Volumen V
CAPITULO XXVII-II
DIOSES
MEDIADORES “GENIOS” O ESPÍRITUS EN LA RELIGIÓN GUANCHE
Eduardo Pedro García Rodríguez
Notas sobre el concepto de alma en los antiguos majoreros y su posible pervivencia en un pueblo de Lanzarote.
Según el
Catedrático D. José Barrios García:
[…]
Así en Lanzarote, concretamente en Tabayesco, al norte de la
isla, los ancianos del lugar todavía recuerdan la “presencia” de las ánimas
benditas del Purgatorio en la noche de San Juan. Este elemento
de la cultura rural-tradicional está a punto de perderse por el
empuje de la actual sociedad, según nos testimonia Agustín de la Hoz. “Pero lo cierto es que
en aquel pequeño caserío, cuando estaba prácticamente incomunicado, sin
luz eléctrica, dedicado a la agricultura, todos los habitantes limpiaban sus
casas, ponían los manteles con cubiertos para los parientes fallecidos y luego, al alba, afirmaban haber
sentido la presencia de esos seres del más
allá”, según nos cuenta el escritor lanzaroteño...” (Luís León
Barreto, en: José Barrios García)
UNA APROXIMACIÓN AL TÉRMINO
“MAXOS”
Como
veremos a continuación, creían los majoreros que las persona estaban
compuestas de un cuerpo material y de, al menos, un espíritu que pervivía después de su muerte. A
este espíritu llamaban maxos, palabra que
en otros textos aparece, como maxios, majos, magos, etc. Tanto el término “majo”, como el de “majorero”, han sido
tradicionalmente utilizados por las
fuentes escritas y la tradición oral como gentilicio para de signar a los
naturales de Fuerteventura y Lanzarote. Además, según ciertos autores: Maho (Abreu), Maoh (Torriani),
Mahorata (Viana), era tambien el
nombre que le daban algunos a estas dos islas.
Desde
este punto de vista, tanto las dos islas como sus habitantes, vivos o
muertos, parecen haber recibido, según algunas versiones, el mismo nombre de:
maho, majo, magio, maxio, etc. Esta palabra es relacionable lingüística y
semánticamente con el etnómino con el que se denominan a sí mismas las
poblaciones comunmente llamadas beréberes; según Salem Chaquer et al:
“La lengua de los
touaregs, que es una forma del beréber, se divide en varios dialectos
mutuamente inteligibles con muy poco esfuerzo...
Para
designarse a ellos mismos, estos pastores nómadas del Sahara
Central, como todos los bereberes, utilizan el término Ama-jeg/Imuhag,
con variantes dialectales múltiples: Amaheg, Amaceg, Amazig... que podemos
seguir desde la antigüedad: Maxyes de He-rodoto, Mazyes de Hecateo, Mazices y
Mazaces de la época latina”.
Para
Prasse la forma primitiva de este
término sería ámahzíg, y h forma ámáhág, variante dialectal de los
touaregs del Ahaggar, es señala la por algunos estudiosos como la más cercana
lingüísticamente al “Majo” de Lanzarote y Fuerte ventura. En esta línea
de apreciaciones parece claro que la palabra “majo” se correspondería
precisamente con una variante dialectal insular del término panberéber con el
que estas pobla:iones se designan a sí mismas.
La
adscripción por algunos historiadores de esta palabra como nombre de las
dos islas orientales, puede entonces matizarse en el sentido de que, si lingüísticamente, designa
una etnia, podría entonces, por extensión,
designar el territorio que esta etnia ocupa; es decir, no sería éste el nombre de la isla, sino más bien el nombre del
territorio que ocupa la etnia. Por
otra parte, como nombre de las islas tenemos los más conocidos de Erbania (Fuerteventura) y Titerogaka
(Lanzarote).
