CAPITULO XXVIII-I
MOMIFICACIÓN Y CULTO A LOS MUERTOS
Eduardo Pedro García Rodríguez
Antecedentes
Como
queda dicho los espíritus (almas libres y almas vitales) de los familiares
fallecidos desempeñan un papel importante entre los poderes del más allá (junto
a espíritus y dioses) de las religiones de muchos pueblos establecidos en
nuestro continente africano, el sureste asiático y Oceanía. Según un principio
general, la autoridad aumenta con la edad. Así pues, los antepasados (desde los
más antiguos, fundadores del pueblo) disfrutan del rango más alto, por encima
del más viejo de sus descendientes, aunque por debajo de los dioses y de la Diosa creadora y Superior,
como la más antigua de todos. Los espíritus, al igual que los ancianos con
vida, aconsejan a los suyos (en sueños), se preocupan de que sigan el buen
camino, les brindan la fertilidad de sus animales y sus campos, y vigilan que
sus descendientes se mantengan fielmente dentro del orden transmitido de
generación en generación. Las personas negligentes reciben advertencias en
forma de signos y pequeñas desgracias, los culpables se ven afectados por
enfermedades, accidentes, pérdidas materiales o la muerte. Así pues, todos
tienen un desmesurado interés en que su relación con ellos sea fluida, sin
perturbaciones, lo que se consigue mediante el culto a los antepasados. Las oraciones
y las ofrendas de alimentos y bebidas realizadas con regularidad también
ayudan, al igual que las invitaciones a las fiestas familiares más modestas o a
las grandes fiestas comunitarias, durante las cuales se les recuerda con
respeto y veneración, se les agasaja generosamente con cánticos y danzas y,
como despedida, se les ofrece ricos obsequios.
Ello conforma un importante
aspecto en las prácticas religiosas de nuestros ancestros en torno al culto a
los antepasados. El guanche tenía temor a los espíritus de los que ya no
vivían. Hoy el Mago Canario cree que los
espíritus pueden andar errantes en torno de las moradas de los hombres, él
guarda el religioso temor en su corazón que le causa la aparición nocturna del
espíritu de sus antepasados. El religioso temor a los antepasados es
instintivo, tanto en el hombre del campo como en el que habita en núcleos
urbanos, y su respeto a los antepasados también. Siente dolor si habla de los
que amaba y han partido para siempre hacia la Sol, al seno de donde procede.
Cuando habla de los muertos se nota que nunca se rompe los misteriosos lazos
que une los padres y a los hijos, ni en la vida futura, ni en la tierra, ni en el reino de las profundidades del seno
de la Sol, que siguen unidos, aunque son invisibles. En ocasiones en
situaciones de relajamiento o de estado de “duerme-vela” se suele recibir la
visita de algún pariente difunto, que generalmente suelen ser los abuelos o padres, de esto pueden dar testimonio los
canarios de hoy en día.
Mientras
uno vive es evidente que conserva en sí mismo y en su propia vida psíquica algo
que pertenece a los que ya no son y vienen a ser como si fueran uno mismo. La
muerte no es nunca para la gente canaria el completo aniquilamiento, ni la
separación eterna: siempre creemos que la muerte es sólo un instante de suave
tristeza y no más que un momento en toda la vida, Pronto volveremos a unirnos,
pronto nos hallaremos en el Sol lugar donde debemos encontrarnos los que nos
hemos amado para no separarnos jamás.
Pero el guanche vivía
preparándose para la muerte, a la que no temía, ello condicionaba su conducta
en esta realidad la cual debía continuar en el mundo de los espíritus, de ahí
sus altas cotas morales y su profundo amor a la justicia. A esta concepción de
la pervivencia del ser espiritual podríamos sintetizarla en una invocación
recogida en el libro egipcio de los muertos en una de las múltiples oraciones
que los difuntos dirigen a los dioses como
pliego de descargo y que es la siguiente: “Me viene de mi Madre Celeste
mi Corazón “ib”. De mi vida en la Tierra me viene mi Corazón “hati”. ¡Que
falsos testimonios no sean hechos contra mí! ¡Que los divinos jueces no me
rechacen! ¡Que los testimonios concernientes a mis acciones ante el vigilante
de la Balanza en la Tierra y ante el divino Señor del Amenti sean verídicos!
¡Oh mi Corazón “ib” salve!, ¡oh salve mi Corazón “hati”! ¡Oh entrañas mías,
Salve! ¡Oh divinidades majestuosas de luminosos Cetros, Señores de sagrada
cabellera, Salve! ¡Que ante Ra, me protejan vuestras Palabras de Potencial!, y
ante Neheb-Kau hacerme vigoroso. Aunque mi cuerpo esté unido a la Tierra, en
verdad que no moriré, pues en el Amenti seré sacrificado... ¡Sábelo oh tú,
encargado de la Balanza del juicio: pues en los límites de mi cuerpo habitas,
tú eres mi Ka! Tú das la forma y la vida a mis miembros; tú, emanación de dios
Khnum. Hacia los lugares de la felicidad, juntos hacia los cuales marchamos,
ven pues. ¡A los Señores todopoderosos que modelan los Destinos del hombre, que
mi Nombre no se pudra y apeste ante sus ojos! ¡Y que sus Corazones estén
satisfechos y que la Oreja de los dioses se regocije, cuando sean pesadas mis
Palabras en la Balanza del juicio! ¡Que delante del dios poderoso, Señor del
Amenti, no sean pronunciadas mentiras! ¡Seré grande, en verdad, el día de la
Victoria!
