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domingo, 23 de marzo de 2014

OBSERVACIONES A UNA SERIE DE ARTÍCULOS DE DON FERNANDO BAÉZ EN TORNO A LA RELIGIÓN DEL PUEBLO GUANCHE





Capitulo IV

Los ojos no sirven para nada a un cerebro ciego
Proverbio árabe.



Chaurero n Eguerew



3- 2. PRECISIONES SOBRE LA RELIGIÓN DE LOS GUANCHES

Continuando con el tema de los espíritus de nuestros antepasados Sr. Báez, tengamos en cuenta que para el guanche la actitud ante la muerte es un simple retornar al origen, un desdoblamiento espiritual, donde el Espíritu Libre retorna al seno de Magek y el Vital queda en esta realidad para cuidar y orientar a  los suyos; Sabe que al morir el cuerpo físico su Espíritu Libre viaja directamente al encuentro con sus antepasados en el Seno de Magek y, al contrario de los dogmas católicos, no le espera una eternidad de infinitos y indescriptibles sufrimientos en las calderas de azufre hirviente de Pepe Botero es decir el infierno del diablo católico, lugar destinado por los dogmas de esta confesión para aquellos que osan cuestionar las creencias  o se niegan a ser mansos y fieles corderos divinamente sometidos para ser llevados sin resistencia al degolladero.

Por ello, el guanche era un hombre espiritualmente libre en vida porque no temía a la muerte, es más, en determinadas situaciones era incluso deseada o admitida libremente como en el caso de los mensajeros al Seno de Magek.

Antes de continuar con el tema de los espíritus mensajeros queremos dejar bien patente que de ninguna manera estamos a favor del suicidio sea ritual o no, nos limitamos a exponer unos hechos recogidos en la Historia colonial de nuestro pueblo con el solo propósito de ilustrar  la actitud diferenciada que mantenían ante la muerte física  nuestros ancestros en contraposición al terror que esta infunde en los cristianos, especialmente entre aquellos  de conciencia poco clara que deben ser un buen número.

La comunicación con los antepasados
 
En la isla Chinech (Tenerife), durante el ceremonial en el que se entroniza al nuevo Mencey se establece comunicación con el mundo de los antepasados: a través del hueso de un antecesor del nuevo jefe, al entrar en relación con el primer antecesor del linaje de quien depende el poder que le ha sido conferido por el valor sagrado que poseen aquéllos. Esta comunicación con los muertos se renueva con ocasión de la muerte de un Mencey.

El viajero italiano Benedetto Bordone[1], que pasó por las islas Canarias en la primera mitad del siglo XV, nos dejó una breve descripción de sus habitantes y costumbres entre las que recoge la figura del mensajero al “más allá” en los siguientes términos:

“[…] Y además de aquella costumbre, hay otra que está hecha de esta manera: que creado el señor, y en la señoría puesto sin otro impedimento, habrá algunos de sus súbditos a su señoría se presenta, y aquella para honrar la fiesta se ofrece de sí mismo matar, y por tal cosa ver, o sea el efecto de la ofrenda hecha todo el pueblo se reúne en un cierto valle profundísimo, y aquello, que de morir por el señor mismo se ofrece, a altísima rupe  accede, y después de algunas ceremonias echas, y algunas palabras en laude de su señor dichas, subido en de aquella rupe altísima se tira, por aquella, no queda más que en el fondo de aquel valle en pedazos combertido, donde después del pueblo es encontrado, y el señor por tal efecto, a sus parientes de mucho agradecido le queda.”

Este texto resulta muy explícito sobre la comunicación con los antepasados a través de un emisario joven, por medio de un auto sacrificio. Esta información no se hace extensiva al resto de la población, seguramente porque a través del Mencey difunto recibirían todas las noticias, al repetir en el mundo de los muertos, igual modelo social que el de los vivos.

Quizás es en este contexto donde deberíamos estudiar los denominados suicidios rituales, de los cuales nos son más conocidos los llevados a cabo en la isla Tamaránt (Gran Canaria) por el gran caudillo Bentejuí y el Faykan de Telde, el hawarita (Palmero) Atanauzú[2] y  los penúltimos menceyes de la Isla Chinech, Bentor e Ichasagua. Estos caudillos de la nación canaria, al ver el extremo peligro en que se encontraba la Matria ante el feroz empuje de los invasores extranjeros, optaron por ser ellos los mensajeros y viajar personalmente al Seno de Magek a dar cuenta a los espíritus de los ancestros de la gravísima situación por la que atravesaba la Matria y recabar la ayuda de los mismos para remediar al pueblo. (Guayre Adarguma, 2007)

En la Isla Tamarant esta recogido el salto al vacío de dos mujeres antes de dejarse apresar por los invasores, para la Isla Benahuare varios cronistas recogen el hecho de que cuando los ancianos o moribundos sentían próxima su hora al grito de ¡Vacaguare! (¡quiero morir!) pedían a sus parientes ser emparedados en una cueva sepultura, donde eran dejados con un ganigo de leche.