LOS MAXOS EN LAS FUENTES
A
continuación presento algunas de las citas que se pueden encontrar en los
textos historiográficos referidas al tema de los encantados o espíritus de
los antepasados. Todos los textos claves se encuentran en alguno de los manuscritos que hoy
conocemos del historiador de las Canarias, don
Tomás Marín de Cubas (1643,1704), natural de Telde y nacido en el seno
de una vieja familia de la localidad. Parece claro que la mayoría de estas noticias, como tantas otras, las tomó
Marín de Cubas de la tradición oral, que en esta época debía abarcar a
un alto porcentaje de población que no
sabía leer ni escribir y, en buena medida, constituida por descendientes de los
antiguos canarios. La escasez de noticias estrictamente referidas a
Lanzarote y Fuerteventura, me ha motivado a recoger también aquellas referidas a otras islas, pues, sin que quepa hacer
generalizaciones gratuitas, algunas
de las propias citas y de las tradiciones conservadas en otras islas,
hacen referencia a que la cultura de los “maxos” se hallaba extendida al resto del archipiélago con extensión y variantes
a determinar.
TEXTO DEL ESCUDERO
“Parece por lo que los
maxoneros y Canarios creían, admitían la inmortalidad del alma...
Tenían los de
Langarote y Fuerte Ventura unos lugares o
cuebas a modo de templos, onde hacían sacrificios o Agüeros según Juan de Leberriel, onde haciendo
humo de ciertas cosas de comer, que
eran de los diesmos, quemándolos tomaban agüero en lo que havian de emprender mirando a el jumo, i dicen que llamaban los Majos que eran los spiritus de sus
antepasados que andaban por los
mares y venian alli a darles aviso quando los llamaban, i estos i todos los isleños llamaban
encantados, i dicen que los veían en forma de nuvecitas a las orillas de el
mar, los días maiores de el año,
quando hacían grandes fiestas, aunque fuesen entre enemigos, i veíanlos a la
madrugada el día de el maior apartamento de el sol en el signo de Cáncer, que a nosotros corresponde el dia de S.
Juan bautista.”
En
esta cita del Escudero, podemos ver por un lado, quiénes eran 1os encantados,
por otro, la forma que tenían los vivos de contactar con ellos y cómo el
término “encantado” era utilizado por todos los isleños.
Marín de
Cubas, para Gran Canaria, señala:
“A el alma decían que era
hija de el sol, i a los fantasmas llamaban Magios, que
significaban encantados u ocultos que tenían allá otra vida de penas y
afanes congojosa de lo qual andaban llevándoles de comer a las cepulturas.”
Escudero dice:
“En otro lugar que llaman
campos o vosques de deleite están los encantados llamados
maxios i que allí están vivos i algunos están arrepentidos de lo mal que
hicieron contra sus próximos i otros desvarios. Esto decían los mas avisados
faizanes.”
Según
esto, y sin excluir otras posibilidades, los magios, para los majoreros
andaban por los mares, mientras que en Gran Canaria se éncontraban en “campos o vosques de
deleite”. Para Tenerife, Scory los sitúa en
el Teide y en Agüere, pues nos dice:
“Y los guanches,
naturales de la isla, afirman estar aquí en la caldera del Teide el
infierno, y que las almas de sus predecesores que han sido malos están detenidas en aquel
lugar, pero las de los que han sido hombres
de bien y valientes van a un valle graciosísimo, en el cual esta hoy
fundada la gran ciudad de La
Laguna.”
FORMAS QUE ADOPTAN LOS MAXOS
Según
las fuentes que estamos manejando, lo más común es que los magios se
manifiesten como nubes o vapores. Ya hemos visto la cita del Escudero,
Marín añade:
“Los
canarios llamaban encantados a ciertos nublados o vapores levantados
de los arroyos orillas de el mar a la parte de el sur de esta Isla de Canaria, que a la
verdad duran por tres horas salido el Sol,
unos hacen forma de torres, navios, hombres a caballo, ejércitos de a
pie, y conforme corre el viento Norte o Noroeste en tiempos de Otoño que se recogen allí al sotavento de
los montes: lo mismo es como causa
natural en los ríos, y demás partes donde hay humedades y vapores.”
No
obstante, Marín señala para Gran Canaria, otras formas que adoptaban los
encantados:
“Tenían los antiguos
observado que en este mundo andaban mezclados con los vivientes ciertas
sombras ocultas a, la vista o a algunos de los vivientes o sus
sitios se ocultaban, y podían ocultar a los vivos; lo primero entendían en los Manes, o
Almas de los difuntos, que llamaban
encantados y de ellos tenían grandes consejas; y mayormente los Canarios de esta isla [G. C.], y
todas dimanan u originan de
grandezas de Príncipes hechos leones, aves, palomas, nieblas nombrando casi
siempre los montes claros que son en África, los de Atlante de donde parece tenían su origen, y
muchos ríos, y arboledas de aquellos sitios.”