Es
evidente y la bibliografía y la arqueología así lo ratifican, que el sustrato
religioso de nuestros antepasados guanches y sus creencias en torno a la muerte
y la continuidad de la vida en otro plano existencial, tiene su base en las
creencias libias después asumidas como egipcias. Por ello era natural que
vieran el hecho de la muerte como algo natural sin que causara graves
inquietudes en sus espíritus, al contrario que las concepciones cristianas que
les fueron impuestas y donde un hecho tan natural e inevitable como la muerte,
era convertido en la antesala de horribles torturas, fuegos eternos y
sufrimientos sin límites, con lo cual el guanche pasó de ser un hombre sin
miedo al tránsito, en un ser muerto en vida, con lo cual moría doblemente.
el concepto de espiritu o alma en la sociedad guanche
Espíritu libre. En Europa no imperó la creencia
monoanimista, defendida por los teólogos, hasta la Edad Media (en las zonas
rurales más tarde aún). Hasta entonces, la idea que predominaba, al igual que
en la mayoría de los lugares del mundo, era que el hombre tiene dos almas: el
alma vital, que mantiene en correcto funcionamiento las funciones orgánicas
(respiración, circulación de la sangre, etc.) y responsable a su vez del calor
corporal y de la capacidad de movimiento; y el alma libre, que con
frecuencia es localizada debajo de la parte superior del cráneo y que alberga
la conciencia, la capacidad de entendimiento y decisión, y la voluntad.
Mientras que el alma vital permanece de forma indisoluble unida al organismo,
el alma libre es considerada como puramente espiritual, independiente del
cuerpo, al igual que los espíritus y los dioses y es la que una vez liberada
del cuerpo como hemos visto viaja hacia el seno de Magek, uno de los aspectos
de la Diosa Madre Chaxiraxi.
Cuando las funciones orgánicas se
hallan desactivadas, como en el sueño, durante un desmayo, en el delirio, etc.,
el espíritu (alma) puede separarse de su envoltorio físico y viajar al otro
plano. Lo que allí ve y experimenta lo transmite al hombre en forma de sueños y
visiones.
Antepasados.
Los espíritus (almas libres y almas vitales) de los familiares fallecidos
desempeñan un papel importante entre los poderes del más allá (junto a espíritus
y dioses menores) de las religiones de muchos pueblos establecidos en África,
el sureste asiático y Oceanía.
Según un principio
general, la autoridad aumenta con la edad. Así pues, los antepasados (desde los
más antiguos, fundadores del pueblo) disfrutan del rango más alto, por encima
del más viejo de sus descendientes, aunque por debajo de los dioses menores y
por supuesto de la Diosa Creadora y Superior, como el más antiguo de todos[1]. Los
espíritus, al igual que los ancianos con vida, aconsejan a los suyos (en
sueños), se preocupan de que sigan el buen camino, les brindan la fertilidad de
sus animales, sus campos y sus negocios
u ocupaciones, y vigilan que sus descendientes se mantengan fielmente dentro
del orden transmitido de generación en generación.
Las personas negligentes reciben
advertencias en forma de signos y pequeñas desgracias, los culpables se ven
afectados por enfermedades, accidentes, pérdidas materiales o la muerte. Así
pues, todos tienen un desmesurado interés en que su relación con ellos sea
fluida, sin perturbaciones, lo que se consigue mediante el culto a los
antepasados. Las oraciones y las ofrendas de alimentos y bebidas realizadas con
regularidad también ayudan, al igual que las invitaciones a las fiestas
familiares más modestas o a las grandes fiestas comunitarias, durante las
cuales se les recuerda con respeto, se les agasaja generosamente con cánticos y
danzas y, como despedida, se les ofrecen ricos obsequios. Así se evita que los
saxos puedan arrimarse a los vivos, de suceder esto, serán los sacerdotes
Samarines los encargados de realizar los ritos y exorcismos tendentes a enviar
al saxo arrimado al fondo de Chinechi[2],
lugar donde el espíritu libre del difunto pasará un tiempo purificándose de sus
faltas hasta que pueda viajar libremente a la Sol y reunirse con sus
antepasados.
En otro
orden de cosas, en el plano material y entrando de lleno en el tema de la
momificación, es un hecho comprobado que el cuerpo humano tras la muerte,
equilibra su temperatura interior con la ambiental. Las temperaturas elevadas
generan los procesos de destrucción o putrefacción, inhibiéndolos las
temperaturas bajas. Producen elevaciones de la temperatura corporal los traumas
cerebrales, las insolaciones, cuadros febriles, cuadros convulsivos y cuadros
asfícticos.