Cuenta el historiador Núñez de la Peña: “en esta entrada (Batalla de Las Pañuelas en Tegueste, Chinech) hallaron los españoles en una cueva un viejo dos muchachos y una niña llorando sobre el cadáver de una mujer que acababa de expirar de la peste (modorra), y a su regreso (con ánimo de capturarlos) vieron que el viejo había matado a los tres porque-les dijo- “más quiero ver muertos a mis hijos que verlos cautivos.”

Existe otro medio de comunicación incruento que nuestros ancestros  guanches, empleaban para comunicarse con los espíritus de sus antepasados cuando la comunicación era urgente y no podían o no querían esperar a efectuar otros rituales más complejos; el método consistía en valerse de cualquier hendidura profunda del terreno y, a través de ella comunicarse con los espíritus de los ancestros, cuando no disponían de grietas naturales, simplemente abrían un hoyo en el terreno, y tendidos en el suelo, hablando a través de él, se comunicaban. Así mismo, tenían otro medio de comunicación con los espíritus, consistente en los llamados bucios de piedra, éstos son unas rocas que se encuentran en determinados lugares y que han sido perforadas por agentes naturales en forma de bocinas, las cuales eran usadas como amplificadores de la voz para comunicarse con los espíritus de los antepasados. En la actualidad, existe un ejemplar en Igueste de Candelaria (Tenerife), conocida precisamente como el “bucio de los guanches.” Es posible que determinadas piedras de origen volcánico, perforadas, de manera natural y otras trabajadas por el hombre que han sido encontradas en cuevas, estuvieran dedicadas al  fin comentado. Don Fernando, ¿no le recuerda estas prácticas  de nuestros antepasados a las  de ciertos indios americanos?

Las referencias documentales llegadas hasta nosotros relacionadas con el mundo espiritual guanche son como queda dicho ciertamente limitadas debido entre otras cuestiones  al hermetismos que estos observaban frente a los invasores europeos, de ello nos da fe Espinosa quien recoge:

Esto es lo que de las costumbres de los naturales he podido, con mucha dificultad y trabajo, acaudalar y entender, porque son tan cortos y encogidos los guanches viejos que, si las saben, no las quieren decir, pensando que divulgarlas (a extranjeros) es menosprecio de su nación...”). (Fray Alonso de Espinosa, 1980: 45)

Esta actitud de reserva y preservación por parte de nuestros de nuestros antepasados frente a los invasores cristianos queda refrendada por una carta dirigida por el Cabildo colonial de La Laguna a la metrópoli:

[…] y demás desto muchos esclavos guanches que se huen andan alçados cinco o seis años entre los libres, porque como todos son de una nación y biven en los canpos e sierras acójense y encúbrense unos a otros y esto házenlo tan sagazmente, de más de ser la tierra aparejada para ello, segund los barrancos e malezas e cuevas y asperujas que no se puede saver sino por presunciones.

Especialmente por que es jente que aunque unos a otros se quieran mal encúbrense tanto e guárdanse los secretos que antes morirán que descobrirse y tienlo esto por honra y este estilo tenían antes que la dicha isla se ganase y todavía se les a quedado, pues saverlo dellos por tormentos es inposible aunque los hagan pedaços, por que jamás por tormento declaran verdad y por ser de esta condición e manera es gente muy dañosa. […] (Elías Serra Rafols y Leopoldo de la Rosa Olivera, A.C.  t. 2, 1996:282)

Por otra parte, debemos tener en cuenta que por la época en que escribió su obra Espinosa, y aún muchos siglos después, la iglesia católica negaba el que los guanches-mazigios; los indios, e incluso las mujeres del propio orbe cristiano, tuviesen “alma”, concepto éste netamente cristiano, por lo cual para el resto de la humanidad que estaba fuera de la órbita de influencia del catolicismo, eran poco más que animales provistos de cierto entendimiento.

