VOLUMEN II
CAPITULO-XXVIII
Eduardo Pedro García
Rodríguez
NUESTRA
SEÑORA DE ARANTZAZU:
Sobre los
orígenes del carácter religioso de esta zona cabe señalar que, según lo
descrito por Esteban de Garibay en su Compendio
Historial, hay que remontarse al año 1469 cuando a Rodrigo de Balcategui de
la vecindad de Uribarri (Oñati), que guardaba el ganado caprino, se le
apareció “... sobre una espina verde una devota ymagen de la Virgen María, de
pequeña proporción, con la figura de su hijo precioso en los bracos, una
campana, a manera de grande cencerro al lado...”. En relación a este suceso
se asocia el nombre Arantzazu, Arantzan
Zu?, ¿tú entre espinos?.
Este hecho
llevó al hijo de Juana de Arriarán, Pedro de Arriarán o de Oñate, a gestionar
la fundación de la primera comunidad de religiosos varones de Guipúzcoa, la de
los Mercedarios, en el año 1493. Al poco tiempo de instalarse deciden abandonar
este lugar a excepción de Pedro de Arriarán que fundó una casa de “tercerones”
franciscanos. Con posterioridad esta comunidad se hace dominica, momento que
aprovecha la Orden
Franciscana para reclamar su derecho a la casa. El pleito es
resuelto por el Tribunal de la
Rota Romana a favor de los franciscanos que definitivamente se
establecen en el año 1.514, lo que supuso un gran impulso para este centro ya
que llegó a albergar una espléndida biblioteca y otros fondos culturales de
entidad. A los cuarenta años de su llegada, en 1552, desaparece el convento
presa de las llamas, y tras erigirse de nuevo sería destruido una vez más, y
por la misma causa, en los años 1622 y 1834 respectivamente. En el incendio
acaecido durante las Guerras Carlistas desapareció parte de la importante
biblioteca, salvo libros recuperados por los caseros tras la reconstrucción,
una vez más, en 1845. La actual comunidad religiosa regresó definitivamente a
este reducto en 1878. La coronación canónica de la Virgen de Arantzazu tuvo
lugar en 1886 y el 23 de Enero de 1918 fue proclamada patrona de Guipúzcoa. De
la reconstrucción comenzada a mediados del siglo XIX sólo se conserva en la
actualidad la cripta del Santuario ya que en 1950 se comenzó a construir la
actual basílica, tras un concurso de arquitectura ganado por los arquitectos F.
J. Sainz de Oiza y L. Laorga, que se terminó en el año 1955.(Javier Gómez
Piñeiro, et. Al:2000).
NUESTRA.
SEÑORA. DE LA ESPERANZA:
El origen de esta devoción arranca con el legendario hallazgo de la
imagen en el interior de la cueva, cuando un pastor buscaba
refugio. El hecho fue comunicado inmediatamente a las autoridades
calasparreñas, que dispusieron el traslado de la talla hasta la ciudad con el
fin de depositarla en alguna de las iglesias de la villa.
Milagrosamente, la imagen
adquirió un peso desproporcionado en relación a su pequeño tamaño cuando
intentaron sacarla de la gruta, interpretando que debía ser aquel el lugar
elegido por la Virgen
para su veneración. La pieza es un pequeño busto de Maria tallado en madera,
conocida por ello desde un principio con el sobrenombre de "La Pequeñica". Se
desconoce el motivo y cuándo se le adosó a esa talla primitiva la imagen grande
de Nuestra Señora, una escultura de vestir propia del barroco murciano. Hay
documentos que ya contemplan esta disposición en 1786, venerándose juntas (la
antigua a los pies de la otra) y constituyendo así un caso poco usual en la
iconografía mariana.
SANTA MARIA DE LA CARIDAD:
Desde el siglo XVII está documentada la
existencia de un importante santuario en el lugar de la aparición, al cuál
acudían en numerosas romerías los habitantes de Calasparra y de otros pueblos
aledaños desde tiempo inmemorial. El carácter milagroso de la imagen se
mantiene vigente hasta nuestros días, quedando como testimonio los miles de
exvotos que revisten las paredes de la cámara anexa al camarín de la Virgen. El templo ha
sufrido numerosas reformas a lo largo de su historia, pero la espectacularidad
del edificio viene dada principalmente por el lugar en que se encuentra.
