Chaurero n Eguerew
La
religión digamos reglada de la Diosa-Madre Universal existe desde hace unos
cuarenta mil años, desde que el ser humano comenzó a tener conciencia de que
era un animal diferente a los otros y capaz de razonar y expresar sentimientos.
El cómputo del tiempo tal como lo entendemos los seres humanos no es
aplicable a la Divinidad,
pues ella es el pasado el presente y el futuro, es decir es el concepto del
tiempo tal como lo entendemos y que sólo es válido para nosotros como
referente.
Las
denominadas grandes religiones occidentales son relativamente recientes
históricamente hablando y en comparación con la de la Diosa-Madre, el
judaísmo nació y se desarrolló entre los siglos I al XI.
Los judíos se consideran los descendientes de
Abraham verdadero fundador del judaísmo quien anteriormente había sido adorador
de la Diosa-Madre,
quien se consagró al servicio de su dios
único, creador de los cielos y de la tierra. La creencia de Abraham era de un monoteísmo
contrapuesto a sus anteriores creencias. Sus descendientes tenían que difundir
aquella nueva creencia y permanecer fieles a la alianza con su dios. Este
velaría en su favor y les daría como posesión la tierra sagrada.
El
cristianismo (que realmente debería llamarse paulismo, pues fue este recaudar
de impuestos al servicio de Roma y tejedor de tiendas el verdadero impulsor de
la secta) nació a principios del siglo I de la era occidental. Fue predicado y
extendido con gran rapidez por la mayor parte de los países que formaban el
imperio romano dividiéndose posteriormente en varias sectas siendo la más
importante de ella el catolicismo. Pablo y sus partidarios propagaron el
cristianismo desde Jerusalén a Roma.
La más joven de estas sectas es el Islam que
nació como religión en el año 611 de la era occidental actual, fundado por
Mahoma caravanero analfabeto, hijo de padres adoradores de la Diosa-Madre. Los árabes se consideran a sí
mismos descendientes de Isaac, el único hijo legítimo de Abraham
que, a punto de ser sacrificado por su padre en un holocausto fue salvado en el
último momento según la leyenda por la mano de su dios. Más adelante, Isaac fue expulsado por Abraham
y tras numerosas vicisitudes y quedar en la miseria, sus descendientes tuvieron
que emigrar a Egipto donde fueron esclavizados hasta su rescate por Moisés.
Las
investigaciones antropológicas y arqueológicas e incluso ligüísticas, y los
miles de esculturas de la
Diosa-Madre encontradas en todo el orbe y en todas las
culturas, han puesto de manifiesto que el primer concepto de Divinidad, por las culturas primigenias, fue
femenino; la Gran Diosa
Madre. Una divinidad femenina, adorada como principio pasivo y generador,
venerando los atributos de la mujer. Cuando estas culturas eran nómadas, la
mujer ejercía un papel fundamental en la supervivencia del grupo, como
reproductora, recolectora y cohesionadora del grupo, es decir, las sociedades
eran matriarcales. Y cuando las sociedades se hicieron sedentarias, por la era
agrícola, el varón comenzó a dejar de ser cazador para transformarse en
guerrero lo que planteo quizás los primeros enfrentamientos religiosos y
sociales ya que la guerra estaba en contraposición con los preceptos de amor y
paz emanados de la Diosa,
además las mujeres no estaban predispuse a perder a sus compañeros e hijos en
cruentas batallas.
Ello
motivo el que los hombres ambiciosos de tierras y de poder urdieran desposeer a
la Diosa y
destruir el matriarcado, elementos que constituían un freno a sus actividades
depredatorias, pues siempre ha sido más fácil apoderarse por medio de la fuerza
de la producción ajena que producir mediante el esfuerzo propio.
Entonces el hombre decidió crear un dios
masculino a su imagen y semejanza, guerrero, despiadado, amoral y desprovisto
de sentimientos humanitarios, aunque pretendieron dotarlo de aspectos formales
como amor, justicia, paz etc., estos conceptos no han pasado de ser simples
discursos carentes de contenido, pues de hecho desde los primeros momentos de
la creación de este dios masculino habían renunciado a la esencia de la Divinidad.
