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jueves, 24 de octubre de 2013

LA DIOSA MADRE EN LAS ISLAS CANARIAS-XXVII-II







Volumen V


CAPITULO XXVII-II

DIOSES MEDIADORES “GENIOS” O ESPÍRITUS EN LA RELIGIÓN GUANCHE

Eduardo Pedro García Rodríguez

Notas sobre el concepto de alma en los antiguos majoreros y su posible pervivencia en un pueblo de Lanzarote.

Según el Catedrático D. José Barrios García:
[…] Así en Lanzarote, concretamente en Tabayesco, al norte de la isla, los ancianos del lugar todavía recuerdan la “presencia” de las ánimas benditas del Purgatorio en la noche de San Juan. Este elemento de la cultura rural-tradicional está a punto de perderse por el empuje de la actual sociedad, según nos testimo­nia Agustín de la Hoz. “Pero lo cierto es que en aquel pequeño ca­serío, cuando estaba prácticamente incomunicado, sin luz eléctrica, dedicado a la agricultura, todos los habitantes limpiaban sus casas, ponían los manteles con cubiertos para los parientes fallecidos y lue­go, al alba, afirmaban haber sentido la presencia de esos seres del más allá”, según nos cuenta el escritor lanzaroteño...” (Luís León Barreto, en: José Barrios García)

UNA APROXIMACIÓN AL TÉRMINO “MAXOS”

Como veremos a continuación, creían los majoreros que las persona estaban compuestas de un cuerpo material y de, al menos, un espíritu que pervivía después de su muerte. A este espíritu llamaban maxos, palabra que en otros textos aparece, como maxios, majos, magos, etc. Tanto el término “majo”, como el de “majorero”, han sido tradicionalmente utilizados por las fuentes escritas y la tradición oral como gentilicio para de signar a los naturales de Fuerteventura y Lanzarote. Además, según ciertos autores: Maho (Abreu), Maoh (Torriani), Mahorata (Viana), era tambien el nombre que le daban algunos a estas dos islas.

Desde este punto de vista, tanto las dos islas como sus habitantes, vivos o muertos, parecen haber recibido, según algunas versiones, el mismo nombre de: maho, majo, magio, maxio, etc. Esta palabra es relacionable lingüística y semánticamente con el etnómino con el que se denominan a sí mismas las poblaciones comunmente llamadas beréberes; según Salem Chaquer et al:

La lengua de los touaregs, que es una forma del beréber, se di­vide en varios dialectos mutuamente inteligibles con muy poco esfuerzo...

Para designarse a ellos mismos, estos pastores nómadas del Sa­hara Central, como todos los bereberes, utilizan el término Ama-jeg/Imuhag, con variantes dialectales múltiples: Amaheg, Amaceg, Amazig... que podemos seguir desde la antigüedad: Maxyes de He-rodoto, Mazyes de Hecateo, Mazices y Mazaces de la época latina”.

Para Prasse  la forma primitiva de este término sería ámahzíg, y h forma ámáhág, variante dialectal de los touaregs del Ahaggar, es señala la por algunos estudiosos como la más cercana lingüísticamente al “Majo” de Lanzarote y Fuerte ventura. En esta línea de apreciaciones parece claro que la palabra “majo” se correspondería precisamente con una variante dialectal insular del término panberéber con el que estas pobla:iones se designan a sí mismas.

La adscripción por algunos historiadores de esta palabra como nom­bre de las dos islas orientales, puede entonces matizarse en el sentido de que, si lingüísticamente, designa una etnia, podría entonces, por exten­sión, designar el territorio que esta etnia ocupa; es decir, no sería éste el nombre de la isla, sino más bien el nombre del territorio que ocupa la etnia. Por otra parte, como nombre de las islas tenemos los más conoci­dos de Erbania (Fuerteventura) y Titerogaka (Lanzarote).

