Difama, que algo queda…
El historiador canari Agustín
Millares Torres recoge:
[…] Dentro de la cultura de los
aborígenes, el elemento religioso probablemente sea el más predominante por lo
que se refiere a restos y estaciones arqueológicas que se perpetúan: en unos
casos será la cueva de enterramiento, y en otros, como en éste, el de altares
para sacrificios.”
“Sujeto el hombre a idénticas
impresiones y a igual desarrollo físico y moral, el sentimiento religioso, que
es una de las condiciones de su propia naturaleza, ha dado origen en todos
tiempos y bajo todos los climas a la formación de sistemas más o menos
complicados, donde la idea de un Ser superior, omnipotente, creador, justiciero
y dispensador de los bienes y los males, Juez que se aplaca con súplicas y
dádivas, o envía a su antojo así la lluvia y el buen tiempo como los huracanes,
las pestes y los terremotos, ha sido siempre enlazada con el pensamiento más
filosófico y elevado de una vida ultraterrestre, mansión de premio o castigo o
de progreso indefinido para la Humanidad.”
“Los primitivos canarios reconocían y adoraban ese principio eterno y
creador y le rendían culto por medio de ministros, que ejercían en el Estado
una influencia poderosa y permanente, habiendo suficientes datos para creer que
no les era desconocida la idea altamente moral y consoladora de la inmortalidad
del alma.”
(Agustín Millares Torres)
Al respecto extraemos algunos párrafos de un
extraordinario trabajo del Profesor, investigador y arqueólogo Juan Francisco
Navarro Medero:
[…] El estudio de las creencias y
prácticas mágico-religiosas de los antiguos pobladores de las Islas Canarias
durante mucho tiempo estuvo casi exclusivamente centrado en el análisis e
interpretación de las fuentes narrativas de la conquista del Archipiélago, a lo
cual se han dedicado ampliamente autores como A. Tejera (1988, 1996, 2004).
Desde hace unos años varios investigadores analizamos distintas facetas del problema
desde una metodología esencialmente arqueológica, aunque sin desdeñar el
indudable valor de los textos etnohistóricos. No cabe duda de que estas fuentes
representan un auténtico caudal de información, pero en ellas podemos encontrar
sólo una pequeña parte de la información, porque adolecen de varios
inconvenientes esenciales: Se refieren únicamente al periodo de
contacto con los europeos entre los siglos xiv y xv, es decir a la fase
epigonal de las culturas indígenas y, por tanto, nada dicen de lo qué pasó
durante los 1500 o 2000 años precedentes. Sólo reflejan una parte de los
componentes ideológicos de algunas de las siete formaciones sociales que existían en las islas habitadas
en aquel momento. Existe la subjetividad inherente a la posición teórica de los
relatores y a los intereses que movían su labor, ya que la percepción de la
ideología del otro tiende a estar más mediatizada por las convicciones y
prejuicios morales del observador-interpretador que otros elementos de la
cultura ajena. El conquistado-observado
tiende a ocultar lo que pueda ser objeto de juicio negativo, sobre todo cuando
de ello depende su seguridad. Estos dos últimos aspectos han sido
analizados espléndidamente por S. Baucells (2004)1. En esos textos tropezamos a
menudo con datos parciales o de difícil interpretación e incluso
contradictorios, porque sus autores solían analizar el problema de la religión
aborigen bajo la onerosa responsabilidad moral de justificar o no la conquista y
la esclavización.
“En resumen, lo que sabemos de
las religiones antiguas de Canarias a través de las fuentes narrativas puede
sintetizarse en lo siguiente: En el momento de la conquista, los indígenas de
todas las islas creían en un dios supremo, sustentador del cielo y la tierra,
creador de todo lo que nacía y crecía, que estaba en el cielo y al que muchos
pruebas permiten asociar con el sol: «adorábamos
al sol naciente», declararon unos canarios esclavos del sultán de Marruecos
hacia 1350. Además, en varias islas hay indicios de una segunda divinidad astral
asociada a la luna: la bula Ad hoc semper de Urbano V (1369) dice que los
canarios adoraban al sol y la luna; y algo similar sucede con algunas
estrellas.
En segundo lugar, creían en
espíritus negativos que provocaban su temor y a los que les atribuían el origen
de enfermedades y otros males. Son los «Tibicenas» de Gran Canaria, los
«Hirguanes» de La Gomera, el «Iruene» de La Palma o el «Guayota» de Tenerife.