Además,
influyen en la temperatura del cuerpo las condiciones ambientales, tales como
el viento, la humedad y la misma temperatura ambiental; el lugar donde se
produjo la muerte, un medio líquido, los medios sépticos, la intemperie, un lugar, el soporte del cadáver, así como la
indumentaria y cobertura que pudiera tener en el momento de la muerte, y las
condiciones individuales, tales como la edad (los adultos son más fácilmente
destructibles debido a la acción de los gérmenes intestinales, que no existen,
por ejemplo en los recién nacidos), el sexo (las mujeres son menos
destructibles que los hombres), y la complexión (los individuos de mayor peso,
como gordos u obesos, se descomponen con mayor facilidad que los individuos
flacos). Los factores que inhiben la putrefacción son:
a) intrínsicos: hemorragia masiva, deshidratación
intensiva, agotamiento, recién nacido, y enterramiento de miembros aislados.
b) extrínsecos:
intoxicaciones (arsénico, alcohol, CO), impregnación por antibióticos, radiaciones
ionizantes, terreno compacto, terrenos rico en compuestos arsenicales o de
plomo, terrenos de sequedad intensa, indumentaria, el pH ácido, y la carencia
de oxigeno.
A estos últimos factores se deben las momificaciones
espontáneas de cadáveres; esto es, la
conservación de cuerpos por tiempo indefinido de un modo natural, sin la
intervención humana. Los casos más típicos de momificación natural son las
momias centroeuropeas de las tuberas (bog bodies), como el Hombre de
Tollund, el Hombre de Graballe o el Hombre del Tirol que se han conservado
perfectamente por el frío intenso, por la ausencia de aire y por el pH ácido de
las tierras. Lo mismo puede decirse de las momias americanas, como las
bolivianas Chiu-chiu, conservadas en excelentes condiciones por el frío, la
altitud y la sequedad del enterramiento. Además existe la conservación por
congelación: cuando un cuerpo se mantiene a 40 grados centígrados bajo cero, o
más, se conserva intacto prácticamente perfecto (este es el caso del mamut
encontrado en Siberia por Tolmachof en 1929). No obstante, en cuanto el cuerpo
es descongelado los procesos de descomposición se aceleran.(Enrico M. Rende,
1997:18)
En el
libro judeo-cristiano del Génesis (Gén. 50,2-3) ya se habla de embalsamamiento.
Cuando muere Jacob en Egipto, su hijo José se echó sobre el rostro de su padre,
lloró sobre él y le besó...”y mandó José a sus siervos los médicos, que
embalsamasen a su padre; y los médicos embalsamaron a Israel y le cumplieron 40
días, porque así cumplían los días de los embalsamados y lo lloraron los
Egipcios 70 días. Y pasado los días de luto, habló José a los de la casa del
faraón diciendo: “Mi padre me hizo jurar diciendo: “He aquí que voy a morir; en
el sepulcro que cavé para mi en la tierra de Canaan, allí me sepultarás”. Era
la Cueva de Efrón el Heteo que estaba en el campo de Macpela, al oriente de
Mamre, en la tierra de Canaan, que Abraham había comprado a Hefrón el Eteo para
que fuera sepultura familiar. Y como allí estaban Abraham y Sara, sus padres,
quiso Jacob acompañarles. También estaban allí Isaac, Rebeca y Lea. (José
Manuel Reverte Coma, 2001:6)
Según las creencias egipcias, la cual tiene un total
paralelismo con la guanche el ser humano está compuesto de un cuerpo vivo o khet
y una parte espiritual divina llamada ka, un espíritu akh y
una segunda alma o principio vital llamado ba. Cuando moría y quedaba
embalsamado era zet.
LA MOMIFICACIÓN EN EL MUNDO: Cuando hablamos de momias, siempre nos centramos en la imagen arquetípica de un cuerpo vendado o cubierto por telas. Además, cuando vamos a un museo y vemos los restos de un cuerpo humano sin envoltorio pero conservado y mantenido a una temperatura adecuada en el interior de una urna, un cuerpo que quizás se encontró en ese mismo estado bajo las arenas del desierto, decimos que hemos visto una momia. Este mismo término lo aplicamos también a un cuerpo en estado de conservación, sin telas, pero que ha sido tratado de forma artificial, es decir, que ha sido embalsamado. ¿Dónde está, pues el error?
Deberíamos decir que un cuerpo es una
momia cuando ha sido desecado y conservado de forma natural, sin la
intervención de agentes externos más allá de los naturales, como el frío o el
calor, o de los aplicados por el ser humano. Por otra parte, diremos que un
cuerpo está embalsamado se le han
extirpado sus vísceras y ha sido tratado con bálsamos, es decir, con aceites,
esencias, ungüentos y especias que facilitan su conservación. (Pedro Palao
Pons: 48)
EGIPTO: Para que el ka pudiese
llegar a obtener la felicidad eterna, era necesario conservar perfectamente el
cadáver. De ahí surgió la técnica del embalsamamiento entre los egipcios, los guanches y otros pueblos de la
antigüedad, aunque no se sabe como se originó, si fue un procedimiento
inventado por ellos o bien fue traído de otras regiones de Oriente. Lo que es
cierto es que la antigüedad de esta práctica en Egipto se remonta a más de
5.000 años, aunque no siempre se ha realizado de la misma forma.
