Volumen IV
CAPITULO XXVIII-II
MOMIFICACIÓN Y CULTO A LOS MUERTOS
Eduardo Pedro García Rodríguez
YEMEN
DEL NORTE: En nuestro periplo por las civilizaciones que mostraron
interés por conservar a sus muertos, hacemos un alto en la localidad de Shiban
al Gharas, cerca de Sanaa, la capital de la República Árabe del
Yemen del Norte. La curiosidad de un joven pastor, proporcionó al mundo
científico uno de los hallazgos arqueológicos más importante en el país, del
siglo XX. En dos grutas excavadas en la toba a unos veinte metros de altura el
pastor descubrió cinco momias de las cuales una estaba intacta. Puesto el hecho
en conocimiento del doctor Mohamed Yussef Abdalah, director de la Universidad de Sanaa,
se procedió a la excavación del yacimiento bajo la dirección del doctor Abd El
Halim, lo primero que surgió a la luz fue el rostro de una momia intacta,
cuatro fardos conteniendo una momia cada uno que estaba abiertos y huesos
dispersos; además de una momia intacta envuelta en un fardo como las de Perú,
botas de cuero perfectamente conservadas, una punta de flecha de cuatro caras
hecha de bronce, una copa de cerámica conteniendo una sustancia desconocida,
trozos de barro de alfarería y trozos de madera perteneciente a dos bastones
con inscripciones grabadas en letras sudarábigas.
Todo ello una vez datado
mediante el análisis del carbono 14 dieron a las momias y objetos del aguar
funerario una antigüedad de tres mil años. Son los vestigios de un pasado
glorioso, cuando aquellas tierras formaban parte del Reino de Saba; un reino
mítico y fabuloso mencionado en los antiguos escritos de los asirios, griegos,
romanos y en la Biblia
desde el siglo VIII a.d.n.e., hasta el siglo V de nuestra era, era gobernado en
sus comienzos por una confederación de varias tribus gobernadas por los
mukarribs-los príncipes que tenían el poder temporal y religioso-, y que más
tarde darían paso a las monarquías. Estas momias del reino de Saba a diferencia
de las egipcias no están vendadas, sino que están vestidas con tejidos
delicados, muy finos que ciñen el cuerpo, y dispuestas en posición fetal. A las
momias yemení se le extrajeron las vísceras y fueron rellenadas con flores y
granos de una planta de la región, el raa, que tiene propiedades desecantes.
Los vientres cosidos encierran estas plantas, y aparecen ceñidos con trenzas de
tela. (Luís Miguel Ariza, 1992:66)
CHINA: El
desecamiento natural de cadáveres debido a la sequedad del terreno, tiene
también su exponente en China, además con sorpresa incluida. En Sinkiang en el
noroeste de China se hallaron 115 momias con rasgos occidentales, estas momias
están datadas en cuatro mil años, este yacimiento arqueológico podría acabar con el mito del
aislamiento cultural de la antigua civilización china. Es opinión generalizada
entre un grupo de arqueólogos que estos extranjeros pudieron haber introducido
en Oriente cosas tan básicas como la rueda, la metalurgia y la equitación, o
por el contrario, haber tomado estos elementos de China e importarlos a
Occidente.
Al contrario que las momias
casi contemporáneas del antiguo Egipto o de las Islas Canarias, las de
Sinkiang, que datan de entre los años 2000 y 300 a.d.n.e., no pertenecían a
soberanos o nobles. Tampoco estaban enterradas en monumentos ostentosos ni
fueron embalsamadas de forma intencionada.
Su aguar funerario es modesto.
Los investigadores se enfrentan a un reto al tratar de dilucidar que hacían
unos caucasoides rubios y de nariz recta en Sinkiang.
Su extraordinario estado de
conservación es debido a las especiales condiciones climatológicas de las
tierras desérticas donde fueron inhumados los cadáveres, donde el calor del
verano y los fríos de invierno son los más acusados de Asia central. Fue
precisamente estas especiales condiciones del clima las que hicieron que los
cadáveres se secaran rápidamente preservándolos así de la putrefacción.