Se manifestaban con formas fantásticas y
aterradoras: grandes perros lanudos en La Palma, enormes machos cabríos
erguidos sobre sus patas posteriores en La Gomera, animales inverosímiles y
quizás también tortugas marinas en Gran Canaria.
Por último, existía el culto a
los espíritus de los antepasados o, mejor dicho, diversas formas de relacionarse
los vivos con los muertos. En Tenerife los menceyes o jefes de tribu juraban
sobre un hueso del primero de su linaje, y algunas personas se inmolaban
voluntariamente para llevar mensajes de
los vivos a los muertos. En Fuerteventura y Lanzarote invocaban a los espíritus
de sus antepasados, que «andaban por los mares y venían … en forma de nuuecitas
a las orillas del mar, los días maiores del año, quando hacían grandes fiestas…
a la madrugada el día de el maior apartamento del sol en el signo de Cáncer i que a
nosotros corresponde el día de San Juan Bautista» (F.Morales, 1978: 439).
Además, en nuestra opinión, los antepasados y, sobre todo, las antepasadas
jugaron un papel destacado en los cultos familiares, pues así interpretamos la
presencia de figurillas femeninas en ámbitos domésticos de Gran Canaria.”
“Las fuentes mencionan lugares de
culto en diversas islas y en otras ocasiones sólo dicen que adoraban a su dios
en lo alto de las montañas. La montaña era el espacio intermedio entre la
tierra habitada por los hombres y el cielo habitado por sus divinidades y, por
lo tanto, el mejor para comunicarse con ellas, por lo que A. Tejera (1988) las
relaciona con el concepto de Axis mundi. Los lugares de culto mencionados son
los «efequenes» o casas de oración de Fuerteventura y Lanzarote, recintos
construidos donde ofrendaban leche y manteca; los amontonamientos de piedras de
La Palma; las «cuevas-iglesias» de los guanches de Tenerife; etc. Pero es en
Gran Canaria donde mayor información existe, tanto arqueológica como escrita.”
(Juan Francisco Navarro Medero, 2008, pags.1258-1272)
Titoteygatra (Lanzarote)
“Tenían casas particulares, donde
se congregaban hacían sus devociones, que llamaban efetjuenes, las cuales eran
redondas y de dos paredes de piedra; y entre pared y pared, hueco. Tenía
entrada por donde se servía aquella concavidad. Eran muy fuertes, y las
entradas pequeñas. Allí ofrecían leche y manteca. No pagaban diezmo, ni sabían
qué cosa era.”
“Adoraban a un Dios, levantando
las manos al cielo. Hacíanle sacrificios en las montañas, derramando leche de
cabras con vasos que eran unos gánigos,
hechos de barro.” (Abreu Galindo)
“Adoraban un ídolo de forma humana, pero no se sabe quién
era.
Lo tenían en una casa como templo, donde hacían
congregación, la cual estaba rodeada por dos paredes, que entre sí formaban un
pasillo, con dos pequeñas puertas, una fuera y la otra en medio; y allí, como
en un laberinto, entraban a sacrificar leche y manteca. Algunos otros pretenden
que entre estos bárbaros hubo otras clases de idolatría, de las cuales la
verdad es que no se tiene ninguna seguridad.”
“Los habitantes de esta isla
(Lanzarote) adoraban a dios en la cima de sus más altas montañas, como si de
esta manera creyeran estar más cerca de él. Su oración consistía en implorarle,
elevando sus manos al cielo, y derramar como ofrenda la leche de sus cabras que
llevaban en vasijas de barro, llamadas gánigos.” (Agustín Millares Torres)
Erbani (Fuerteventura)
“Había en esta isla dos mujeres
que hablaban con el demonio; la una se decía Tibiabin, y la otra Tamonante. Y
quiere decir eran madre y hija, y la una servía de apaciguar las disensiones y
cuestiones que sucedían entre los reyes y capitanes, a la cual tenían mucho
respeto, y la otra era por quien se regían en sus ceremonias. Estas les decían
muchas cosas que les sucedían.” (Abreu Galindo)
“El ídolo que adoraban era de
piedra y de forma humana; pero quién
fuese, o. qué clase de dios, no se tiene de ello ninguna noticia. Y el templo
en que hacían sacrificio se llamaba fquenes, cuya forma se ve en el dibujo.2
(L. Torriani)
“En esta isla (Fuerteventura) se
daba culto a dios en unas casas denominadas efequenes, de figura redonda,
formando sus paredes dos círculos concéntricos que dejaban abierto entre sí un
pasadizo o galería circundante. La entrada era pequeña y su construcción de
grandes y pesadas piedras. Lo mismo que los lanzaroteños, ofrecían en esta isla
sus habitantes ofrendas de manteca y leche como lo más precioso que poseían,
rito común a todo el Archipiélago. Los capellanes de Bethencourt dicen de estos
isleños «que eran duros de entendimiento, muy firmes en su ley y con templos
donde hacían sus sacrificios».
