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viernes, 25 de octubre de 2013

LA DIOSA MADRE EN LAS ISLAS CANARIAS-XXVIII-I





CAPITULO XXVIII-I


MOMIFICACIÓN Y CULTO A LOS MUERTOS  

Eduardo Pedro García Rodríguez

            Antecedentes

                     Como queda dicho los espíritus (almas libres y almas vitales) de los familiares fallecidos desempeñan un papel importante entre los poderes del más allá (junto a espíritus y dioses) de las religiones de muchos pueblos establecidos en nuestro continente africano, el sureste asiático y Oceanía. Según un principio general, la autoridad aumenta con la edad. Así pues, los antepasados (desde los más antiguos, fundadores del pueblo) disfrutan del rango más alto, por encima del más viejo de sus descendientes, aunque por debajo de los dioses y de la Diosa creadora y Superior, como la más antigua de todos. Los espíritus, al igual que los ancianos con vida, aconsejan a los suyos (en sueños), se preocupan de que sigan el buen camino, les brindan la fertilidad de sus animales y sus campos, y vigilan que sus descendientes se mantengan fielmente dentro del orden transmitido de generación en generación. Las personas negligentes reciben advertencias en forma de signos y pequeñas desgracias, los culpables se ven afectados por enfermedades, accidentes, pérdidas materiales o la muerte. Así pues, todos tienen un desmesurado interés en que su relación con ellos sea fluida, sin perturbaciones, lo que se consigue mediante el culto a los antepasados. Las oraciones y las ofrendas de alimentos y bebidas realizadas con regularidad también ayudan, al igual que las invitaciones a las fiestas familiares más modestas o a las grandes fiestas comunitarias, durante las cuales se les recuerda con respeto y veneración, se les agasaja generosamente con cánticos y danzas y, como despedida, se les ofrece ricos obsequios.

                   Ello conforma un importante aspecto en las prácticas religiosas de nuestros ancestros en torno al culto a los antepasados. El guanche tenía temor a los espíritus de los que ya no vivían. Hoy el Mago Canario  cree que los espíritus pueden andar errantes en torno de las moradas de los hombres, él guarda el religioso temor en su corazón que le causa la aparición nocturna del espíritu de sus antepasados. El religioso temor a los antepasados es instintivo, tanto en el hombre del campo como en el que habita en núcleos urbanos, y su respeto a los antepasados también. Siente dolor si habla de los que amaba y han partido para siempre hacia la Sol, al seno de donde procede. Cuando habla de los muertos se nota que nunca se rompe los misteriosos lazos que une los padres y a los hijos, ni en la vida futura, ni en la tierra,  ni en el reino de las profundidades del seno de la Sol, que siguen unidos, aunque son invisibles. En ocasiones en situaciones de relajamiento o de estado de “duerme-vela” se suele recibir la visita de algún pariente difunto, que generalmente suelen ser los abuelos  o padres, de esto pueden dar testimonio los canarios de hoy en día.

Mientras uno vive es evidente que conserva en sí mismo y en su propia vida psíquica algo que pertenece a los que ya no son y vienen a ser como si fueran uno mismo. La muerte no es nunca para la gente canaria el completo aniquilamiento, ni la separación eterna: siempre creemos que la muerte es sólo un instante de suave tristeza y no más que un momento en toda la vida, Pronto volveremos a unirnos, pronto nos hallaremos en el Sol lugar donde debemos encontrarnos los que nos hemos amado para no separarnos jamás.

Pero el guanche vivía preparándose para la muerte, a la que no temía, ello condicionaba su conducta en esta realidad la cual debía continuar en el mundo de los espíritus, de ahí sus altas cotas morales y su profundo amor a la justicia. A esta concepción de la pervivencia del ser espiritual podríamos sintetizarla en una invocación recogida en el libro egipcio de los muertos en una de las múltiples oraciones que los difuntos dirigen a los dioses  como pliego de descargo y que es la siguiente: “Me viene de mi Madre Celeste mi Corazón “ib”. De mi vida en la Tierra me viene mi Corazón “hati”. ¡Que falsos testimonios no sean hechos contra mí! ¡Que los divinos jueces no me rechacen! ¡Que los testimonios concernientes a mis acciones ante el vigilante de la Balanza en la Tierra y ante el divino Señor del Amenti sean verídicos! ¡Oh mi Corazón “ib” salve!, ¡oh salve mi Corazón “hati”! ¡Oh entrañas mías, Salve! ¡Oh divinidades majestuosas de luminosos Cetros, Señores de sagrada cabellera, Salve! ¡Que ante Ra, me protejan vuestras Palabras de Potencial!, y ante Neheb-Kau hacerme vigoroso. Aunque mi cuerpo esté unido a la Tierra, en verdad que no moriré, pues en el Amenti seré sacrificado... ¡Sábelo oh tú, encargado de la Balanza del juicio: pues en los límites de mi cuerpo habitas, tú eres mi Ka! Tú das la forma y la vida a mis miembros; tú, emanación de dios Khnum. Hacia los lugares de la felicidad, juntos hacia los cuales marchamos, ven pues. ¡A los Señores todopoderosos que modelan los Destinos del hombre, que mi Nombre no se pudra y apeste ante sus ojos! ¡Y que sus Corazones estén satisfechos y que la Oreja de los dioses se regocije, cuando sean pesadas mis Palabras en la Balanza del juicio! ¡Que delante del dios poderoso, Señor del Amenti, no sean pronunciadas mentiras! ¡Seré grande, en verdad, el día de la Victoria!