A partir de entonces, la humanidad ha estado
condenada a una serie continuada y sin interrupción de guerras, invasiones y
masacres de pueblos y culturas en nombre de ese dios masculino, los ejemplos
mas lacerantes los recoge la
Biblia judeo-cristiana en la que podemos ver como su dios
creado a su imagen y semejanza YHWH: (Yo soy el que soy,) y al que traducen como Jehová, Yhave, Yahewe,
ordenó a esta horda de pastores nómadas “su pueblo elegido” el invadir las naciones del entorno y pasar a cuchillo a
todas sus poblaciones sin respetar ancianos mujeres ni niños, excepto en alguna
ocasión en que este dios ordenó separar algunas jovencitas vírgenes que le
serían ofrecidas como diezmo. Así tenemos al primer repartidor de naciones y
pueblos –ejemplo que algunos siglos más tarde seguirían algunos Papas católicos
repartiendo el mundo entre sus acólitos y en nombre del mismo dios-. Muchos de
los pueblos invadidos por orden de este dios se les aplicó el anatema, método o
mandato que consistía en no dejar con vida ni siquiera a los animales
domésticos.
El cristianismo y todos sus derivados han
superado si cabe, las masacres judías, desde las persecuciones y exterminio de
los denominados paganos, la invasión y destrucción de naciones y pueblos
situados a miles de kilómetros de distancia en nombre y en honor de su dios, y
las civilizadas invasiones y masacres modernas como Corea, Vietnam, Irak etc.
etc.
Todas esta religiones monoteístas y masculinas
han nacido, se han desarrollado y sostenido sobre verdaderos océanos de sangre.
Estas religiones plagas de la
humanidad autodenominadas mayoritarias al igual que el resto de las religiones
monotemas masculina han tocado techo, han sido incapaces de proporcionar a la humanidad
un verdadero desarrollo espiritual han sido más influenciadas por los aspectos
políticos y económicos que por los espirituales. Se han aliado desde el
principio de su creación con el poder participando de prerrogativas humanas
cuando no siendo el centro difusor del mismo convirtiéndose en instrumento de
infelicidad para los pueblos, de
dominación de un sector de la sociedad sobre otros, renegando de los principios
de amor paz y justicia emanados de la Diosa-Madre, ofreciendo a sus fanáticos seguidores
un trozo de cielo a cambio de toda una vida de infierno en la tierra.
Han fracasado y están en pleno
declive, hasta el punto de que están planteándose el unirse entre ellas para
poder continuar con el mercado religioso concentrándolo en un solo centro de
poder.
Ya desde hace más de un siglo
filósofos y pensadores vienen afirmando que este tipo de religiones están
condenadas a desaparecer, pues nacieron enfermas y deformes y desde su
nacimiento han venido infectado a la humanidad, por ello claman por la
instauración de nuevos conceptos religioso, más espirituales al tiempo que más
humanos en los aspectos fraternales y, con ellos nosotros creemos que esta
nueva era espiritual estará presidida por Nuestra Diosa-Madre Universal
Chaxiraxi.
Uno de estos pensadores es el
alemán Carlos Roberto Eduardo de Hartmann, militar, físico, matemático, poeta,
pintor y filosofo, quien en su obra La
religión del porvenir, libro famoso que provocó
controversias y causó profundísima impresión en las Universidades y en todo el
mundo científico. Esta obra, en la que Hartmann acreditó sus dotes de pensador
y escritor, fue vertida a varios idiomas.
De la misma vamos reproducir en
esta oportunidad el capitulo nueve:
“La medida
de la evolución religiosa necesitada por la situación presente, ¿se define por
la transformación de los elementos dados, o por una innovación
que sustituya a las ideas reinantes concepciones esencialmente distintas?
Esta es la
cuestión que se encuentra en el comienzo de nuestras investigaciones, y la conclusión
de las consideraciones que preceden parece ser la de resolverla en el sentido
del segundo término de la alternativa. El principio católico, que es el
principio de autoridad, y el principio protestante de la negación crítica de la
autoridad, han sacado ya sus últimas consecuencias: el primero, en el
cristianismo momificado del ultramontanismo, por el dogma de la infalibilidad,
que es un reto lanzado a todo lo que la razón enseña, a todo lo que el
desenvolvimiento de la civilización ha hecho prevalecer; el segundo, por la
total disolución del cristianismo
positivo y por el enflaquecimiento de la religión, bajo cuyo nombre ya
no existe más que una irreligión completamente mundana. En cuanto a los ensayos
hechos para conciliar estos dos extremos igualmente inaceptables, son etapas
que el protestantismo ha atravesado ya descendiendo por un plano inclinado y
que el curso de la evolución histórica ha dejado atrás: tratar de volver a
ellas, sería colocarse delante de las ruedas de la evolución lógicamente necesaria
para retardarla, ya que no para hacerla retroceder.