Indudable es que, en una y otra
isla, hubiese una tribu sacerdotal dedicada exclusivamente a recibir y ofrecer
estos sacrificios e interpretar la voluntad divina, frecuentemente consultada
por las diarias necesidades de ambos pueblos, pero la historia sólo nos
conserva los nombres de dos sacerdotizas de Fuerteventura, especie de sibilas
inspiradas que profetizaban lo futuro. Llamábase la una Tibiabin, hábil en
apaciguar las disenciones y cuestiones suscitadas entre los jefes y sus,
caudillos, y la otra, apellidada Tamonante,..:” (Agustín Millares Torres)
Esero (El Hierro)
“Adoraban los naturales de esta
isla del Hierro dos dioses ídolos, que los fingían macho y hembra. Al macho
llamaban £raoranzan y a la 5 hembra Moneiba. Los hombres eran devotos del
varón, y las mujeres de la hembra; y esta devoción se entendía por los
juramientos, ruegos y peticiones que hacían. No les sacrificaban más de
rogarles por los temporales, para yerbaje a sus ganados. Y a estos sus ídolos o
dioses no los tenían hechos de alguna materia, sino solamente eran
intelectuales, 10 fingiendo que su habitación y lugar para hacerles bien era en
dos peñascos cumplidos a manera de mojones, que están en un término que
llamaban Bentayca, que hoy llaman los Santillos de los Antiguos; y que, después
de oídos y cumplido el ruego, se subían al cielo.
Y, como no tenían otra noticia
sino esta falsa opinión, después de ganada la isla por los cristianos y
doctrinados e instruidos en la fe, aplicaron a Dios Nuestro Señor el nombre de
Eraoranzan y a la Virgen María el nombre de Moneyba. Y, como estos isleños eran
gentiles idólatras y les faltaba la lumbre de la fe, y el demonio es padre de
la idolatría, por la aptitud que había en ellos, había el demonio ganado
crédito con ellos y hacía que lo adorasen.
Y, como el principal sustento de
los herrenes era el ganado, ya que por la sementera no les pusiese cuidado la
falta del agua, poníales por los yerbajes y pasto para el ganado. Y así, cuando
veían tardar las aguas en el invierno, juntábanse en Bentayca, donde fingían
estar sus ídolos, y alrededor de aquellos peñascos estaban sin comer tres días,
los cuales con la hambre lloraban y el ganado balaba, y ellos daban voces a los
dioses ídolos, que les mandasen agua. Y, si con esta diligencia no llovía, uno
de los naturales, a quien ellos tenían por santo, iba al término y lugar que
llamaban Tacuytunta, donde está una cueva que decían Asteheyta, y, metiéndose
dentro e invocando los dioses ídolos, salía de dentro un animal en forma de
cochino, que llamaban Aranfaybo, que quiere decir «medianero»; porque, como
aquellos gentiles vían que por sus ruegos no alcanzaban lo que pedían, buscaban
medianero para ello. Y a este Aranfaybo, que era el demonio, tenían ellos en
lugar de santo, y que era amigo de Eraoranzan. Y, como salía, lo tomaba y lo
llevaba debajo del tamarco adonde estaban los demás esperando con sus ganados,
alrededor de aquellos peñascos; y andaban todos dando gritos y voces en
procesión, a la redonda de aquellos dos riscos, y llevando el cochino debajo
del tamarco. Y, como el demonio es grande artífice de cosas naturales, hacía
llover, porque fuesen ciegos tras su adoración. Y, si vía el que llevaba el
cochino que era menester más agua, teníase consigo este demonio y, cuando le
parecía que había llovido lo necesario, largábalo y volvíase a su cueva, a
vista de todos. (Abreu Galindo, pags. 90-91)
“adoraban á -un ídolo macho, y
las mujeres una hembra. Al macho llamaban Eraoranhan y a la hembra, Moneíba;
les hacían oraciones, sin sacrificio, y creían que vivían en los altísimos
peñascos. Además de otras cosas, tenían en gran veneracíión el cerdo y el demonio
a quien llamaban Aranfaibo se les aparecía en esta figura. Cuando tardaban las
lluvias, ayunaban tres días, seguidos y gritaban al cielo, llamando el agua,
estando en un lugar reservado para, ello, llamado Tacuitunía, que estaba cerca
de ana cueva llamada Abstenehita; y de esta cueva, a sus gritos, salía fuera el
demonio en figura de cerdo, y les daba la lluvia” (L. Torriani)
“También los herreños conservaban
la de un Ser superior que les protegía en sus adversidades, dotándole de sexo,
pues había uno para los hombres, llamado Eaoranhan, y una para las mujeres, a la que daban el nombre
Moneiba. Suponían ellos que estos dioses descendían desde las alturas, donde
era su mora y se detenían para oír sus peticiones en lo que
hoy llaman, por eso, los Santillos, situados en los riscos de Bentaiga.