Es evidente y la bibliografía y la arqueología así lo ratifican, que el sustrato religioso de nuestros antepasados guanches y sus creencias en torno a la muerte y la continuidad de la vida en otro plano existencial, tiene su base en las creencias libias después asumidas como egipcias. Por ello era natural que vieran el hecho de la muerte como algo natural sin que causara graves inquietudes en sus espíritus, al contrario que las concepciones cristianas que les fueron impuestas y donde un hecho tan natural e inevitable como la muerte, era convertido en la antesala de horribles torturas, fuegos eternos y sufrimientos sin límites, con lo cual el guanche pasó de ser un hombre sin miedo al tránsito, en un ser muerto en vida, con lo cual moría doblemente.

el concepto de espiritu o alma en la sociedad guanche

Espíritu libre. En Europa no imperó la creencia monoanimista, defendida por los teólogos, hasta la Edad Media (en las zonas rurales más tarde aún). Hasta entonces, la idea que predominaba, al igual que en la mayoría de los lugares del mundo, era que el hombre tiene dos almas: el alma vital, que mantiene en correcto funcionamiento las funciones orgánicas (respiración, circulación de la sangre, etc.) y responsable a su vez del calor corporal y de la capacidad de movimiento; y el alma libre, que con frecuencia es localizada debajo de la parte superior del cráneo y que alberga la conciencia, la capacidad de entendimiento y decisión, y la voluntad. Mientras que el alma vital permanece de forma indisoluble unida al organismo, el alma libre es considerada como puramente espiritual, independiente del cuerpo, al igual que los espíritus y los dioses y es la que una vez liberada del cuerpo como hemos visto viaja hacia el seno de Magek, uno de los aspectos de la Diosa Madre Chaxiraxi.
Cuando las funciones orgánicas se hallan desactivadas, como en el sueño, durante un desmayo, en el delirio, etc., el espíritu (alma) puede separarse de su envoltorio físico y viajar al otro plano. Lo que allí ve y experimenta lo transmite al hombre en forma de sueños y visiones.
Antepasados. Los espíritus (almas libres y almas vitales) de los familiares fallecidos desempeñan un papel importante entre los poderes del más allá (junto a espíritus y dioses menores) de las religiones de muchos pueblos establecidos en África, el sureste asiático y Oceanía.
Según un principio general, la autoridad aumenta con la edad. Así pues, los antepasados (desde los más antiguos, fundadores del pueblo) disfrutan del rango más alto, por encima del más viejo de sus descendientes, aunque por debajo de los dioses menores y por supuesto de la Diosa Creadora y Superior, como el más antiguo de todos[1]. Los espíritus, al igual que los ancianos con vida, aconsejan a los suyos (en sueños), se preocupan de que sigan el buen camino, les brindan la fertilidad de sus animales,  sus campos y sus negocios u ocupaciones, y vigilan que sus descendientes se mantengan fielmente dentro del orden transmitido de generación en generación.
Las personas negligentes reciben advertencias en forma de signos y pequeñas desgracias, los culpables se ven afectados por enfermedades, accidentes, pérdidas materiales o la muerte. Así pues, todos tienen un desmesurado interés en que su relación con ellos sea fluida, sin perturbaciones, lo que se consigue mediante el culto a los antepasados. Las oraciones y las ofrendas de alimentos y bebidas realizadas con regularidad también ayudan, al igual que las invitaciones a las fiestas familiares más modestas o a las grandes fiestas comunitarias, durante las cuales se les recuerda con respeto, se les agasaja generosamente con cánticos y danzas y, como despedida, se les ofrecen ricos obsequios. Así se evita que los saxos puedan arrimarse a los vivos, de suceder esto, serán los sacerdotes Samarines los encargados de realizar los ritos y exorcismos tendentes a enviar al saxo arrimado al fondo de Chinechi[2], lugar donde el espíritu libre del difunto pasará un tiempo purificándose de sus faltas hasta que pueda viajar libremente a la Sol y reunirse con sus antepasados.
En otro orden de cosas, en el plano material y entrando de lleno en el tema de la momificación, es un hecho comprobado que el cuerpo humano tras la muerte, equilibra su temperatura interior con la ambiental. Las temperaturas elevadas generan los procesos de destrucción o putrefacción, inhibiéndolos las temperaturas bajas. Producen elevaciones de la temperatura corporal los traumas cerebrales, las insolaciones, cuadros febriles, cuadros convulsivos y cuadros asfícticos.

