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miércoles, 30 de octubre de 2013

LA DIOSA MADRE EN LAS ISLAS CANARIAS-V-I





Volumen V

CAPITULO-I


PANTEON DE LA IGLESIA DEL PUEBLO GUANCHE

DIOS CHAYUGA, PROTECTOR DE LA NATURALEZA


Eduardo Pedro García Rodríguez

Chayuga. m. Tf. desús. Reí. Idolillo de barro colocado en el oratorio de Chinguaro, Güímar.
§ «Chayuga, Tfenerife], "Nombre del idolillo de barro colocado en el oratorio de Chinguaro", Güímar» [Bethencourt Alfonso (1880) 1991: 235].
§ «Eran venerados en sus respectivos templos o cuevas santuarias, en cuyo fondo los colocaban sobre una [sic] majano metidos en groseras hornacinas o nichos de piedra tosca, adornando el altar con flores y ramaje. La tradición conserva los nombres de algunos Chayuga, o sease el santito del templo de Chinguaro, que ocupo cierto tiempo la Diosa Chaxiraxi según fray Alonso de Espinosa, que enramaban con laurel y retama florida; Saguañic, idolillo del oratorio de Igueste de Candelaria, y Sagate, de otro de Arafo, ambos ataviados con hojas de haya y de palmera. (Bethencourt Alfonso (1911) 1994b:271)

-[J-W-G] ta-jiwag-ah>cajuga.n.vb.f.col.”floracion” (Ignacio Reyes García, 2011).

Como todos los pueblos de la antigüedad, nuestros antepasados guanches temían a las fuerzas de la naturaleza. En su imaginación toda la naturaleza estaba poblada por demones y espíritus  que decidían sobre la vida de los hombres.
Todas las actividades económicas: las agrícolas, ganaderas, de tejido, de caza y otras, tenían un espíritu protector. 

Definición de Idolo:

“Imagen a la que se adora y rinde culto como una divinidad en sí, y no como una representación de ella.” Exactamente lo que hacen ciertas confesiones religiosas como la católica, aunque esta a sus ídolos los denomina como estatuas, figuras, tallas etc., en cambio a las imágenes de otras confesiones aunque están hechas de la misma materia y cumple las mismas funciones dentro del credo propio, son denominadas peyorativamente como ídolos.