Lo mismo que en las demás islas
rodeaban montaña, dando grandes alaridos después del forzoso ayuno de tres
días, y pedían agua para s sementeras, acompañando sus gritos con lágrim y
sollozos y con los balidos del ganado hambriento también en tales ocasiones.
Si la ceremonia era ineficaz, iba
el agoré o sacerdote al distrito de Tacuitunta donde había una cueva llamada
Asteheita y, entrando en ella permanecía algún tiempo en oración, hasta que
hacía salir un cerdo que los isleños llamaba Aranfaibo,…” (Agustín Millares
Torres)
Chinech (Tenerife)
“Tenían un dios a quien llamaban
en su lengua Aguuayerxeran Adboron Aáwman, que quiere decir en nuestro lenguaje
«sustentador de cielo y tierra». También lo llamaban Jlcbuhuyaban y Acbubucanac
y Acguayaxerax, que es decir «el grande», «el sublime», «el que todo lo
sustenta». Cuando habían menester agua o tenían alguna necesidad, tomaban las
ovejas y cabras, y con ellas se juntaban todos, hombres y mujeres y niños en
ciertas partes; y allí las tenían dando voces toda la gente y el ganado balando, alrededor de una vara hincada
en el suelo, sin que comiesen, hasta que llovía.”
“Y adorban a dios, a quien
llamaban Guayaxiraxi; y a Santa María,
después que les apareció, la llamaban Chaxiraxi. Y es de notar que (juayaxiraxi
quiere decir «El que tiene al mundo» y Cbaxiraxi quiere decir «La que carga al
que tiene el mundo». Y por otro nombre, llamaron a Santa María
Atttiayceguayaxi-raxi, que quiere decir «la Madre del que carga al mundo». Y no
ado- 5 raban ídolos, ni tenían otra cosa a quien adorar, sino a Dios y a su
madre, aunque no tenían otra inteligencia de las cosas de Dios. Llamaban
también a Dios por otro nombre Jtyuayóafanataman, que quiere decir «El que
tiene al cielo», porque atamán quiere decir «cielo».” (Abreu Galindo, pags.
293)
“Confesaban al verdadero Dios con
este nombre, Achgaayaxerax y Ocharon Achantan, es decir, «sustentador del cielo
y de la tierra».
También lo llamaban Achuhuran
Achahufanac es decir, «el grande, el
sublime»; y a Nuestra Señora, Ckaxiraxi, y también la llamaban Armaxes
Guaiaxiraxi, que significa «la Madre de aquél que sustenta el mundo». Dicen
también que a Dios lo llamaban Arguaicha fan atamán, que significa «Dios del
cielo» porque al cielo llamaban atamán?
