SITIO OFICIAL DE LA IGLESIA DEL PUEBLO GUANCHE

TENEMIR UHANA MAGEK GRACIAS PODEROSA SOL
ENEHAMA BENIJIME HARBA POR SALIR UN DÍA MÁS
ENAGUAPA ACHA ABEZAN. PARA ALUMBRAR LA NOCHE.

viernes, 22 de mayo de 2015

BALANCE DE LINGÜÍSTICA ÍNSULOAMAZIGHE-I



Consideraciones heurísticas, metodológicas y dialectales

POR IGNACIO REYES GARCÍA Doctor en Filología igelliden@gmail.com

VI Congreso de Patrimonio Histórico. Lanzarote, 10-12 de septiembre de 2008

Resumen

En el marco teórico de la lingüística histórica y comparativa, se formulan aquí algunas observaciones de carácter epistemológico relativas al análisis de las hablas amazighes (o bereberes) de Canarias. Instrumentos y procesos de investigación son examinados para ponderar la adscripción étnica y el alcance dialectal de ese con- junto ya desaparecido.

Palabras clave: amazighe insular, dialectización, etnolingüística, epistemología.

Abstract

In the theoretical frame of the historical and comparative linguistics, some observations of epistemological content are formulated here about analysis of the Amazigh dialect (or Berber) of Canary Islands. Instruments and processes of research are examined to consider the ethnic adscription and dialectal scope of this missing ensemble already.

Keywords: amazigh of Canary Islands, dialectalisation, ethnolinguistic, epistemology.

INTRODUCCIÓN

Un Archipiélago invisible a la mirada continental, debido a la curvatura del planeta y la escasa altitud media de las islas más orientales, apartado de los centros económicos del mundo clásico por una singladura comprometida y onerosa, acaso incubara en ese aislamiento original algunas de sus inercias inconfundibles, pero también una fisonomía cultural con estampa y cadencia propias. Bucear en su emergencia y discurrir históricos concita siempre ciertos obstáculos ambientales, donde postulados teóricos y políticos afilan los escarpes normales de un trabajo científico que, en buena lógica, no puede esperarse que acontezca ajeno a las necesidades y tensiones de su tiempo. Pero, lejos de apelar a una neutralidad quimérica, sea por acción u omisión, eludir las constantes más espurias de esa erosión ha de asumirse como otro empeño más de la rutina profesional.
Estas líneas proponen, sin pretensión normativa, argumentos técnicos y reflexiones epistemológicas acerca de la producción de conocimientos en un campo diacrítico: la investigación lingüística alusiva a las antiguas hablas de Canarias. Principios, hipótesis y resultados se examinan aquí en relación con la calidad de las variables heurísticas, el valor de las operaciones metodológicas y el alcance de la información multidiscipli nar, a fin de producir una síntesis ilustrativa en torno al estado de esas indagaciones en sus magnitudes más gruesas.

De partida, aunque sólo fuera por la complexión de la lengua amazighe, caracterizada por una irradiación diatópica añeja y varia, el estudio de las formaciones que crecieron en su extremo atlántico reclama un tratamiento diferencial. Las particulares circunstancias espaciales, temporales, tribales e históricas que confluyeron en Canarias in- vitan a reunir las distinciones internas de este grupo de hablas en un concepto unívoco, amazighe insular, que integra su identidad idiomática común y la imprescindible realidad geográfica. Ahora bien, pensarlas como una sola circunscripción dialectal, aun contando con las interconexiones objetivas que comparten, no debería ocultar la complejidad e individualidad de sus concretas cristalizaciones insulares (cuyo comportamiento sociolingüístico apenas vislumbramos a través de unas fuentes fragmentarias).

I. RUTAS HEURÍSTICAS

Hasta donde lo permiten unas dataciones arqueológicas casi siempre tentativas, parece establecido que el primer poblamiento humano de las Islas Canarias ocurrió hacia mediados del primer milenio antes de nuestra era. Puesto que la conquista europea no se formalizará hasta el siglo XV, esto supone que la realidad insular anterior a esa rotunda convulsión histórica habría ocupado unos dos mil años de existencia. Para penetrar en la vida de las comunidades que protagonizaron semejante lapso de tiempo, la investigación científica transita con frecuencia por un piélago de vacíos e incertidumbres. Sin embargo, esto no debería ser causa suficiente para presentar aquel pasado como un segmento estanco y uniforme, por mucho que la unicidad de conocimientos y representaciones colectivas contribuyera a forjar entonces unas pautas de integración social consistentes, pero nunca ajenas a unas dinámicas sociohistóricas desde luego mal conocidas.