Ntra. Sra. de la Esperanza ostenta oficialmente el patrocinio sobre la ciudad de Calasparra desde 1840, título que vendría a compartir con los santos Abdón y Senén. La Coronación Canónica de la patrona se realizó el 8 de septiembre de 1996.
Las fiestas en su honor se centran principalmente en la celebración de una multitudinaria romería hasta el santuario la noche del 7 de septiembre, congregando a miles de fieles para conmemorar, al día siguiente, la festividad de la Virgen. También se organizan importantes peregrinaciones a lo largo del año desde otras comarcas de la Región e incluso de provincias limítrofes, siendo las que tienen origen en Hellín, Petrel y Mar Menor las más significativas.
NUESTRA
SEÑORA DE LOS OJOS GRANDES:
Testimonios de
indudable autenticidad han traído hasta nosotros el eco de la profunda
veneración que en los siglos medios consagraban a la imagen de la Virgen lucense los reyes,
los magnates y el pueblo, hasta el punto de que la historia local de varias
centurias se desarrolló bajo el signo de una intensa polarización hacia la Madre de Dios, que, como
Señora de la ciudad, fue invocada con el nombre de Santa María de Lugo; como
escudo de nuestros reyes en sus empresas contra los enemigos de la religión y
de la patria fue llamada la
Virgen de las Victorias, y desde hace varios siglos se la
distingue con la advocación de Virgen de los Ojos Grandes.
La luz comienza a hacerse en los primeros
lustros de la Reconquista,
desde los que la Virgen
de Lugo está presente en los principales episodios de la vida local. Ella
inspira la obra restauradora del obispo Odoario y a Ella acuden nuestros
monarcas en los momentos azarosos de su reinado.
Odoario restaura la catedral, la ciudad
episcopal y la diócesis, devastada por la primera irrupción musulmana; en su
magna empresa le guía la devoción a la Virgen de Lugo[1],
que alienta y preside la reconquista de estas tierras, como la de Covadonga.
preside y alienta la reconquista. En el llamado testamento menor, que llegó a nosotros en redacción tardía, Odoario
describe la repoblación de las tierras lucenses con sus siervos y familiares,
llevada a cabo en tiempos de Alfonso II, y, después de ofrecer a la Virgen de Lugo las iglesias
reedificadas que menciona, la invoca con estas palabras: “Oh gloriosa Virgen María, en cuyo honor brilla esta iglesia..., dígnate
aceptar estos dones que te ofrezco, con todo lo que en adelante logre ganar y
acrecer durante toda mi vida.”
Alfonso II atribuye a la intercesión de la Virgen de Lugo la victoria
del castro de Santa Cristina sobre el traidor Mahamud, y en acción de gracias
enriquece su iglesia con pingüe donaciones.
Bermudo II, en documento del año 991,
signado por San Pedro de Mezonzo, la invoca en fervorosa oración como "Señora
y Dueña, Reina de las vírgenes, Madre,
a las márgenes del Miño...
Bermudo III fue largamente favorecido en
sus empresas por la Virgen
de Lugo. Tres diplomas son testigos de la protección de María y de la gratitud
del rey. En el último, fechado el año 1036, suscribe “una pequeña oblación a la iglesia de mi Señora y Dueña, Santa María, para
que sea mi auxiliadora en la defensa de la ciudad de Lugo y merezca yo,
mediante su patrocinio, abundantes recompensas del Señor.”
Alfonso VI, para librar a la ciudad de
las manos de Rodrigo Ovéquez, se ve obligado a derribar las murallas y entrar a
sangre y fuego en la catedral, donde el vasallo desleal se había hecho fuerte.
Preocupado el rey por tantos "crímenes y ofensas", solicita el perdón
de la Virgen María,
cuya iglesia fue antiguamente fundada en
esta ciudad de Lugo y devotamente venerada por mis abuelos y por ellos
enriquecida con bienes y tierras desde que fue rescatada del poder de los
sarracenos.