y que celebraban algunos días de fiesta. Contaban el tiempo de la luna con
nombres diferentes; y el mes de Agosto se llamaba Begnesmet. Tenían bautismo
con agua, que administraba una mujer venerable, la cual, por esta razón,
contraía parentesco con todos. Decían que había un infierno en el Pico de Teida
(porque Ehetda quiere decir «infierno»> -y el demonio se dice guaiata); y
que Dios había hecho al • primer hombre y a la primera mujer de la tierra»
Todas estas cosas religiosas las
tuvieron de dos santos escoceses, Maclovio y Blandano, de la orden dé San
Benito. Este Blandano era padre de tres mil monjes, los cuales, según el obispo
Cabilonense, y según Maurolicio en su Calendario,- ilustraron ambos juntos
estas islas Afortunadas con la predicación:evangélica, durante siete años; y en
particular a ésta de Tenerife, según mi parecer, por la religión que en ella
permaneció; esto fue en tiempo de Justiniáno primer emperador, que fue después
del nacimiento del Salvador 525 años. .Y dicen que aquí el beato 'Maclovio
resuscitó a un gigante, el cual, bautizado por él, le relató las penas de los
paganos y de los judíos, y poco después volvió a morir.” (L. Torriani)
“La creencia en un solo dios
estaba asimismo arraigada en esta isla (Tenerife), designando al Ser supremo
con diversos nombres según los diferentes atributos que le concedían; así es
que se le llamaba Achuhurahan, «grande»; Achahucanac, «sublime»;
Achguayageraxi, «espíritu del cielo», de Guaya, «espíritu», y Geraxi o Hiraxi, «cielo»;
Menceito, rey de todo lo existente; Acoran o Acoran, «dios»; Acaman, nombre con
que también designaban al Sol o a la Luna, y Atuaichafán, «el que sostiene el
Cielo»
.
El dogma de la inmortalidad del
alma estaba generalmente admitido, manifestándose, lo mismo que en Canaria, en
el cuidado con que guardaban y conservaban los cuerpos de los que morían,
proporcionándoles armas y alimentos para continuar la vida ultraterrestre que
les estaba reservada.
El espíritu del mal,
personificado en un ser llamado Guayóta, lo encerraban en las entrañas del
Teide, que con frecuencia estaba en erupción, inspirándoles un terror
invencible. Por eso tal vez denominaban al infierno Echeyde. Sus ofrendas
consistían también en frutos y leche y tenían mujeres que, como las maguas,
vivían en comunidad y clausura. Los encargados del culto eran los Guañames o
consejeros, que ejercían también el cargo ae agoreros adivinando lo futuro por
medio de la dirección del humo y del balido de las ovejas. Era doctrina entre
ellos que dios había formado al hombre y a la mujer con agua y tierra, dándoles
ganados para su alimento, y que después, habiendo determinado dar vida a mayor
número de hombres sin aumentar el ganado, dios había dicho a éstos: «Servid a
esotros y daros han de comer». Y de allí provienen los achicaxna o villanos.
Las sacerdotisas vivían en grandes cuevas y administraban a los recién
nacidos una especie de bautismo, lo mismo que en Canaria, ocupándose además de
la enseñanza de la juventud. Otros autores aseguran que si el nacido era varón,
correspondía a los guañames esta ceremonia.
Es de presumir que los guanches o
tinerfeños tuviesen objetos para representar al Ser que adoraban, tanto más
cuanto que Núñez de la Peña asegura «que hacían retratos de los reyes o de los hidalgos,
en tabla... y aunque los matices eran toscos, era curiosa la obra». Asimismo es probable que el culto externo
estuviese sujeto a ritos y ceremonias no reveladas por los vencidos guanches, o
que los vencedores cristianos no se cuidaron de inquirir. (Agustín Millares
Torres)
“El culto del sabeísmo o de la astrolatría entre los guanches era
universa, figurando el sol o Magec como el más poderoso y benéfico de los
dioses, cuyo emblema en la tierra era «el fuego nacido de su seno», tenido
por sagrado. Autor de la vida del hombre, tributábanle los epítetos más
cariñosos llamándole «padre», siendo para los moribundos un consuelo supremo
exhalar el último suspiro con los ojos fijos en el divino astro. Todas las mañanas y antes de la amanecida
los cancos o sacerdotes del Sol adornados con guirnaldas de hojas de viñático,
dirigíanse en comunidad tocando chácaras, flautas y tambores a determinados
lugares, para impetrar del dios su presencia en la tierra y saludarle con
himnos y danzas. Cuando aparecía sobre el horizonte, desde el rey al último
vasallo postrábanse de rodillas con las manos en alto para venerarlo, otros
saltaban, bailaban, silbaban o lanzaban gritos de entusiasmo.