Los egipcios veneraban a sus muertos. Les presentaban ofrendas y les pedían que intercedieran por ellos ante los dioses.

Tenían muy presentes a los muertos en su vida diaria, y les dotaban de inmensos poderes. Ante cualquier dificultad, les escribían cartas para que intervinieran en su favor ante los dioses. Estas cartas se colocaban en las vendas de las momias durante el embalsamamiento.



Una joven llamaba a su padre para que la ayudara a dar a luz, una viuda esperaba que su marido permitiera que uno de sus sirvientes, enfermo, se curase...

Los parientes visitaban con regularidad a sus muertos, entraban en la capilla construida en la entrada de la tumba y depositaban sus ofrendas ante la estatua del difunto, encerrada en el serdah (nicho). Los vivos no podían verla, pero una pequeña apertura a la altura de los ojos de la estatua dejaba al muerto ver a sus visitantes.

Los egipcios honraban a sus muertos, dado que temían a los malos espíritus, que según ellos podían venir a perseguirlos en forma de fantasmas.

Estos ritos de esta antigua cultura guardan unos paralelismos con las prácticas espirituales mortuorias guanches.

Baile de los muertos o de los angelitos

El pueblo canario ha venido manteniendo abiertamente la comunicación con los espíritus de nuestros ancestros ubicados en el Seno de Magek, y de manera no cruenta hasta fechas muy recientes. A pesar de la brutal persecución  desatada por el sistema imperante el cual ha conseguido que esta piadosa tradición haya dejado de practicarse públicamente. La documentación escrita nos ha legado múltiples ejemplos de esta práctica, aunque ya con profundas connotaciones cristianas, como por ejemplo los denominados “Baile de los muertos” o “Bailes de los angelitos”.

Veamos algunas muestras: Por los antecedentes que hemos recogido se puede asegurar que hasta tiempos relativamente recientes se celebraban en casi todo el Archipiélago los funerales de los angelitos con jolgorios, bailes y banquetes rituales mortuorios.

Como resto de esa tradición podemos citar para la segunda mitad del siglo XX, “el baile de los muertos”, en Valle Gran Rey, de la Gomera que al presente en algunos casos se celebran a puerta cerrada por la propaganda que en contra se hace por parte del sistema imperante: Amortajado el niño y colocado sobre una mesa en la habitación más espaciosa de la casa, se reúnen en el referido local los padres padrinos, familiares y vecinos para festejar el suceso con el baile de los de los muertos  y algún “canecaso” de aguardiente o de vino de cuando en cuando.

“Al son del tambor, las chácaras y la flauta rompe el baile (El Tajaraste) el padrino llevando en los brazos el cadáver del ahijado y después de dar un par de vueltas por la sala lo entrega a la madrina para que haga lo mismo.

Seguidamente depositan de nuevo el cadáver de la criatura sobre la mesa y se da comienzo a la juerga general que dura algunas horas. Al dar por terminado el baile empiezan los recados, unos después de otros se acercan al cadáver y le prenden con alfileres a las ropas alguna flor o bien un trocito de cinta o trapito como señal para que el Ángelito recuerde el encargo, a la vez que envían recados a las personas queridas que moran en el cielo (Seno de Magek); quien  los padres y hermanos, quien a los parientes y amigos; cuyos recados consisten unos en las intenciones y otros para que sirvan de intermediarios con Dios para que la cosecha sea buena, para recobrar la salud, etc.” (B. Alfonso, 1985:261)
Generalmente los sentimientos más profundo de un pueblo cuando son despreciados y ninguneados por cualquier sistema excluyente, busca refugio en el folklore, último reducto de resistencia,  de conservación del espíritu nacional y de la memoria colectiva, a pesar de los múltiples esfuerzos desplegados por los estamentos oficiales para reconducirlos hacía sus proyectos de aculturización. En el tema que nos ocupa, una Asociación cultural de la isla de La Gomera,  Chacaras y Tambores de Guadá, ha sabido plasmar estos sentimientos tan arraigados en lo más profundo del ser canario en el siguiente relato aunque ya bastante sincretizado:
“El hijo de Cristóbal Chinea –Antonio- murió con siete años -se  desriscó mientras cuidaba unas cabras- al trabársele el hastia subiendo por el camino de la Tranquilla.
Tardó en llegar al cielo. El llanto de sus padres empapó sus alas de angelito. De su caja no colgaron las coloreadas cintas con los recados a los seres queridos (“Cuando llegues al cielo, si ves a mi madre, dile que no me olvido de ella”, “cuando veas a Dios ruégale por mi hermanita enferma”). La suya fue una partida triste, sin el tambor, sin las chácaras, sin el baile del tambor, sin el aliento de sus antepasados...
El tambor estaba presente en todos los momentos de la vida. Cuando un niño nacía, ya esa noche se mataba una oveja, se buscaba vinito del mejor. La taza de caldo para la mujer, el pedazo de carne y el vino para el marido. Y la juelga de tambor ya se producía en esa casa. El tambor haciendo acto de presencia cuando aquél ser venía al mundo. Era de alegría, de haber dado a luz la mujer y tener ese hijo que se esperaba.