El caudal de fuentes para el estudio de aquella época no fluye de forma abundante ni prolija, por lo que a menudo se expone la historicidad de los datos a extrapolaciones más o menos abruptas, cuando no a un pintoresco y nutrido repertorio de elucubraciones difusionistas, que se debaten entre la torsión y la fantasía. Desde la focalización positiva, que jerarquiza la recomposición de esa totalidad a partir de un hallazgo puntual o una serie muy limitada de registros, hasta la proyección retroactiva de los conocimientos adscritos al proceso de colonización europea, esta distorsión epistemológica, que pocas veces se reconoce como tal, tampoco resulta extraña a lo que durante años casi ha adquirido el rango de un principio doctrinal: la (supuesta) ruptura histórica que, tanto en el ámbito demográfico como, por ende, en el cultural, habría introducido la invasión europea.

En cierto momento de su desenvolvimiento argumental, cualquier línea de investigación histórica ha de conducir sus hipótesis más allá de los datos consolidados, en la confianza de que tarde o temprano aparecerán aquellos elementos de prueba que validen esas afirmaciones provisionales (o las refuten). Pero, quizá con demasiada asiduidad en la historiografía referida a ese remoto pasado insular, los procedimientos discursivos habituales desatienden con bastante ligereza los hechos observables, tanto heurísticos como analíticos, cuando no los substituyen por premisas de un modelo teórico parcamente fundado.

Hoy, las pesquisas arqueológicas, genéticas, lingüísticas y etnográficas, es decir, un amplio despliegue de exploraciones multidisciplinares, aunque ejecutado de forma un tanto inconexa, suministran ya dos verificaciones muy sobresalientes. Por una parte, la filiación amazighe, bien en un estadio líbico y/o más moderno, de las antiguas poblaciones isleñas y de su producción sociocultural. Pero, además, la notoria presencia de ese friso inicial en la conformación de la canariedad actual, sin duda a través de una persistencia mestiza que agoniza en un sistemático proceso de retracción y de cambio. A partir de aquí, nadie discute la necesidad de explorar y ponderar una eventual concurrencia de otras aportaciones, fenopúnicas y romanas principalmente, que, a juzgar por las evidencias disponibles, en ningún caso habrían desarrollado una impronta de magnitud similar a esa otra de milenaria ascendencia norteafricana.

Con la acelerada desaparición de las hablas nativas como vehículo de comunicación corriente, un característico fenómeno de decadencia inducida por una drástica presión social, no se extingue por completo la transmisión de la herencia cultural amazighe en las Islas, aunque este declive constituya tanto un síntoma como un factor de ese estancamiento recesivo. La coacción colonial, que por supuesto adopta una ineludible dimensión física e ideológica, también limita los ámbitos de realización de la lengua en la medida que condiciona los modos de vida. Una determinación que impone severas restricciones sobre la aprehensión de la realidad como desarrollo, creativo y socializante, de una experiencia cultural propia. Pero algunos contenidos tradicionales, aunque so- metidos a una desnaturalización y marginalidad progresivas, también han subsistido a través de una oralidad muy vívida durante siglos y perfectamente viable dentro de cualquier código lingüístico. Así, concepciones y valores antiguos se reproducen aún en cierta visión del mundo, las relaciones humanas o la espiritualidad. Por descontado, en la mayoría de los casos ahora no se percibe la cualidad ancestral de esas creencias o hábitos, salvo como expresión de una vindicación etnicista o de un tipismo folclórico. Pero, en todo caso, tales vestigios, aunque relegados a esa latencia menguante, delatan una continuidad histórica objetiva de la población y cultura amaz(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)
ighes, muy alejada de las recurrentes tesis extincionistas y dicotómicas sobre una historia insular que suma ya dos mil quinientos años.