En ciertos días solemnes o con
motivo de calamidades, congregábanse para implorarle piedad en las altas
montañas, como en Imoque, Jama o la Santidad del reino de Adeje, Cerrogordo en
La Guancha de Icod, o en las mas elevadas cumbres, en Cuajara, Bexo, el
Sombrerito, donde los sacerdotes en medio de ceremonias le ofrendaban sustancias
alimenticias y le hacían aspersiones de leche y miel o chacerquen; otras
reuníanse en el fondo de los barrancos para recibir hincados de rodillas los
rayos que les enviaba desde el zenit, o bien por las noches le dedicaban
luminarias coronando los montes con centenares de simbólicas hogueras.”
“Ignórase si los guanches
empleaban alguna fórmula o plegaria pública para invocar la protección de sus
deidades, aunque los indicios parecen confirmarlo, pues aparte como dijimos de
que las sacerdotisas entonaban himnos melodiosos en las procesiones, de los que
nos da un testimonio irrecusable el mismo fray Alonso de Espinosa, primer
panegirista de la Virgen de Candelaria, es de suponer usaran de breves
oraciones o rezos puesto que tenían rosarios sin cruz, que recuerdan el tsbir
de los moros fronterizos, y de ordinario llevaban colgados al cuello.”
“Ciertas noches y días congregábanse para hacer solemnes procesiones
conduciendo la deidad precedida de la danza sagrada, ejecutada por los
sacerdotes cancos en la forma en que aún la bailan en la festividad de la
Virgen de Candelaria, de Abona, del Socorro, etc., marchando a lo largo de la
playa al sonido de las chácaras, flautas y tambores, entre dos hileras a manera
de cofradías con velitas de cera encendidas y a la luz de hachones de orijama y
de leñablanca; yendo detrás las marimaguadas, o sacerdotisas de Arafo en
comunidad, entonando de ve en cuando melodiosos cantos. Así recorrían la playa
y retornaban al santuario, en medio de silbidos y ajijides, estruendosos de la
muchedumbre.”
“Pero el alma guanche hallábase
hundida no sólo en las referidas supersticiones sino en las del aruspicismo;
bajo cuyo epígrafe comprendemos los augurios, la magia, nigromancia y demás
artes de la teurgia o del ocultismo, que con tanto éxito cultivaron los
conocidos indistintamente por los nombres de guañameñes, samarines, hechiceros,
adivinos, profetas o agoreros.
La influencia social de estos
hombres era tan poderosa como vasta su ciencia. Ignóranse a la verdad los
principios y la mayor parte de los procedimientos que empleaban en sus artes
misteriosas, pero se sabe que hacían agüeros interpretando las direcciones del
humo en hogueras preparadas al efecto, por la forma y combinación de las nubes
y por las estrellas errantes; deducían auspicios por el vuelo y canto de las
aves 18, y evocaban no ya el espíritu de los difuntos sino el de los vivos,
obligándolos a comparecer mediante ceremonias y frases mágicas; que es lo que
significa, por otra parte, las siguientes frases de Marín y Cubas refiriéndose
a dichos hechiceros: «Otros ponían el cuerpo tendido boca abajo hablando
algunas palabras dentro de un hoyo y así llamaban al ausente aunque fuese de
muy larga distancia». Pues a pesar de estas facultades extraordinarias, del
carácter sacerdotal y de sus curaciones de ojeados y otras muchas enfermedades,
pues eran famosos médicos, todo quedaba oscurecido ante el poder sobrenatural
de que daban muestras expulsando xaxos arrimados.” (Juan Bethencourt Alfonso)
Benahuare (La Palma)
“Eran estos palmeros idólatras; y
cada capitán tenía en su término adonde iban a adorar, cuya adoración era en
esta forma-. Juntaban muchas piedras en un montón en pirámide, tan alto cuanto
se pudiese tener la piedra suelta; y en los días que tenían situados para
semejantes devociones suyas, venían todos allí, alrededor de aquel montón de
piedra, y allí bailaban y cantaban endechas, y luchaban y hacían los demás
ejercicios de holguras que usaban; y éstas eran sus fiestas de devoción. Pero
no dejaban de entender que en cielo había a quien se debía reverencia; y al que
ellos entendían que estaba en el cielo, lo llamaban Abora. Pero el capitán o
señor de Acero, que es La Caldera, no tenía estos montones de piedra, a causa
que entre el nacimiento de las dos aguas que nacen en este término está un
roque o peñasco muy delgado, y de altura de más de cien brazas, donde veneraban