Al bautizar el niño, ¡eso era ya una fiesta! Se llevaba al niño desde el caserío hasta la iglesia, con los padrinos y los acompañantes al toque de tambores y chácaras (“Qué buenos padrinos tienes / Hiloria si no te mueres”).
Pero lamentablemente demasiados niños morían en aquél tiempo y muchas veces el mismo traje del bautizo sirvió de mortaja al niño muerto. Esa noche, amortajado el niño y colocado sobre una mesa en la habitación más espaciosa de la casa, se reunían, primero los padres con los padrinos, y luego, después, los familiares y vecinos para acompañar y festejar el suceso con el baile de los muertos y algún ‘cancanaso’ de parra o vino de cuando en cuando. Al son del tambor, las chácaras y la flauta rompía el Baile del Tambor. Había por norma que el padrino tenía que agarrar al niño de donde yacía muerto, cogerlo en sus brazos y dar una vuelta a toda la habitación, bailando a golpe de tambor (“Sube al cielo María del Pino / y ruega por tu padrino”). A continuación se lo entregaba a la madrina para que hiciera lo mismo (“Quiero que me guardes Hiloria / un traje para mí en la gloria”). Luego se colocaba ese angelito en su lugar otra vez y así se pasaba la noche, cantándole y tocando y bailando hasta el día siguiente en que se llevaba al cementerio. Durante esa noche y al partir para el campo santo, todos los vecinos que tenían familiares que se le habían muerto, con ese angelito, le mandaban recados a las personas queridas que moraban en el cielo y para que los recordara le ponían cintas y flores para enramar la caja (“Dile a mi padre que la niña que dejó pequeña ya se casó, y que por aquí estamos todos muy bien. Y para que te acuerdes te pongo esta cinta de color verde”). Y la frase ritual del pésame: “para que usted mande muchos angelitos p’al cielo”.
El tambor estaba manifestando un gesto de duelo pero también de júbilo, toda vez que se pensaba que cuando un niño moría, si se le cantaba hacía más rápidamente su recorrido hacia dios. Era “pecado” llorar ya que ello impedimentaba el camino recto del angelito hasta el cielo, “llorar por dentro se llora, aunque por fuera se canta” (“Ay buen dios, dolor tan grande / muerto el niño y canta el padre”, “Al cielo subes María / y tu madre esternecía”). Eso es lo que se creía. Se cantaba y se bailaba hasta llegar al cementerio (“Hiloria le lleva un ramo / a la virgen del Rosario”).
Luego vinieron las chanzas, los desprecios. La gente de la costa cuando se encontraban con los de “los altos” o los padres del muerto los llamaban “magos” en forma despectiva y le hacían chanza repitiendo las mismas canciones y los encargos que le habían hecho al niño fallecido. Ya a finales del siglo XIX y principios del XX se hacían los “velorios de angelitos” a puerta cerrada. Y poco a poco la tradición se desvaneció, el baile de los muertos fue un eco cada vez más lejano y los angelitos ya no tuvieron quien los velara.
La línea se cortó...
Pasados unos días de haber enterrado a este angelito, había una juelga de tambores frente a la casa de Cristóbal en Guadá. Y él, asomado a la ventana, estaba contemplando aquella juelga con una infinita tristeza. Pero su mujer se dio cuenta y le dijo: “Pero bueno Cristóbal, ¿qué te pasa a ti? Mira, por qué no te quitas lo que puedan decir de ti.
Vete allí y cántale a tu niño”. Entonces “garró” el hombre el tambor y cuando los demás lo vieron ir hacia ellos, se dieron cuenta a lo que venía y acordaron dejarlo cantar. Y él entró cantando con fuerza y sentimiento, para que su niño llegara al cielo, tal y como lo habían hecho sus antepasados: “Yo mandé un ángel p’al cielo / y si no canto me muero”. (Asc.Guadá.)
Por otra parte, en la actualidad vasta visitar cualquier cementerio de nuestras ciudades o pueblos para ver como muchas personas hablan con sus difuntos como si realmente estuviesen presentes físicamente, en ocasiones se puede escuchar monólogos realmente enternecedores, propios solamente de  pueblos como el canario portadores de una milenaria  y profunda espiritualidad.
Los espíritus y los ritos fúnebres
[...] Toda esa noche se iba agudizando el duelo de hora en hora hasta la amanecida, que era el tiempo reglamentario para la celebración de los chaxacos o entierros; pero antes de ponerse en marcha el cortejo fúnebre, tanto los hombres como las mujeres que sentían grima saltaban por encima del cadáver o le besaban una mano “para que nos les dejara miedo” costumbre que aún conservan algunos caseríos de la Victoria, La Matanza, Arico y otros pueblos.