Además, influyen en la temperatura del cuerpo las condiciones ambientales, tales como el viento, la humedad y la misma temperatura ambiental; el lugar donde se produjo la muerte, un medio líquido, los medios sépticos, la intemperie, un lugar,  el soporte del cadáver, así como la indumentaria y cobertura que pudiera tener en el momento de la muerte, y las condiciones individuales, tales como la edad (los adultos son más fácilmente destructibles debido a la acción de los gérmenes intestinales, que no existen, por ejemplo en los recién nacidos), el sexo (las mujeres son menos destructibles que los hombres), y la complexión (los individuos de mayor peso, como gordos u obesos, se descomponen con mayor facilidad que los individuos flacos). Los factores que inhiben la putrefacción son:


a)      intrínsicos: hemorragia masiva, deshidratación intensiva, agotamiento, recién nacido, y enterramiento de miembros aislados.

b) extrínsecos: intoxicaciones (arsénico, alcohol, CO), impregnación por antibióticos, radiaciones ionizantes, terreno compacto, terrenos rico en compuestos arsenicales o de plomo, terrenos de sequedad intensa, indumentaria, el pH ácido, y la carencia de oxigeno.

A estos últimos factores se deben las momificaciones espontáneas de  cadáveres; esto es, la conservación de cuerpos por tiempo indefinido de un modo natural, sin la intervención humana. Los casos más típicos de momificación natural son las momias centroeuropeas de las tuberas (bog bodies), como el Hombre de Tollund, el Hombre de Graballe o el Hombre del Tirol que se han conservado perfectamente por el frío intenso, por la ausencia de aire y por el pH ácido de las tierras. Lo mismo puede decirse de las momias americanas, como las bolivianas Chiu-chiu, conservadas en excelentes condiciones por el frío, la altitud y la sequedad del enterramiento. Además existe la conservación por congelación: cuando un cuerpo se mantiene a 40 grados centígrados bajo cero, o más, se conserva intacto prácticamente perfecto (este es el caso del mamut encontrado en Siberia por Tolmachof en 1929). No obstante, en cuanto el cuerpo es descongelado los procesos de descomposición se aceleran.(Enrico M. Rende, 1997:18)

En el libro judeo-cristiano del Génesis (Gén. 50,2-3) ya se habla de embalsamamiento. Cuando muere Jacob en Egipto, su hijo José se echó sobre el rostro de su padre, lloró sobre él y le besó...”y mandó José a sus siervos los médicos, que embalsamasen a su padre; y los médicos embalsamaron a Israel y le cumplieron 40 días, porque así cumplían los días de los embalsamados y lo lloraron los Egipcios 70 días. Y pasado los días de luto, habló José a los de la casa del faraón diciendo: “Mi padre me hizo jurar diciendo: “He aquí que voy a morir; en el sepulcro que cavé para mi en la tierra de Canaan, allí me sepultarás”. Era la Cueva de Efrón el Heteo que estaba en el campo de Macpela, al oriente de Mamre, en la tierra de Canaan, que Abraham había comprado a Hefrón el Eteo para que fuera sepultura familiar. Y como allí estaban Abraham y Sara, sus padres, quiso Jacob acompañarles. También estaban allí Isaac, Rebeca y Lea. (José Manuel Reverte Coma, 2001:6)

Según las creencias egipcias, la cual tiene un total paralelismo con la guanche el ser humano está compuesto de un cuerpo vivo o khet y una parte espiritual divina llamada ka, un espíritu akh y una segunda alma o principio vital llamado ba. Cuando moría y quedaba embalsamado era zet.

                   LA MOMIFICACIÓN EN EL MUNDO: Cuando hablamos de momias, siempre nos centramos en la imagen arquetípica de un cuerpo vendado o cubierto por telas. Además, cuando vamos a un museo y vemos los restos de un cuerpo humano sin envoltorio pero conservado y mantenido a una temperatura adecuada en el interior de una urna, un cuerpo que quizás se encontró en ese mismo estado bajo las arenas del desierto, decimos que hemos visto una momia. Este mismo término lo aplicamos también a un cuerpo en estado de conservación, sin telas, pero que ha sido tratado de forma artificial, es decir, que ha sido embalsamado. ¿Dónde está, pues el error?


       Deberíamos decir que un cuerpo es una momia cuando ha sido desecado y conservado de forma natural, sin la intervención de agentes externos más allá de los naturales, como el frío o el calor, o de los aplicados por el ser humano. Por otra parte, diremos que un cuerpo está  embalsamado se le han extirpado sus vísceras y ha sido tratado con bálsamos, es decir, con aceites, esencias, ungüentos y especias que facilitan su conservación. (Pedro Palao Pons: 48)

        EGIPTO: Para que el ka pudiese llegar a obtener la felicidad eterna, era necesario conservar perfectamente el cadáver. De ahí surgió la técnica del embalsamamiento entre los egipcios,  los guanches y otros pueblos de la antigüedad, aunque no se sabe como se originó, si fue un procedimiento inventado por ellos o bien fue traído de otras regiones de Oriente. Lo que es cierto es que la antigüedad de esta práctica en Egipto se remonta a más de 5.000 años, aunque no siempre se ha realizado de la misma forma.