a Idafe, por cuya contemplación al presente se llama el roque de Idafe. Y
tenían tanto temor, no cayese y los matase, que, no obstante que, aunque
cayera, no les podía dañar, por estar las moradas de ellos muy apartadas, por
sólo el temor acordaron que de todos los animales que matasen para comer,
diesen a Idafe la asadura. Y así, muerto el animal y sacada la asadura, se iban
con ella dos personas; y llegados junto al roque, decían cantando, el que
llevaba la asadura: —y iguida y iguan Idafe; que quiere decir: «dice que caerá
Idafe». Y respondía el otro, cantando: — Que guerte yguan iaro; que quiere
decir: «dale lo que traes, y no caerá». Dicho esto, la arrojaba, y daba con la
asadura, y se iban; la cual quedaba por pasto para los cuervos y
quebrantahuesos, que en esta isla llamaban guirres.” (Abreu Galindo, pag. 271)
“Se niega generalmente a los
indígenas palmeros el conocimiento de dios; pero es indudable que tenían alguna
idea de un poder superior y absoluto, al cual acudían en sus aflicciones y
necesidades. En cada distrito o señorío había una especie de obelisco o
pirámide de piedra suelta que era objeto de una veneración especial, y en donde
se reunían en ciertos días del mes a implorar la clemencia divina. Estas
romerías o procesiones eran celebradas con bailes, juegos y banquetes, dando
lugar a luchas y otros ejercicios corporales y aún a los de la inteligencia, si
hemos de creer a aquellos que nos hablan de endechas y romances allí recitados,
conmemorando las hazañas y virtudes de sus abuelos. En el territorio de Eceró o
la Caldera había un roque llamado Idafe, muy elevado, que servía de pirámide a
los habitantes de este distrito y al cual rendían homenaje. Ofrecíanle las
entrañas de los animales sacrificados y, temiendo su caída, cantaban en son de
rogativa estas palabras: Iguida Iguan Idafe, que significaba: «Dicen que caerá
Idafe». Y respondía el que llevaba la ofrenda: Que guerte Iguan taro: «Dale lo
que traes y no caerá». Diciendo esto arrojaban las entrañas, dejándolas al pie
del roque para que sirviera de pasto a los cuervos.
Veneraban también al Sol y a la
Luna, y parece que reconocían un poder maléfico llamado Irnene, opuesto al
benéfico que recibía el nombre de Ahora.
Es verosímil la existencia de una
clase sacerdotal que sirviera de intérprete a la voluntad divina; pero los
historiadores nada nos han dejado respecto a este particular, consignando sólo
lo que llevamos expuesto. (Agustín Millares Torres)
Ghumara (Gomera)
“Adoraban al demonio en figura de hombre velludo, a quien
llamaban Hirguan. Eran sumamente amigos de la soledad, como refiere Petrarca en
el libro De Vita solitaria y, por consiguiente, eran muy melancólicos.” (L.
Torriani)
“No hay noticia alguna sobre la
religión de los gomeros, dudando nuestros cronistas si tenían alguna noción de
un Ser supremo a pesar de lo que nos dice Azurara. Las frecuentes entradas de
los corsarios europeos, la despoblación creciente de la isla y la introducción
de nuevas creencias entre los escasos isleños que componían los cuatro bandos
de Mulagua, Agana, Hipalán y Orone, fueron causa de que se borrasen al fin los
recuerdos de sus ceremonias religiosas y aceptasen el bautismo, mezclando los
nuevos ritos con el culto idólatra de sus mayores.
Sin embargo, recientes
exploraciones en esta isla, tan interesante como injustamente olvidada por
viajeros y cronistas, nos autorizan a creer que en ella existía el mismo
elemento religioso y las mismas creencias y ceremonias que hemos recogido para
las demás islas.
Todo esto nos prueba
evidentemente que, teniendo los pobladores de las Canarias un mismo origen, sus
creencias debieron ser iguales —como repetidas veces lo hemos consignado en
esta obra—, y aunque el tiempo y nuevas invasiones alteraron con frecuencia las
principales ceremonias y hasta consiguieron, en algunas localidades, que fuesen
olvidadas, los monumentos encontrados van revelando la unidad de religión, así
como las de lenguaje y raza, y demostrando la insuficiencia de nuestros datos
históricos y el descuido e inexactitud de nuestros primeros cronistas. (Agustín
Millares Torres)
Guayre Adarguma Anez’ Ram n
Yghasen
Guadameñe.
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