La comitiva iba atronando el aire con sus lamentaciones, hallábase formada por los individuos de ambos sexos de la familia civil y de la individual, precediendo las mujeres y detrás los llorones, sacerdotes, amigos y numerosas personas de los distintos auchones o tagoros según el prestigio y clase del difunto. Llegada a la necrópolis, después de un variado ceremonial del clero en medio de grandes alaridos del séquito, encerraban con el xaxo cierta cantidad de alimentos y tapiaban cuidadosamente la puerta de la gruta; alimento que como ya dijimos renovaban de vez en cuando por fuera de la cueva, para que comiera el sosia en sus visitas.

Seguidamente los doloridos y todo el acompañamiento retornaban al auchón para disolverse después de “celebrar el banquete fúnebre que daba el muerto”. (Juan Bethencourt Alfonso, 1994, t.2:300)

Esta piadosa práctica estuvo vigente hasta no hace muchas décadas entre las poblaciones rurales de las islas aunque ya con una gran carga de conceptos impuestos por la religión foránea.

El Obispo católico Fernando de Rueda,  en su decreto visita del año 1584, a Garachico mandó “que ninguna mujer, ni hija, ni hermana del  difunto fuese a los entierros, como era costumbre, a llorar en la iglesia, y  estar besando, abrazando y tocando el cuerpo cadáver, como si fuesen gentiles.” (Juan Bethencourt Alfonso, 1994, t.2)

Se dice que antiguamente en Tacoronte daban el pésame en la siguiente forma: “Aquí vengo, sí; aquí vengo, no; a quitar pesares, que a dártelos, no. A romper canillas, calcañal y hueso, y a quitar pesares, de aquel que está tieso”. (Juan Bethencourt Alfonso, 1994, t.2)


COSTUMBRES MORTUORIAS CANARIAS
 
Estimado don Fernando, el médico e historiador tinerfeño don Juan Bethencourt Afonso[3] recogió una serie de costumbres mortuorias en nuestras islas vigentes hasta finales del siglo XIX y principios del XX, en ellas a pesar de la gran carga católica que las envuelven, se vislumbra las tradiciones mortuorias guanches, especialmente la pervivencia de las comidas rituales mortuorias. Veamos algunos ejemplos:
En el Valle de Guerra, Esperanza y otros pagos, testan señalando la cantidad indispensable para dar de comer y beber a los que acompañen a sus cadáveres.

En Candelaria, gran llanto al morir el individuo “pues cuanto más gritan más siente.” Si el cadáver procede de algún pago es costumbre obsequiar al acompañamiento en Candelaria, con papas, pescado salado, pan, queso y vino.

En Los Realejos el pésame que dan a los padres que pierden un niño es el siguiente, “Mucha vida les dé Dios para que manden angelitos al cielo!”. Si el cadáver es de persona mayor, en este caso los doloridos se sientan en un rincón y el acompañamiento pasa por delante uno a uno, diciéndole: “Mucha vida le dé Dios”.