Las primeras
autopsias de momias con fines anatómicos fueron realizadas en 1792 por el
antropólogo alemán Johann Blumenbach, seguidas posteriormente, por el médico y
cirujano de la Marina británica, Thomas Pettigrew. Este último, hizo público
sus investigaciones en una monografía titulada, History of Egyptian Mumies,
publicada en 1834. En poco tiempo se convirtió en el vademécum de la profesión
médica-forense, y en una obra de consulta obligada hasta bien entrado el siglo
XX.
Paralelamente al extraordinario
interés mostrado por las momias en la época, resurgió el macabro comercio de
cuerpos con los que los traficantes obtenían pingües beneficios. En este
aspecto, un caso especial fue el saqueo y profanación que sufrieron los
panteones de los guanches en las Islas Canarias, no sólo por los traficantes de
este macabro comercio, (el cual lamentablemente, se mantienes hasta nuestros
días llegándose a pagar por una momia hasta 3 millones de pesetas, o su
equivalente en Euros) sino por la propia oligarquía colonial española que tenía
a gala obsequiar a los visitantes distinguidos, y a los comandantes de los
buques que fondeaban en los puertos de las islas, con momias guanches o
fragmentos de ellas, para una vez convertidas en polvo surtir los botiquines de
los barcos en su ruta hacía América. Así tenemos que, estos buenos, civilizados
y “civilizadores” europeos, no sólo comerciaron con los guanches vivos
vendiéndolos como esclavos sino que además, lo hicieron con nuestros
antepasados muertos y practicaban la necrofagia comiéndose las momias de
los primitivos canarios, con fines terapéuticos.
Teta, el segundo monarca de la
dinastía I, (4.366 a.e.a.) ya escribió un Tratado de Anatomía y era hábil
farmacéutico.
De esta época se encuentran
esqueletos pero no momias. Sin embargo, los esqueletos muestran huellas de
betún o asfalto. El perfeccionamiento del método fue producto de la práctica y
el tiempo. Algunos autores han pensado que el conocimiento de las técnicas de
embalsamar procedía de otros pueblos de Oriente. Los chinos conocieron el
embalsamamiento hace más de 5.000 años. (José Manuel Reverte Coma, 2001:8)
Cuenta Herodoto en su historia que: “hay gentes
establecidas para realizar este trabajo de embalsamar y a quienes pertenece
esta industria. Esta gente cuando se les lleva un cadáver a la Casa de la
momificación o Per Nefer o Casa de la purificación (wabet),
muestran a los familiares los modelos de momias en madera pintada al natural.
Explican que el embalsamamiento más cuidadoso repite lo que hizo Anubis
que embalsamó a Osiris”. (Ibiden)
Los sacerdotes Egipcios
encargados de los embalsamamientos tenían tres clases de momificación: el de
primera consistía en practicar al difunto el mismo tratamiento que le fue
aplicado a Osiris por Anubis; el segundo consistía en un tratamiento menos
sofisticado y el tercero era el más económico. También el pueblo guanche
practicaba tres clases de mirlado o embalsamamiento, aunque en esta sociedad
las categorías no estaban establecidas en función de la capacidad económica del
individuo sino del estatus social que ocupaba en la comunidad.
Esta tradición de enterrar a
los difuntos con determinados ritos y
pompas, ha sido mantenida por los paganos católicos enterrando a sus muertos en
tres categorías: primera; segunda y tercera, en función de la capacidad
económica del finado o de los parientes
de éste y de las mandas (donaciones en dinero o propiedades) que éste dejase en
su testamento para la iglesia católica. La momificación de los cadáveres como
medio de asegurarse un cuerpo para la vida de ultra tumba, no es privativa de
las culturas egipcias y canaria, aunque estas guardan muchas similitudes entre
sí no sólo en cuanto a los métodos empleados en las técnicas de
embalsamamiento, sino que persiguen el mismo fin en cuanto a la consecución de
garantizarse la resurrección y un puesto al lado de Osiris/Magek Veamos de
manera simplificada y según Juan Jesús Vallejo, el método empleado por los
antiguos egipcios para embalsamar los cadáveres: “Una vez que el enfermo o
accidentado era ya cadáver, se le trasladaba hasta un edificio mal oliente
sepultado bajo tierra. Allí los sacerdotes se hacían cargo de él, preparándolo
para su nueva etapa. No era tarea fácil ni rápida; tardaban casi tres meses en
convertir aquel cuerpo inerte en una momia lista ya para toda la eternidad.
Como las altas temperaturas y la humedad reinante descomponían con rapidez la
carne, había que actuar en un principio con premura.