Singularmente emotivos son los diplomas
de Doña Urraca relacionados con la
Virgen de Lugo. En el de 1107 narra la reina cómo llegó a la
catedral y ante el altar de la
Virgen consagró como oblato de María al infante don Alfonso,
el futuro emperador, cuya vida y cuyo reinado coloca bajo la protección de la Virgen de Lugo. El año 1112
donaba la reina a la catedral copiosas posesiones: el documento fue otorgado en
uno de los momentos más azarosos de la vida de Doña Urraca, que, en un arranque
de patética ansiedad, rompe en lágrimas y sollozos al ver amenazado su trono
por las huestes de su segundo esposo, Alfonso el Batallador: “Ahora, pues, señora y reina, Madre de Jesús,
Virgen Madre de Jesús, te ruego aceptes esta mi oblación, aunque modesta, y
presentes mis lágrimas, mis suspiros, mis gemidos ante el acatamiento de la Divina Majestad,
para que tu poderosa intercesión me ayude a poseer pacíficamente el reino que
me legó mi padre y seas mi escudo y mi protección ahora y en la hora del
tremendo juicio.”
Alfonso VII hizo siempre honor al
glorioso título de oblato de la
Virgen de Lugo, favoreciendo constantemente a la iglesia de
Santa María.
Basten estos ejemplos, espigados al azar
en los diplomas reales de la catedral lucense.
El doctor Pallarés, en el siglo XVII,
dice haber reconocido 144 privilegios reales, con donaciones a la Virgen de los Ojos Grandes.
Paralela a la devoción mariana de los monarcas
florecía, ejemplar también y vigorosa, la de los nobles, que en sus escrituras
de donación y acción de gracias por favores recibidos interrumpen
frecuentemente la rigidez protocolaria con hermosas plegarias y delicadas
invocaciones a la Virgen,
con las que podría tejerse una interesantísima antología digna de figurar al
lado de las páginas más jugosas de la Mariología.
El pueblo rivalizó con los reyes y los
magnates en un emocionado plebiscito de veneración y reconocimiento a la Virgen de los Ojos Grandes.
Muchísimos instrumentos particulares y
quinientas escrituras de donación que
“
Señora y Dueña, Santa María, para que sea mi auxiliadora en la defensa de la
ciudad de Lugo y merezca yo, mediante su patrocinio, abundantes recompensas del
Señor.”
Alfonso VI, para librar a la ciudad de
las manos de Rodrigo Ovéquez, se ve obligado a derribar las murallas y entrar a
sangre y fuego en la catedral, donde el vasallo desleal se había hecho fuerte.
Preocupado el rey por tantos "crímenes y ofensas", solicita el perdón
de la Virgen María,
cuya iglesia fue antiguamente fundada en
esta ciudad de Lugo y devotamente venerada por mis abuelos y por ellos
enriquecida con bienes y tierras desde que fue rescatada del poder de los
sarracenos.
Alfonso VII hizo siempre honor al
glorioso título de oblato de la
Virgen de Lugo, favoreciendo constantemente a la iglesia de
Santa María.
Basten estos ejemplos, espigados al azar
en los diplomas reales de la catedral lucense. El doctor Pallarés, en el siglo
XVII, dice haber reconocido 144 privilegios reales, con donaciones a la Virgen de los Ojos Grandes.
Paralela a la devoción mariana de los
monarcas florecía, ejemplar también y vigorosa, la de los nobles, que en sus
escrituras de donación y acción de gracias por favores recibidos interrumpen
frecuentemente la rigidez protocolaria con hermosas plegarias y
delicadas invocaciones a la Virgen, con las que podría
tejerse una interesantísima antología digna de figurar al lado de las páginas
más jugosas de la
Mariología.
El pueblo rivalizó con los reyes y los
magnates en un emocionado plebiscito de veneración y reconocimiento a la Virgen de los Ojos Grandes.
Muchísimos instrumentos particulares y
quinientas escrituras de donación que existían en el siglo XVII son la mejor
demostración de la devoción popular.
Una de sus manifestaciones más
espléndidas es el voto de los cornados, al que califica Pallarés y Gayoso de "el
voto más señalado y más especial entre los que se han hecho a esta
imagen".
Su origen es antiquísimo. Ya en el siglo
XVII los testigos más ancianos que pudo consultar el primer historiador de la Virgen de Lugo,
atestiguaban "que el voto era de inmemorial tradición y costumbre en
este obispado".
En el año 1587 un acta capitular alude a
la posesión que tiene la iglesia de Lugo del voto de los cornados.
El mismo nombre parece demostrar que se
instituyó el voto cuando estaba en uso esta clase de moneda, que fue
introducida en la segunda mitad del siglo XIII, reinando Sancho el Bravo, y
corrió en los reinados siguientes, para desaparecer en el de los Reyes
Católicos.