LOS MAXOS EN LAS FUENTES

A continuación presento algunas de las citas que se pueden encontrar en los textos historiográficos referidas al tema de los encantados o espí­ritus de los antepasados. Todos los textos claves se encuentran en alguno de los manuscritos que hoy conocemos del historiador de las Canarias, don Tomás Marín de Cubas (1643,1704), natural de Telde y nacido en el seno de una vieja familia de la localidad. Parece claro que la mayoría de estas noticias, como tantas otras, las tomó Marín de Cubas de la tra­dición oral, que en esta época debía abarcar a un alto porcentaje de po­blación que no sabía leer ni escribir y, en buena medida, constituida por descendientes de los antiguos canarios. La escasez de noticias estricta­mente referidas a Lanzarote y Fuerteventura, me ha motivado a recoger también aquellas referidas a otras islas, pues, sin que quepa hacer gene­ralizaciones gratuitas, algunas de las propias citas y de las tradiciones con­servadas en otras islas, hacen referencia a que la cultura de los “maxos” se hallaba extendida al resto del archipiélago con extensión y variantes a determinar.

TEXTO DEL ESCUDERO

Parece por lo que los maxoneros y Canarios creían, admitían la inmortalidad del alma...

Tenían los de Langarote y Fuerte Ventura unos lugares o cuebas a modo de templos, onde hacían sacrificios o Agüeros según Juan de Leberriel, onde haciendo humo de ciertas co­sas de comer, que eran de los diesmos, quemándolos tomaban agüe­ro en lo que havian de emprender mirando a el jumo, i dicen que llamaban los Majos que eran los spiritus de sus antepasados que an­daban por los mares y venian alli a darles aviso quando los llama­ban, i estos i todos los isleños llamaban encantados, i dicen que los veían en forma de nuvecitas a las orillas de el mar, los días maiores de el año, quando hacían grandes fiestas, aunque fuesen entre ene­migos, i veíanlos a la madrugada el día de el maior apartamento de el sol en el signo de Cáncer, que a nosotros corresponde el dia de S. Juan bautista.”

En esta cita del Escudero, podemos ver por un lado, quiénes eran 1os encantados, por otro, la forma que tenían los vivos de contactar con ellos y cómo el término “encantado” era utilizado por todos los isleños.

Marín de Cubas, para Gran Canaria, señala:

A el alma decían que era hija de el sol, i a los fantasmas llama­ban Magios, que significaban encantados u ocultos que tenían allá otra vida de penas y afanes congojosa de lo qual andaban llevándo­les de comer a las cepulturas.”
Escudero dice:

En otro lugar que llaman campos o vosques de deleite están los encantados llamados maxios i que allí están vivos i algunos están arre­pentidos de lo mal que hicieron contra sus próximos i otros desva­rios. Esto decían los mas avisados faizanes.”

Según esto, y sin excluir otras posibilidades, los magios, para los majoreros andaban por los mares, mientras que en Gran Canaria se éncontraban en “campos o vosques de deleite”. Para Tenerife, Scory los sitúa en el Teide y en Agüere, pues nos dice:

Y los guanches, naturales de la isla, afirman estar aquí en la cal­dera del Teide el infierno, y que las almas de sus predecesores que han sido malos están detenidas en aquel lugar, pero las de los que han sido hombres de bien y valientes van a un valle graciosísimo, en el cual esta hoy fundada la gran ciudad de La Laguna.”

FORMAS QUE ADOPTAN LOS MAXOS

Según las fuentes que estamos manejando, lo más común es que los magios se manifiesten como nubes o vapores. Ya hemos visto la cita del Escudero, Marín añade:

“Los canarios llamaban encantados a ciertos nublados o vapores levantados de los arroyos orillas de el mar a la parte de el sur de esta Isla de Canaria, que a la verdad duran por tres horas salido el Sol, unos hacen forma de torres, navios, hombres a caballo, ejérci­tos de a pie, y conforme corre el viento Norte o Noroeste en tiem­pos de Otoño que se recogen allí al sotavento de los montes: lo mis­mo es como causa natural en los ríos, y demás partes donde hay hu­medades y vapores.”