Hasta hace poco tiempo los
especialistas chinos habían tendido a minimizar la evidencia de todo comercio o
contacto temprano entre China y Occidente, hasta el punto de que se descartaba
cualquier influencia foránea en el
desarrollo de la cultura China.
Wang Binghua, arqueólogo chino,
siguiendo los márgenes de los ríos en busca de restos de objetos de cerámica y
artesanales, fue informado por un lugareño de la existencia de estas cosas en
un lugar denominado Quizilchoca, (en chino quiere decir colina roja) una colina
en el poblado de Wupu, allí se desenterraron las primeras momias. Poco tiempo
después participaron en las excavaciones el arqueólogo norteamericano Mair y el
especialista en genética antropológica de la Universidad de
Sassari, en Italia. Las tumbas estaban excavadas en la arena y las cámaras
mortuorias construidas con ladrillos de adobe y cubiertas con ramaje y esteras,
algunos de los cadáveres estaban colocados en posición fetal, pero todos
estaban vestidos con prendas de colores claros de lana y calzados con botas
fabricadas con fieltro y cuero. Sólo algunos individuos han aparecido envueltos
en gruesos abrigos de piel.
En cuanto al aspecto físico
cabe destacar como ya hemos indicado, que sus rasgos faciales eran típicamente
caucasianos. Según Mair, casi todos los hombres tenían el pelo rubio o castaño
y las mujeres llevaban trenzas muy largas. El aguar funerario estaba compuesto
principalmente por objetos de alfarería, artilugios cotidianos, como peines de
madera, hogazas de pan, y otras ofrendas de comida. Otro yacimiento de
similares características se localizó en Subashi, a unos 500 kilómetros al
oeste de Quizilchoca, en que han aparecido también cuerpos momificados los
cuales presentan tatuajes del Sol en su piel. Estos cuerpos son considerados
siete siglos más reciente, y el aguar funerario estaba compuesto de cráneos de
cabras atravesados por un palo de cocina, así como cuencos de arcilla y otros
de madera con cuchara y restos de cordero.
Una de las técnicas menos
empleadas para la conservación de los cadáveres en la antigüedad, es la
inmersión de éstos en un líquido conservante. Quizás una de las momias mejor
conservada por este procedimiento sea la de la marquesa china de Dai.
Mawangdui es el cementerio de
la familia Li Cang, el marqués de Dai, primer ministro del estado de Changha (China),
de la dinastía Han (206 a. C., a 220 d. C.). El cementerio comprende tres
enterramientos: el del propio Li Cang muerto en el 186 a. de C., y el de su
esposa, la marquesa de Dai, y la de su hijo, fallecido en el 168 a. de C.
Las excavaciones arqueológicas
se iniciaron en 1972, y la campaña duró hasta 1974. Más de tres mil piezas de
incalculable valor histórico, y en excelentes condiciones de conservación
fueron desenterradas. Pero lo que más llamó a la atención del mundo entero fue
el estado de conservación de la momia de la marquesa de Dai: contenía todas las
vísceras, su piel aún era elástica y tersa al tacto, y el pelo tenía todavía
todo su color y fuerza.
Murió a la edad de 50 años, y
debió pesar más de lo normal para su altura y edad. Murió quizás a causa de la
obstrucción de una arteria coronaria izquierda; además padeció tuberculosis,
dos calcificaciones en el hilum y en la parte superior del pulmón izquierdo, y
tubo una fractura del antebrazo derecho y lesiones en la columna vertebral. Le faltaban
16 dientes y pesaba 36,3 kilos en el momento de su exhumación. (Enrico M.