       Las primeras autopsias de momias con fines anatómicos fueron realizadas en 1792 por el antropólogo alemán Johann Blumenbach, seguidas posteriormente, por el médico y cirujano de la Marina británica, Thomas Pettigrew. Este último, hizo público sus investigaciones en una monografía titulada, History of Egyptian Mumies, publicada en 1834. En poco tiempo se convirtió en el vademécum de la profesión médica-forense, y en una obra de consulta obligada hasta bien entrado el siglo XX.

Paralelamente al extraordinario interés mostrado por las momias en la época, resurgió el macabro comercio de cuerpos con los que los traficantes obtenían pingües beneficios. En este aspecto, un caso especial fue el saqueo y profanación que sufrieron los panteones de los guanches en las Islas Canarias, no sólo por los traficantes de este macabro comercio, (el cual lamentablemente, se mantienes hasta nuestros días llegándose a pagar por una momia hasta 3 millones de pesetas, o su equivalente en Euros) sino por la propia oligarquía colonial española que tenía a gala obsequiar a los visitantes distinguidos, y a los comandantes de los buques que fondeaban en los puertos de las islas, con momias guanches o fragmentos de ellas, para una vez convertidas en polvo surtir los botiquines de los barcos en su ruta hacía América. Así tenemos que, estos buenos, civilizados y “civilizadores” europeos, no sólo comerciaron con los guanches vivos vendiéndolos como esclavos sino que además, lo hicieron con nuestros antepasados muertos y practicaban la necrofagia comiéndose las momias de los primitivos canarios, con fines terapéuticos.

Teta, el segundo monarca de la dinastía I, (4.366 a.e.a.) ya escribió un Tratado de Anatomía y era hábil farmacéutico.

De esta época se encuentran esqueletos pero no momias. Sin embargo, los esqueletos muestran huellas de betún o asfalto. El perfeccionamiento del método fue producto de la práctica y el tiempo. Algunos autores han pensado que el conocimiento de las técnicas de embalsamar procedía de otros pueblos de Oriente. Los chinos conocieron el embalsamamiento hace más de 5.000 años. (José Manuel Reverte Coma, 2001:8)

Cuenta Herodoto en su historia que: “hay gentes establecidas para realizar este trabajo de embalsamar y a quienes pertenece esta industria. Esta gente cuando se les lleva un cadáver a la Casa de la momificación o Per Nefer o Casa de la purificación (wabet), muestran a los familiares los modelos de momias en madera pintada al natural. Explican que el embalsamamiento más cuidadoso repite lo que hizo Anubis que embalsamó a Osiris”. (Ibiden)

Los sacerdotes Egipcios encargados de los embalsamamientos tenían tres clases de momificación: el de primera consistía en practicar al difunto el mismo tratamiento que le fue aplicado a Osiris por Anubis; el segundo consistía en un tratamiento menos sofisticado y el tercero era el más económico. También el pueblo guanche practicaba tres clases de mirlado o embalsamamiento, aunque en esta sociedad las categorías no estaban establecidas en función de la capacidad económica del individuo sino del estatus social que ocupaba en la comunidad.

Esta tradición de enterrar a los  difuntos con determinados ritos y pompas, ha sido mantenida por los paganos católicos enterrando a sus muertos en tres categorías: primera; segunda y tercera, en función de la capacidad económica del finado o de  los parientes de éste y de las mandas (donaciones en dinero o propiedades) que éste dejase en su testamento para la iglesia católica. La momificación de los cadáveres como medio de asegurarse un cuerpo para la vida de ultra tumba, no es privativa de las culturas egipcias y canaria, aunque estas guardan muchas similitudes entre sí no sólo en cuanto a los métodos empleados en las técnicas de embalsamamiento, sino que persiguen el mismo fin en cuanto a la consecución de garantizarse la resurrección y un puesto al lado de Osiris/Magek Veamos de manera simplificada y según Juan Jesús Vallejo, el método empleado por los antiguos egipcios para embalsamar los cadáveres: “Una vez que el enfermo o accidentado era ya cadáver, se le trasladaba hasta un edificio mal oliente sepultado bajo tierra. Allí los sacerdotes se hacían cargo de él, preparándolo para su nueva etapa. No era tarea fácil ni rápida; tardaban casi tres meses en convertir aquel cuerpo inerte en una momia lista ya para toda la eternidad. Como las altas temperaturas y la humedad reinante descomponían con rapidez la carne, había que actuar en un principio con premura.