Se comenzaba por tanto por las partes blandas, mucho
más expuestas al deterioro ambiental. El primer paso era vaciar las cuencas
oculares. Estos orificios más las fosas nasales eran el camino de salida del
cerebro. Para ello se utilizaba un largo garfio de hierro, que se introducía
hasta llegar a la cavidad craneal. Una vez desmembrada la materia gris era
expulsada por succión, hasta que los huesos quedaban limpios. Acto seguido
otros sacerdotes abrían el abdomen para sacar las vísceras, que se introducían
en cuatro vasos llamados canopes. Tan sólo permanecían en el interior del
difunto el corazón y los riñones. Cada uno de estos recipientes representaba a
un Dios, que velaría por el buen funcionamiento de los órganos en el más allá.
Antes de ser introducido en los vasos ceremoniales eran lavadas con vino de
palma, rociadas con perfumes y vendadas, para que así su conservación fuera
perfecta. Iban por separado hígado, pulmones, intestinos y estomago. Justo
entonces se procedía a cerrar el cuerpo, que era rellenado de resina de cedro,
hierbas olorosas y perfume. Toda la piel del difunto quedaba intacta, excepto
la de los pies, que se amputaba por considerarla impura. Empezaba aquí otro
proceso largo y complicado, el vendaje. Se empleaba para cubrir el cuerpo
alrededor de trescientas tiras de lino fino. Cada una empapada de una mezcla de
aceite de gran densidad. Acto seguido se acababa de envolver todo el cadáver.
Al mismo tiempo que se realizaba este trabajo, otros sacerdotes elevaban sin
cesar plegarias por el alma del difunto,
rogando al cielo un juicio justo en la otra vida. Envueltos por el lino
quedaban varios amuletos como el anj (la llave de la vida), el ojo de Horus,
etc. De especial significado eran el escarabajo alado, en el que se escribía
algún pasaje del libro de los muertos, y el anillo de la justificación
(colocado en la mano derecha), que proporcionaba fuerza en el momento de
comparecer ante los dioses. Las vendas eran siempre de color blanco excepto las
del faraón que se teñían de púrpura. A los reyes se les pintaban además las
uñas de color oro, y en algunas ocasiones también se les tocaba con alguna peluca
de llamativos colores, Después se sumergía el cuerpo inerte en natrón, una
sustancia asfáltica, exactamente setenta días. La momia estaba ya preparada.
Era en definitiva un proceso donde magia, religión y sabios conocimientos de
química y anatomía se entremezclaban con un solo fin, crear vida
aparente donde no la había”
CHILE: En el desierto de Atacama se han
descubierto las más antiguas momias del mundo, datadas en unos ocho mil años,
unas han sufrido un proceso natural de desecado pero otras ha sido sometidas a
un proceso de momificación. Cerca de la cala de Camarones, el perro de un
pescador desenterró la momia de un individuo que vivió hace miles de años. Se
trata del cadáver de un pescador que no fue momificado por los embalsamadores
chinchorros, sino que se ha conservado de manera natural porque los nitritos de
las arenas del desierto, junto al extremado calor y la sequedad del aire de la
región, deshidrataron el cuerpo antes de que se descompusiera.
Los chinchorros ocupaban toda
la franja costera del desierto de Atacama, desde Ilo al sur de Perú hasta
Antofagasta en Chile, encontrándose momias en las localidades de Arica;
Cala Camarones; Pisagua;
Iqueque; Patillos; Caleta Huelen; Tocopilla; Cobija; Chinchorro y Atafagasta.
En toda esta franja costera se practicó la momificación chinchorro, la cual más
que una momificación habría que considerarla como una descarnación del cadáver
y una ulterior reconstrucción del esqueleto. Según algunos expertos del Museo
Nacional de Historia Natural de Santiago de Chile, el proceso de preparación
del difunto se llevaba a efecto de la siguiente manera: Lo primero que los
momificadores hacían con el cadáver era lavarlo, a continuación separaban la
cabeza del cuerpo, extraían las vísceras del cuerpo retiraban la piel excepto
las manos y pies y toda la carne. Estas
faenas podían prolongarse dos o más semanas. A veces la desagradable tarea del
descarnado se dejaba a cargo de los insectos
necrófagos, que limpiaban los huesos de manera efectiva.
Luego rellenaban el especio
dejado por los órganos retirados con distintos materiales, como paja y tierra,
y reforzaban el esqueleto con un embarillado firmemente sujeto a los huesos y
se reconstruía el cuerpo con diversos materiales entre ellos paja y barro,
finalmente se les ponía una peluca de pelo natural posiblemente procedente del
propio difunto, se les aplicaba una mano de pintura vegetal o mineral y se
enterraban superficialmente en las arenas del desierto. Métodos similares se
empleaban en las demás localidades del desierto de Atacama, especialmente en
Arica, donde son varios centenares las momias rescatadas.
PERÚ: En la cuenca de los ríos Moguegua e Ilo,
también llamado Osmore, en la costa sur de Perú, la Directora de excavaciones y
del Museo Municipal de Sitio El Algarrobal, y dirigente del Centro Mallqui,
centro dedicado a la investigación arqueológica y antropológica de las culturas
peruanas antiguas, Sonia Guillén y su equipo en un trabajo enmarcado dentro del
proyecto de estudio y excavación de la cultura chiribaya, han desenterrado más
de 500 momias pertenecientes a personas y animales en el yacimiento de la
cuenca de los ríos Moguegua y Ilo. El primer descubrimiento de estos restos
surge en los años cincuenta.
