Volumen V
CAPITULO-I
PANTEON DE LA IGLESIA DEL
PUEBLO GUANCHE
DIOS CHAYUGA, PROTECTOR DE LA NATURALEZA
Eduardo Pedro García Rodríguez
Chayuga. m. Tf. desús. Reí. Idolillo de barro
colocado en el oratorio de Chinguaro, Güímar.
§ «Chayuga,
Tfenerife], "Nombre del idolillo de barro colocado en el oratorio de
Chinguaro", Güímar» [Bethencourt
Alfonso (1880) 1991: 235].
§ «Eran venerados en sus respectivos templos o cuevas santuarias, en
cuyo fondo los colocaban sobre una [sic] majano metidos
en groseras hornacinas o nichos de piedra tosca, adornando el altar con
flores y ramaje. La tradición conserva los nombres de algunos Chayuga, o sease
el santito del templo de Chinguaro, que ocupo cierto tiempo la Diosa Chaxiraxi según fray
Alonso de Espinosa, que enramaban con laurel y retama florida; Saguañic,
idolillo del oratorio de Igueste de Candelaria, y Sagate, de otro de Arafo,
ambos ataviados con hojas de haya y de palmera. (Bethencourt Alfonso (1911)
1994b:271)
-[J-W-G] ta-jiwag-ah>cajuga.n.vb.f.col.”floracion” (Ignacio Reyes
García, 2011).
Como todos los pueblos de la antigüedad, nuestros
antepasados guanches temían a las fuerzas de la naturaleza. En su imaginación
toda la naturaleza estaba poblada por demones y espíritus que decidían sobre la vida de los hombres.
Todas las actividades
económicas: las agrícolas, ganaderas, de tejido, de caza y otras, tenían un
espíritu protector.
Definición de Idolo:
“Imagen a la
que se adora y rinde culto como una divinidad en sí, y no como una
representación de ella.” Exactamente lo que hacen ciertas confesiones
religiosas como la católica, aunque esta a sus ídolos los denomina como
estatuas, figuras, tallas etc., en cambio a las imágenes de otras confesiones
aunque están hechas de la misma materia y cumple las mismas funciones dentro
del credo propio, son denominadas peyorativamente como ídolos.
En Canarias a
raíz de la invasión y conquista española el fanatismo católico desato una
furibunda cruzada iconoclasta contra la estatuaria
de la Iglesia
del Pueblo Guanche, ya desde los primeros sermones de los frailes predicadores
inducían a los oyentes a la destrucción de las imágenes autóctonas al tiempo
que imponían la veneración de las propias. Lo curioso es que esta secta
religiosa durante el siglo VIII había negado el culto a las imágenes, las
destruía y perseguía a lo que las
veneraban, siguiendo los dictados de León el Isaúrico quien lo consideraba
idolátrico su culto. Pero en el concilio de Nicea en el 787 la secta católica restableció
el culto a las imágenes, naturalmente a las propias, las de otras, fueron y son
demonizadas, y desde los pulpitos los sacerdotes católicos incitaban a los
fieles a la destrucción no solo de las imágenes del rito guanche, sino que
adema invitaban inducían a la destrucción de los panteones funerarios de
nuestros ancestros, pues según ellos eran “obras del demonio.”
La Iconoclastia fue una
corriente religiosa dentro del judeo-cristianismo que se enfrentó a la
ortodoxia en Bizancio, en los siglos VII-IX.
Esta corriente nació en Asia
Menor, posiblemente por influencia del Islam, que rechaza la representación de
figuras humanas. Los Iconoclastas eran contrarios a la veneración de imágenes
de santos y de la Virgen,
al considerarlo una muestra de paganismo.
El emperador León III, primero
de la dinastía Isáurica, provenía de Asia Menor y era un iconoclasta. Ordenó la
retirada de las imágenes, hallando resistencia entre los monjes cristianos y buena parte de la población de la parte
europea de su imperio. Tuvo que sofocar motines de los iconódulos (partidarios
del culto a las imágenes).