Se comenzaba por tanto por las partes blandas, mucho más expuestas al deterioro ambiental. El primer paso era vaciar las cuencas oculares. Estos orificios más las fosas nasales eran el camino de salida del cerebro. Para ello se utilizaba un largo garfio de hierro, que se introducía hasta llegar a la cavidad craneal. Una vez desmembrada la materia gris era expulsada por succión, hasta que los huesos quedaban limpios. Acto seguido otros sacerdotes abrían el abdomen para sacar las vísceras, que se introducían en cuatro vasos llamados canopes. Tan sólo permanecían en el interior del difunto el corazón y los riñones. Cada uno de estos recipientes representaba a un Dios, que velaría por el buen funcionamiento de los órganos en el más allá. Antes de ser introducido en los vasos ceremoniales eran lavadas con vino de palma, rociadas con perfumes y vendadas, para que así su conservación fuera perfecta. Iban por separado hígado, pulmones, intestinos y estomago. Justo entonces se procedía a cerrar el cuerpo, que era rellenado de resina de cedro, hierbas olorosas y perfume. Toda la piel del difunto quedaba intacta, excepto la de los pies, que se amputaba por considerarla impura. Empezaba aquí otro proceso largo y complicado, el vendaje. Se empleaba para cubrir el cuerpo alrededor de trescientas tiras de lino fino. Cada una empapada de una mezcla de aceite de gran densidad. Acto seguido se acababa de envolver todo el cadáver. Al mismo tiempo que se realizaba este trabajo, otros sacerdotes elevaban sin cesar  plegarias por el alma del difunto, rogando al cielo un juicio justo en la otra vida. Envueltos por el lino quedaban varios amuletos como el anj (la llave de la vida), el ojo de Horus, etc. De especial significado eran el escarabajo alado, en el que se escribía algún pasaje del libro de los muertos, y el anillo de la justificación (colocado en la mano derecha), que proporcionaba fuerza en el momento de comparecer ante los dioses. Las vendas eran siempre de color blanco excepto las del faraón que se teñían de púrpura. A los reyes se les pintaban además las uñas de color oro, y en algunas ocasiones también se les tocaba con alguna peluca de llamativos colores, Después se sumergía el cuerpo inerte en natrón, una sustancia asfáltica, exactamente setenta días. La momia estaba ya preparada. Era en definitiva un proceso donde magia, religión y sabios conocimientos de química y anatomía se entremezclaban con un solo fin, crear vida aparente donde no la había”

CHILE: En el desierto de Atacama se han descubierto las más antiguas momias del mundo, datadas en unos ocho mil años, unas han sufrido un proceso natural de desecado pero otras ha sido sometidas a un proceso de momificación. Cerca de la cala de Camarones, el perro de un pescador desenterró la momia de un individuo que vivió hace miles de años. Se trata del cadáver de un pescador que no fue momificado por los embalsamadores chinchorros, sino que se ha conservado de manera natural porque los nitritos de las arenas del desierto, junto al extremado calor y la sequedad del aire de la región, deshidrataron el cuerpo antes de que se descompusiera.



Los chinchorros ocupaban toda la franja costera del desierto de Atacama, desde Ilo al sur de Perú hasta Antofagasta en Chile, encontrándose momias en las localidades de Arica;

Cala Camarones; Pisagua; Iqueque; Patillos; Caleta Huelen; Tocopilla; Cobija; Chinchorro y Atafagasta. En toda esta franja costera se practicó la momificación chinchorro, la cual más que una momificación habría que considerarla como una descarnación del cadáver y una ulterior reconstrucción del esqueleto. Según algunos expertos del Museo Nacional de Historia Natural de Santiago de Chile, el proceso de preparación del difunto se llevaba a efecto de la siguiente manera: Lo primero que los momificadores hacían con el cadáver era lavarlo, a continuación separaban la cabeza del cuerpo, extraían las vísceras del cuerpo retiraban la piel excepto las manos y pies  y toda la carne. Estas faenas podían prolongarse dos o más semanas. A veces la desagradable tarea del descarnado se dejaba a cargo de los insectos  necrófagos, que limpiaban los huesos de manera efectiva.

Luego rellenaban el especio dejado por los órganos retirados con distintos materiales, como paja y tierra, y reforzaban el esqueleto con un embarillado firmemente sujeto a los huesos y se reconstruía el cuerpo con diversos materiales entre ellos paja y barro, finalmente se les ponía una peluca de pelo natural posiblemente procedente del propio difunto, se les aplicaba una mano de pintura vegetal o mineral y se enterraban superficialmente en las arenas del desierto. Métodos similares se empleaban en las demás localidades del desierto de Atacama, especialmente en Arica, donde son varios centenares las momias rescatadas.



PERÚ: En la cuenca de los ríos Moguegua e Ilo, también llamado Osmore, en la costa sur de Perú, la Directora de excavaciones y del Museo Municipal de Sitio El Algarrobal, y dirigente del Centro Mallqui, centro dedicado a la investigación arqueológica y antropológica de las culturas peruanas antiguas, Sonia Guillén y su equipo en un trabajo enmarcado dentro del proyecto de estudio y excavación de la cultura chiribaya, han desenterrado más de 500 momias pertenecientes a personas y animales en el yacimiento de la cuenca de los ríos Moguegua y Ilo. El primer descubrimiento de estos restos surge en los años cincuenta.