En Vilaflor, la gente cree que los niños ruegan en el cielo por su familia y si mueren, 7 de un mismo padre, dicen tiene un coro de ángeles, y que por lo tanto la salvación eterna de los padres, es segura. Al día siguiente del entierro, se dice la “misa de difuntos”…

En el Hierro, si bien la costumbre ha decaído, acompañaban los cadáveres tanto hombres como mujeres, del vecindario, desde los campos a la parroquia; deteniéndose en ciertos puntos, llamados goronas (que consisten en una especie de corral semicircular, con asientos para descansar)  y en otros puntos, aunque no fueran goronas, pasos dominantes de regiones más o menos extensas, para llorar al muerto: continuando después tranquilamente. En el llanto se hacía mención o ensalzaban las excelencias del difunto. Después, comen y beben, no se sabe si por hábito originado de las distancias grandes que recorren.

Titoreygatra (Lanzarote) Hasta hace poco tiempo se celebraba la muerte de un niño, comiendo,  bebiendo y bailando. Bailes mortuorios. Hay la tradición de que antiguamente cuando moría un niño, celebraban el acontecimiento con bailes en la casas. En  Yaiza. Si un niño muere antes de cumplir el año, todos los gastos del entierro son por cuenta del padrino.

Lanzarote y Gran Canaria. Se dice que una persona tiene un alma arrimada cuando el espíritu de individuo que haya muerto, vive constantemente o periódicamente en comunicación con ella y que se le arrima por lo regular con objeto de pedirle perdón por algún daño que le hizo en la tierra.

Para que desaparezca el alma y  vuele al cielo, es bastante que el interesado realice lo que aquella le pida, tal como decir misas, cumplir promesas; etc., y si es por daño que recibió el individuo que la tiene arrimada, con que le diga: “yo te perdono para aquí y para delante de Dios”.

Haría. Hay algunos que creen que se les arrimaban (almas) y se les ponían encima de la espalda y les hablaban, para notificarle dónde había dejado el dinero enterrado, para poder subir al cielo. Al que se le arrimaba se echa en el suelo, boca abajo, al peso del mediodía pues avisado por la noche en la cama, salía a ciertos puntos “para descargar al alma de la pena que tuviera”. Como decirles misas, etc.

Teguise. Creen que hay almas arrimadas, hace poco tiempo que a una de Guatiza le empezó un alma a maullar como gato. Casi siempre se arriman para pedir perdón por haberle hecho en_vida algo malo. Basta decirle para que no vuelva “Yo te perdono para aquí y para delante de Dios”.

Tamaránt (Gran Canaria: Agüímes). Cuando está muriendo un individuo los domésticos y parientes rodean con solicitud al moribundo. Así que muere levantan todos un llanto ruidoso que dura hasta que enronquecen sin separarse del cadáver.

Delante de ellos lo amortajan, y a su vista permanecen sin separarse hasta que 1o entierran, momento en que redoblan el llanto. En la casa mortuoria no se hace de comer en 9 días. Los parientes y vecinos traen de sus casas la comida preparada y acompañan a comer. Después una de las mujeres que acompañan dice en voz alta, lo que cada uno ha traído (Ato. 1793).

Gáldar. “Son parcos en sus convites de bodas y generosos en sus funerales”. Pues en el día del entierro no es necesario hacer de comer en la casa mortuoria: los amigos le envían lo necesario y preparado aque1 día; cuya urbanidad es recíproca”.

La Gomera. Todo niño que muere sin haber “mamado leche pecadora” será un serafin; es decir, que no pasa por el Purgatorio sino la punta del dedo margaro. Si llega aunque sea una sola vez a mamar “leche pecadora” pasa por el Purgatorio. Los niños que mueren sin ser bautizados van al limbo, donde siempre están diciendo fin, fin. Porque para salvarse necesitan que venga la fin del mundo. Los entierran en punto no sagrado.

Erbania (Fuerteventura) cuando entraban a los velorios por muerte de alguien, decían: “Dios guarde el calafote frío, de la calavera mundana”. Respondía el dueño: “Quien estas palabras viene a palabriar; allí está la silla, váyase asentar”. Antes se hacía comida en la casa en que fallecía un individuo, para comer el acompañamiento, al regresar del entierro. (Juan Bethencourt Alfonso, 1994, t.2)