Los cornados más antiguos equivalían a un
cuarto y un maravedí; y a la mitad de este valor los más modernos: pero no
queda memoria de la cantidad que satisfacía cada familia.
Consta solamente que en la segunda mitad
del siglo XVII cada casa contribuía con cinco maravedíes, lo que supone una
recaudación muy considerable en una diócesis que tenía amplios territorios en
las provincias de Pontevedra, La
Coruña y León.
A esta vigorosa manifestación de devoción
popular están vinculadas las gracias extraordinarias alcanzadas por intercesión
de María.
El diploma en que el Cabildo Vaticano
concede la coronación de la
Virgen de los Ojos Grandes, al ponderar los extraordinarios méritos de la venerada
imagen, la llamaba celeberrimam non minus
vetustate quam prodigiorum multitudine: celebérrima, tanto por su
antigüedad como por la multitud de sus prodigios.
De los documentos de la catedral, el
primero que los menciona es Alfonso VI, que asegura haber visto, por sus ojos
los muchos milagros que ante su altar obraba la Madre de Dios: tunc vero nos ibidem videntes oculis nostris
multa miracula coelitus fieri.
Doña Urraca afirma que eran innumerables
y frecuentes los prodigios que hacía el Señor en esta iglesia por intercesión
de su Madre. Casi con las
mismas palabras el conde don Munio Peláez, en documento fechado el año 1123,
atestigua que en este templo, dedicado a la Madre de Dios, se realizan frecuentes e
innumerables milagros.
Los prodigios obrados por la Virgen de Lugo tienen su
primera proyección literaria en el libro de los Loores et milagros de Nuestra Señora, de Alfonso X.
En la cantiga 77 el rey Sabio narra, con
su sencillez y viveza características, una curación milagrosa, cuyo título
traducido dice así: "Cómo Santa María sanó en su iglesia de Santa María
de Lugo a una mujer paralítica de pies y manos".
El regio trovador de María nos ha dejado
en el estribillo de esta cantiga una feliz y breve descripción de la imagen de
los Ojos Grandes, que adopta la actitud de la Virgen de la Leche, tema iconográfico muy extendido desde la
segunda mitad del siglo XIII:
Da que Deus mamou o leite do seu peito,
non é maravilla de saar, contreito.
non é maravilla de saar, contreito.
El milagro se
realiza dentro de la iglesia el 15 de agosto, festividad de la Virgen: "e no mes
de agosto, no día escolleito, na sa festa grande", como escribe el
poeta.
Estaban
presentes el obispo "e toda a gente", que no pudieron reprimir las
lágrimas y prorrumpieron en alabanzas a María.
El doctor
Pallarés recoge en el capítulo LIX de Argos
divina. Nuestra Señora de los Ojos Grandes una serie de hechos
extraordinarios, principalmente curaciones de enfermos y desahuciados,
atribuidos a la intercesión de la
Virgen de Lugo.
Todos
ocurrieron en su tiempo, y, aunque tuvo por verdadera y puntual historia las
las invenciones de los falsos cronicones, su veracidad, en lo que pudo inquirir
directa y personalmente, es incuestionable.
Gran parte de
estas curaciones portentosas se lograban con la aplicación del aceite: de las
lámparas que ardían ante el altar de la Virgen, y su fama había llegado a los últimos
confines de la
Península Ibérica.
"De
algunas partes vienen por él -escribe Pallarés-, y hay testigos de que a Cádiz
lo llevó un indiano, pasando por esta ciudad, de que soy testigo."
A rodear de
mayor esplendor y grandeza el culto de la Virgen contribuyó poderosamente la Cofradía de los Ojos
Grandes.
No queda
memoria de su fundación, pero no puede negarse que es antiquísima.
Ya en el año
1577 el obispo don Juan Suárez de Carbajal le daba nuevos estatutos, para
acomodarla a las necesidades de los tiempos.
Un siglo más
tarde, en 1659, la Cofradía
cobraba vigoroso impulso, merced al celo del Cabildo, secundado por el obispo
don Juan Bravo Lasprilla, que renovó nuevamente las
Constituciones,
acogidas “con común aceptación de los fieles de esta ciudad y de todo el
obispado, y aun de todo el reino, que entran en esta Cofradía, para tener el
título y carácter de especiales hijos suyos” (Pallarés).