Del fardo de gruesas esteras de
color ocre y rojas, atadas con soga, emerge un cráneo adornado de un tocado de
trenzas, que sujetan largas y brillantes plumas negras enhiestas y apretadas.
Corresponde a una momia masculina de hace 700 años. Posiblemente perteneció a
un príncipe o dignatario o persona relevante de la comunidad chirivaya a juzgar
por la riqueza de la vestimenta. La cultura chirivaya es poco conocida porque,
a diferencia de otras civilizaciones andinas, no dejo impresionantes monumentos
ni mucho oro en los aguares funerarios, pero los restos son el producto de unas
circunstancias tan extraordinarias de conservación, que ha permitido la
supervivencia de material orgánico, como los textiles, la comida ritual, y las
propias momias, lo que las hace comparables a las de Egipto o Canarias. Como en
el caso de las de chinchorro, la extraordinaria conservación de las momias de
chirivaya es debido a la naturaleza de los terrenos donde fueron inhumadas. El
aguar funerario suele estar compuesto por vasijas de cerámica ricamente
ornamentadas que contenían alimentos, telas finas, diversas ofrendas, bolsas
con hojas de coca, pequeñas balsas, herramientas, pelos en mechones o trenzados
y medicinas, por estos indicios pensamos que los chirivayas creían que los
muertos en el más allá tenían las mismas
necesidades materiales que en este mundo. Por otra parte, los estudios
realizados evidencian según apunta la Doctora Guillen, que algunas momias eran
periódicamente desenterradas, limpiadas vestidas de nuevo y vueltas a enterrar,
en un rito funerario. Lo que se sabe de esta cultura que ocupó la cuenca del
Moguegua, es que alcanzaron su máximo desarrollo en torno al año 1000 y 1375
d.e.a., Fueron contemporáneos de la cultura tumilaca (950-1200) d.e.a., y
estuquiña (1200-1575) d.n.e., grupos vecinos pero distintos con quienes
mantuvieron contactos sociales y económicos. Cuando los Incas llegaron del
norte del Perú incorporaron los pueblos de zona a su basto imperio.
|
proviene de la cultura del Valle de Camarones, ubicado a 100
kilómetros al sur de Arica. Las técnicas de momificación, según los estudios
elaborados por los especialistas, mientras más antiguas, más elaborados eran
los procedimientos empleados para conservar los cadáveres. Fundamentalmente se
distinguen dos métodos: los cuerpos modelados de los que hemos hablado más
arriba, y los eviscerados. A estos últimos se le sacaban los órganos a través
de pequeñas incisiones en los costados, para luego rellenados con vegetales y
otros materiales, tal como anotó el arqueólogo alemán Max Uhle en 1919.
Pero no sólo la antigüedad de
estas momias llamó la atención de los científicos, sino que curiosamente, al
igual que los egipcios y los antiguos canarios existían tres patrones distintos
en relación con las prácticas mortuorias, evidenciados tras el análisis de los
cuerpos provenientes de El Morro de Arica. Tras años de análisis los expertos
han llegado a la conclusión de que una vez momificados los cuerpos no eran
inmediatamente enterrados, sino que se mantenían al aire libre aparentemente
como miembros de la comunidad que estuvieran en activo. El misterio que rodea a
este rito de momificación ha tenido enfrascado a los arqueólogos durante años
tratando de entender si esta práctica comprendía toda la cultural de
chinchorro, o si por el contrario, había mecanismos selectivos donde ciertas
categorías de individuos eran sometidas al tratamiento de “esculturización”.
Como en determinadas culturas orientales y africanas unos individuos eran
sometidos al tratamiento de momificación y otros no o se les aplicaban de
determinada calidad según el estatus social y capacidad económica de los
parientes del difunto. Según apunta Calogero Santoro, arqueólogo y director del
instituto de Antropología Arqueología de la Universidad de Tarapacá, éste descarta
categóricamente que se trate de una técnica importada de otras culturas, y a su
juicio éste es un procedimiento local.
FILIPINAS: Sagada es un lugar situado en
la región de Benguet, se llega a ella cruzando las extensas llanuras de Luzon,
y después subir desde la ciudad de Baguio, subir rodeando los montes Pulog y
Data. En Sagada los contornos de la realidad parecen difuminarse. Apenas hay
visibilidad más de los tres metros. Constantemente envuelta en la niebla casi
no se distinguen los bosques y los desolados barrancos. Es la jungla mágica que
guarda celosamente en su espesura ritos ancestrales; el territorio de los
igorotes y Kankaneys, etnias que no conocieron la historia europea hasta
finales del siglo XVIII. La etnia igorote son un grupo humano de procedencia
mongoloide malayo y habitan en el noroeste de las altas tierras de Luzón. Estas
etnias tienen una vida espiritual y mágica muy activa. Todos los actos sociales
y vitales del grupo giran en torno al universo de espíritus y dioses menores. Mediante
los ritos se revela el lenguaje mágico de la naturaleza y de las formas
obteniendo el chamán, momentáneamente, la fuerza de los dioses fundadores.