Rendel, 1997:20)
Según los expertos el excelente
estado de conservación de la momia se debió además de la composición del
liquido en que reposaba, a las extraordinarias condiciones herméticas de los
sarcófagos que contuvieron a la momia. El cuerpo se hallaba en un primer
sarcófago de madera de cedro, herméticamente sellado con arcilla, y a su vez
dentro de otros tres “cajones” de madera, a modo de muñecas rusas. El primer sarcófago
que contenía la momia, es de madera denominada Cunninghamia sinnesis, un tipo
de cedro muy común en todo el Extremo Oriente que tiene la propiedad de no
pudrirse. Los demás sarcófagos están perfectamente ensamblados con espigas de
madera no dejando separación entre sí. De este modo, el conjunto de los cuatro
ataúdes crea una temperatura constante en el interior del último sarcófago, así
como una humedad determinada invariable, libre de oxigenación y gérmenes.
Además, la tumba estaba bajo un túmulo de tierra, envuelta por una capa de
caolín de más de un metro de grosor y otra más externa de carbón de unos 40
centímetros, que pesa unas cinco toneladas, envoltura ésta que impermeabiliza
el enterramiento. Además, el conjunto estaba cubierto por un túmulo artificial,
formado por varias capas de tierra de diferentes procedencias y colores, lo que
en conjunto hacía del enterramiento entero una verdadera protección hermética.
En cuanto a los 80 litros de
líquido rojizo que cubría al cadáver, éste se componía de una mezcla a base de
mercurio, y ácidos orgánicos. Es interesante señalar que el cloruro mercúrico
es soluble (el mercurio líquido no lo es) y altamente tóxico, haciendo
imposible la generación de vida en su interior, y que los ácidos son perfectos
para evitar la putrefacción. Sin embargo, si bien este liquido podría evitar la
putrefacción bacteriana, como es el caso de cualquier líquido compuesto de
aldehído fórmico, o agua clorofórmica, no podría evitar la putrefacción por
autolisis; para evitar esta segunda acción son necesarias circunstancias
enzimoinhibidoras, como frío y los álcalis.
Si el cuerpo es sumergido en un
líquido orgánico o aceitoso que no contenga ninguna parte de agua, y sí,
además, se halla protegido de la humedad y del aire, esto es, sí está estanco,
se evitará la descomposición tanto aquella provocada por la acción bacteriana,
como la provocada por autolisis, sin necesidad de haber deshidratado el cuerpo. Los que prepararon la
sepultura de Mawangdui sabían esto, y por ello idearon el sistema de inclusión
de cuatro sarcófagos, y aislamiento del túmulo por varios tipos de arenas,
junto con el haber escogido el tipo de madera más apropiada. Esta es la razón
por la que la momia de la marquesa de Dai mantiene unas condiciones tan
excelentes (como la elasticidad de la piel).
Ahora bien, este descubrimiento
revela unos increíbles conocimientos científicos de los chinos del siglo II
a.e.a., y unos profundos conocimientos de los procesos de putrefacción y
descomposición cadavérica.
TURQUÍA: Un caso de momificación similar
al de la marquesa de Dai, es el del Tabnit. En 1887 se descubrió en Sidón, en
el fondo de un pozo, una serie de cámaras que se comunicaban entre sí. Puesto
el hallazgo en conocimiento de Hamdy Bey, director de la sección de antigüedades
del Museo de Estambul en aquel año, marchó al lugar y se hizo cargo de la
dirección de las excavaciones. Él mismo descubrió una sala que habían pasado
por alto los saqueadores de tumbas que anteriormente habían profanado el lugar.
La sala era, en realidad, el “forro” de otras dos cámaras, una dentro de otra,
hecha de grandes losas de piedra. La cámara más interna contenía el sarcófago
propiamente dicho, tapado por una gran lápida de piedra. Era la tumba del rey
Tabint de Sidón, que vivió en el siglo IV a.e.a., si bien parte de la tumba fue
reutilizada con un sarcófago egipcio perteneciente a un tal Pen-tah. El rey
estaba prácticamente intacto tendido de espalda sobre un tablón de sicómoro y
flotaba sobre un líquido aceitoso de color parduzco. Su piel seguía intacta, y
tersa, todos sus miembros y órganos y parte del cuerpo se encontraban en
perfectas condiciones, a excepción de aquellas partes que sobresalían del
líquido, esto es, la nariz, los labios y parte del pecho. Lamentablemente, el
análisis del líquido contenido en el sarcófago no fue posible debido a que por
un descuido de los operarios que trabajaban en la excavación, éste fue vertido
al suelo
y la arena lo absorbió desapareciendo. Las coincidencias
entre los enterramientos del rey Tabnit y el de la marquesa de Dai, son
notables, ambos enterramientos estaban formados por cuatro compartimientos
estancos, uno dentro de otro, y los cuerpos flotaban en un líquido.