Por estos
tiempos se popularizó el rezo de la salve a la Virgen de los Ojos Grandes
al sonar las doce del mediodía, y se acrecentó el culto de la veneranda imagen
aumentándose las luces que ardían ante su altar, particularmente en las
festividades marianas, y en el día de la Asunción, vísperas, misa y procesión se repartían
cirios blancos a todos los asistentes.
La generosa piedad de los cofrades
mereció de Alejandro VII un breve, fechado en 1663, en el que afirma que acostumbran
a hacer muchísimos actos de piedad, caridad y misericordia, y enriquece a la Cofradía con varias
indulgencias plenarias y parciales.
El Cabildo
catedral hizo voto en el siglo XVII de no ceder nunca el Patronato de la
capilla, y hacia la magnificencia y solemnidad de su culto encauzó todas sus
energías, levantando en la primera mitad del siglo XVIII la obra suntuosa en
que hoy es venerada la Patrona
de la ciudad.
Ocupa la
cabecera del ábside catedralicio, y es uno de los monumentos más espléndidos
del barroco gallego, obra de Fernando de Casas, el genial arquitecto de la
fachada del Obradoiro de la catedral compostelana. El retablo de la Virgen, construido a manera
de baldaquino, fue trazado por el mismo Casas, y corresponde con su delicada
riqueza ornamental a la suntuosidad y grandeza de la capilla.
Su
inauguración, año 1736, fue solemnizada con cultos y festejos extraordinarios:
octavario de sermones, predicados por prelados; procesión, seis mil reales de
fuegos, doce toros "con toreadores de Castilla, seis comedias, las cuatro
de capa y espada y las dos de coliseo; dos días de sortija, una seria y otra
burlesca; un día de alcancías y otro de mojiganga con carro triunfal y serenata
de música, y fuente Millares de lucenses visitan todos los días al Señor
sacramentado, expuesto continuamente en la catedral basílica, y luego acuden
indefectiblemente a los pies de la
Virgen de Lugo a agradecer beneficios recibidos y pedir
remedio a sus cuitas y necesidades. Muchas personas devotas alumbran a diario su
imagen; muchas a Millares de lucenses visitan todos los días al Señor
sacramentado, expuesto continuamente en la catedral basílica, y luego acuden
indefectiblemente a los pies de la
Virgen de Lugo a agradecer beneficios recibidos y pedir
remedio a sus cuitas y necesidades. Muchas personas devotas alumbran a diario
su imagen; muchas a diario recorren de rodillas, una o varias veces, el espacio
que rodea el altar; muchas diariamente rezan allí, privada o colectivamente, el
rosario.
SANTA MARÍA LA REAL:
El monasterio de Santa Maria la Real fue fundado por el rey
García Sanchez III en el lugar donde encontró una imagen de la Virgen María. El
monasterio, en sus más de mil años de existencia, ha pasado por toda clase de
visicitudes, habiendo tenido épocas de gran explendor así como épocas de gran
decaimiento. En el año 1079 Alfonso VI de Castilla incorporó la abadía de
Nájera a la orden de Cluny. En 1487 el Papa lo entregó a Rodrigo de Borja, el
futuro Papa Alejandro VI. Ello significó que desde esta fecha hasta 1513 Santa
María fuera una abadía independiente.
La puerta de acceso al monasterio es de
estilo barroco, mientras que la del templo es renacentista. El claustro de los
caballeros, bellísimo, es de estilo gótico y fue concluido en 1528. En el mes
de julio sirve de escenario para las representaciones de las Crónicas
Najerenses.
La sillería gótica del coro, creada en
1495, es una obra maestra del estilo isabelino.
Bajo él está el Panteón de los Reyes, con
estatuas de los reyes fundadores y el sepulcro de doña Blanca de Navarra,
ornamentado con relieves románicos. En el centro del Panteón se halla la
entrada a la cueva donde don García encontró la imagen de la Virgen. Puede verse
en el lugar una talla de la virgen del siglo XIV.
La capilla de la Vera Cruz, mandada
construir por la que fuera reina de Portugal, Mencía
Lopez de Haro, alberga los sepulcros de ésta y de sus hermanos, así como la del
gran poeta Garcilaso de la Vega.
