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miércoles, 20 de mayo de 2015

SOBRE EL ANÁLISIS ARQUEOASTRONÓMICO DE DOS YACIMIENTOS TINERFEÑOS Y LA IMPORTANCIA DE LOS EQUINOCCIOS EN EL RITUAL ABORIGEN-2





César Esteban Montserrat Delgado Cabrera Instituto Astrofísico de Canarias


3. RESULTADOS

3.1. BARRANCO DE LA TAPIA

Después de una primera visita el 9 de mayo de 2002, donde nos familiarizamos con el manejo del instrumental y la obtención de medidas, volvimos a visitar el yacimiento el 16 de octubre de 2002 para obtener la serie definitiva de datos. La estación se encuentra situada en un barranco estrecho y poco profundo con una franja abierta al mar en dirección este-sureste donde puede verse la isla de Gran Canaria. Hacia en el interior, el relieve es montañoso pero lo más llamativo de esta zona, es decir, la parte más rica en rasgos topográficos,  es el perfil de la Caldera de Pedro Gil y el pico Cho Marcial, situados en las cumbres de Arafo, a unos 8 km de distancia (ver figura 3). La caldera ocupa una zona relativamente estrecha de apenas unos 10° en acimut, es decir, una 1/36 parte de todo el horizonte que rodea el yacimiento. Fuera de esta zona, el resto del horizonte terrestre no contiene elementos llamativos y es en su mayor parte más cercano, excepto el Pico de Izaña, por todo esto, nos concentramos en dos áreas: la Caldera de Pedro Gil y el perfil de la isla de Gran Canaria. Nuestra idea era comprobar si podían existir elementos en el horizonte del yacimiento que pudieran señalar momentos singulares de las trayectorias periódicas del Sol o la Luna sobre la bóveda celeste.

En la figura 4 mostramos la posición de las 16 cotas que se midieron con el teodolito sobre el perfil de la Caldera de Pedro Gil. La «declinación instrumental» del teodolito se determinó a partir de tres medidas de la posición del Sol, obteniéndose un valor de dt = 119,63° ± 0,01° (sexagesimales), donde la incertidumbre asignada corresponde a la dispersión de las tres medidas individuales obtenidas de la «declinación instrumental». El valor tan pequeño de la dispersión indica que las tres medidas de la posición del Sol fueron muy precisas y que la determinación de la «declinación instrumental» es enteramente confiable. En la tabla 1 mostramos los valores de acimut, altura y declinación celeste correspondientes a cada una de las cotas utilizadas.

Realizamos un ajuste bidimensional a la imagen digital del perfil del horizonte alrededor de la Caldera de Pedro Gil siguiendo el método descrito en la sección 2. Según el ajuste, cada elemento de resolución (o píxel) de la imagen utilizada ocupa 50,0'' (0,014°) en el eje de acimut (X) y 45,6'' (0,013°) en el eje de alturas (Y). Para comprobar la calidad del ajuste realizado a la imagen, volvimos a determinar los valores de acimut y altura que nos proporcionaba el ajuste para el conjunto de 16 cotas y comparamos ambos valores, el original medido por el teodolito y el devuelto por el ajuste bidimensional de la imagen; la dispersión de la diferencia fue de 0.07° en acimut y 0.03° en altura, por lo que estos valores son los que pueden considerarse como incertidumbres nominales de las coordenadas A y H que obtengamos para cada punto por medio de nuestro método. La incertidumbre de la declinación celeste correspondiente a cada punto, Dd, es del orden de 0.07° (unos 4', aproximadamente un 1/8 del diámetro solar).

El resultado más llamativo es que el rango de declinaciones celestes de los astros que tienen su ocaso en el interior de la Caldera de Pedro Gil (que cubre el intervalo de d desde –2,36° hasta +6,50°) incluye el valor d = 0°. Esto supone que la puesta u ocaso del Sol en los equinoccios (Sol situado a d = 0°, es decir, sobre el ecuador celeste) se produce en los alrededores de la cota núm. 5. El punto exacto del horizonte que corresponde a d = 0° (determinado  a partir de la técnica del ajuste bidimensional de la imagen) se muestra también en la figura 4.