En Canarias a raíz de la invasión y conquista española el fanatismo católico desato una furibunda cruzada iconoclasta contra la estatuaria de la Iglesia del Pueblo Guanche, ya desde los primeros sermones de los frailes predicadores inducían a los oyentes a la destrucción de las imágenes autóctonas al tiempo que imponían la veneración de las propias. Lo curioso es que esta secta religiosa durante el siglo VIII había negado el culto a las imágenes, las destruía y  perseguía a lo que las veneraban, siguiendo los dictados de León el Isaúrico quien lo consideraba idolátrico su culto. Pero en el concilio de Nicea en el 787 la secta católica restableció el culto a las imágenes, naturalmente a las propias, las de otras, fueron y son demonizadas, y desde los pulpitos los sacerdotes católicos incitaban a los fieles a la destrucción no solo de las imágenes del rito guanche, sino que adema invitaban inducían a la destrucción de los panteones funerarios de nuestros ancestros, pues según ellos eran “obras del demonio.”
La Iconoclastia fue una corriente religiosa dentro del judeo-cristianismo que se enfrentó a la ortodoxia en Bizancio, en los siglos VII-IX.
Esta corriente nació en Asia Menor, posiblemente por influencia del Islam, que rechaza la representación de figuras humanas. Los Iconoclastas eran contrarios a la veneración de imágenes de santos y de la Virgen, al considerarlo una muestra de paganismo.
El emperador León III, primero de la dinastía Isáurica, provenía de Asia Menor y era un iconoclasta. Ordenó la retirada de las imágenes, hallando resistencia entre los monjes cristianos  y buena parte de la población de la parte europea de su imperio. Tuvo que sofocar motines de los iconódulos (partidarios del culto a las imágenes).
Su sucesor, Constantino V, tuvo que vender a un cuñado iconódulo que le disputaba el trono. Cuando se afianzó en el, y apoyado por el prestigio que le dieron sus victorias militares contra el Islam, pudo desatar la represión contra los principales iconódulos, disolviendo monasterios y encarcelando a los más recalcitrantes. Durante los siguientes reinados, hubo una pugna constante entre Iconoclastas e Iconódulos, los primeros tenían su fuerza en el ejército y en Asia Menor, los segundos entre los monjes, sus partidarios y la población de la parte europea del Imperio. Esta lucha duró hasta el reinado de Miguel III, durante el cual se restableció el culto a las imágenes.
 “En el judaísmo e islamismo, la creación de cualquier cosa que represente a la divinidad está estrictamente prohibida, bajo la idea de que darle forma manifiesta idolatría. En el catolicismo ha existido una aceptación casi general de las imágenes pictóricas o esculpidas de Jesucristo y los santos, cuyos líderes religiosos suelen negar que esto derive en una veneración supersticiosa de los objetos; en realidad, la terminología “ídolo”, en el cristianismo, hace referencia a otro tipo de imágenes, mientras que para las imágenes de Yahvé y los santos se utiliza el término de icono, sobre todo en las Iglesias orientales y, sencillamente, de imagen, en el catolicismo romano. El prostentatismo y las confesiones cristianas que de él se derivan rechazan las imágenes de los santos y la de Jesucristo.
Por otra parte, en el neopaganismo, budismo, el hinduismo y el jainismo, las imágenes de deidades son comunes, no obstante muchos seguidores de estos credos argumentan que ellos no adoran el ídolo u objeto material en sí mismo, sino a la entidad espiritual que representa y que el objeto físico, como tal, carece de vida.” (Wikipedia).
Chayuga, Dios paredro cuidador de la Naturaleza.
Los dioses de la Naturaleza en la antigüedad:
A igual que la iglesia católica y otras religiones universales, cuentan con una serie de dioses menores, protectores personales o de corporaciones los cuales ejercen funciones de patronos o protectores, como p. ej. San Benito, protector de las cosechas y los campesinos, Santa Cecilia protectora de la música y los músicos,  Santa Lucía, protectora de los ciegos, etc., la Iglesia del pueblo Guanche también recoge en su teogonía a una serie de espíritus o dioses intermediarios entre la Diosa-Madre y los hombres. Estos espíritus, como hemos dicho extienden su acción benéfica o maléfica, no sólo entre los seres humanos y los elementos de la vida cotidiana, sino que la hacen extensivas a todos los aspectos de la naturaleza. Estos espíritus o maxios son conocidos por diferentes denominaciones  en cada  isla.
Aunque la Diosa Madre tiene un papel trascendente, aquí a los dioses paredros se lo considera como algo menos importante, pero tienen la misión de sostener el equilibrio necesario para obtener armonía y tienen su propio poder y gran sabiduría.
Enki (Ea): dios sumerio de las Aguas, la fertilidad y de la sabiduría. Surge del caos húmedo, de las aguas marinas, e impregna a la Tierra y da vida a los seres que la pueblan. Llamado Ea por los acadios. El Guardián de las leyes divinas y del ME (el orden sin el caos, el gran atributo de la civilización el poder de los dioses).  Su ciudad era Eridu. Adonis (griego), El es Dios de la vegetación. Anubis (egipcio), Dios de la Protección. Pan (griego), Dios de la naturaleza y los bosques.

La Naturaleza nos plantea un desafío: explotarla para poder vivir pero no destruirla para poder seguir viviendo. La tala de los grandes bosques en forma indiscriminada trae consecuencias no sólo para nuestra región sino para todo el planeta. Con su destrucción todo será desierto. En estos momentos ya estamos observando sus efectos devastadores: hay modificaciones en el ritmo de las lluvias, hay sequías e inundaciones, hasta el aire que respiramos está alterado. Todo se enrarece y se transforma para perjuicio nuestro y de las futuras generaciones.

Nuestro antepasado guanche,  siempre se interesó por la naturaleza y por todo lo que en ella ocurría, se ocupó de cuidar su hábitat y hasta generaba ritos que se referían a su cuidado y protección, como es el caso de los dioses y espíritus protectores de la naturaleza: Chayuga, cuidador del monte, de la llanura, de los animales, de las aguas de las fuentes, nacientes y barrancos, así como de los animales silvestres.
Los pueblos africanos como el guanche tenemos hacia los fenómenos naturales, hacia la Sol, el Luna, las estrellas, hacia las montañas, los ríos, mares y árboles, un gran respeto sacro, que desde siempre nos ha inducido venerar a los árboles porque pensamos que, tanto ellos como los animales son primos nuestros hijos de una misma creadora.
Nuestros ancestros tenían una visión distinta de la naturaleza, así frente a cualquier circunstancia que pudiera romper el equilibrio, ellos tenían su propia respuesta. Volver a la naturaleza y ser respetuosos con ella como nuestros antepasados que con precaución utilizaban sus frutos. Volver a las fuentes, a la sabiduría ancestral, milenaria, telúrica, cosmogónica y práctica.

En perfecta simbiosis con el paisaje vegetal, camina cual filósofo peripatético el divino Chayuga, centinela insomne del bosque virgen que enmarca de esmeralda  las cumbres de nuestras islas.