Negar que la colonización europea provocó un corte substantivo en el despliegue histórico insular resulta tan inapropiado como el alcance polarizante que se atribuye a esa fractura. Con la excusa del convencionalismo terminológico, todavía se aísla en la
«Prehistoria» unas manifestaciones sociales que ni desconocían los diversos usos de la escritura ni vegetaban en una oralidad asilvestrada. Igual que sus actores se exhuman aún a través de un concepto, «aborigen», que apenas disimula una doble escisión muy apreciada por enfoques literarios y políticos: en su acepción de ‘persona originaria del suelo en que vive’, se soslaya así, al margen de paradojas insulares, la precisa raíz norteafricana que habría reducido hace ya tiempo las erráticas apelaciones a un pertinaz eclecticismo demográfico, ornado a menudo con novelescos ribetes de misterio; y, de otro lado, como ‘población primitiva distinta de la que ocupa el mismo lugar con posterioridad’, se consagra esa tendenciosa oposición que separa el presente isleño de su vínculo nativo. Porque redirigir el análisis hacia una «Protohistoria» que enfatiza la observación externa sobre los recursos, materiales e intelectuales, que produce una sociedad en su devenir histórico, queda lejos de cuestionar en realidad el sesgo teórico que representa la afirmación del colonialismo y el desarrollo capitalista europeos como agentes civilizadores.

La conformación de la subsistencia en la sociedad amazighe, continental e insular, confió en la memoria para fecundar tanto una tradición cohesiva como regulaciones legislativas, prácticas docentes o conocimientos básicos y aplicados en general. Pero, así mismo, operó con soluciones aritméticas y registros astronómicos que todavía decoran paredes y cerámicas1. Ese plano funcional de la expresión escrita también alienta en sus abundantes enunciados epigráficos, aunque la dimensión simbólica en ambos casos ad- quiriese una mayor relevancia que su valor instrumental. Todo vive, posee una energía consciente y volitiva, de manera que el pensamiento y la palabra, verbal o escrita, interactúan con el medio, donde lo humano aún pertenece a la naturaleza, en una dialéc- tica ya extraña para la tradición literaria.

Los 15 o 16 caracteres líbicos que figuraban en la inscripción de Azib n’Ikkis (Alto Atlas marroquí), datada hacia el 500 a.n.e. pero asociada a un yacimiento del bronce medio (entre el 1500 y el 1200 a.n.e.), inducen a pensar que existió en el norte de África una tradición alfabética propiamente líbica anterior a la poderosa influencia fenicia (Camps 1996: 2.571). Quizá una parte del rico patrimonio epigráfico insular pueda vincularse a esa prístina versión occidental. Aunque el estado de las investigaciones dista mucho de facilitar juicios taxativos, conviene recordar que ese ámbito aportó un apreciable contingente poblacional a la colonización amazighe de las Islas. No obstante, sin dataciones absolutas, la hipótesis más prudente haría esos materiales contemporáneos de los petroglifos latino-insulares fechados en torno al comienzo de la Era, el único corpus bilingüe del catálogo isleño (Pichler 2003). Pero, en todo caso, el copioso componente oriental de la población ínsuloamazighe tampoco se puede substraer a eventuales influencias fenopúnicas o romanas ya en su origen continental. En resumen, muchas dudas todavía, cuya resolución depende de precisiones técnicas y analíticas. En la medida que los conocimientos lingüísticos e históricos definan mejor las hablas y la vida de los isleños, con buenas transcripciones poco a poco esos testimonios abonarán nuestra comprensión de aquel pasado.