En el caso del perfil de Gran Canaria, situada en el horizonte sureste, obtuvimos medidas de 8 cotas, no encontrando relaciones astronómicas destacables con ninguna posición singular del Sol (solsticios o equinoccios) o la Luna (lunasticios). Es necesario indicar que ningún orto u ocaso en solsticios o lunasticios o incluso el orto de los equinoccios se produce por ningún otro lugar singular del horizonte del yacimiento.

Hemos calculado el intervalo de días en que el centro del disco solar tendría su ocaso sobre el interior de la Caldera de Pedro Gil (entre las cotas núm. 2 y 16) para un año de referencia arbitrario: 1400 d.C. (el resultado es prácticamente igual para cualquier año que podamos suponer desde comienzos de la Era Cristiana hasta la actualidad), comprobando que se produce desde 6 días antes hasta 17 días después del equinoccio de primavera y desde 17 días antes hasta 6 días después del equinoccio de otoño. En total tenemos unos 23 días en que el centro del disco solar tiene su ocaso entre esos dos puntos. Si en vez del centro del disco, consideramos el periodo en que al menos una parte (aun pequeña) del disco toca el interior de la caldera este intervalo se aumentaría a 24 días. Esto significa que podemos ver el ocaso solar producirse en el interior de La Caldera de Pedro Gil durante un 13% de la duración total del año (dos periodos de 23-24 días alrededor de cada equinoccio), el resto del tiempo el Sol se pone fuera de la caldera, bien hacia el norte, bien hacia el sur, en lugares mucho menos llamativos del horizonte.

Como vemos, el resultado principal de este estudio es que en la zona más llamativa del horizonte occidental del yacimiento se produce la puesta del Sol en los equinoccios, en una zona relativamente estrecha por otra parte.

3.2. LA PEDRERA

Visitamos este yacimiento el 24 de abril de 2003. Como ya se comentó anteriormente, se encuentra situado sobre una pequeña cornisa sobre la ladera norte del Roque de Dos Hermanos, un balcón natural que va a dar a un acantilado sobre el mar. El horizonte oriental es realmente espectacular, pues se domina la costa y los acantilados de Anaga e incluso los conocidos roques de Dentro y de Afuera de Taganana. Es precisamente en este punto donde la costa norte de Tenerife se alinea prácticamente  en la línea este este. El horizonte está ocupado por el mar en más de la mitad norte de su circunferencia, aunque parte de la zona oeste noroeste (unos 12°) está ocupada por el perfil de la isla de La Palma que, desgraciadamente, no era visible en el momento de nuestra visita dada la presencia de nubes en ese área.
La «declinación instrumental» del teodolito se determinó a partir de tres medidas de la posición del Sol, obteniéndose un valor de dt = 54,98° ± 0,02°. Como en el caso del yacimiento del Barranco de la Tapia, la dispersión de las medidas es muy pequeña, lo que indica que se obtuvieron  con gran precisión.

Creemos que cualquier visitante del lugar estaría de acuerdo en que la parte del horizonte situada hacia el este es la más llamativa e impresionante del yacimiento (figura 5). En nuestro caso, concentramos nuestra atención en esta zona y tomamos una serie de 21 cotas justo sobre el complicado perfil de las montañas de la costa que baja hasta el mar (mostradas en la figura 6 y en la tabla 2). En esta zona se encuentra el punto donde tiene su orto un astro con declinación  celeste d = 0°, como el Sol en los equinoccios. Como en el yacimiento anterior, realizamos el ajuste bidimensional de la imagen, encontrando  que cada pixel ocupa 57,1'' (0,016°) en el eje de acimut (X) y 59,4'' (0,017°) en el eje de alturas (Y). Comparando los valores de A y H medidos para las 21 cotas con las que proporciona el ajuste encontramos que la dispersión de la diferencia fue de 0,06° en acimut y 0,04° en altura, que se traduce en una incertidumbre de la declinación celeste correspondiente  a cada punto del orden de 0,07°.

En la figura 6 indicamos el punto del horizonte que corresponde al orto del sol en los equinoccios, casi coincidente con la cota núm. 18, cerca del borde superior de la pendiente del acantilado. Es importante comentar que ya Perera López indica que los grabados antropomorfos, así como el pisciforme de la estación, se encuentran orientados con sus cabezas en dirección este, cosa que también pudimos corroborar con nuestras medidas. Es realmente llamativo que esta orientación de los grabados implica también un alineamiento con el orto solar de los equinoccios tal y como se observa desde el yacimiento, hecho que apoya nuestra hipótesis sobre el interés astronómico de los que situaron, diseñaron y utilizaron el yacimiento.