La barba y la melena del dios caen lacia y ondulante hasta sus pies, cual muro verde y ondulante. Su mirada portentosa penetra hasta el confín del bosque más espeso y más umbrío en la límpida claridad solar, en la tenue luminosidad lunar o en la noche más hosca y tempestuosa. A veces, permanece inmóvil, es que contempla jubiloso: a los excelsos artífices que elaboran en los talleres íntimos de cada vegetal, los bocetos armoniosos, los crisoles donde los químicos plasman gama infinita de colores; los pinceles fantásticos que dan tonalidad con exacta dimensión a cada forma, el ascenso de la savia vivificante, río sutilísimo, que corre taciturno por inesperados laberintos hacia la transparencia de la luz, para transfigurarse en belleza pura con que se atavía el universo multiforme del bosque. Se embeleza con las seductoras melodías de los espíritus del  viento, del agua y de las aves, esos músicos eternos. En la memoria de Chayuga se atesoran: las inagotables escalas musicales del viento y del agua en la fronda, el mueve de las tierras canaria, están más allá del mal.

Pero hace algo más de quinientos años…

“Y vinieron los españoles con su afán de conquista y colonización, con su afán de superación, con su concepto de ser que está fuera del mundo y de las cosas, y el equilibrio canario,  vertical, como noción de síntesis de los cuatro elementos y como noción de sustento ecológico y arte de vivir en la tierra, comienza a degradarse, alterarse y desertificarse. El ganado europeo en sólo poco más de 500 años, ha consumido con su tracto la cobertura de pastos, de los montes, lomas y llanuras, de los bosques y praderas de nuestro territorio. Su hambre de tierras para cultivos intensivos. Con sus ingenios azucareros voraces consumidores de leña arrasaron nuestros montes.

Hoy el nuevo imperio y sus gestores no les interesa ni los frutos ni las fibras o celulosa de nuestras maderas, sino el suelo, el suelo edificable, ese en el cual la naturaleza invierte miles de años para desarrollar un centímetro y el hombre sólo tarda unos minutos para destruirlo, para agredirlo, aunque para ello tenga que derribar 100 toneladas de biomasa por hectárea y, con ella, el paisaje, el ambiente, la música, y el canto, el perfume de Nuestra Matria.