Este somero repaso a algunos aspectos de nuestra cultura y tradiciones, espero que haya servido para refrescarnos la memoria en torno a las mismas, pues otro fin no persigue.
Las “Mandas Pías”
Hasta siglos después de la invasión y sometimiento de las Islas, nuestros antepasados continuaban manteniendo el ritual de la ofrenda de alimentos a los espíritus de los fallecidos, aunque con cobertura católica. Este aserto quedó recogido en la documentación notarial ya que los escribanos estaban obligados a incluir en los testamentos las denominadas “mandas pías” mediante las cuales la iglesia católica obligaba al testador destinar determinadas partidas económicas según la importancia de su hacienda a iglesia católica o a algunas de sus instituciones. En cuanto a las ofrendas a los espíritus de los fallecidos estas eran bien recibidas por el clero católico pues pasaban directamente de la lapida del difunto a las despensas de los párrocos o de los frayles.
Fernando de Guanarteme (el segundo), natural de Gran Canaria, otorga su testamento. Manda que los clérigos de Santiago, en Taoro, le digan una vigilia de lecciones y misa de réquiem con sus nocturnos y le­tanías; los frailes de San Francisco le digan dos treintenarios, uno abierto y otro cerrado. Dona a las iglesias y ermitas de la Isla una dobla a cada una; a los pobres 2.000 mrs. para repartir entre los más necesitados. Se paguen los contratos y deudas que de verdad se deban. Se den al menor Agustín, hijo de Juan Delgado, 170 ca­brillas. Debe para la Navidad que viene 145 cabrillas. A Jaime Joven 4.000 mrs. por Navidad. Nombra albaceas a Juan Fernán­dez, canario, marido de Catalina Gaspar, y a Constanza Fernán­dez, su hermana. Manda que se dé la libertad a su esclava Inés y a la hija de ésta, Leonorcita, a quien reconoce como hija legí­tima y heredera universal del resto de sus bienes. Ts.: Alonso López, Juan Galán, Fernán Esteban y Francisco Vilches.—Sin firma. (Protocolos de Hernán Guierra, agosto 28 de 1510. fol.303 r. En: Fernando Clavijo Hernández, 1980)
Diego Alvarez (guanche) hace su testamento. Desea que los frailes de San Francisco le digan una vigilia de 3 lecciones con sus noctur­nos y letanías y le ofrenden 9 días; que paguen las deudas que vinieran en buena verdad; que le digan 2 treintenarios cerrados; que den al Señor San Francisco 2.000 mrs., a Nuestra Señora de Santa Ma. de la Iglesia de Arriba 1.000 mrs., a la Señora de Can­delaria 500 mrs., a la Señora de Gracia 100 mrs., a San Miguel, 100 mrs., a los pobres que más necesidad tengan 500 mrs., y al hospital 100 mrs. Declara que Francisco Alcaraz, v°. de La Palma, le debe 7.500 mrs. por un contrato que está en poder de Luis de Belmonte, por el que le debe 25 cabrillas con sus rentas de 5 años a esta parte; también le debe Castillo, v°. de La Gomera, 25 cabras con sus rentas de 6 años; Cristóbal Fernández 7.000 mrs. por un contrato que está ante Hernán Guerra. Nombra albaceas a su her­mana Margarita Perdomo y a Juan Perdomo. Por otra parte, Diego Alvarez reconoce que recibió de Miguel, hermano de Antón Azate, 15 cabritos; de Gaspar y Francisco Tacoronte 30 cabritos; de Mag­dalena, la Ollera, 4 cabritos; de Francisco Hernández, el Gomero, 61 cabritos; del guanche, el padre de Antón, 5 cabritos; del guan-che viejo, que está con Guillen Castellano 4 cabritos; de Guayne-quía 5 cabritos; de Isabel, que está con él, 5 cabritos; de Castillo 8 cabritos; de Guillen Castellano 18 cabritos; de Hernando de Mo-guer 1 chiquito que se comió; manda que saquen 14 cabras del hato de Pedro Fernández y otras 30 cabrillas del dicho hato, y que su hermana Margarita Perdomo las dé a una persona para que se encargue de ellas. Juan Méndez reconoce que recibió de Diego Alvarez 107 cabritos, más otros 75 cabritos. Manda que cobren de Juan Méndez todas las cabrillas que vienen de... (roto). Ts.: Alonso Velázquez, Jorge Sánchez, Rodrigo Yanes, Juan Zapata, Nufro Suárez y Cristóbal Fernández.—Nufro Suárez y Cristóbal Fernández. (Protocolos de Harnan Guerra, 2 de septiembre de 1510. fol. 323 r. (bis). En: Fernando Clavija Hernández, 1980)

María Hernández, viuda de Pedro Miguel (guanches), moradora en el pueblo de Ntra. Sra. de Candelaria, por estar enferma otorga su testamento.  Después de la consabidas “Mandas” dispone: “se diga un responso sobre su sepultura ofrendado de media fanega de trigo y cinco azumbres de vino. (Protocolos de Sancho de Urtarte, 1574, fol. 160 v. En: Miguel A. Gómez Gómez, 2000)