Del fardo de gruesas esteras de color ocre y rojas, atadas con soga, emerge un cráneo adornado de un tocado de trenzas, que sujetan largas y brillantes plumas negras enhiestas y apretadas. Corresponde a una momia masculina de hace 700 años. Posiblemente perteneció a un príncipe o dignatario o persona relevante de la comunidad chirivaya a juzgar por la riqueza de la vestimenta. La cultura chirivaya es poco conocida porque, a diferencia de otras civilizaciones andinas, no dejo impresionantes monumentos ni mucho oro en los aguares funerarios, pero los restos son el producto de unas circunstancias tan extraordinarias de conservación, que ha permitido la supervivencia de material orgánico, como los textiles, la comida ritual, y las propias momias, lo que las hace comparables a las de Egipto o Canarias. Como en el caso de las de chinchorro, la extraordinaria conservación de las momias de chirivaya es debido a la naturaleza de los terrenos donde fueron inhumadas. El aguar funerario suele estar compuesto por vasijas de cerámica ricamente ornamentadas que contenían alimentos, telas finas, diversas ofrendas, bolsas con hojas de coca, pequeñas balsas, herramientas, pelos en mechones o trenzados y medicinas, por estos indicios pensamos que los chirivayas creían que los muertos en el  más allá tenían las mismas necesidades materiales que en este mundo. Por otra parte, los estudios realizados evidencian según apunta la Doctora Guillen, que algunas momias eran periódicamente desenterradas, limpiadas vestidas de nuevo y vueltas a enterrar, en un rito funerario. Lo que se sabe de esta cultura que ocupó la cuenca del Moguegua, es que alcanzaron su máximo desarrollo en torno al año 1000 y 1375 d.e.a., Fueron contemporáneos de la cultura tumilaca (950-1200) d.e.a., y estuquiña (1200-1575) d.n.e., grupos vecinos pero distintos con quienes mantuvieron contactos sociales y económicos. Cuando los Incas llegaron del norte del Perú incorporaron los pueblos de zona a su basto imperio.

 
En torno a las culturas pre-incaica que practicaban la momificación debemos hacer una breve reseña de la de Arica. Los arqueólogos y antropólogos aún no logran entender como en el continente americano estas culturas lograron desarrollar técnicas de momificación según las evidencias más avanzadas que   las egipcias 7000 años antes d.n.e. Según Viviene Standen, arqueóloga del instituto de antropología y arqueología de la Universidad de Taparacá, la evidencia más temprana que se conoce de la cultura del chinchorro es de 5000 años antes de cristo y

proviene de la cultura del Valle de Camarones, ubicado a 100 kilómetros al sur de Arica. Las técnicas de momificación, según los estudios elaborados por los especialistas, mientras más antiguas, más elaborados eran los procedimientos empleados para conservar los cadáveres. Fundamentalmente se distinguen dos métodos: los cuerpos modelados de los que hemos hablado más arriba, y los eviscerados. A estos últimos se le sacaban los órganos a través de pequeñas incisiones en los costados, para luego rellenados con vegetales y otros materiales, tal como anotó el arqueólogo alemán Max Uhle en 1919.

Pero no sólo la antigüedad de estas momias llamó la atención de los científicos, sino que curiosamente, al igual que los egipcios y los antiguos canarios existían tres patrones distintos en relación con las prácticas mortuorias, evidenciados tras el análisis de los cuerpos provenientes de El Morro de Arica. Tras años de análisis los expertos han llegado a la conclusión de que una vez momificados los cuerpos no eran inmediatamente enterrados, sino que se mantenían al aire libre aparentemente como miembros de la comunidad que estuvieran en activo. El misterio que rodea a este rito de momificación ha tenido enfrascado a los arqueólogos durante años tratando de entender si esta práctica comprendía toda la cultural de chinchorro, o si por el contrario, había mecanismos selectivos donde ciertas categorías de individuos eran sometidas al tratamiento de “esculturización”. Como en determinadas culturas orientales y africanas unos individuos eran sometidos al tratamiento de momificación y otros no o se les aplicaban de determinada calidad según el estatus social y capacidad económica de los parientes del difunto. Según apunta Calogero Santoro, arqueólogo y director del instituto de Antropología Arqueología de la Universidad de Tarapacá, éste descarta categóricamente que se trate de una técnica importada de otras culturas, y a su juicio éste es un procedimiento local.

FILIPINAS: Sagada es un lugar situado en la región de Benguet, se llega a ella cruzando las extensas llanuras de Luzon, y después subir desde la ciudad de Baguio, subir rodeando los montes Pulog y Data. En Sagada los contornos de la realidad parecen difuminarse. Apenas hay visibilidad más de los tres metros. Constantemente envuelta en la niebla casi no se distinguen los bosques y los desolados barrancos. Es la jungla mágica que guarda celosamente en su espesura ritos ancestrales; el territorio de los igorotes y Kankaneys, etnias que no conocieron la historia europea hasta finales del siglo XVIII. La etnia igorote son un grupo humano de procedencia mongoloide malayo y habitan en el noroeste de las altas tierras de Luzón. Estas etnias tienen una vida espiritual y mágica muy activa. Todos los actos sociales y vitales del grupo giran en torno al universo de espíritus y dioses menores. Mediante los ritos se revela el lenguaje mágico de la naturaleza y de las formas obteniendo el chamán, momentáneamente, la fuerza de los dioses fundadores. Éstos, según los igorotes, vigilan a los humanos y los visitan llegando a la Tierra desde sus moradas, en chispas de luces voladoras procedentes de las estrellas.