Su sucesor, Constantino V,
tuvo que vender a un cuñado iconódulo que le disputaba el trono. Cuando se
afianzó en el, y apoyado por el prestigio que le dieron sus victorias militares
contra el Islam, pudo desatar la represión contra los principales iconódulos,
disolviendo monasterios y encarcelando a los más recalcitrantes. Durante los
siguientes reinados, hubo una pugna constante entre Iconoclastas e Iconódulos,
los primeros tenían su fuerza en el ejército y en Asia Menor, los segundos
entre los monjes, sus partidarios y la población de la parte europea del
Imperio. Esta lucha duró hasta el reinado de Miguel III, durante el cual se
restableció el culto a las imágenes.
“En el judaísmo e islamismo, la creación de
cualquier cosa que represente a la divinidad está estrictamente prohibida, bajo
la idea de que darle forma manifiesta idolatría. En el catolicismo ha existido
una aceptación casi general de las imágenes pictóricas o esculpidas de
Jesucristo y los santos, cuyos líderes religiosos suelen negar que esto derive
en una veneración supersticiosa de los objetos; en realidad, la terminología
“ídolo”, en el cristianismo, hace referencia a otro tipo de imágenes, mientras
que para las imágenes de Yahvé y los santos se utiliza el término de icono,
sobre todo en las Iglesias orientales y, sencillamente, de imagen, en el
catolicismo romano. El prostentatismo y las confesiones cristianas que de él se
derivan rechazan las imágenes de los santos y la de Jesucristo.
Por otra parte, en el
neopaganismo, budismo, el hinduismo y el jainismo, las imágenes de deidades son
comunes, no obstante muchos seguidores de estos credos argumentan que ellos no
adoran el ídolo u objeto material en sí mismo, sino a la entidad espiritual que
representa y que el objeto físico, como tal, carece de vida.” (Wikipedia).
Chayuga, Dios paredro cuidador de la Naturaleza.
Los dioses de la Naturaleza en la
antigüedad:
A igual que la iglesia católica
y otras religiones universales, cuentan con una serie de dioses menores,
protectores personales o de corporaciones los cuales ejercen funciones de
patronos o protectores, como p. ej. San Benito, protector de las cosechas y los
campesinos, Santa Cecilia protectora de la música y los músicos, Santa Lucía, protectora de los ciegos, etc., la Iglesia del pueblo Guanche
también recoge en su teogonía a una serie de espíritus o dioses intermediarios
entre la Diosa-Madre
y los hombres. Estos espíritus, como hemos dicho extienden su acción benéfica o
maléfica, no sólo entre los seres humanos y los elementos de la vida cotidiana,
sino que la hacen extensivas a todos los aspectos de la naturaleza. Estos
espíritus o maxios son conocidos por diferentes denominaciones en cada
isla.
Aunque la Diosa Madre tiene un
papel trascendente, aquí a los dioses paredros se lo considera como algo menos
importante, pero tienen la misión de sostener el equilibrio necesario para
obtener armonía y tienen su propio poder y gran sabiduría.
Enki (Ea): dios
sumerio de las Aguas, la fertilidad y de la sabiduría. Surge del caos húmedo,
de las aguas marinas, e impregna a la
Tierra y da vida a los seres que la pueblan. Llamado Ea por
los acadios. El Guardián de las leyes divinas y del ME (el orden sin el caos,
el gran atributo de la civilización el poder de los dioses). Su ciudad
era Eridu. Adonis (griego), El es Dios de la vegetación. Anubis (egipcio), Dios
de la Protección. Pan
(griego), Dios de la naturaleza y los bosques.