La idea
cristiana ha concluido su carrera. Esta idea está dividida en dos períodos; el
primero, que comprende el cristianismo primitivo y el catolicismo hasta el
florecimiento de la verdad cristiana bajo Tomás de Aquino; el segundo,
que abraza el catolicismo en su decadencia y el protestantismo fatigándose en
ensayos de conciliación, útiles, lo reconocemos, pero inaceptables en
principio.
El fin
semeja admirablemente al comienzo, si nos mantenemos en el aspecto negativo,
por la ausencia de un cuerpo de doctrina cristiana; sólo que los contenidos con
que se llena el recipiente en ambos casos son muy diferentes: aquí la cultura
moderna; allí, por ejemplo, el judaísmo talmúdico de un Hillel. La ordenada de
la curva cristiana ha llegado a ser igual a cero al fin, como lo era al
principio, pero en esta ocasión la abcisa es otra muy distinta. Si el
cristianismo comparte con otras religiones la concepción pesimista del mundo y
la necesidad de elevarse por la verdad metafísica por encima de este mundo y de
su miseria, la idea fundamental, especialmente la cristiana, debe buscarse en
la fe, en un redentor que cura del sentimiento de la culpa y en un mediador que
opera la reconciliación y la unión con Dios; y la fe cristiana, ¿qué es?, la fe
en Jesucristo como redentor y mediador. Pero si se ve en Jesús de Nazareth el
hijo legítimo del carpintero José y de su esposa María, este Jesús y su muerte
lo mismo pueden redimir mis pecados que el ministro Bismark o el diputado
Lasker, por ejemplo, y es mucho menos apto aún para ser el mediador entre Dios
y yo que el confesor católico, por ejemplo, cuya prerrogativa no es una
afirmación en el aire, sino que la hace desprender del hijo de Dios. Así, pues,
la idea sobre la cual descansa el cristianismo se ha hecho caduca enfrente de
la civilización moderna. Es posible que en el cuadro de un sistema religioso
basado sobre un principio nuevo, lo que reste del cristianismo pueda invocar
algunos títulos para hacer que se le reconozca una significación secundaria y
auxiliar; pero este elemento es insuficiente en sí mismo para satisfacer la
necesidad religiosa, sobre todo si permanece cerrado a la presuposición
indispensable de toda religiosidad, el pesimismo del cristianismo positivo. Mas
aun cuando se conservase este factor, o, por mejor decir, se le restableciera
enfrente del optimismo protestante que encuentra el mundo delicioso y se
congratula de la existencia, lo que se tendría no sería más que el fundamento,
indispensable sin duda, del nuevo edificio religioso, y nada más; poseeríamos
una concepción del mundo la cual implique un alma de tal modo dispuesta, que la
religión sea para ella una necesidad imperiosa; la poseeríamos en el
mismo sentido que Buda, Jesús, San Pablo, San Francisco, Savonarola y otros la
han poseído, y quedaría ante nosotros la cuestión de saber qué nuevo edificio
religioso satisfaría a la vez la necesidad religiosa que nace de esta
disposición, y a la cultura moderna.