Los igorotes viven de la agricultura y de la ganadería  obteniendo producciones domésticas, únicas bases del intercambio económico. Todas estas actividades cotidianas también van impregnadas de un fuerte sentido religioso. Sus sembrados son circulares, concéntricos en espirales o en complicados dibujos geométricos; son formas adoptadas que sirven – gegún sus creencias – tanto como lenguaje para comunicarse con los dioses como para despertar las fuerzas mágicas de la Creación emanada del Cielo y de la Tierra. La ganadería es sagrada en parte ya que en animales como el perro, el cerdo o la gallina pueden habitar los espíritus de los difuntos, los Kalim o Devas de la naturaleza. En estas etnias sigue presente la preponderancia casi exclusiva del chamán, el curandero y los fetiches. El mundo civilizado queda para ellos al otro lado del infierno.  A la puesta del Sol los ancianos de la
aldea, los am-ma vienen a orar al da-pay. Es el centro animista donde se congregan los espíritus de los difuntos, e incluso, puede que baje algún Dios creador si es solicitado. El da-pay es un círculo de piedras de río planas rodeado de varas gastadas por el tiempo. Se encuentra frente a una choza baja con techo de paja en donde el chamán o lakay realiza algunos ritos que requieren secreto y soledad. El brujo tiene en los igorotes un papel diferenciado del curandero o Baylans.  El primero es el responsable de ejecutar las ceremonias de enterramientos, bodas y los rituales de bugnas que se realizan durante la siembra y recolección

El tatuaje entre los igorotes, no es sólo un arte, es sobre todo un código o un lenguaje mágico. Tiene una doble función: indica la posición dentro de la sociedad del individuo que lo luce y también sirve para protegerle de los espíritus malignos. Por ello los vivos tatuados son aquellos que tienen un rango social; pero en el caso de los muertos todos han de ir tatuados, más o menos profundamente, para llegar sin contratiempos al lugar que les corresponde. Los tatuajes indican el lugar de donde procede, el tronco familiar de los espíritus a que pertenece y datos sobre sus méritos, que servirán para orientar a los guardianes de los territorios de los difuntos, ya sea celeste o intraterráqueo. También servirán de amuleto, o de símbolo mágico que mantendrá alejados durante el viaje al más allá a todo espíritu maligno o negativo que intente atraerle hacía el infierno, situado al otro lado del mundo intraterráqueo.



Todos los cadáveres son momificados según una técnica ancestral. Ni lo igorotes ni ningunas otras etnias filipina extraen las vísceras de los difuntos, ya que cualquier parte y miembro del cuerpo es sagrada por ser receptáculo del espíritu y por haber sido impregnado por él. El proceso de momificación comienza antes de que se produzca la defunción. Consiste en desecar el cuerpo progresivamente, por lo que el moribundo ingiere agua con sal constantemente para acelerar el proceso de desecado y evitar la putrefacción de algún órgano. Una vez muerto, durante cinco días se le introduce hojas secas en todos los orificios y se cambian diariamente una vez que se han empapado de los líquidos y fluidos corporales. Existe la costumbre de ahumar por dentro al difunto para acelerar el proceso de secado, haciendo pequeñas hogueras y sahumerios alrededor de él y llenando su nariz y boca con humo de tabaco.

Una vez finalizada la momificación el cadáver permanece un día a la entrada de la aldea, sólo para dialogar con los dioses y los espíritus benefactores que habrán de dirigirlo a la morada eterna. Después es llevado en procesión sentado sobre la silla, a la cueva donde será introducido en el ataúd. Los ataúdes se preparan en vida. Cada habitante se construye el suyo propio y lo coloca en el lugar elegido junto a los de familiares o amigos predilectos, los cuales se han venido colocando en la gruta durante centurias. Existe la prohibición de abrirlos, ya que, según la creencia, hacerlo es una profanación y los espíritus ocasionarían desgracias a quien se atreva a llevar a cabo semejante acción. (Luisa Alba González, año VI:37-41)