La noción de vértigo, de tener más y más poder ha ocupado el escenario y sustituido el itinerario de experiencias de admiración y de éxtasis milenario del hombre de nuestro suelo.” (Mario Ángel Basualdo).
Los escritores africanos suelen hablar de armonía y de uso respetuoso de la naturaleza por una parte, y por otra de conquista y abuso de la naturaleza como actitudes características de las culturas africana y occidental respectivamente. Los más de ellos relacionan estas actitudes con sus conceptos culturales: los africanos somos unitarios, espirituales y religiosos, al contrario de los occidentales que son materialistas, mecanicistas y agresivamente individualistas. Esta evidente simplificación ha venido a ser un truismo (axiomático). Son numerosos los intelectuales africanos que relacionan una actitud no conquistadora para con la naturaleza y su cultura tradicional. Pero no todos se sienten obligados a mencionar el materialismo de Occidente y la “integridad” del África tradicional.
Senghor hace alusión a esta oposición especialmente cuando habla del modo específicamente intuitivo de conocimiento de los africanos en contraste con el modo analítico y “dominador” de los occidentales. Las implicaciones de estos modos de conocimiento podrían ser objeto de estudio por sí mismos.
La idea fundamental es la existencia de un orden cósmico que, establecido por la Diosa Madre, no puede ser indebidamente perturbado. Una vez más, no existe diferencia, ni sobre todo separación, entre el orden de la Diosa y el orden del mundo, del que el hombre está encargado. El es su centro pero no su dueño. La Diosa Madre es la única dueña y por eso se ha de respetar el orden de La Diosa, que es el orden cósmico.
"El africano reconoce que nada en el universo es un conjunto fortuito de átomos y moléculas sino que hay algún orden natural, espiritual y místico que la Diosa ha puesto. Este orden no debe ser indebidamente alterado".
La tierra es donde el hombre está llamado a realizar su proyecto de vitalización.
El mundo existe para el hombre y todas las fuerzas menores (minerales, plantas y animales) existen, por la gracia de la Diosa Madre, solamente para la vitalización del hombre aquí en la tierra.
"Sin embargo, esta vida en el cosmos no la entiende el muntu en términos de conquista y dominio sino como comunión. De entrada procura vivir, en simbiosis con los seres de la naturaleza, una existencia pacífica. Además vive íntimamente con el tiempo, al ritmo de las estaciones y de los meses lunares. El tiempo es la vida. Hay que valorarlo y celebrarlo gozosamente".
Nuestra hermana experta en temas ecológicos  Inés Ibáñez Méndez, en un extenso y documentado trabajo en que relaciona las incidencias de ciertas religiones con el  declive del medio ambiente, nos adentra en las consecuencias negativas que para la Naturaleza tienen los planteamientos socio-culturales de esas confesiones religiosas, de dicho trabajo extraemos los siguientes párrafos:
“En la moral cristiana se nos dice que el hombre, Imago Dei, es dueño y señor de todas las cosa de la Creación. Pero el papel que le otorgó dios como gobernante en la tierra sobre las otras criaturas no implica una gestión irresponsable de las mismas, el grado de utilidad que extraemos de las mismas no nos puede llevar hasta el límite de hacerlas desaparecer.
La moral o la ética tradicional, sobre todo la de la civilización occidental, no prestaba prácticamente ninguna atención a la naturaleza. La naturaleza era una cosa axiológicamente neutral, al servicio de los hombres; puesta allí para cumplir como finalidad última la mayor y mejor utilidad a nuestra especie, sin pensar sino hasta épocas más o menos cercanas que el uso abusivo podría acabar con ella o más bien con este fin utilitarista, porque querámoslo o no la tierra seguirá existiendo estemos nosotros o no, como ya lo hizo en la época de los dinosaurios.
Examinaremos la postura de las distintas éticas y religiones en torno a la naturaleza, haciendo un especial hincapié en la moral cristiana, al ser la que más influjo ha tenido en nuestro colonizado país y la que ha acabado por imponerse en el resto del mundo, sobre todo en la filosofía oriental, en un principio con una visión tan alejada de la nuestra y al mismo tiempo tan respetuosa con el medio ambiente.
Vivimos en la sociedad del bienestar y del consumo, donde las ideas de progreso o de prosperidad se asientan en la explotación desmesurada de la naturaleza, carente de derechos e incompetente para generar deberes. Nuestra época contemporánea se configura a través de tres elementos básicos; la ciencia, la técnica y la economía industrial. Estos tres elementos están fuertemente imbricados y no se habrían conseguido los logros del progreso del uno sin los otros. Estos logros que han supuesto la destrucción de la naturaleza han sido motivados por cambios en la escala de valores; se ha pasado de una racionalidad axiológica a una racionalidad de resultados. Una racionalidad axiológica, dominada por los valores éticos y que fundamentaba todas las acciones de los hombres en orden a conseguir una vida mejor y una mayor felicidad, como opuesta a una racionalidad de resultados, en donde lo primordial es conseguir determinados objetivos, tomando en consideración única y exclusivamente los costes económicos, o la posibilidad de alejar un beneficio futuro.
El desequilibrio de ambas formas de racionalidad afecta a las relaciones del hombre con la naturaleza e incluso a las propias relaciones sociales de los hombres. Un orden artificial sustituye el orden natural; los ciclos de vivir, el fenómeno del tiempo y de estar ubicados en unas coordenadas del espacio han sido sustraidos por unos módulos fisico-matemáticos calculados para la eficacia, la exactitud y la medida. ¿Cómo resolveríamos esta disrupción de principios? Al considerar el objetivo a alcanzar por el hombre el progreso, el bienestar y la felicidad y al ponerlo la técnica al alcance de nuestra mano sin una moralidad innata, tan solo estamos limitados por lo que podemos hacer y no por lo que debemos hacer. El problema está en que no todo lo que podemos hacer es lícito, necesitamos de un orden de valores que nos indique que es lo bueno y que es lo malo. La solución estaría, pues en la superación de la consideración neutral de la técnica y por supuesto de la naturaleza.
Las religiones orientales y las primitivas africanas parten de la consideración del hombre integrado dentro de la naturaleza, formando una comunidad perfecta con la misma; en donde se puede disfrutar de ella pero con respeto hacia el resto de las criaturas también creadas; también nos encontramos con las religiones animistas, donde consideran a la naturaleza hasta dotada de alma propia.
Para estas religiones el hombre aparece como un ser más entre los otros, sumergido en una naturaleza a la que no se opone y de la que no pretende ser el dueño.
Dentro de estas religiones, la Iglesia del Pueblo Guanche afirma la consubstancialidad entre el cuerpo humano y la tierra y dan un culto a la corteza terrestre. No trabajan la tierra sin invocar previamente el perdón. Según esta tradición, los hombres; “los últimos en llegar” se opusieron al orden cósmico paradisíaco que existía. Las diferentes especies vivían en perfecta armonía y era suficiente con tender la mano para alcanzar el cielo y todos los bienes que este ofrecía.
La rebelión de los hombres terminó en un conflicto generalizado entre todas las especies vivas, al hombre y a la naturaleza. Los canarios primigenios obtuvieron la sabiduría de esta catástrofe.
Los hombres fueron invitados a renunciar a su originalidad y a su voluntad de dominación. “(Inés Ibáñez Méndez).

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