De forma similar a lo realizado para el yacimiento anterior, calculamos el intervalo de días en que podría observarse el orto del centro del disco solar sobre la pendiente descendente del acantilado mostrado en la figura 6, en particular entre las cotas núm. 19 (promontorio superior) hasta la cota núm. 1 (intersección del acantilado con el horizonte marino), para el año de referencia 1400 d.C., compro- bando que se produce desde 3 días antes hasta 13-14 días después del equinoccio de primavera y desde 13-14 días antes hasta 3 días después del equinoccio de otoño. Tenemos unos 16-17 días en que el centro del disco solar tiene su orto entre esos dos puntos. Si en vez del centro del disco solar consideramos cualquier punto del disco, el intervalo se aumentaría en hasta unos 18 días en total, lo que significa que podemos ver el orto solar producirse sobre cualquier punto de dicho acantilado durante un 10% de la duración total del año (dos periodos de unos 18 días alrededor de cada equinoccio), el resto del tiempo el Sol sale fuera de este elemento tan llamativo del horizonte, o bien sobre el horizonte marino o bien sobre la parte superior del perfil del horizonte, sobre las cumbres del Macizo de Anaga que, contrariamente a lo que se podría pensar por lo agreste de la zona, se muestra bastante plano y anodino, carente de rasgos topográficos llamativos.

Sería interesante realizar medidas del perfil de la isla de La Palma, pues según nuestras estimaciones basadas en mapas del Servicio Geográfico del Ejército, el ocaso solar de los equinoccios debe producirse en algún lugar de las cumbres de la mitad sur del perfil de la isla vecina. Por otra parte, el ocaso en el solsticio de invierno debe producirse también en algún punto del extremo norte del macizo de Teno, en la zona más occidental de Tenerife. Los ortos de los dos solsticios, el ocaso del solsticio de verano o los ortos y ocasos de los lunasticios (excepto quizás el ocaso del lunasticio mayor sur), no parecen producirse sobre lugares interesantes del horizonte. Como vemos, el yacimiento tiene un gran potencial arqueoastronómico que quizás no se restrinja al posible marcador equinoccial que hemos encontrado. De cualquier forma, la orientación sistemática este-oeste de los grabados antropomorfos y pisciformes hace pensar que la relación con los equinoccios podría ser, dentro de la hipótesis astronómica, la más importante en cualquier caso.

4. DISCUSIÓN

4.1 SOBRE LA IMPORTANCIA  RITUAL DE LOS EQUINOCCIOS Y SU POSIBLE ORIGEN

En diversos trabajos anteriores ya se había apuntado la presencia de posibles marcadores equinocciales en yacimientos arqueológicos de carácter religioso o funerario del Archipiélago Canario. Estos marcadores se han encontrado principalmente en Gran Canaria, en lugares tan representativos como el Roque Bentaiga, la Fortaleza Grande o la Necrópolis de Arteara (Esteban et al., 1996, 1997; Belmonte y Hoskin, 2002:225-230) y también en algunos yacimientos de torretas del suroeste de la isla (Aveni y Cuenca, 1992-1993-1994), aunque también se han descubierto en Zonzamas, la antigua capital aborigen de Lanzarote, y en Tablero de los Majos, en la zona de Jandía, en el extremo sur de Fuerteventura  (Esteban et al., inédito; Belmonte y Hoskin, 2002:243-244, 253-256). La existencia del posible marcador de La Pedrera ya había sido recogida en Esteban et al. (inédito) y, muy brevemente, en Jiménez González et al. (1997). El haber encontrado marcadores equinocciales en yacimientos canarios de especial significación indica que este evento astronómico podría haber tenido una cierta relevancia en el ritual aborigen. El que, por otra parte, estos marcadores equinocciales se hayan descubierto en varias islas del Archipiélago sugiere, quizás, que este elemento formaba parte del substrato religioso común que los pobladores originales trajeron desde su lugar de origen. Resulta difícil pensar que el posible uso ritual de los equinoccios fuese producto de una evolución aislada, aunque confluyente, del simbolismo religioso de las culturas insulares.