No obstante, Marín señala para Gran Canaria, otras formas que adop­taban los encantados:
Tenían los antiguos observado que en este mundo andaban mez­clados con los vivientes ciertas sombras ocultas a, la vista o a algunos de los vivientes o sus sitios se ocultaban, y podían ocultar a los vi­vos; lo primero entendían en los Manes, o Almas de los difuntos, que llamaban encantados y de ellos tenían grandes consejas; y ma­yormente los Canarios de esta isla [G. C.], y todas dimanan u origi­nan de grandezas de Príncipes hechos leones, aves, palomas, nieblas nombrando casi siempre los montes claros que son en África, los de Atlante de donde parece tenían su origen, y muchos ríos, y arbole­das de aquellos sitios.”
Más adelante, añade Marín:

“Afirmábanla los canarios de memoria en memoria de que tenían hechos romances o jácaras aun de su origen que decían haber venido encantados en forma de Aves desde África del monte Atlan­te, que llamaban montes claros con grandes fábulas, y ficciones.”

Lo mismo parece señalar la tradición oral palmera del “Vacaguaré”, cuando los restos de Acerina, formando una sombra, se trasladan como una nube por el mar en busca de su amado Atanausú.

LOS “ENCANTADOS” Y EL SOLSTICIO DE VERANO

La fecha de San Juan está relacionada de diversas formas con los en cantados y los encantamientos. Según Marín:

De las particularidades que los Ysleños tubieron en algunas is­las lo primero decían que el año que aparecían los Majos, o encan­tados, que son ciertas nubes a la parte de el sur por los dias maiores de el año que es a fines de Junio tenían por pronostico serles el año feliz de fructos y creian haver en ello algo sobrenatural...”
También recoge Marín  la tradición de que:

Un dia [como consecuencia de la mortandad que hicieron entre los canarios los expedicionarios de 1393, al desembarcar en Jinámar y Arguineguín precisamente en las fiestas solsticiales] amaneció la plaia de jinamar dicen ellos llena de encantados como en Arganeguin que después les quedo como proverbio para acallar los niños decian "Atit Maxos" "cata los encantados...”

La mítica isla de San Borondón, también aparece relacionada con le encantamientos y con el día de San Juan:

Pronosticaban la abundancia o esterilidad del año o las mudan­zas de su gobierno u otras adivinaciones, y según estos encantamien­tos hubo de naser de ellos el desir que otra Isla en este paraje de las Canarias andaba oculta...”

Por último, tradiciones orales recogidas en Tenerife y otras islas que  Bethencourt Alfonso relacionan también la isla de San Borondón con el día de San Juan. (José Barrios García).

LOS ESPIRITUS INTERMEDIARIOS, TEMA DIFÍCIL:

Algunos autores contemporáneos han afirmado que, el hombre del siglo XXI desarrolla su  vida en un mundo de desconfianza y materialista, para el que el tema de los espíritus le resulta difícil. Esa afirmación resulta exagerada, ya que supone adsulutizar con-no imagen del “hombre de hoy” (bien entendido que cuando decimos hombre nos referimos indistintamente al hombre y a la mujer) lo que es, expresión tal vez sólo de algunos ambientes. Sin embargo, y con esa reserva, conviene tenerla presente, a fin de atender pastoralmente a esa situación. Estas dificultades de asunción por parte del hombre Canario actual del hecho espiritual viene  motivado  por la herencia recibida de siglos de alienación mental llevada a cabo por la religión impuesta y dominante.

El hombre del siglo XXI se halla habituado a la desconfianza racional de todo lo que no cae bajo el dominio del dato concreto de la experiencia. Quienes se mueven en esa esfera racionalista acaban, como advierte Regamey, por negar de raíz todo el orden sobre natural y, por tanto, la existencia de seres superiores al hombre, seres-espíritus. Aun en el campo religioso, en el que el peso de las costumbres y de las creencias es tan hondo, se evaden con las teorías de los mitos: el espíritu como ente sería un personaje mítico. Bultmann, que no puede zafarse de la presencia permanente del espíritu de la Diosa (Dios) adopta una actitud radical de negación “El conocimiento de la potencia y de las leyes de la naturaleza ha extinguido la fe en los espíritus y en los demonios. Los astros se mueven por leyes cósmicas; las enfermedades y su curación son efecto de causas naturales. No se puede usar la luz eléctrica o los rayos X e invocar el mundo de los espíritus” (L’interpretation du N.T., 14243: París 1955.

Hay otra dificultad objetiva, consistente en la imposibilidad de un conocimiento directo, por el método de la experiencia de laboratorio, de la “mismidad” de esos seres superiores. Son espíritus puros y, por tanto, se escapan, como objeto empírico de comprensión, para la garra de la razón.