La Naturaleza nos plantea
un desafío: explotarla para poder vivir pero no destruirla
para poder seguir viviendo. La tala de los grandes bosques en forma
indiscriminada trae consecuencias no sólo para nuestra región sino para todo el
planeta. Con su destrucción todo será desierto. En estos momentos ya estamos
observando sus efectos devastadores: hay modificaciones en el ritmo de las
lluvias, hay sequías e inundaciones, hasta el aire que respiramos está
alterado. Todo se enrarece y se transforma para perjuicio nuestro y de las
futuras generaciones.
Nuestro
antepasado guanche, siempre se interesó
por la naturaleza y por todo lo que en ella ocurría, se ocupó de cuidar su
hábitat y hasta generaba ritos que se referían a su cuidado y protección, como
es el caso de los dioses y espíritus protectores de la naturaleza: Chayuga,
cuidador del monte, de la llanura, de los animales, de las aguas de las
fuentes, nacientes y barrancos, así como de los animales silvestres.
Los pueblos africanos como el
guanche tenemos hacia los fenómenos naturales, hacia la Sol, el Luna, las estrellas,
hacia las montañas, los ríos, mares y árboles, un gran respeto sacro, que desde
siempre nos ha inducido venerar a los árboles porque pensamos que, tanto ellos
como los animales son primos nuestros hijos de una misma creadora.
Nuestros ancestros
tenían una visión distinta de la naturaleza, así frente a cualquier
circunstancia que pudiera romper el equilibrio, ellos tenían su propia
respuesta. Volver a la naturaleza y ser respetuosos con ella como nuestros
antepasados que con precaución utilizaban sus frutos. Volver a las fuentes, a
la sabiduría ancestral, milenaria, telúrica, cosmogónica y práctica.
En perfecta simbiosis con el
paisaje vegetal, camina cual filósofo peripatético el divino Chayuga, centinela
insomne del bosque virgen que enmarca de esmeralda las cumbres de nuestras islas.
La barba y la
melena del dios caen lacia y ondulante hasta sus pies, cual muro verde y
ondulante. Su mirada portentosa penetra hasta el confín del bosque más espeso y
más umbrío en la límpida claridad solar, en la tenue luminosidad lunar o en la
noche más hosca y tempestuosa. A veces, permanece inmóvil, es que contempla
jubiloso: a los excelsos artífices que elaboran en los talleres íntimos de cada
vegetal, los bocetos armoniosos, los crisoles donde los químicos plasman gama
infinita de colores; los pinceles fantásticos que dan tonalidad con exacta
dimensión a cada forma, el ascenso de la savia vivificante, río sutilísimo, que
corre taciturno por inesperados laberintos hacia la transparencia de la luz,
para transfigurarse en belleza pura con que se atavía el universo multiforme
del bosque. Se embeleza con las seductoras melodías de los espíritus del viento, del agua y de las aves, esos músicos
eternos. En la memoria de Chayuga se atesoran: las inagotables escalas
musicales del viento y del agua en la fronda, el mueve de las tierras canaria,
están más allá del mal.
Pero hace algo más de quinientos años…
“Y vinieron
los españoles con su afán de conquista y colonización, con su afán de
superación, con su concepto de ser que está fuera del mundo y de las cosas, y
el equilibrio canario, vertical, como
noción de síntesis de los cuatro elementos y como noción de sustento ecológico
y arte de vivir en la tierra, comienza a degradarse, alterarse y desertificarse.
El ganado europeo en sólo poco más de 500 años, ha consumido con su tracto la
cobertura de pastos, de los montes, lomas y llanuras, de los bosques y praderas
de nuestro territorio. Su hambre de tierras para cultivos intensivos. Con sus
ingenios azucareros voraces consumidores de leña arrasaron nuestros montes.
Hoy el nuevo
imperio y sus gestores no les interesa ni los frutos ni las fibras o celulosa
de nuestras maderas, sino el suelo, el suelo edificable, ese en el cual la
naturaleza invierte miles de años para desarrollar un centímetro y el hombre
sólo tarda unos minutos para destruirlo, para agredirlo, aunque para ello tenga
que derribar 100 toneladas de biomasa por hectárea y, con ella, el paisaje, el
ambiente, la música, y el canto, el perfume de Nuestra Matria.