La arqueología actual parece estar de acuerdo en el origen norteafricano de los primeros pobladores de las Islas Canarias (ver, por ejemplo, Tejera Gaspar y González Antón, 1987), que llegaron alrededor del comienzo de la Era Cristiana. Una posibilidad apuntada por distintos autores es el poblamiento llevado a cabo por miembros de tribus líbicas rebeldes deportados por púnicos o romanos (ver, por ejemplo, Pallarés Padilla, 1976; Mederos Martín y Escribano Cobo, 1999), hipótesis que también ha sido criticada recientemente (Farrujia de la Rosa y del Arco, 2002). Mientras Mederos Martín y Escribano Cobo (1999) proponen la Mauritania Tingitana como el lugar de origen más probable de esta primera población, Belmonte et al. (1998) proponen Numidia basándose en consideraciones lingüísticas. En los últimos años se ha formulado una nueva teoría que apunta a la colonización púnica de las islas como origen de su poblamiento (González Antón et al., 1998) aunque todavía no se han encontrado restos indiscutiblemente  púnicos en el registro arqueológico canario que demuestren tal teoría.
En cualquier caso, ambas teorías quizás no sean arqueológicamente excluyentes, pues, como es bien sabido, la cultura líbica o protoberéber anterior a la invasión árabe tuvo una influencia púnica muy profunda y duradera, sobre todo en aspectos como la escritura y la religión (ver Camps, 1979), por lo que no es, ni mucho menos, imposible que elementos culturales clasificados como púnicos fue- sen traídos a las islas por pobladores norteafricanos de origen no semita, indepen- dientemente de que éstos fuesen traídos como deportados o como colonos por los púnicos o los romanos.

Recientemente, en Esteban (2003) se discuten distintos hallazgos arqueoastronómicos recientes en la zona del Magreb preislámico que podrían proporcionar cierta luz para establecer el origen de las costumbres astronómicas que encontramos en las Islas Canarias.  En dicho trabajo se discuten tres posibles marcadores de los equinoccios en lugares sagrados de origen libiopúnico que fueron reutilizados posteriormente como templos dedicados a Saturno o Apolo en época romana: el templo de Apolo en Máctar (Túnez), el templo de Saturno en Dugga (Túnez) y el templo B de Volúbilis (Marruecos). Resulta especialmente llamativo el caso del templo de Apolo en Máctar, que además de presentar un alineamiento este-oeste perfecto en su edificio, el orto solar de los equinoccios se produce sobre un escalón natural del relieve del horizonte (ver Jiménez González et al., 1998; Esteban et al., 2001; Belmonte y Hoskin, 2000: 361-63), un marcador que resulta muy similar a otros descubiertos en yacimientos aborígenes canarios e incluso en yacimientos de la cultura prerromana ibérica del sureste de la Península (Esteban, 2002, 2003). Por otra parte, otro hecho significativo desde el punto de vista arqueoastronómico  es que los templos norteafricanos dedicados a Saturno en época romana tienden a estar orientados hacia la salida del Sol (o la Luna), mientras que los dedicados a otras divinidades romanas siguen un patrón de orientación aparentemente aleatorio (Esteban et al., 2001, Esteban, 2003: figura 11). También tenemos algunas referencias sobre la orientación de estelas funerarias en lugares sagrados a cielo abierto relacionados con templos dedicados a Saturno. Así, por ejemplo, el arqueólogo L. Carton encontró que todas las estelas neopúnicas encontradas en el santuario a cielo abierto de Thuburnica (Sidi-Ali-Bel-Kassem, Túnez) estaban orientadas hacia el este (Leglay, 1961: 276).

Es bien sabido que Saturno fue la gran deidad norteafricana de la fecundidad y, según todos los indicios, heredera directa del culto anterior al dios púnico Baal Hammon (Charles-Picard, 1954: 100-129; Leglay, 1966b; Bénabou, 1975:370-375). También parece bien establecido que Saturno/Baal Hammon fue un dios extremadamente popular tanto en el medio rural como en el urbano de la antigua sociedad libiopúnica del Magreb, hecho relacionado posiblemente con el gran paralelismo e incluso el sincretismo del Baal Hammon púnico con una antigua divinidad suprema líbica (ver, por ejemplo, Leglay, 1966b: 417-47). Resulta interesante comentar que en la zona más oriental del Magreb, en Tripolitania y Cirenaica, el culto de Saturno estuvo prácticamente ausente (Leglay, 1966b: 267-68; Brouquier-Reddé, 1992: 255- 65), en su lugar, el dios supremo de época romana fue Júpiter-Hammon, una adaptación del gran dios de los libios orientales: Amón, el de cabeza de carnero (Bénabou, 1975: 335-38; Mattingly, 1994: 167-68). Esteban (2003) encuentra que una buena parte de los templos rurales de la zona de Tripolitania y el Fezzan muestran un patrón de orientación compatible con el orto y ocaso solar, característica que los hace similares a los templos de Saturno del resto del Magreb. Esta similitud es consistente con la existencia de un substrato religioso común de fuerte componente astral entre los antiguos libios tanto orientales como occidentales.