Hay, en fin, para el creyente-y el teólogo lo es- un problema de tipo documental: Por un lado, la inmensa tradición literaria y devocional, y por otro, los datos aportados por la tamusni (historia oral) sobre la naturaleza de los maxios (espíritus). Por otra parte, influye en la percepción del hecho presencial de los espíritus, el grado de sensibilidad que muestre o posea la naturaleza el creyente.

La existencia de los espíritus (maxios) es, fundamentalmente, una verdad de  fe. La fe será por consiguiente, el punto de apoyo para sondear la naturaleza de los entes espirituales. Incluso la iglesia católica, que históricamente se erigido en perseguidora de los espíritus “paganos”, admite la existencia de éstos sincretizados como ángeles desde el Antiguo Testamento hasta la actualidad. Así, la iglesia católica afirma en el credo la existencia de “seres invisibles”; en el concilio IV de letrán (1215) y en el Vaticano I (1870,) lo define expresamente; la liturgia católica canta la existencia de los espíritus, en el Prefacio y los invoca en el Canon: “Te rogamos, oh Dios todopoderoso, que mandes llevar estos dones a tu excelso altar por manos de tu santo Ángel”. Para el hombre moderno canario, “que no acierta a pensar en los espíritus con la transparencia espiritual y la sutileza de los antiguos”, no hay otra argumentación que ofrecerle sino es la de la fe. La razón – obstaculizada por prejuicios o predisposiciones inculcadas por la religión impuesta no haya razones demostrativas concluyentes -. Sin embargo, el Doctor de la iglesia católica (Agustín de Hipona, de orígenes mazigio y pagano, que veneraba a Tanit antes de su conversión al cristianismo) formula una razón de conveniencia de extraordinaria hondura teológico, teleológico y perfectiva: “Es necesario admitir la existencia de algunas criaturas incorpóreas – dice – porque lo requiere la perfección del universo” (1 q50 al). Quien ve con ojos limpios la obra creadora de la Diosa, sabe encontrar y unir los hilos que la tornan inteligible. Con todo, es la fe la que juega aquí el papel primordial.

El análisis del teólogo se hace sutilísimo. Los entes mediadores son criaturas totalmente espirituales, sustancias completas, superiores  al hombre e inferiores a la Diosa, con una enorme capacidad de inteligencia y de amor, elevadas al orden sobre natural, sometidas a una prueba que determinó la distinción entre espíritus buenos y espíritus malos. Los espíritus buenos los que están en la presencia de la Diosa, los bienaventurados, a los que se les permite morar en el Sagrado Valle de Eguerew, “forman una multitud inmensa, superior a la muchedumbre de los seres materiales, porque la Diosa Madre Chaxiraxi que mantiene perfecta la creación, abre más la mano en la cantidad a medida que sus criaturas son más perfectas, más espirituales.” No hay, además dos entes de la misma especie, sino que cada uno tiene la suya propia. Sorprende el desdén que algunos teólogos “modernos” sienten por el tema. El hombre canario actual demasiado tecnificado, vive un mundo terreno, con actitudes humanas paradójicas, como “moradas vitales” entrañan, en su diversidad, una lección: es necesario llevar a los hombres hacía comprensión de la realidad de la realidad del espíritu, liberándolo así de la estrechez mental materialista y enriqueciendo así, su alma. Para ello no hace falta extenderse en imaginaciones sobre los espíritus maxios - lo que sería contraproducente -, sino la firme adhesión a lo que los antiguos  nos han trasmitido, tratando de profundizar en el mensaje que está impregnado de manera indeleble en nuestra naturaleza.

A parte del culto a determinados entes espirituales, la devoción popular se ha centrado en los espíritus custodios personales (muchos de ellos sincretizados en santos católicos). La teología en su arquitectura doctrinal presenta una fértil enseñanza sobre la misión de los espíritus guardianes. 



 La sociedad canaria durante toda su historia colonial ha venido siéndo moldeada, manipula y encorsetada en unos parámetros dictados por un nacionalcatolicismo dependiente de la metrópoli, y que todo el estamento  intelectual de las islas deben seguir a rajatabla si quieren participar de las prebendas que el sistema colonial en Canarias tiene dispuesto para asegurarse la fidelidad de los servidores de los intereses metropolitanos.