Francisco González, natural, hijo de Alonso González, natural de la isla, difunto, morador al presente en el pueblo de Ntra. Sra. de Candelaria, término y jurisdicción de San Cristóbal de La Laguna, por estar enfermo otorga su testamento. Manda que su cuerpo sea sepultado en la casa y monasterio de Ntra. Sra. de Candelaria donde está enterrado su padre Alonso González y que le digan en dicho monasterio por los frailes de él una misa cantada de cuerpo presente, con su vigilia y otras dos misas rezadas de réquiem ofrendada de media fanega de trigo y medio barril de vino. (Protocolos de Sancho de Urtarte, 1574, fol. 237 r. En: Miguel A. Gómez Gómez, 2000)

María Hernández, viuda, mujer que fue de Gaspar Rodríguez, natural, difunto, moradora en el pueblo de Ntra. Sra. de Cande­laria, término y jurisdicción de San Cristóbal de La Laguna, por estar enferma, otorga su testamento. Las Mandas acostumbradas y ofrendadas de una fanega de trigo, un barril de vino v un carnero. (Protocolos de Sancho de Urtarte, 1574, fol. 302 r. En: Miguel A. Gómez Gómez, 2000)

Francisca Pérez, natural, viuda de Antón Albertos, moradora en el pueblo de Ntra. Sra. de Candelaria, por estar enferma ordena su testamento.
Manda que su cuerpo sea sepultado en la casa y monasterio de Ntra. Sra. de Candelaria, en la sepultura donde están enterrados Francisco y Anastasia, hijos legítimos de su marido y de ella. El día de su enterramiento, en dicho monasterio… con dos misas rezadas ofrendadas de un barril de vino de diez azumbres, una fanega de trigo y un carnero. (Protocolos de Sancho de Urtarte, 1574, fol. 311 r. En: Miguel A. Gómez Gómez, 2000)

Gaspar Delgado, hijo de Pedro Delgado, difunto v de María Gaspar, su mujer, morador en el Mocanal, vecino, por estar enfermo otorga su testamento… ofrendado de una fanega de trigo y un barril de vino de diez azumbres. (Protocolos de Sancho de Urtarte, 1574, fol. 332 v. En: Miguel A. Gómez Gómez, 2000)

Francisco Rodríguez Izquierdo, capitán, natural de esta isla, morador en el pueblo de Ntra. Sra. de Candelaria, por estar enfermo otorga su testamento. Manda que su cuerpo sea sepultado en la casa y monasterio de Ntra. Sra. de Candelaria, en la sepultura donde está enterrada su mujer Francisca Martín y que el día de su enterramiento en dicho monasterio y por los frailes de él, le digan una misa cantada de cuerpo presente con cuatro misas rezadas de réquiem, todo ello ofrendado de una fanega de trigo y de un barril de vino que tenga 12 azumbres. (Protocolos de Sancho de Urtarte, 1574, fol. 336 r. En: Miguel A. Gómez Gómez, 2000)

Don Fernando, disculpe lo extenso de estas citas pero son una pequeña muestra de los mas de doscientos testamento que recogen las ofrendas a los difuntos de pan y vino, corderos, cabras y algún que otro cochino. Quedamos en la esperanza de que entre usted y nosotros ayudemos a que esta maltrecha sociedad nuestra no continué comulgando con piedras de molino.






[1] Benedetto Bordone (1460-1531) Cartógrafo, miniaturista y viajero, su obra más famosa es la Isolario (El Libro de las Islas), donde se discute acerca de todas las islas del mundo, con sus nombres antiguos y  modernos (hasta aquella época), historias y forma de vida.

[2] Este Tananca awuara protagonizo la primera huelga de hambre documentada en la Historia colonia de Canarias.
[3] El Dr. Don Juan Bethencourt Afonso nace en las bandas de Chasna, en el sur de la isla de Tenerife, y concre­tamente el pueblo de San Miguel de Abona, el 5 de febrero de 1847.

Los estudios secundarios los realizó en el Instituto de Canarias, con sede en La Laguna. Posteriormente se desplazó a la Universidad de Madrid (España) para cursar estudios de Medicina y Cirugía, cuyo título obtiene el 16 de Enero de 1872. Falleció en Añazu (Santa Cruz de Tenerife) en 1913.



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