Más adelante, añade
Marín:
“Afirmábanla los
canarios de memoria en memoria de que tenían
hechos romances o jácaras aun de su origen que decían haber venido encantados en forma de Aves desde África
del monte Atlante, que llamaban
montes claros con grandes fábulas, y ficciones.”
Lo
mismo parece señalar la tradición oral palmera del “Vacaguaré”, cuando los
restos de Acerina, formando una sombra, se trasladan como una nube por el mar en busca de su amado Atanausú.
LOS “ENCANTADOS” Y EL SOLSTICIO
DE VERANO
La
fecha de San Juan está relacionada de diversas formas con los en cantados y
los encantamientos. Según Marín:
“De las particularidades
que los Ysleños tubieron en algunas islas lo primero decían que el año que
aparecían los Majos, o encantados, que son ciertas nubes a la parte de el sur
por los dias maiores de el año que es a fines de Junio tenían por
pronostico serles el año feliz de fructos y creian haver en ello algo sobrenatural...”
También recoge
Marín la tradición de que:
“Un dia [como
consecuencia de la mortandad que hicieron entre los canarios los
expedicionarios de 1393, al desembarcar en Jinámar y Arguineguín
precisamente en las fiestas solsticiales] amaneció la plaia de
jinamar dicen ellos llena de encantados como en Arganeguin que
después les quedo como proverbio para acallar los niños decian
"Atit Maxos" "cata los encantados...”
La
mítica isla de San Borondón, también aparece relacionada con le encantamientos
y con el día de San Juan:
“Pronosticaban la
abundancia o esterilidad del año o las mudanzas de su gobierno u
otras adivinaciones, y según estos encantamientos hubo de naser de
ellos el desir que otra Isla en este paraje de las Canarias andaba oculta...”
Por último, tradiciones orales recogidas en Tenerife
y otras islas que Bethencourt
Alfonso relacionan también la isla de San Borondón con el día de San
Juan. (José Barrios García).
LOS
ESPIRITUS INTERMEDIARIOS, TEMA DIFÍCIL:
Algunos autores contemporáneos
han afirmado que, el hombre del siglo XXI desarrolla su vida en un mundo de desconfianza y
materialista, para el que el tema de los espíritus le resulta difícil. Esa
afirmación resulta exagerada, ya que supone adsulutizar con-no imagen del
“hombre de hoy” (bien entendido que cuando decimos hombre nos referimos
indistintamente al hombre y a la mujer) lo que es, expresión tal vez sólo de
algunos ambientes. Sin embargo, y con esa reserva, conviene tenerla presente, a
fin de atender pastoralmente a esa situación. Estas dificultades de asunción
por parte del hombre Canario actual del hecho espiritual viene motivado
por la herencia recibida de siglos de alienación mental llevada a cabo
por la religión impuesta y dominante.
El hombre del
siglo XXI se halla habituado a la desconfianza racional de todo lo que no cae
bajo el dominio del dato concreto de la experiencia. Quienes se mueven en esa
esfera racionalista acaban, como advierte Regamey, por negar de raíz todo el
orden sobre natural y, por tanto, la existencia de seres superiores al hombre,
seres-espíritus. Aun en el campo religioso, en el que el peso de las costumbres
y de las creencias es tan hondo, se evaden con las teorías de los mitos: el
espíritu como ente sería un personaje mítico. Bultmann, que no puede zafarse de
la presencia permanente del espíritu de la Diosa (Dios) adopta una actitud radical de
negación “El conocimiento de la potencia y de las leyes de la naturaleza ha
extinguido la fe en los espíritus y en los demonios. Los astros se mueven por
leyes cósmicas; las enfermedades y su curación son efecto de causas naturales.
No se puede usar la luz eléctrica o los rayos X e invocar el mundo de los
espíritus” (L’interpretation du N.T., 14243: París 1955.
Hay otra
dificultad objetiva, consistente en la imposibilidad de un conocimiento
directo, por el método de la experiencia de laboratorio, de la “mismidad” de
esos seres superiores. Son espíritus puros y, por tanto, se escapan, como
objeto empírico de comprensión, para la garra de la razón.