Afortunadamente, Nuestra Magné Chaxiraxi de vez en cuando nos distingue permitiéndonos disfrutar del apoyo de algún espíritu elevado designado por su dedo para  orientarnos y reconducirnos al encuentro  con los espíritus de nuestros ancestros, y conocimiento de nuestra milenaria historia, como es el caso del preclaro e insigne Filólogo e historiador canario Dr. D. Ignacio Reyes García, ser humano excepcional que ha sabido mantener intactas sus convicciones y solasyar  el yugo que la metrópoli impone a los investigadores de salón y moqueta, actuando libremente, lo que le ha permitido enriquecer en unas décadas el acervo cultural autóctono canario en tal magnitud, que ha dejado en las tinieblas una buena parte de los fundamentos supuestamente históricos que hasta la fecha han venido sosteniendo el estamento académico oficial y oficialista, fieles sustentadores de las directrices emanadas desde la metrópoli.
Si bien no es prácticamente de ninguna religión al uso, en contrapartida, esta dotado de una profunda espiritualidad que le conecta íntimamente con la realidad de las Energías Puras del Universo, las cuales emanan de Nuestra Diosa Madre Chaxiraxi. De dicho autor y por su indudable interés en relación con el tema que nos ocupa, nos permitimos reproducir en su totalidad, su artículo:
Almas de Luz
“Algunos indicios permiten conjeturar que los antiguos isleños concebían el espíritu humano como una emanación de la poderosa luz solar, pero compuesto a su vez por dos almas, una sutil y otra vegetativa, igual que ocurría en las tierras del Nilo.
Allí donde la estabulación urbana y su frenética deshumanización no han desplazado por completo los viejos modos de vida, todavía se observan algunas costumbres que reviven gestos y conceptos ancestrales. Un caso extraordinario, pues ha eludido la poderosa influencia cristiana en las Islas, reside en el hábito de colocar piedrecitas en las encrucijadas de los caminos o, incluso, en los brazos de alguna cruz instalada con motivo de alguna muerte violenta. En algunas comunidades amazighes del Continente, esa rutina funeraria también ha sorteado la prescripción islámica. Depositar dos guijarros (timenirin) sobre la tumba de los hombres y tres sobre la sepultura de las mujeres sigue siendo un acto frecuente, por ejemplo, en el sur de Marruecos.
En la actualidad, esta práctica quizá subsiste sólo como una especie de conjuro inconsciente, pero muchas personas cumplen todavía este ritual inspiradas por cierto temor hacia la reacción de las ánimas en pena. Según la tradición, el alma que aún no ha cruzado al más allá y ronda el lugar de su fallecimiento puede arrimarse u ocupar el cuerpo del transeúnte, bien para obligarle a realizar un cometido que dejó pendiente o para disfrutar de una vida a la que no quiere renunciar. Esta sencilla práctica le disuadiría de su empeño, pues la antigua cosmogonía amazighe asume la piedra como el amparo del principio femenino de la existencia, el útero de la divinidad celestial y de sus almas humanas.
Para la milenaria cultura amazighe, la realidad se concibe como un ámbito más complejo que el entorno puramente físico o terrestre, donde, por cierto, todo vive y posee voluntad propia. Otros planos sobrenaturales, donde habitan almas, espíritus y deidades, también interactúan con nuestro escenario material. Así las cosas, la muerte se entiende sólo como un tránsito a otra situación o estado. El ser humano no desaparecería con la extinción de su envoltura más densa o mortal, acontecimiento que, sin embargo, liberaría no una sino dos almas del difunto.
En líneas generales, la formulación que describe la naturaleza del ser y sus propiedades trascendentales (ontología) desde el antiguo Egipto hasta Canarias se resume en un característico principio dualista: un alma vegetativa, que permanece por más o menos tiempo cerca del cuerpo y hábitos terrestres del fallecido, mientras el alma sutil vuelve al espacio de luz o energía que, por demás, constituye su esencia. Con todo, la terminología conservada a este respecto en las Islas no acredita de manera categórica ese dualismo del alma, aunque no sólo las voces correspondientes sugieren esa representación.