La primitiva iglesia románica, fue
reconstruida en el año 1422 en estilo gótico. Tiene tres naves con bóveda
estrellada y un crucero con bóveda de crucería. El retablo barroco del altar
mayor data del siglo XVII y está adornado con la estatua orante del fundador y
una imagen de Santa María la
Real.
MARE DE DÉU DEL MONT:
En cada ciudad, en cada
pueblo, ella se rige como patrona y madre con su manto protector. Aquí
encontrarás los patronazgos oficiales que tiene la Diosa-Madre bajo la
advocación católica de María y a través de sus múltiples advocaciones. Verás
que hay algunas capitales de provincia españolas que no poseen patronazgo
mariano, este es el caso de Barcelona o de Zaragoza. Para muchos les será una
sorpresa comprobar como la
Virgen de la
Merced no es la patrona de la ciudad de Barcelona (lo es
Santa Eulalia) o que la Virgen
del Pilar no es, a pesar de la gran devoción, la patrona de la ciudad de
Zaragoza. lo es San Valero (obispo). Personaje del cual los documentos no nos
dicen mucho de él. Estuvo en el primer concilio español del que hay noticia: el
de Elvira (Granada), hacía el año 306. Prudencio añade que era su diácono
Vicente, el mártir muerto en Valencia, que le acompañó en su cautiverio hasta
la ciudad del Turia, cuando la persecución llamada de Dioclecianos, en donde
salvó la vida, ignorándose porque causas concretas. La tradición posterior, más
novelesca, nos dice que San Valero era de palabra difícil acaso un poco
tartamudo; y que, en el tribunal valenciano, ello dirigió la atención principal
al fogoso Vicente, que quiso hablar por ambos y pagó con la vida su atrevido
discurso.
Si en cambio, la Virgen de la Merced es la patrona del
Arzobispado de Barcelona y la
Virgen del Pilar del de Zaragoza.
Para el organigrama católico
la clasificación por diócesis es más correcto que hacerlo por provincias, ya
que en muchos casos, los límites provinciales no coinciden con los límites
eclesiásticos. Es incorrecto, por ejemplo, decir que la Virgen de la Merced es la patrona de la
provincia de Barcelona, ya que en dicha provincia coexiste la diócesis de Vic
que tiene como patrona a la
Virgen de Montserrat.
Los patronazgos aquí
detallados son oficiales, lo que significa que han sido declarados
documentalmente desde los propios obispados de las diócesis correspondientes.
Puede pasar que una advocación mariana tenga mucha devoción y en cambio no
tenga patronazgo de una capital de provincia o de una diócesis, pongamos por
caso a Nuestra Señora del Rocío.
NUESTRA
SEÑORA APARECIDA, BRASIL:
Corre
el año 1716 cuando, en el río Paraiba, tres pescadores trataban de ganarse la
vida pero no conseguían pesca. Fue entonces que alzaron de las aguas con sus
redes una hermosa figura de terracota de Nuestra Señora de la Concepción. Una
vez colocada la imagen en su canoa, la pesca fue tan abundante, que aquellos
hombres regresaron a puerto llenos de temor, porque su frágil embarcación
parecía hundirse, incapaz de sostener el enorme peso de la pesca.
No se sabe cómo la pequeña imagen de solo
36 centímetros fue a parar al río, pero sí se conoce a su autor, Frai Agostino
de Jesús, un monje carioca de Sao Paulo que trabajaba el barro con arte y
refinamiento. La imagen que fue moldeada hacia el 1650, permaneció
sumergida en el Paraíba por muchos años, hasta perder su policromía original y
quedar de un brillante color castaño oscuro.
La Virgen morena se presenta
a la veneración de los fieles recubierta por un rígido manto de gruesas telas
ricamente bordadas, que sólo permiten verle el rostro y las manos, que une
sobre el pecho en continua oración. Porta la corona imperial, de oro y
piedras preciosas, con la que fue coronada en el 1904. Pío XII la
proclamó patrona principal del Brasil en 1930 y el día de su fiesta, el 12 de
octubre ha sido declarado feriado nacional.
Juan Pablo II
visitó a la Virgen
Aparecida en su santuario, concediéndole el título de Basílica.
Unos días antes, un individuo lanzó al suelo la imagen fraccionándola en muchos
pedazos. Quiso así parar el gozo de la celebración que se esperaba. Pero el
amor y el cuidadoso trabajo de varios artistas y expertos logró reconstruirla
perfectamente y la
Virgen Aparecida retornó a su nicho en la basílica en medio
de la enorme multitud que la aclamaba por madre del Brasil. El odio jamás
vencerá sobre el amor de la
Madre de Dios quien nunca abandona a sus hijos.