La noción de
vértigo, de tener más y más poder ha ocupado el escenario y sustituido el
itinerario de experiencias de admiración y de éxtasis milenario del hombre de
nuestro suelo.” (Mario Ángel Basualdo).
Los escritores africanos
suelen hablar de armonía y de uso respetuoso de la naturaleza por una parte, y
por otra de conquista y abuso de la naturaleza como actitudes características
de las culturas africana y occidental respectivamente. Los más de ellos
relacionan estas actitudes con sus conceptos culturales: los africanos somos unitarios,
espirituales y religiosos, al contrario de los occidentales que son
materialistas, mecanicistas y agresivamente individualistas. Esta evidente
simplificación ha venido a ser un truismo (axiomático). Son numerosos los
intelectuales africanos que relacionan una actitud no conquistadora para con la
naturaleza y su cultura tradicional. Pero no todos se sienten obligados a
mencionar el materialismo de Occidente y la “integridad” del África
tradicional.
Senghor hace alusión a esta
oposición especialmente cuando habla del modo específicamente intuitivo de
conocimiento de los africanos en contraste con el modo analítico y “dominador”
de los occidentales. Las implicaciones de estos modos de conocimiento podrían
ser objeto de estudio por sí mismos.
La idea fundamental es la
existencia de un orden cósmico que, establecido por la Diosa Madre, no puede ser
indebidamente perturbado. Una vez más, no existe diferencia, ni sobre todo
separación, entre el orden de la
Diosa y el orden del mundo, del que el hombre está encargado.
El es su centro pero no su dueño. La Diosa
Madre es la única dueña y por eso se ha de respetar el orden
de La Diosa,
que es el orden cósmico.
"El africano reconoce
que nada en el universo es un conjunto fortuito de átomos y moléculas sino que
hay algún orden natural, espiritual y místico que la Diosa ha puesto. Este orden
no debe ser indebidamente alterado".
La tierra es donde el hombre
está llamado a realizar su proyecto de vitalización.
El mundo existe para el hombre
y todas las fuerzas menores (minerales, plantas y animales) existen, por la
gracia de la Diosa Madre,
solamente para la vitalización del hombre aquí en la tierra.
"Sin embargo, esta
vida en el cosmos no la entiende el muntu en términos de conquista y dominio
sino como comunión. De entrada procura vivir, en simbiosis con los seres de la
naturaleza, una existencia pacífica. Además vive íntimamente con el tiempo, al
ritmo de las estaciones y de los meses lunares. El tiempo es la vida. Hay que
valorarlo y celebrarlo gozosamente".
Nuestra hermana experta en
temas ecológicos Inés Ibáñez Méndez, en
un extenso y documentado trabajo en que relaciona las incidencias de ciertas
religiones con el declive del medio ambiente,
nos adentra en las consecuencias negativas que para la Naturaleza tienen los
planteamientos socio-culturales de esas confesiones religiosas, de dicho
trabajo extraemos los siguientes párrafos:
“En la moral cristiana se nos
dice que el hombre, Imago Dei, es dueño y señor de todas las cosa de la Creación. Pero el
papel que le otorgó dios como gobernante en la tierra sobre las otras criaturas
no implica una gestión irresponsable de las mismas, el grado de utilidad que
extraemos de las mismas no nos puede llevar hasta el límite de hacerlas
desaparecer.
La moral o la ética tradicional,
sobre todo la de la civilización occidental, no prestaba prácticamente ninguna
atención a la naturaleza. La naturaleza era una cosa axiológicamente neutral,
al servicio de los hombres; puesta allí para cumplir como finalidad última la
mayor y mejor utilidad a nuestra especie, sin pensar sino hasta épocas más o
menos cercanas que el uso abusivo podría acabar con ella o más bien con este
fin utilitarista, porque querámoslo o no la tierra seguirá existiendo estemos
nosotros o no, como ya lo hizo en la época de los dinosaurios.