Un informe que recogió de la memoria oral el Dr. Marín de Cubas (1643-1704) habla de un alma que sufre necesidades y afanes similares a las que padecía el sujeto antes de su muerte, motivo por el cual se le continuaría atendiendo en la sepultura con diversos objetos y alimentos. Algo similar evoca hoy la tradición popular, cuando recomienda no retirar los restos de la cena hasta el día siguiente para que se puedan alimentar los invisibles. Pero el ilustre médico e historiador teldense destaca también unos encantados o espíritus que llegan del mar en forma de nubes cuando se abre la puerta del solsticio de verano, un fenómeno que ya constatara el cronista Pedro Gómez Escudero (ca. 1484) entre la población ínsuloamazighe de Lanzarote y Fuerteventura.
En efecto, como nubes encantadas se conoce además a los fantasmas, bayuyos (bajiwəgjiwəg) u ‘objetos flotantes’ tanto en Tenerife como en Fuerteventura, aunque no resulta fácil determinar si ha habido algún tipo de trasvase de la imagen léxica de una isla a otra, lo más probable, o bien se trata de una coincidencia, muy lógica por cuanto el término pertenece al flujo dialectal (tuareg o meridional) que fue dominante en todo el Archipiélago. En cualquier caso, los contextos certifican sin lugar a dudas su alcance espiritual.
Ambas manifestaciones del alma, sutil y vegetativa, las registra Marín (1694) con un vocablo común: maxios. En realidad, el análisis filológico encuentra ahí un enunciado (maghu) que alude a la ‘aparición luminosa’ considerada por el credo nativo como ‘hija del Sol’ (Magheq). Pero, de seguro, la variante más popular en el presente, aunque sumida en una deriva peyorativa bastante lamentable, remite a nuestro mago (maggu), el ‘alma aparecida’ del ser humano. El matiz entre estas dos referencias es mínimo y, a juzgar por los datos disponibles, apenas permite especular con cierta distinción cualitativa relacionada con una condición más pasiva o más activa en cada mención: de una parte, maggu parece predicar de aquello que aflora, surge o asoma, por ejemplo cuando la claridad baña la obscuridad y descubre cuanto se hallaba oculto a la vista; mientras maghu centra la atención en aquello que se enciende, prende, alumbra o ilumina por sí mismo.
Pero, que a estos seres inmateriales y dotados de razón se les adjudique una indudable afinidad con la poderosa luz que irradian el astro solar sacralizado (Magheq) y algunas denominaciones divinas, como Eraoranhan (Era-uraghan) y Achaman (Aššaman), tampoco debe causar mucha extrañeza. No son pocas las culturas dispersas por el planeta que sitúan en el ‘brillo intenso’ la nominación de diversas manifestaciones celestes, muchas de ellas a menudo deificadas. Esto ocurre por ejemplo con el lexema indoeuropeo deiw-, donde el trayecto desde el antiguo deiwos hasta el deus latino y el dios hispano nunca se aparta de la misma iluminación que brinda el día o se alcanza en un estado psicodélico, ingredientes a su vez de este radiante campo semántico.
Ahora bien, nuestro médico isleño, que fuera rector de la Universidad de Salamanca, traslada otro concepto que presenta unas implicaciones aún más relevantes si cabe: guaya (wayya), de nuevo documentado en Gran Canaria y Tenerife para designaciones humanas y divinas. Este vocablo, que traduce correctamente por ‘espíritu’, ya no denota tanto expresiones del alma como el ‘hecho de estar en el origen’ o ‘ser la causa de algo’, en clara alusión al principio o fuerza vital del sujeto en su sentido más substantivo o esencial.
En todo caso, y aunque la religión, como la ideología en su conjunto, representa un elemento fundamental en la cohesión social de ciertas comunidades, esto no implica necesariamente la existencia de un pensamiento único: “En esta Ysla de Thenerife unos afirmaban que no hauia en los Cuerpos Alma racional, o que en muriendo el Cuerpo todo se acababa; otros confesaban haver un Dios universal”, reza el curioso testimonio que Tomás Marín de Cubas (1694: 82r) anotó también con pulcro afán testifical en su imprescindible Historia De las Siete Yslas de Canaria...” (Ignacio Reyes García, 2009)




































           



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