Hay, en fin,
para el creyente-y el teólogo lo es- un problema de tipo documental: Por un
lado, la inmensa tradición literaria y devocional, y por otro, los datos
aportados por la tamusni (historia oral) sobre la naturaleza de los maxios
(espíritus). Por otra parte, influye en la percepción del hecho presencial de
los espíritus, el grado de sensibilidad que muestre o posea la naturaleza el
creyente.
La existencia
de los espíritus (maxios) es, fundamentalmente, una verdad de fe. La fe será por consiguiente, el punto de
apoyo para sondear la naturaleza de los entes espirituales. Incluso la iglesia
católica, que históricamente se erigido en perseguidora de los espíritus
“paganos”, admite la existencia de éstos sincretizados como ángeles desde el
Antiguo Testamento hasta la actualidad. Así, la iglesia católica afirma en el
credo la existencia de “seres invisibles”; en el concilio IV de letrán
(1215) y en el Vaticano I (1870,) lo define expresamente; la liturgia católica
canta la existencia de los espíritus, en el Prefacio y los invoca en el Canon: “Te
rogamos, oh Dios todopoderoso, que mandes llevar estos dones a tu excelso altar
por manos de tu santo Ángel”. Para el hombre moderno canario, “que no
acierta a pensar en los espíritus con la transparencia espiritual y la sutileza
de los antiguos”, no hay otra argumentación que ofrecerle sino es la de la fe.
La razón – obstaculizada por prejuicios o predisposiciones inculcadas por la
religión impuesta no haya razones demostrativas concluyentes -. Sin embargo, el
Doctor de la iglesia católica (Agustín de Hipona, de orígenes mazigio y pagano,
que veneraba a Tanit antes de su conversión al cristianismo) formula una razón
de conveniencia de extraordinaria hondura teológico, teleológico y perfectiva:
“Es necesario admitir la existencia de algunas criaturas incorpóreas – dice –
porque lo requiere la perfección del universo” (1 q50 al). Quien ve con ojos
limpios la obra creadora de la
Diosa, sabe encontrar y unir los hilos que la tornan
inteligible. Con todo, es la fe la que juega aquí el papel primordial.
El análisis
del teólogo se hace sutilísimo. Los entes mediadores son criaturas totalmente
espirituales, sustancias completas, superiores
al hombre e inferiores a la
Diosa, con una enorme capacidad de inteligencia y de amor,
elevadas al orden sobre natural, sometidas a una prueba que determinó la
distinción entre espíritus buenos y espíritus malos. Los espíritus buenos los
que están en la presencia de la
Diosa, los bienaventurados, a los que se les permite morar en
el Sagrado Valle de Eguerew, “forman una multitud inmensa, superior a la
muchedumbre de los seres materiales, porque la Diosa Madre Chaxiraxi que
mantiene perfecta la creación, abre más la mano en la cantidad a medida que sus
criaturas son más perfectas, más espirituales.” No hay, además dos entes de la
misma especie, sino que cada uno tiene la suya propia. Sorprende el desdén que
algunos teólogos “modernos” sienten por el tema. El hombre canario actual
demasiado tecnificado, vive un mundo terreno, con actitudes humanas
paradójicas, como “moradas vitales” entrañan, en su diversidad, una lección: es
necesario llevar a los hombres hacía comprensión de la realidad de la realidad
del espíritu, liberándolo así de la estrechez mental materialista y
enriqueciendo así, su alma. Para ello no hace falta extenderse en imaginaciones
sobre los espíritus maxios - lo que sería contraproducente -, sino la firme
adhesión a lo que los antiguos nos han
trasmitido, tratando de profundizar en el mensaje que está impregnado de manera
indeleble en nuestra naturaleza.
A parte del
culto a determinados entes espirituales, la devoción popular se ha centrado en
los espíritus custodios personales (muchos de ellos sincretizados en santos
católicos). La teología en su arquitectura doctrinal presenta una fértil
enseñanza sobre la misión de los espíritus guardianes.
La sociedad canaria durante toda su historia colonial ha venido siéndo moldeada, manipula y encorsetada en unos parámetros dictados por un nacionalcatolicismo dependiente de la metrópoli, y que todo el estamento intelectual de las islas deben seguir a rajatabla si quieren participar de las prebendas que el sistema colonial en Canarias tiene dispuesto para asegurarse la fidelidad de los servidores de los intereses metropolitanos.