NUESTRA SEÑORA DEL ROCÍO:
Cuentan las crónicas
que el Rey Alfonso X «EL Sabio», entre 1270 y 1280, alentado por su gran
devoción mariana, mandó erigir una iglesia o ermita consagrada a la Virgen en el lugar llamado
de Las Rocinas, recién conquistado a los árabes, en los mismos tiempos en los
que, atraído por la belleza de los terrenos y los venados creó el coto de caza
que hoy se conoce como Doñana.
Pero la
historia, como es frecuente, se disocia de la leyenda, que aporta bellísimos e
incomparables datos sobre un mismo hecho. Según la tradición piadosa, teñida de
leyenda, que al parecer se conocía en Almonte y en pueblos vecinos desde el
siglo XVI, aunque no aparece escrita hasta el XVIII, un hombre que había salido
a cazar o a apacentar ganado, en La
Rocina, halló entre malezas y espinas la Venerada Imagen de
la Virgen
colocada sobre un tronco de árbol. Quiso llevarla a la villa de Almonte,
distante tres leguas del sito del hallazgo. Pero la Imagen volvió a su lugar y
allí se levantó una ermita para cobijarla.
Texto de la aparición de la Imagen de la Virgen del Rocío (S. XVIII)
“Entrado el
siglo XV de la Encarnación
del Verbo Eterno, un hombre que, o apacentaba ganado o había salido a cazar,
hallándose en el término de la
Villa de Almonte, en el sitio llamado de La Rocina (cuyas incultas
malezas le hacían impracticables a humanas plantas y sólo accesible a las aves
y silvestres fieras), advirtió en la vehemencia del ladrido de los perros, que
se ocultaba en aquella selva alguna cosa que les movía a aquellas expresiones
de su natural instinto. Penetró aunque a costa de no pocos trabajos, y, en
medio de las espinas, halló la imagen de aquel sagrado Lirio intacto de las
espinas del pecado, vio entre las zarzas el simulacro de aquella Zarza Mística
ilesa en medio de los ardores del original delito; miró una Imagen de la Reina de los Ángeles de
estatura natural, colocada sobre el tronco de un árbol. Era de talla y su
belleza peregrina. Vestíase de una túnica de lino entre blanco y verde, y era
su portentosa hermosura atractivo aún para la imaginación más libertina.
Hallazgo tan
precioso como no esperado, llenó al hombre de un gozo sobre toda ponderación,
y, queriendo hacer a todos patente tanta dicha, a costa de sus afanes,
desmontado parte de aquel cerrado bosque, sacó en sus hombros la soberana
imagen a campo descubierto. Pero como fuese su intención colocar en la villa de
Almonte, distante tres leguas de aquel sitio, el bello simulacro, siguiendo en
sus intentos piadosos, se quedó dormido a esfuerzo de su cansancio y su fatiga.
Despertó y se halló sin la sagrada imagen, penetrado de dolor, volvió al sitio
donde la vio primero, y allí la encontró como antes. Vino a Almonte y
refirió todo lo sucedido con la cual noticia salieron el clero y el cabildo de
esta villa y hallaron la santa imagen en el lugar y modo que el hombre les
había referido, notando ilesa su belleza, no obstante el largo tiempo que había
estado expuesta a la inclemencia de los tiempos, lluvias, rayos de sol y
tempestades.
Poseídos de la
devoción y el respeto, la sacaron entre las malezas y la pusieron en la iglesia
mayor de dicha villa, entre tanto que en aquella selva se le labraba templo.
Hízose, en efecto, una pequeña ermita de diez varas de largo, y se construyó el
altar para colocar la imagen, de tal modo que el tronco en que fue hallada le
sirviese de peana. Aforándose aquel sitio con el nombre de la Virgen de Las Rocinas”. (A.
Florez)
Esta leyenda en
torno a la imagen de la Virgen
del Rocío, tiene gran similitud con la expuesta por el fraile dominico Alonso
de Espinosa en torno a la “aparición” de la Diosa Chaxiraxi
(Virgen de Candelaria), en la playa de Chimisay en la Isla Chinech
(Tenerife).
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