AUSTRIA: De los cuerpos momificados por
medio del frío, las últimas décadas del siglo pasado fueron pródigas en
brindarnos algunos ejemplares que han abierto de manera insospechada los
horizontes de los investigadores, uno de los especímenes más significativos fue el encontrado en el
valle de Ötz, en los Alpes, en la frontera entre Austria e Italia. El 19 de
septiembre de 1991, dos excursionistas encontraron el cuerpo momificado por
congelación de un hombre de unos 35 años
el cual resultó tener unos 5.300 años de antigüedad. El hallazgo del siglo,
como se ha llegado a denominar el descubrimiento a proporcionado a la ciencia
una oportunidad histórica única para desentrañar muchas de las incógnitas que
aún rodea la prehistoria del hombre. Esta momia fue estudiada por un equipo de
sesenta científicos de varios países, especialistas en varias disciplinas bajo
la coordinación del historiador Konrad Spindler.
En una inmensa pradera conocida
como Ukok (el fin de todas las cosas) situada a 2.000 metros de altitud,
en el sur de la región de Siberia, hace algunos millares de años, Ukuk se extendía
hasta más allá de donde alcanza la vista humana sin que pudiera encontrarse una
frontera. Ahora la meseta siberiana ha quedado incrustada entre cuatro países
distintos: China, Mongolia, Kazajstán y Rusia. Aquí el verano transcurre
plácidamente sin excesiva presencia humana, sólo visitado por las frecuentes
tormentas de granizo. Pero, durante el invierno, llegan hasta el lugar docenas
de pastores en busca de pastos para sus ganados. Animales y hombres están
preparados para resistir los rigores del clima durante meses durantes los
cuales tienen que soportar temperaturas de 30 grados bajo cero, y protegerse de los terribles
vientos que levantan la nieve del suelo y la lanzan con gran fuerza contra todo
lo que halla a su paso.
RUSIA: Hace 2.500 años, sobre estas
mismas nieves invernales y sobre las flores primaverales cabalgaba un pueblo de
pastores que estaba preparado, para la caza y la guerra como ningún otro en la
región: los pazyryk, una estirpe de jinetes que vivían en la estepa. Este clan
estaba estrechamente emparentado con los escitas, antiguo pueblo semi-nómada
que provenía de las regiones asiaticas donde actualmente se encuentra Irán y
que llegaron incluso a dominar el antiguo Egipto. En la última década del siglo
XX, un equipo científico del Instituto Ruso de Arqueología y Etnografía
Novosibirsk desentierra uno a uno, los vestigios más sorprendentes de aquella
civilización. Entre ellos, las joyas más valiosas son las momias de una dama de
la alta sociedad pazyryk (siglo VI a.d.n.e) y de un joven guerrero enterrado
junto a su caballo (siglo III o II a.d.n.e.).