El intento
de resolver este problema significaría la pretensión de ser el fundador de una
nueva religión. Esta pretensión no tan sólo se halla muy lejos de mí por
razones personales, sino que se encuentra ya excluida por la convicción
objetiva de que ni la ciencia por su misma naturaleza, ni sus representantes,
están llamados a tener una acción inmediata sobre el establecimiento de nuevas
religiones. Históricamente es una verdad demostrada, y aparece también como una
consecuencia de las relaciones que mantiene la religión con la ciencia, y de
las cuales hemos hablado en otro lugar. En los fundadores de religiones no se
deben nunca a la ciencia los éxitos populares grandes y decisivos, sino al don
de presentar de una manera intuitiva y figurada las ideas religiosas que se
hallen en armonía con la época, y después, a la autoridad de la persona que las
representa. Mas, por otra parte, estos hombres no sacan de ellos mismos estas
ideas que son lúcidas chispas, sino que las hacen salir del tesoro espiritual
que constituyen en cada época las creencias populares y la ciencia. Entre estas
ideas, que pueden venir a su conocimiento de un modo muy imperfecto, descubren
algunas que se apoderan con fuerza de su sentimiento religioso, y
comunicándolas en un círculo extenso, prueban el entusiasmo que son capaces de
excitar; y aun cuando sea completamente necesario que las circunstancias del
tiempo hayan dispuesto a las almas para recibir tales impresiones, es muy
posible que hasta entonces el poder de estas ideas no haya sido percibido o
apreciado por otros. Esto nos ilustra sobre la clase de auxilio que la ciencia
puede prestar a la aparición de las religiones que no han nacido aún, pero cuya
necesidad existe y va creciendo. Sus misiones trabajar con celo y lealtad,
levantar su vuelo más vigoroso y profundizar más cada día a fin de ofrecer al
porvenir una provisión de ideas tan rica y tan preciosa como sea posible, donde
pueda hallar el alimento de la nueva religión.
¿Es probable,
en un porvenir próximo, que veamos surgir una fuerza creadora capaz de dar existencia
y estabilidad a meras formas religiosas? Es muy difícil contestar
afirmativamente a esta pregunta. ¿Quién ha podido apreciar la tenacidad y la
fuerza histórica de resistencia inherentes a las formas religiosas que aún nos
rodean? En nuestra opinión, sería estimarlas de un modo demasiado bajo el
suponer que hoy, en que apenas si los exploradores del ejército protestante
liberal comienzan a tener conciencia de las últimas consecuencias del principio
protestante, la antigua creencia, considerada como religión de la masa, esté
bastante gastada para que un viento religioso fresco y vivificante pueda
barrerla. No olvidemos que en lo que se refiere a las luces adquiridas por la
cultura, la masa se encuentra siempre algunos siglos más atrás del espíritu del
tiempo. Aún se puede decir más. Supongamos que la evolución haya llegado a tal
punto; esto no sería una razón para que resultase necesariamente el
advenimiento de una nueva creencia, pues bien podría suceder que el reinado de
la antigua y el de la nueva fuesen separados por un tiempo de descanso más o
menos largo, durante el cual se consumaría la putrefacción de los viejos
elementos, y el suelo sufriría una preparación química favorable para la
fertilidad del porvenir.
Por último,
no es posible probar la imposibilidad de la tesis afirmando que en general no
habrá ya novedad religiosa viable, aunque esta opinión sea tan extremada e
inverosímil como la que afirma que la religión del porvenir se halla próxima.
Aquella se apoya, es verdad, en el argumento plausible, en la apariencia de que
la vida del alma contempla cómo se retiran de día en día los jugos nutritivos
en provecho de la vida de la inteligencia, y que en particular las necesidades
religiosas del alma se van constantemente debilitando. No obstante, se confunde
aquí, en primer lugar, un hecho momentáneo con una tendencia evolutiva capaz de
duración, y después, a esta tendencia, que es real en un sentido, se la da una
interpretación errónea en lo relativo a su incompatibilidad con la religiosidad
y con el sentimiento general. Es muy cierto que la inteligencia reflexiva
figura en primera línea en los progresos de la humanidad; pero, a la larga,
cada adquisición de la inteligencia ejerce sobre la esfera del sentimiento una
acción que lo enriquece y que lo depura, y la lucha de la inteligencia con el
sentimiento siempre se dirige exclusivamente contra el punto de vista del
sentimiento legado por una fase anterior del desenvolvimiento intelectual: no
puede haber cuestión sobre el punto de vista que responde a la nueva fase de la
inteligencia, el cual no puede formarse sino gradualmente después de la
destrucción parcial del antiguo.
¿Quién
negará que el desenvolvimiento intelectual avanza por un impulso genérico y
constante? Es igualmente cierto que una nueva religión debe tener la razón por
principio, cosa que los antiguos no tenían necesidad de hacer más que como
tarea secundaria. ¿Pero se sigue de esto que la necesidad religiosa debe
borrarse por un largo período? No; por lo menos en tanto que el pueblo no esté
imbuido de la ciencia abstracta en el sentido estricto, y no es de esperar que
lo esté jamás.