Afortunadamente,
Nuestra Magné Chaxiraxi de vez en cuando nos distingue permitiéndonos disfrutar
del apoyo de algún espíritu elevado designado por su dedo para orientarnos y reconducirnos al encuentro con los espíritus de nuestros ancestros, y
conocimiento de nuestra milenaria historia, como es el caso del preclaro e insigne
Filólogo e historiador canario Dr. D. Ignacio Reyes García, ser humano
excepcional que ha sabido mantener intactas sus convicciones y solasyar el yugo que la metrópoli impone a los
investigadores de salón y moqueta, actuando libremente, lo que le ha permitido
enriquecer en unas décadas el acervo cultural autóctono canario en tal
magnitud, que ha dejado en las tinieblas una buena parte de los fundamentos
supuestamente históricos que hasta la fecha han venido sosteniendo el estamento
académico oficial y oficialista, fieles sustentadores de las directrices
emanadas desde la metrópoli.
Si
bien no es prácticamente de ninguna religión al uso, en contrapartida, esta
dotado de una profunda espiritualidad que le conecta íntimamente con la
realidad de las Energías Puras del Universo, las cuales emanan de Nuestra Diosa
Madre Chaxiraxi. De dicho autor y por su indudable interés en relación con el
tema que nos ocupa, nos permitimos reproducir en su totalidad, su artículo:
Almas de Luz
“Algunos
indicios permiten conjeturar que los antiguos isleños concebían el espíritu
humano como una emanación de la poderosa luz solar, pero compuesto a su vez por
dos almas, una sutil y otra vegetativa, igual que ocurría en las tierras del
Nilo.
Allí donde la estabulación
urbana y su frenética deshumanización no han desplazado por completo los viejos
modos de vida, todavía se observan algunas costumbres que reviven gestos y
conceptos ancestrales. Un caso extraordinario, pues ha eludido la poderosa
influencia cristiana en las Islas, reside en el hábito de colocar piedrecitas
en las encrucijadas de los caminos o, incluso, en los brazos de alguna cruz
instalada con motivo de alguna muerte violenta. En algunas comunidades
amazighes del Continente, esa rutina funeraria también ha sorteado la prescripción
islámica. Depositar dos guijarros (timenirin) sobre la tumba de los
hombres y tres sobre la sepultura de las mujeres sigue siendo un acto
frecuente, por ejemplo, en el sur de Marruecos.
En la actualidad, esta
práctica quizá subsiste sólo como una especie de conjuro inconsciente, pero
muchas personas cumplen todavía este ritual inspiradas por cierto temor hacia
la reacción de las ánimas en pena. Según la tradición, el alma que aún no ha
cruzado al más allá y ronda el lugar de su fallecimiento puede arrimarse
u ocupar el cuerpo del transeúnte, bien para obligarle a realizar un cometido
que dejó pendiente o para disfrutar de una vida a la que no quiere renunciar.
Esta sencilla práctica le disuadiría de su empeño, pues la antigua cosmogonía
amazighe asume la piedra como el amparo del principio femenino de la
existencia, el útero de la divinidad celestial y de sus almas humanas.
Para la milenaria cultura
amazighe, la realidad se concibe como un ámbito más complejo que el entorno
puramente físico o terrestre, donde, por cierto, todo vive y posee voluntad
propia. Otros planos sobrenaturales, donde habitan almas, espíritus y deidades,
también interactúan con nuestro escenario material. Así las cosas, la muerte se
entiende sólo como un tránsito a otra situación o estado. El ser humano no
desaparecería con la extinción de su envoltura más densa o mortal,
acontecimiento que, sin embargo, liberaría no una sino dos almas del difunto.
En líneas generales, la
formulación que describe la naturaleza del ser y sus propiedades
trascendentales (ontología) desde el antiguo Egipto hasta Canarias se resume en
un característico principio dualista: un alma vegetativa, que permanece por más
o menos tiempo cerca del cuerpo y hábitos terrestres del fallecido, mientras el
alma sutil vuelve al espacio de luz o energía que, por demás, constituye su
esencia. Con todo, la terminología conservada a este respecto en las Islas no
acredita de manera categórica ese dualismo del alma, aunque no sólo las voces
correspondientes sugieren esa representación.