La momia del joven jinete
escita fue encontrada con sus vestimentas de caballero-gorro, abrigo de
marmota, pantalones rojos y botas de fieltro- casi intactas. Su cabeza estaba
adornada por dos largas trenzas pelirrojas que, sorprendentemente, han
desafiado incólumenes el paso de más de dos mil año bajo tierra, y en la piel
de espalda y pecho tenía tatuados
dibujos de un gran alce. Sí bien este descubrimiento reviste gran importancia,
mucho más tiene el de otra momia encontrada en la misma zona por la arqueóloga
Natalya Polosmak y su equipo, quienes se desplazaron en el verano de 1990
hasta Ukok dando comienzo a una campaña
durante cuatro veranos en búsqueda de tumbas cuyo resultado fue el hallazgo en
1994, entre otros del cuerpo conservado por el frío de una bella y exultante
princesa pazyryk enterrada con todos los honores junto a sus enseres
cotidianos. El ajuar funerario se componía de los siguientes elementos: su
indumentaria estaba compuesta de -una blusa y un largo vestido blanco con dos
bandas rojas- la cual en el momento de la exhumación permanecía todavía suave y
planchada, junto al cadáver aparecieron utensilios de madera, asta y cuero, un
espejo de plata, jarras de madera, varios caballos y aperos de caballería y una
mesa en la que se había depositado una comida ritual. La momia fallecida en el
segundo siglo a.d.n.e., a los 25 años de edad, yacía de medio lado con la cara
mirando hacía el este. En la piel sobre los hombros, el pecho y las manos aún
podía apreciarse unos bellos tatuajes que representaban escenas mitológicas de
su tiempo. La cámara funeraria habia sido excavada a unos tres metros de
profundidad y el féretro fue excavado de un tronco de un gran árbol y sus
costados estaban decorados con dibujos de gansos y leopardos.
¿Pero quienes eran estos
escitas esteparios? “El pueblo escita era originario de Irán y emigró a Asia
central al sur de Rusia entre los siglos VIII y VII a.d.n.e. Durante mucho
tiempo los escitas vivieron prósperamente en lo que hoy es Crimea y crearon una
floreciente civilización. En esas tierras, tuvieron contacto con numerosas
tribus euroasiáticas, con las que formaron la llamada cultura escito-siberiana.
Entre estos pequeños clanes se
hallaban los pazyryk. El historiador griego Herodoto dio detallada cuenta de la
vida de los escitas. Según él, era un pueblo semi nómada que cultivaba un
refinado estilo artístico dominado por la representación de animales. Hoy
sabemos que eran temidos y admirados por su poderío en la guerra y por sus
habilidades como jinetes. No en vano, se cree que fue uno de los primeros
grupos humanos que desarrolló el arte de la doma y la caballería.
En los tiempos de su mayor
expansión, los escitas ocuparon un amplio territorio entre Persia y Egipto,
pasando por Siria y Judea. Pero pronto encontraron quien les parara los pies.
Primero los medos, procedentes de Persia, les obligaron a retirarse de su
frontera y los aislaron en el sur de Rusia. Más tarde, los sármatas les
infligieron la peor de las derrotas militares. Desde entonces, lo que ocurrió
aproximadamente en el siglo II antes de
Cristo, los escitas dejaron de ser civilización temida y vagaron por la estepa
hasta desaparecer para la historia.” (A. Sardón, 1995:45-50)
MOMIAS DE LAS TUBERAS: En Europa, son relativamente frecuentes los
hallazgos de cuerpos momificados en los pantanos ricos en turba, la mayoría de
ellos según los especialistas proceden de sacrificios celtas, y los más
antiguos fueron inmolados en la edad del bronce hace unos dos mil años. Son
numerosos los cadáveres momificados que se han rescatado durante las últimas
décadas del pasado siglo veinte, por ello, sólo trataremos de algunos casos que
nos puedan servir para hacernos una idea de este tipo de momificación natural.
Estas momificaciones son el producto de toda una serie de circunstancias que
convergen en un mismo punto. Las peculiares condiciones físicas y químicas que
poseen los pantanos de turba. Las turberas formadas en reductos de aguas
estancadas situadas generalmente sobre suelos ácidos, son zonas húmedas donde
el nivel de acidez es tan alto, que las bacterias que originan la
descomposición no pueden sobrevivir. Esto permite que la materia orgánica
vegetal vaya acumulándose, terminando por convertirse en turba, un combustible
fósil vegetal. La turba se encuentra cubriendo grandes extensiones en los
países fríos y húmedos donde ha sido utilizada como combustibles a lo largo de
la historia.