Por el
contrario, la concepción pesimista del mundo, en la cual la necesidad religiosa
repara diariamente sus fuerzas, no cesará de fortificarse y de extenderse,
puesto que, cuanto más se multiplican los medios de que la humanidad dispone
para hacerse la existencia agradable, más se convence de la imposibilidad de
superar de este modo la angustia de la vida y de alcanzar la felicidad, ni
siquiera la satisfacción. Un período ascendente de las cosas humanas puede ser
optimista en tanto que alimenta la esperanza de encontrar la felicidad al fin
gozar de ella; mas en el instante en que el objeto se alcanza, el pueblo que lo
ansiaba percibe que no ha progresado en la felicidad y que han aumentado las
necesidades que le roen y le atormentan. Así, el optimismo es siempre un
intermedio en las naciones que se hallan en medio mismo del vértigo mundano;
mas el pesimismo es la disposición profunda de la humanidad que se conoce, y
cada vez que termina una época de movimiento mundano aparece con doble energía.
Esperemos, pues, que la aspiración del hombre a superar la miseria de este
mundo, lo cual no puede realizarse sino por la idea y en la esfera de la
conciencia, se haga sentir con una intensidad cada vez más señalada a la
conclusión de los períodos en que el mundo, por decirlo así, ha celebrado sus
triunfos, y en que los intereses terrenales lo han absorbido todo, y la
cuestión religiosa sea la más importante de todas cuando la humanidad haya
alcanzado todo lo que puede alcanzar de civilización sobre la tierra, y haya
abrazado de un golpe de vista toda la miseria lamentable de esta situación.
Al mismo
tiempo que la ciencia da comienzo al trabajo preparatorio para el edificio que
ha de habitar la religión del porvenir, no se le puede censurar el que examine
los elementos de su fortuna actual, y trate de inquirir qué ideas son las que
tienen probabilidades de ocupar en el porvenir el sitio de las ideas
cristianas, y de fundirse con los restos de aquellas que no estén condenadas a
desaparecer. No es posible ocultar, sin embargo, que esta orientación está
limitada por el estado actual de los conocimientos. El mejor modo de entrar en
materia será arrojar un golpe de vista general sobre las principales
religiones, con el fin de desentrañar su significación histórica; y esta
consideración tendrá por resultado el demostrar una tesis que, por otra parte,
corresponde al estado actual de las relaciones entre las naciones del globo, y
es, que la religión del porvenir, para llegar a ser religión universal, debe
representar la síntesis de la evolución religiosa del Oriente y de la
del Occidente, de la evolución panteísta y de la evolución monoteísta: sólo con
esta condición podrá satisfacer a la vez las necesidades religiosas y las
necesidades intelectuales de la época moderna.
El rápido
bosquejo que irá a continuación atestiguará lo que la ciencia ha podido
encontrar con toda su riqueza actual en lo referente a materiales que puedan
servir a los fines de la religión. Este ensayo no tiene de ningún modo la
pretensión de trazar a la religión del porvenir el camino que debe seguir,
pero, a lo menos, se esfuerza en romper con la opinión antifilosófica que
mantiene el dualismo de los cristianos y de los paganos, y con un
cosmopolitismo exento de preocupaciones, en conceder sus derechos respectivos a
las civilizaciones que nada en apariencia une ni pone en relación: la
civilización india y la de los países que baña el Mediterráneo, a fin de abrir
la perspectiva del encuentro futuro de estas grandes corrientes religiosas que
han de correr en adelante por un solo lecho. Sólo así adquiere verdadero
sentido la historia universal, aun cuando no se entienda ordinariamente bajo
este nombre más que la historia de la mitad occidental del antiguo mundo,
dejando a un lado la civilización del Asia central, reducida de este modo a ser
nada más que una quinta rueda del carro de la historia. Lo que nosotros vamos a
considerar, pues, no es la religión del porvenir en sí misma, que una espesa
niebla oculta a nuestras miradas, sino las piedras de construcción que
proporcionan la historia, la religión y la filosofía, de las cuales nos parece
que será posible sacar partido para dotar de una religión al porvenir de nuestra
raza.”
Mayo 2008.
Fuentes:
Eduardo
Hartmann
La Religión del Porvenir
Biblioteca
Económica Filosófica
Madrid,
1888.
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