Éstos, según los igorotes, vigilan a los humanos y los visitan llegando a la
Tierra desde sus moradas, en chispas de luces voladoras procedentes de las
estrellas.
Los igorotes viven de la
agricultura y de la ganadería obteniendo
producciones domésticas, únicas bases del intercambio económico. Todas estas
actividades cotidianas también van impregnadas de un fuerte sentido religioso.
Sus sembrados son circulares, concéntricos en espirales o en complicados
dibujos geométricos; son formas adoptadas que sirven – gegún sus creencias –
tanto como lenguaje para comunicarse con los dioses como para despertar las fuerzas
mágicas de la Creación emanada del Cielo y de la Tierra. La ganadería es
sagrada en parte ya que en animales como el perro, el cerdo o la gallina pueden
habitar los espíritus de los difuntos, los Kalim o Devas de la
naturaleza. En estas etnias sigue presente la preponderancia casi exclusiva del
chamán, el curandero y los fetiches. El mundo civilizado queda para ellos al
otro lado del infierno. A la puesta
del Sol los ancianos de la
aldea, los am-ma vienen a orar al da-pay. Es
el centro animista donde se congregan los espíritus de los difuntos, e
incluso, puede que baje algún Dios creador si es solicitado. El da-pay
es un círculo de piedras de río planas rodeado de varas gastadas por el tiempo.
Se encuentra frente a una choza baja con techo de paja en donde el chamán o lakay
realiza algunos ritos que requieren secreto y soledad. El brujo tiene en los
igorotes un papel diferenciado del curandero o Baylans. El primero es el responsable de ejecutar las
ceremonias de enterramientos, bodas y los rituales de bugnas que se
realizan durante la siembra y recolección
El tatuaje entre los igorotes,
no es sólo un arte, es sobre todo un código o un lenguaje mágico. Tiene una
doble función: indica la posición dentro de la sociedad del individuo que lo
luce y también sirve para protegerle de los espíritus malignos. Por ello los
vivos tatuados son aquellos que tienen un rango social; pero en el caso de los
muertos todos han de ir tatuados, más o menos profundamente, para llegar sin
contratiempos al lugar que les corresponde. Los tatuajes indican el lugar de
donde procede, el tronco familiar de los espíritus a que pertenece y datos
sobre sus méritos, que servirán para orientar a los guardianes de los
territorios de los difuntos, ya sea celeste o intraterráqueo. También servirán
de amuleto, o de símbolo mágico que mantendrá alejados durante el viaje al más
allá a todo espíritu maligno o negativo que intente atraerle hacía el infierno,
situado al otro lado del mundo intraterráqueo.
Todos los cadáveres son momificados
según una técnica ancestral. Ni lo igorotes ni ningunas otras etnias filipina
extraen las vísceras de los difuntos, ya que cualquier parte y miembro del
cuerpo es sagrada por ser receptáculo del espíritu y por haber sido impregnado
por él. El proceso de momificación comienza antes de que se produzca la
defunción. Consiste en desecar el cuerpo progresivamente, por lo que el
moribundo ingiere agua con sal constantemente para acelerar el proceso de
desecado y evitar la putrefacción de algún órgano. Una vez muerto, durante
cinco días se le introduce hojas secas en todos los orificios y se cambian
diariamente una vez que se han empapado de los líquidos y fluidos corporales.
Existe la costumbre de ahumar por dentro al difunto para acelerar el proceso de
secado, haciendo pequeñas hogueras y sahumerios alrededor de él y llenando su
nariz y boca con humo de tabaco.
Una vez finalizada la momificación el cadáver permanece un
día a la entrada de la aldea, sólo para dialogar con los dioses y los espíritus
benefactores que habrán de dirigirlo a la morada eterna. Después es llevado en
procesión sentado sobre la silla, a la cueva donde será introducido en el
ataúd. Los ataúdes se preparan en vida. Cada habitante se construye el suyo
propio y lo coloca en el lugar elegido junto a los de familiares o amigos
predilectos, los cuales se han venido colocando en la gruta durante centurias.