A partir de los trabajos exhaustivos de Leglay (1961, 1966a y 1966b), sabemos que los templos norteafricanos dedicados a Saturno tienen unas características comunes:

a) están situados generalmente en lugares elevados y fuera de las ciudades;
b) se construyen  sobre o en las cercanías de lugares de culto prerromanos;
c) las entradas de sus edificios tienden a estar orientadas hacia el este (como se demuestra en Esteban 2003: figura 11).

Estas características hacen de los templos dedicados a Saturno unos lugares físicamente apropiados para la manifestación o el contacto con una divinidad de carácter astral. De hecho, los principales símbolos de Saturno son el disco solar y el creciente lunar. Estos símbolos no están presentes únicamente en las estelas funerarias líbicas, sino en el interior de los hawanat (tumbas excavadas en la roca), dólmenes o urnas funerarias, lo que muestra que los antiguos norteafricanos también asociaban el culto astral con el ritual funerario. La relación entre las costumbres funerarias y el culto solar parece bien establecido a partir de los estudios sistemáticos de la orientación de los monumentos funerarios de piedra seca del Sahara, los denominados idebnan, datados desde el Neolítico hasta la invasión árabe (ver Hachid, 2000). La orientación de distintos tipos de estos monumentos parece estar relacionada indiscutiblemente con el orto solar desde el punto de vista estadístico (Savary, 1966; Paris, 1996; Gauthier y Gauthier, 1999, 2002, 2003; Hachid, 2000). Este patrón de orientación también se observa en otros monumentos funerarios protohistóricos o preislámicos, como los túmulos con capilla o con nicho, los grandes mausoleos argelinos o djedar (ver Camps, 1961: 180-84, 177-78, 199-205; Belmonte et al., 1999; Castellani, 1995) o, incluso, las tumbas garamantes de distinta tipología del Fezzan (Belmonte et al., 2002a). El hecho de que las orientaciones  solares se encuentren en monumentos datados dentro de un periodo tan dilatado en el tiempo sugiere que éstas eran un elemento importante en el ritual funerario (y posiblemente religioso) de los antiguos norteafricanos del desierto y predesierto incluso con anterioridad a las influencias fenicias, púnicas o griegas. Por lo tanto, parece que nos enfrentamos a una extendida y persistente tradición norteafricana, cuyas raíces se hunden en épocas tan lejanas como el Neolítico y que pervivió hasta la llegada del Islam a la región.

De entre las escasas referencias históricas disponibles,  parece claro que los cultos astrales y, en particular, solares fueron de enorme importancia en la religión del Norte de África prerromano; de hecho, referencias de Heródoto, Cicerón, Diodoro Sículo, Macrobio o el árabe Ibn Jaldún indican claramente que los antiguos libios y los beréberes anteriores al islam adoraban casi exclusivamente al Sol y a la Luna (Bates, 1970: 187-188; ver discusión y referencias en Esteban, 2003). Resulta llamativo que estas citas resultan casi análogas a las que disponemos sobre las características básicas de la religión aborigen de nuestras islas. Las crónicas coindiden en la gran importancia de los cultos celestes, sobre todo solares, en la religión de los primitivos aborígenes canarios (Tejera Gaspar, 1992: 11-18; Jiménez González, 1994; Belmonte et al., 1994; Barrios, 1997).

Todos los paralelismos apuntados anteriormente hacen pensar que la gran importancia de los cultos solares (o celestes en general) y la costumbre de orientar astronómicamente los elementos y recintos de culto entre los antiguos aborígenes canarios podrían tener un origen norteafricano. Es también posible que las relaciones con el equinoccio compartiesen este mismo origen y que se mantuvieran  como un elemento básico y persistente en el ritual.


Revista Tabona, 13; enero 2005, pp. 187-214

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