En Filipinas son varias las etnias que momificaban a sus difuntos, también en la isla de Luzón, existe otra comunidad los ibaloi que habitan en la provincia de Benguet:
“Tú eres viejo-dicen- y los viejos mueren. Tú estás muerto y ahora te llevaremos en el corazón. Nosotros también somos viejos  y pronto te seguiremos.” Las culturas occidentales especialmente las de religiones cristianas, creen que la vida del individuo en este plano concluye con la muerte. En cambio, en la sociedad ibaloi y otras similares del pueblo filipino, el muerto, aunque en una dimensión especial, sigue vivo; se puede conversar con él, pedirle consejo y negociar sus requerimientos; influye en las cosechas, en las enfermedades y en los natalicios y sabe cosas que el vivo ignora. Estas creencias son compartidas por diversas etnias de Luzón, entre ellas forman un grupo cultural propio, entre ellas los ibaoi, kankanay o igorrote, Bontoc, Benquet y Lepanto-,infugao, kalinga, gaddang, tinguian, apayao e ilongot. Estos son también los nombres de sus lenguas, aunque igorrote (que significa montañés en lengua tagaloc) se usa a menudo para designar genéricamente a todos los grupos. También igorrote sirvió a los colonos españoles como sinónimo de salvaje y atrasado, y para contraponerlo a iloco, que era como llamaron a los filipinos que se convirtieron al cristianismo. La vida material de los ibaloi como la de todos los igorrotes, gira en torno a las cosechas, y la espiritual, en relación con sus antepasados. Todos estos grupos comparten la creencia de que todas las cosas tienen un ánima invisible que no muere con la visible. Gran parte de la vida de estos pueblos se centra alrededor del anito, que es el espíritu de la persona muerta y que tiene poder para lo bueno y lo malo, al que ofrecen numerosas ceremonias y sacrificios. La práctica funeraria empleada para la conservación de los cadáveres entre los ibaloi nos la describe el misionero Albert Jenks en su libro sobre los igorrotes de la siguiente manera: <<El 19 de marzo de 1903 el rico y sabio Som-kad’, junto con el hombre más viejo de Bontoc, oyeron a un anito que decía: “Ven, Somkad’, se está mucho mejor en las montañas, ven”. Dos días más tarde Somkad’ murió y un pollo fue sacrificado y cocinado para invitar a los anitos de sus ancestros. El espíritu de Som.kad’ recorrió las montañas buscando a sus parientes, su cuerpo fue lavado y vestido con un sudario, y en su cabeza le pusieron un pañuelo con la figura tejida de un anito. Construyeron una ruda silla, con respaldo muy alto, y sujetaron el cadáver a ella metiéndole en la boca unas plantas. El muerto estuvo colocado en la puerta de la casa sentado en esta silla durante cuatro días con sus noches y todo el pueblo se reunió ante él para comentar y saludarle diciéndole cosas como ésta: “Ahora estás muerto y hemos venido todos a verte. Te vamos a dar todo lo necesario y vamos a hacerte un buen entierro.

No vuelvas aquí a llamar a ninguno de nuestros familiares y amigos”. Mientras tanto, varios hombres fueron a las montañas a buscar un carabao medio salvaje, lo cazaron, le cortaron la cabeza y la pusieron frente a Som-kas’ para que se miraran el uno al otro. El buey se cocinó, junto con un perro, ocho cochinos y 20 pollos. El pueblo congregado ante el cadáver comió esos animales, y ardió una hoguera durante varios días.”

Como se puede deducir por este y otros relatos, la forma de conservar los cadáveres que practican los pueblos de la Cordillera es completamente distinta a las momificaciones de otras civilizaciones, como por ejemplo los antiguos egipcios y guanches. Los filipinos como hemos dicho no extraen las viseras ni someten al cadáver a un proceso químico, ya que el cuerpo se considera el santuario del alma y arrebatarle algo es una profanación. Se puede decir que el cadáver se seca -como  el jamón o la mojama- en lugar de momificarse con métodos químicos.

Otro aspecto interesante de esta cultura, son los tatuajes que lucen las momias, que como hemos apuntado les sirven como Curriculum y pasaporte seguro para el mundo de los espíritus. En las pieles de las momias de Kabayan permanecen en un asombroso buen estado de conservación los tatuajes que realizaron los ibaloi hace más de cinco siglos. Los hombres y las mujeres de esta cultura se tatuaban el cuerpo usando para ello una mezcla de hollín, jugo de los tomates que allí se cultivan y agua. Esta pasta se introduce en la piel por medio de agujas. Se tatuaban por motivos estéticos; los ricos se pintaban todo el cuerpo, como muestra de prestigio y poder. Las mujeres sólo adornaban sus brazos, aunque en algunos pueblos, como los kalinga, ellas se adornaban con un gran tatuaje en la espalda cuando nacía su primer hijo. Los hombres por el contrario, llevaban las pinturas en el pecho. Los guerreros cazadores de cabezas tenían un tatuaje especial en los brazos y el pecho, que se hacían cada vez que obtenían una, e igualmente utilizaban collares y brazaletes hechos de colmillos de jabalí. En muchas de las momias tatuadas podemos observar que los motivos predominantes, están compuestos de barras, círculos y triángulos, como elementos mágicos y protectores.





1Los menceyes guanches (reyes) al tomar posesión de la corona prestaban juramento ante un hueso del más antiguo de su linaje.
[2] Los guanches y canarios actuales creemos que aquellos difuntos que en vida fueron malvados, su espíritu pasa un periodo de tránsito en las profundidades del volcán Teide, llamado Chinechi.

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