin
duda de tradiciones prehispánicas, que resguardan una imagen de bulto de la Virgen Morena y que
se encuentran cubiertas de papeles de colores, lo que les otorga un toque
polícromo, muy del gusto del mexicano.
Sindicatos de
obreros o de trabajadores realizan, cada año, una peregrinación de rigor a la Villa de Guadalupe, aún y
trabajando en organizaciones laicas o, de plano, francamente ateas, como
ciertos partidos políticos, que constitucionalmente se consideran ajenos a
cualquier manifestación religiosa.
Asimismo, todo
tipo de comunidades organizadas y personas que asisten por cuenta propia,
llegan diariamente a rezarle con una fe y en una cantidad tal, que a este
santuario se le considera el segundo más visitado por los fieles cristianos,
después del de San Pedro, en la Ciudad Eterna.
Los días 12 de
diciembre en que se rememoran las apariciones, el atrio de la Basílica donde se
resguarda la imagen se convierte en el cenit de las fiestas en México: etnias
indígenas, peregrinos, mestizos, blancos, artistas populares de la televisión,
mariachis, danzantes con vestiduras prehispánicas y tintes barrocos, hombres,
mujeres y niños se reúnen para danzar y cantar en honor de la Virgen Morena.
Ya en 1884 el
liberal mexicano Ignacio Manuel Altamirano escribía que “positivamente, el
que quiera ver y estudiar un cuadro auténtico de la vida mexicana, el que
quiera conocer una de las tradiciones más constantes de nuestro pueblo, no
tiene más que [ir a la Villa
de Guadalupe un 12 de diciembre]. Es la ciudad de México entera que se traslada
al pie del santuario, desde la mañana hasta la tarde, formando una muchedumbre
confusa, revuelta, abigarrada, pintoresca, pero difícil de describir.”
Los antropólogos han intentado explicar
este fenómeno social, sobre todo, en los terrenos de la llamada “religiosidad
popular”; empero, el término en sí resulta un tanto parcial al momento de
describir esta compleja realidad. Y es que no sólo las capas de menos recursos
son devotas de la imagen, sino que la devoción trasciende los estratos sociales
de forma vertical y horizontal, y se mueve en ellos con igual facilidad. Esto
es algo curioso del espectáculo que se ofrece ante la vista del visitante a la Basílica de Guadalupe: la
mezcla de personas, de estratos sociales, de realidades distintas unidas por la
misma fe.
[1] Este
supuesto milagro, el negarse la imagen a ser movida de un determinado lugar es
una constante en la mariología católica. En Canarias le fue aplicado a la Diosa Chaxiraxi
(Virgen de Candelaria) cuando ésta fue robada por Diego de Herrera y llevada a
la isla de Lanzarote, se dice que la imagen amanecía todos los días vuelta
hacia la pared hasta que decidieron devolverla a sus legítimos propietarios los
guanches de Tenerife. Casos similares abundan en las supuestas apariciones
marianas en América.
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