Un informe que recogió de la
memoria oral el Dr. Marín de Cubas (1643-1704) habla de un alma que sufre
necesidades y afanes similares a las que padecía el sujeto antes de su muerte,
motivo por el cual se le continuaría atendiendo en la sepultura con diversos
objetos y alimentos. Algo similar evoca hoy la tradición popular, cuando
recomienda no retirar los restos de la cena hasta el día siguiente para que se
puedan alimentar los invisibles. Pero el ilustre médico e historiador teldense
destaca también unos encantados o espíritus que llegan del mar en forma de
nubes cuando se abre la puerta del solsticio de verano, un fenómeno que ya
constatara el cronista Pedro Gómez Escudero (ca. 1484) entre la población
ínsuloamazighe de Lanzarote y Fuerteventura.
En efecto, como nubes
encantadas se conoce además a los fantasmas, bayuyos (bajiwəgjiwəg)
u ‘objetos flotantes’ tanto en Tenerife como en Fuerteventura, aunque no
resulta fácil determinar si ha habido algún tipo de trasvase de la imagen
léxica de una isla a otra, lo más probable, o bien se trata de una
coincidencia, muy lógica por cuanto el término pertenece al flujo dialectal
(tuareg o meridional) que fue dominante en todo el Archipiélago. En cualquier
caso, los contextos certifican sin lugar a dudas su alcance espiritual.
Ambas manifestaciones del
alma, sutil y vegetativa, las registra Marín (1694) con un vocablo común: maxios.
En realidad, el análisis filológico encuentra ahí un enunciado (maghu)
que alude a la ‘aparición luminosa’ considerada por el credo nativo como ‘hija
del Sol’ (Magheq). Pero, de seguro, la variante más popular en el
presente, aunque sumida en una deriva peyorativa bastante lamentable, remite a
nuestro mago (maggu), el ‘alma aparecida’ del ser
humano. El matiz entre estas dos referencias es mínimo y, a juzgar por los
datos disponibles, apenas permite especular con cierta distinción cualitativa
relacionada con una condición más pasiva o más activa en cada mención: de una
parte, maggu parece predicar de aquello que aflora, surge o asoma, por
ejemplo cuando la claridad baña la obscuridad y descubre cuanto se hallaba
oculto a la vista; mientras maghu centra la atención en aquello que se
enciende, prende, alumbra o ilumina por sí mismo.
Pero, que a estos seres
inmateriales y dotados de razón se les adjudique una indudable afinidad con la
poderosa luz que irradian el astro solar sacralizado (Magheq) y
algunas denominaciones divinas, como Eraoranhan (Era-uraghan)
y Achaman (Aššaman), tampoco debe causar mucha
extrañeza. No son pocas las culturas dispersas por el planeta que sitúan en el
‘brillo intenso’ la nominación de diversas manifestaciones celestes, muchas de
ellas a menudo deificadas. Esto ocurre por ejemplo con el lexema indoeuropeo deiw-,
donde el trayecto desde el antiguo deiwos hasta el deus
latino y el dios hispano nunca se aparta de la misma iluminación que brinda
el día o se alcanza en un estado psicodélico, ingredientes a
su vez de este radiante campo semántico.
Ahora bien, nuestro médico
isleño, que fuera rector de la
Universidad de Salamanca, traslada otro concepto que presenta
unas implicaciones aún más relevantes si cabe: guaya (wayya),
de nuevo documentado en Gran Canaria y Tenerife para designaciones humanas y
divinas. Este vocablo, que traduce correctamente por ‘espíritu’, ya no denota
tanto expresiones del alma como el ‘hecho de estar en el origen’ o ‘ser la
causa de algo’, en clara alusión al principio o fuerza vital del sujeto en su
sentido más substantivo o esencial.
En todo caso, y aunque la
religión, como la ideología en su conjunto, representa un elemento fundamental
en la cohesión social de ciertas comunidades, esto no implica necesariamente la
existencia de un pensamiento único: “En esta Ysla de Thenerife unos
afirmaban que no hauia en los Cuerpos Alma racional, o que en
muriendo el Cuerpo todo se acababa; otros confesaban haver un Dios universal”,
reza el curioso testimonio que Tomás Marín de Cubas (1694: 82r) anotó también
con pulcro afán testifical en su imprescindible Historia De las Siete Yslas
de Canaria...” (Ignacio Reyes García, 2009)
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