Examinaremos la postura de las
distintas éticas y religiones en torno a la naturaleza, haciendo un especial
hincapié en la moral cristiana, al ser la que más influjo ha tenido en nuestro
colonizado país y la que ha acabado por imponerse en el resto del mundo, sobre
todo en la filosofía oriental, en un principio con una visión tan alejada de la
nuestra y al mismo tiempo tan respetuosa con el medio ambiente.
Vivimos en la sociedad del
bienestar y del consumo, donde las ideas de progreso o de prosperidad se
asientan en la explotación desmesurada de la naturaleza, carente de derechos e
incompetente para generar deberes. Nuestra época contemporánea se configura a
través de tres elementos básicos; la ciencia, la técnica y la economía industrial.
Estos tres elementos están fuertemente imbricados y no se habrían conseguido
los logros del progreso del uno sin los otros. Estos logros que han supuesto la
destrucción de la naturaleza han sido motivados por cambios en la escala de
valores; se ha pasado de una racionalidad axiológica a una racionalidad de
resultados. Una racionalidad axiológica, dominada por los valores éticos y que
fundamentaba todas las acciones de los hombres en orden a conseguir una vida
mejor y una mayor felicidad, como opuesta a una racionalidad de resultados, en
donde lo primordial es conseguir determinados objetivos, tomando en
consideración única y exclusivamente los costes económicos, o la posibilidad de
alejar un beneficio futuro.
El desequilibrio de ambas
formas de racionalidad afecta a las relaciones del hombre con la naturaleza e
incluso a las propias relaciones sociales de los hombres. Un orden artificial
sustituye el orden natural; los ciclos de vivir, el fenómeno del tiempo y de
estar ubicados en unas coordenadas del espacio han sido sustraidos por unos
módulos fisico-matemáticos calculados para la eficacia, la exactitud y la
medida. ¿Cómo resolveríamos esta disrupción de principios? Al considerar el objetivo a alcanzar por el hombre el
progreso, el bienestar y la felicidad y al ponerlo la técnica al alcance de
nuestra mano sin una moralidad innata, tan solo estamos limitados por lo que
podemos hacer y no por lo que debemos hacer. El problema está en que
no todo lo que podemos hacer es lícito, necesitamos de un orden de valores que
nos indique que es lo bueno y que es lo malo. La solución estaría, pues en la
superación de la consideración neutral de la técnica y por supuesto de la
naturaleza.
Las religiones orientales y
las primitivas africanas parten de la consideración del hombre integrado dentro
de la naturaleza, formando una comunidad perfecta con la misma; en donde se
puede disfrutar de ella pero con respeto hacia el resto de las criaturas
también creadas; también nos encontramos con las religiones animistas, donde
consideran a la naturaleza hasta dotada de alma propia.
Para estas religiones el
hombre aparece como un ser más entre los otros, sumergido en una naturaleza a
la que no se opone y de la que no pretende ser el dueño.
Dentro de estas religiones, la Iglesia del Pueblo Guanche
afirma la consubstancialidad entre el cuerpo humano y la tierra y dan un culto
a la corteza terrestre. No trabajan la tierra sin invocar previamente el
perdón. Según esta tradición, los hombres; “los últimos en llegar” se opusieron
al orden cósmico paradisíaco que existía. Las diferentes especies vivían en
perfecta armonía y era suficiente con tender la mano para alcanzar el cielo y
todos los bienes que este ofrecía.
La rebelión de los hombres
terminó en un conflicto generalizado entre todas las especies vivas, al hombre
y a la naturaleza. Los canarios primigenios obtuvieron la sabiduría de esta
catástrofe.
Los hombres fueron invitados a
renunciar a su originalidad y a su voluntad de dominación. “(Inés Ibáñez Méndez).
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