La momificación en las turberas
se produce por varios motivos. Por una parte, la práctica ausencia de oxígeno
que ayuda en la descomposición, unas bajas temperaturas inferiores a los 4º C,
y a la presencia del ácido tánico que, como ejerce una intensa acción
antibiótica, conserva las capas externas del cuerpo convirtiendo la piel de los
difuntos en cuero. Además, la descomposición de la turba produce alquitrán y
asfalto, similares al betún o mumiya que utilizaban los egipcios desde
hace miles de años en los embalsamamientos. El resultado final es asombroso ya
que permite reconocer en muchos casos todos los rasgos faciales y los detalles
de la piel de los difuntos.
En 1879 fue descubierta en uno
de los pantanos de Jutlandia (Dinamarca), una momia que ha sido denominada como
La Mujer
de Huldremose. Estaba cubierta con una capa y una falda, los científicos en
un estudio realizado en 1952, llegaron a la conclusión de que la muerte le fue
provocada por desangramiento, tenía el brazo derecho amputado y tenía cortes en
todos sus miembros.
En Schleswig (Alemania), fue
hallado el cuerpo de La Niña
de Windeby en el fondo de una tumba en el turbal, con una rama de abedul en el
hueco de su brazo derecho. Según los estudiosos esta niña de trece años, fue
ejecutada por adulterio, tenía los ojos vendados por una cinta y media cabeza
afeitada.
Una de las momias más antiguas
de Europa, es la de El Hombre de Gallagh, encontrada en 1821 en el
condado de Galway, en Irlanda. Apareció cubierto con una capa de piel de ciervo
atada al cuello mediante unas cañas utilizadas para extrangularle. Junto al
cuerpo se hallaron unos postes que fueron empleados para hundir el cuerpo en el
agua.
En Alemania es conocido con el
apodo de Franz el pelirrojo. Vivió hacía el año 300 d.n.e. Fue encontrado en
1900 en un pantano entre Holanda y Alemania, y es conocido como El Hombre de
Neuversen.
La Mujer de Elling,
fue descubierta en 1938 en el lugar donde 12 años después fue descubierto
también el Hombre Tollund. Vivió hace unos 2.100 años y murió con unos
30 ahorcada con un cordón de cuero trenzado. Su cuerpo estaba envuelto en una
capa de piel de becerro y sus piernas por otra de ternero. Su larga cabellera
le llegaba hasta la cintura.
En Schleswig-Holstein
(Alemania), en 1900 fue rescatada la momia del Hombre de Damendorf.
Vivió hacia el año 200 d.n.e. Sólo le quedaba la piel. Los huesos se
disolvieron por la acidez del agua de la ciénaga.
El Hombre de Grauballe,
murió envenenado, además el cuerpo mostraba signos de violencia. Le cortaron la
garganta de oreja a oreja, le aplastaron el cráneo y le rompieron una tibia. La
piel la tenía tan bien conservada que, los expertos pudieron tomar sus huellas
dactilares. Todos los indicios indican que fue víctima del ritual celta de la
“triple muerte”.
ITALIA: Hay diversos terrenos cuyas
características y composición química del suelo permite la conservación de los
cadáveres sin ningún tipo de manipulación. Este es el caso del lugar que ocupa
la congregación de los hermanos de la orden de los Fratti Francescani Minori
Capuccini, en la ciudad siciliana de Palermo. Hoy exhiben en sus catacumbas
un museo con más de 8.000 momias conservadas de forma natural. Los monjes
llegan a la ciudad en 1534 y se establecen junto a los muros de la iglesia de
Santa María de la Pace. Su
primera sepultura es una fosa excavada al abrigo del santuario, una especie de
pozo rectangular donde eran arrojados y amontonados los cadáveres de los
hermanos muertos sin ningún tipo de preparación ni consideración especial. A
finales del siglo XVI, los hermanos cavan el primer
vano de las actuales catacumbas, cuando fueron exhumados
de la vieja fosa común unos cuarenta cuerpos para que recibieran nueva y
ordenada sepultura en el estrenado ambiente. Para sorpresa general, los frailes
difuntos se encontraban en un estado excelente de conservación, con la carne
aún fresca. De esa época aún se conserva el cuerpo momificado de Fray Silvestro
de Gubbio, el cuerpo más antiguo de los desenterrados en octubre de 1599.