Encajar esa realidad en la tópica periodización historiográfica que jerarquiza la evolución humana hacia el capitalismo, centrada en ciertos hitos de la acción material antes que en la organización social de las fuerzas y relaciones productivas, implica resignar la ciencia a una indeleble discursividad ideológica. La irrupción colonial cambió el signo substantivo de las sociedades isleñas, urgió transformaciones radicales que abrirían una época distinta. Pero cuánto del nuevo régimen de dependencia personal, por ejemplo, contradijo la verticalidad estamental más o menos afirmada en las comunidades ínsuloamazighes, cuánto de la vida campesina o las creencias populares impugnaba las dinámicas de explotación agropecuaria o el imaginario cristiano... Una historiografía que se mantenga ajena a ese proceso de transición y mestizaje renuncia a su estatuto profesional. Se acoja un enfoque descriptivo o analítico, la secuenciación del desenvolvimiento histórico en Canarias ha recorrido tres instancias complejas: una fase antigua, marcada en su estado epigonal por una complementariedad segmentaria; otra etapa moderna, regida por los lazos de servidumbre que fija la compulsión colonial; y un curso contemporáneo, dominado por las formas salariales y las coacciones extraeconómicas que patrocina un capitalismo subalterno y extravertido.

Sin una observación amplia y depurada de aquellas colectividades ínsuloamazighes, las texturas sociales de las antiguas hablas isleñas apenas emergen de un repertorio léxico y fraseológico de mucho interés pero restringido, tanto en sus contenidos como en su ubicación temporal. Entre el escueto mosaico epigráfico y la erosionada remembranza oral, la documentación oficial, civil y eclesiástica, así como las narraciones etnohistóricas, presenciales y bibliográficas, retienen el volumen más aprovechable de
noticias y datos, aunque las interpolaciones, mutilaciones y aristas ideológicas requieran un cuidadoso tratamiento heurístico de los manuscritos y sus, a veces, numerosas y de- ficientes copias. A los portulanos y reseñas de viajeros; las bulas y registros eclesiásti- cos; las datas, protocolos, actas y resoluciones jurídico-administrativas; las crónicas mi- litares y las descripciones etnográficas de diversa índole, hemos de añadir así mismo un capítulo algo inesperado: una epigrafía híbrida, es decir, escrita en lengua amazighe pero con caracteres romances y discurso colonial.

Por de pronto, los dos únicos casos seguros se amparan en el culto a la Virgen de Candelaria para la transmisión de mensajes pastorales. Ahora bien, las piezas pertenecen a momentos tan distantes como 1400 y 1906, algo tampoco tan extraño en realidad. El antiguo arraigo de esta devoción se debe buscar en la identificación de esa virgen con la estrella Canopo, fundamental en la más ancestral cosmogonía norteafricana que regía también en la Isla.

En la primera de esas obras, la talla mariana desaparecida en el temporal de 1826, las famosas «letras y characteres de las orlas» (Espinosa 1594, II, 13: 57v) que lucían en su manto exponen, casi al modo consonántico de la escritura líbicoamazighe, un breviario misional de inspiración franciscana. Su exquisita elaboración gramatical vuelve improbable que sacerdotes nativos no participaran en la ejecución. Pero, además, hace un par de años se cosechó en Sevilla un descubrimiento insólito. En el bastidor de un lienzo dedicado a esta advocación cristiana, se encontró un precepto doctrinal redactado con idéntico esmero y conformidad dialectal que esos otros textos anteriores a la conquista de Tenerife, aunque esta vez la imagen había sido pintada hace sólo cien años (Reyes 2007: 60-82). Al dorso de un cuadro y en una modalidad de habla extinta, el enunciado se diría que perseguía un alcance más simbólico que evangelizador. Un ejemplo más de la vitalidad de una tradición oral que, inclusive, ha conservado hasta la actualidad dos poemas ínsuloamazighes que aún se cantan en la festividad de esta ideación religiosa (Reyes 2007: 43-46).

Cierto que, una vez atestiguada su adscripción étnica e idiomática, la comparación con el ámbito continental ayuda a comprender no pocos rasgos constitutivos y pragmáticos de las culturas insulares. Aunque esa identidad compartida de ninguna manera autoriza a extrapolar características o subsumir diversidades en razón de equivalencias rasantes, salvo como expresas hipótesis de trabajo. Dentro del abigarrado dominio amazighe, el mapa dialectal de las Islas Canarias contiene peculiaridades tan notables que cualquier simplificación o generalización, tanto analítica como descriptiva, que se aparte de un diseño metodológico sistemático, explícito y uniforme carece de valor ejecutivo.

(Archivo personal de Eduardo Pedro García Rodríguez)


No hay comentarios:

Publicar un comentario