Existe la prohibición de abrirlos, ya que, según la creencia, hacerlo es una
profanación y los espíritus ocasionarían desgracias a quien se atreva a llevar
a cabo semejante acción. (Luisa Alba González, año VI:37-41)
En Filipinas son varias las
etnias que momificaban a sus difuntos, también en la isla de Luzón, existe otra
comunidad los ibaloi que habitan en la provincia de Benguet:
“Tú eres viejo-dicen- y los
viejos mueren. Tú estás muerto y ahora te llevaremos en el corazón. Nosotros
también somos viejos y pronto te
seguiremos.” Las culturas occidentales especialmente las de religiones
cristianas, creen que la vida del individuo en este plano concluye con la
muerte. En cambio, en la sociedad ibaloi y otras similares del pueblo filipino,
el muerto, aunque en una dimensión especial, sigue vivo; se puede conversar con
él, pedirle consejo y negociar sus requerimientos; influye en las cosechas, en
las enfermedades y en los natalicios y sabe cosas que el vivo ignora. Estas
creencias son compartidas por diversas etnias de Luzón, entre ellas forman un
grupo cultural propio, entre ellas los ibaoi, kankanay o igorrote, Bontoc,
Benquet y Lepanto-,infugao, kalinga, gaddang, tinguian, apayao e ilongot. Estos
son también los nombres de sus lenguas, aunque igorrote (que significa montañés
en lengua tagaloc) se usa a menudo para designar genéricamente a todos los
grupos. También igorrote sirvió a los colonos españoles como sinónimo de
salvaje y atrasado, y para contraponerlo a iloco, que era como llamaron a los
filipinos que se convirtieron al cristianismo. La vida material de los ibaloi
como la de todos los igorrotes, gira en torno a las cosechas, y la espiritual,
en relación con sus antepasados. Todos estos grupos comparten la creencia de
que todas las cosas tienen un ánima invisible que no muere con la visible. Gran
parte de la vida de estos pueblos se centra alrededor del anito, que es
el espíritu de la persona muerta y que tiene poder para lo bueno y lo malo, al
que ofrecen numerosas ceremonias y sacrificios. La práctica funeraria empleada
para la conservación de los cadáveres entre los ibaloi nos la describe el
misionero Albert Jenks en su libro sobre los igorrotes de la siguiente manera:
<<El 19 de marzo de 1903 el rico y sabio Som-kad’, junto con el hombre
más viejo de Bontoc, oyeron a un anito que decía: “Ven, Somkad’, se está mucho
mejor en las montañas, ven”. Dos días más tarde Somkad’ murió y un pollo fue
sacrificado y cocinado para invitar a los anitos de sus ancestros. El espíritu
de Som.kad’ recorrió las montañas buscando a sus parientes, su cuerpo fue
lavado y vestido con un sudario, y en su cabeza le pusieron un pañuelo con la figura
tejida de un anito. Construyeron una ruda silla, con respaldo muy alto, y
sujetaron el cadáver a ella metiéndole en la boca unas plantas. El muerto
estuvo colocado en la puerta de la casa sentado en esta silla durante cuatro
días con sus noches y todo el pueblo se reunió ante él para comentar y
saludarle diciéndole cosas como ésta: “Ahora estás muerto y hemos venido todos
a verte. Te vamos a dar todo lo necesario y vamos a hacerte un buen entierro.
No vuelvas aquí a llamar a
ninguno de nuestros familiares y amigos”. Mientras tanto, varios hombres fueron
a las montañas a buscar un carabao medio salvaje, lo cazaron, le cortaron la
cabeza y la pusieron frente a Som-kas’ para que se miraran el uno al otro. El
buey se cocinó, junto con un perro, ocho cochinos y 20 pollos. El pueblo
congregado ante el cadáver comió esos animales, y ardió una hoguera durante
varios días.”
Como se puede deducir por este
y otros relatos, la forma de conservar los cadáveres que practican los pueblos
de la Cordillera
es completamente distinta a las momificaciones de otras civilizaciones, como
por ejemplo los antiguos egipcios y guanches. Los filipinos como hemos dicho no
extraen las viseras ni someten al cadáver a un proceso químico, ya que el
cuerpo se considera el santuario del alma y arrebatarle algo es una
profanación. Se puede decir que el cadáver se seca -como el jamón o la mojama- en lugar de momificarse
con métodos químicos.
Otro aspecto interesante de
esta cultura, son los tatuajes que lucen las momias, que como hemos apuntado
les sirven como Curriculum y pasaporte seguro para el mundo de los espíritus.
En las pieles de las momias de Kabayan permanecen en un asombroso buen estado
de conservación los tatuajes que realizaron los ibaloi hace más de cinco
siglos. Los hombres y las mujeres de esta cultura se tatuaban el cuerpo usando
para ello una mezcla de hollín, jugo de los tomates que allí se cultivan y
agua. Esta pasta se introduce en la piel por medio de agujas. Se tatuaban por
motivos estéticos; los ricos se pintaban todo el cuerpo, como muestra de
prestigio y poder. Las mujeres sólo adornaban sus brazos, aunque en algunos
pueblos, como los kalinga, ellas se adornaban con un gran tatuaje en la espalda
cuando nacía su primer hijo. Los hombres por el contrario, llevaban las
pinturas en el pecho. Los guerreros cazadores de cabezas tenían un tatuaje
especial en los brazos y el pecho, que se hacían cada vez que obtenían una, e
igualmente utilizaban collares y brazaletes hechos de colmillos de jabalí. En
muchas de las momias tatuadas podemos observar que los motivos predominantes,
están compuestos de barras, círculos y triángulos, como elementos mágicos y
protectores.
[2] Los
guanches y canarios actuales creemos que aquellos difuntos que en vida fueron
malvados, su espíritu pasa un periodo de tránsito en las profundidades del
volcán Teide, llamado Chinechi.
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