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Existen otros métodos para
momificar cadáveres fruto de modernas investigaciones, que la ciencia se ha
empeñado en guardar celosamente en una especie de coto reservado, especialmente
en ámbito cristiano quizás por considerar poco éticos la divulgación de los
mismos debido quizás a las técnicas empleadas,
a la época y circunstancias en
que los experimentadores han venido tratando de perfeccionar el antiguo arte
egipcio. Nos referimos a la técnica denominada de Petrificación.
El egiptólogo italiano Girolano
Segato (1792-1836), fue uno de los primeros “petrificadores” conocidos en
Italia. En 1818 inicia su primer viaje a Egipto, cuando contaba con veintiséis
años de edad, durante su estancia en el país de los faraones que duró cinco
años, se dedicó al estudio de la civilización egipcia especialmente en la
traducción de pergaminos y en el estudio de momias.
A su regreso a Italia, Segato trajo consigo una
extraña formula para “petrificar” cadáveres tanto humanos como de animales.
Cuando inició sus investigaciones en suelo italiano se rodeó de un halo de
oscurantismo y misterio, lo que suscitó de inmediato los recelos de parte de la
clase médica y del clero romano, grajeándole bastantes enemigos en estos círculos de la sociedad italiana de la época,
posiblemente debido al hecho de que Segato se negara obstinadamente a compartir
su secreto celosamente guardado hasta su muerte, ya que su médico de cabecera
el doctor Capelli, se negó firmemente a ser receptor de la formula para “petrificar” los cadáveres, ya que según
manifestó ”no se sentía con ánimos de
hacer frente a todos los enemigos que este secreto ha costado a Segato y
tampoco quiere que se le acuse despues de haberse aprovechado del estado de su
amigo”. Estando en su lecho de
muerte, Segato entregó a su médico de cabecera y amigo de confianza Capelli, un
grueso fajo de papeles que presumiblemente contenían la fórmula y los detalles
de los trabajos anatómicos llevados a
cabo, éste los quemó en la chimenea de la habitación en presencia del enfermo.
Segato, tuvo que hacer frente a médicos y
eclesiásticos, quienes hacían lo imposible por evitar que este pudiese acceder
a piezas anatómicas para sus experimentos. Los primeros, movidos por envidias y
celos profesionales, los segundos le acusaban de emplear métodos pocos
ortodoxos (y por tanto, nada católicos), postura esta- por otra parte- habitual
en la Iglesia
oficial romana.
A pesar de las trabas sufridas, Segato, llegó a reunir
en sus vitrinas más de doscientas piezas anatómicas “petrificadas” que, tras su
muerte, fueron dispersadas llegando algunas a formar parte del Museo de
Ciencias de Florencia hasta su casi total destrucción por las inundaciones de
1966.
El príncipe Napolitano Raimondo
di Sangro, fue un noble, pensador, alquimista y masón, e incansable
investigador, inventor, escritor y editor de textos masónicos en el siglo XVIII
se le atribuye una proeza anatómica sin precedentes: la petrificación en tres cuerpos,
de todo el sistema sanguíneo y algunas vísceras blandas, entre ellas, el
corazón, los testículos o el pabellón auditivo. Di Sangro, en sus primeros
experimentos anatómicos, consiguió solidificar algunas gotas de su propia
sangre, convirtiéndolas en pequeñas píedrecillas semejantes al jaspe. A partir de aquí, los
experimentos debieron ser más fructíferos a juzgar por las tres “maquinas
anatómicas” que se le atribuyen. En la ciudad Italiana de Nápoles, existe una
capilla denominada de Sansevero (también conocida como Templo de la Piedad o Piattella) y que
hace doscientos años aún era propiedad de los Di Sangro, en los sótanos de
dicha se exhiben dos curiosos cadáveres correspondientes a un hombre y una
mujer, existió otro de un recién nacido que se perdió a principios del presente
siglo. Estos macabros esqueletos son conocidos como las “maquinas anatómicas”,
y son dos esqueletos que muestran el sistema sanguíneo petrificado, y las
partes blandas de testículos, corazón y los pabellones auditivos como hemos
apuntado anteriormente, el resto de las partes blandas no existen en los
esqueletos. Los actuales custodios de estos especímenes no se pronuncian sobre
la posible identidad de los cadáveres, pero entre los biógrafos del príncipe Di
Sangro se especula con que pudieron haber pertenecido a dos sirvientes de éste
a los cuales les fue inyectado el líquido embalsamador, cuando éstos aún
vivían, solidificando sus venas y por consiguiente causándoles una muerte
horrible. No cabe duda de que los hechos hasta aquí narrados pueden herir la
sensibilidad de algún lector, pero nuestro cometido se limita a narrar los
acontecimientos con la exactitud y veracidad de que tenemos conocimiento, sin
juzgar los aspectos éticos o morales de los mismos.
Jiuseppe Paravicini, fue un
médico establecido en la ciudad italiana de Milán. A comienzos del siglo XX,
más exactamente en 1901, comenzó a experimentar con cadáveres, y vísceras
humanas tratando de dar con una fórmula que le permitiese “petrificar” tanto
cuerpos enteros como vísceras altamente perecederas. A juzgar por las muestras
que han llegado hasta nuestros días, tuvo éxito en su empeño. Los cadáveres y
demás despojos los obtenía del cuarto mortuorio del manicomio Milanés de
Mombello, hoy conocido como de Instituto Hospitalario Provincial Psiquiátrico
“Paolo Pini”, establecimiento situado en las afuera de Milán. Curiosamente,
Paravicini llegó a ser director de esta institución en 1906.
La vida del Doctor Jiuseppe Paravicine, estuvo siempre rodeada
de un hermetismo casi absoluto, hasta el punto de que los datos sobre su persona llegados hasta nosotros son
escasos y difusos. Tras su fallecimiento en 1927, nos dejó el legado de dos
“momias” femeninas que correspondían a dos enfermas del manicomio de Mombello,
una demente senil y una epiléptica, fallecidas en 1914 y en 1917
respectivamente, algunos bustos y cabezas, así como numerosos cerebros. También
sabemos que en 1921 participó en las tareas de
embalsamamiento del cadáver del cardenal Andrea Farrari, arzobispo de
Milán, el cual aún hoy continúa en perfectas condiciones de conservación. Han
sido varios los especialistas que han tratado de desentrañar los secretos de
Paravicini, pero hasta la fecha todos los esfuerzos han resultado inútiles, el
profesor, Antonio Alegranza, anatomista de reconocido prestigio y estudioso de
la obra de Paravicini, presentó como un auténtico enigma médico, un estudio
sobre los trabajos de Paravicini, en el Primer Congreso sobre el Desarrollo
Histórico de la
Neurología Italiana, que tuvo lugar en Padua en Octubre de
1987. El profesor Alegranza, se preocupó por recuperar y ordenar todos los
restos anatómicos que le fue posible de la obra de Paravicini, ordenándolos y
proporcionándoles peanas y vitrinas para una mejor conservación, - al mismo
tiempo que los tenía más a mano para su estudio -. A pesar del tiempo dedicado
a su estudio, el prestigioso especialista en histología confiesa que:”Todo lo
que yo manejo sobre su conservación son suposiciones. Al parecer, Paravicini
abría los cadáveres por la arteria femoral al poco tiempo de morir. Justo
después hacía circular la sangre por presión
gracias a una bomba y era entonces cuando introducía el líquido
momificador de su invención, tal vez creado con aceites balsámicos y con algún
fijador. Desdichadamente, Paravicini
nunca quiso decir qué material inyectaba en los cadáveres, que en la práctica
están bien conservados aún hoy.
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