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miércoles, 13 de mayo de 2015

RETAZOS DE CULTURA GUANCHE-I


Según el Dr. Juan Bethencourt Alfonso, en: Historia del Pueblo Guanche

Recopilado por Eduardo P. García Rodríguez
RELIGIÓN:
Politeísmo guanche y causas de hallarse oscurecido este hecho histórico. Dogmas de la inmortalidad del alma, de la resurrección y del pecado original. Teogonia: del premio y castigo. Sabeísmo y sacrificios. Idolatría y prácticas reli­giosas: procesiones, rezos, ayunos y rogativas. Aruspicismo. Clase sacerdotal y monasterios.
Declarar deístas puros a los guanches como pretenden algunos au­tores es una candida superchería histórica, como lo es también la de aquellos que los despojan casi de toda fe.  
Para colocarse en estos extre­mos hay que cerrar los ojos a la evidencia. Los testimonios escritos y las tradiciones; los ídolos y píreos encontrados; la nomenclatura de los lugares recordando las aplicaciones que tuvieron en la liturgia, en lo hierático de una teogonia complicada y de pomposo culto, como los de «Cuevas Santas» y de la «Iglesia», los de «Conventos», el «Infierno», muchos del «Bautisterio», Guadameñes o adivinos, de Samarines, «Drago Santo», sin contar la estatuaria de sus diosas Chaxiraxi, Abona, Tajo, etc., (i) patentizan no ya que fueron creyentes supersticio­sos, sino que contaban con una religión positiva politeísta a la manera de un conglomerado de sabeísmo, idolatría, paganismo, aruspicismo y de sacrificios cruentos. ¡No parece sino que los distintos pueblos de la tierra aportaron sus ideas religiosas al acervo común del alma guanche!
Y sin embargo de estos elementos de juicio, dicen los cronistas que sólo creían en un Ser Supremo apellidándolo con diversos nom­bres según sus atributos, como aparece en el siguiente cuadro; en el que agrupamos bajo llaves aquellas denominaciones que opinamos se refieren a una misma voz alterada:
Acaman                          “Causa de causas”                      Viana
                                        “El Sol”                                      Marin de Cuba
Achaman:                       “Sustentador de cielo y tierra”   Alonso de Espinosa
Acoron:                           “Sin fin”                                    Viiana
Achoron:                         “Sustentador de Cielo y tierra” Alonso de Espinosa
Achuhurahan:                 “El grande”                                Alonso de Espinosa
Acuhujarajan:                    “Dios grande”                            Viana
Achuhuyahan:                    “El Grande”                               Alonso de Espinosa
Acucanac;                           “Autor de los criado”                 Viana
Achahucanac:                      “El Sublime”                             Alonso de Espinosa
Achuhucanac:                      “El Sublime”                             Abreu Galindo
Achguaxera:                          “El que todo lo sustenta”          Alonso de Espinosa
Aguayaxiraxi:                          “El conservador del mundo”    Viera y Clavijo
Achuguayu:                           “El ser supremo” ( es la voz conservada en el vulgo) 
Guayaxerax:                           “Dios”                                      Alonso de Espinosa
Guayaxiraxi:                           “El que tiene el mundo”         Abreu Galindo   
Iguayahiraji:                  “Gobernador del mundo y las cosas sublimes”. Compuesto de: Guaya, “Espiritu” y hiraji “cielo”.                  Marin de Cubas    
Atguaychafanataman:               ·El que tiene el cielo”             Abreu Galindo
Guaxiraxi:                                   “El que habita el universo”   Abreu Galindo        
Hucanech:                                    “El todo poderoso”               Viana
Jucancha:                                      “Dios universal”                   Marin y Cubas
Menceito:                                      “Sin principio”                      Viana                                           

Mas aún admitiendo que estas diferentes desinencias se refieran al Supremo Hacedor ¡que es muy dudoso!, tan elevada concepción sólo podía ser patrimonio de unas cuantas inteligencias privilegiadas. Entre los guanches, como en toda raza primitiva, el nivel intelectual de la muchedumbre no se hallaba a la altura de semejantes ideas abs­tractas, ni se remontaban más allá del mundo sensible, personificando las divinidades mayores y menores de su Olimpo en los grandes fenó­menos de la naturaleza, como en el sol, la luna, las estrellas, el cielo, el mar, etc., o bien en las manifestaciones y fuerzas de la vida univer­sal dando origen a creaciones fantásticas o ya en objetos, ídolos o es­tatuas materializando en ellas el sentimiento innato de la fe.
Suponer otra cosa es colocarse fuera de la realidad. Pero éste no fue obstáculo para que el espíritu piadoso de los conquistadores, viera en el fervoroso culto que rendían con todas las apariencias del paga­nismo clásico a algunas de sus estatuas, singularmente a la diosa Cha-xiraxi, no a la divinidad gentílica sino a la imagen de María Santísima transportada por los ángeles entre infieles por inescrutables designios de la Providencia; máxime sosteniendo un niño en los brazos por lo que también era llamada, según fray Alonso de Espinosa y fray Abreu Galindo, laAchmayex guayaxerac achoron o Atmayceguayaxiraxi: «la madre del sustentador de cielo y tierra».

Tal creencia dio ocasión al extraordinario y feliz acontecimiento de que los españoles en medio del delirante entusiasmo de los guanches, condujeran la efigie con la mayor veneración a los altares católicos, fun­diéndose en dicho símbolo no ya el alma de los dos pueblos sino los ritos de ambas religiones, como aún perduran. Dejando a un lado las cuestiones de fe, este fenómeno se ha dado en la propia Roma. Muchas de las divinidades del Olimpo de Júpiter, los templos y sus ritos pasaron insensiblemente del paganismo a la Iglesia Católica: como el templo de Vesta, la diosa del Fuego, fue consagrado a la Virgen del Sol; el de la Salud, a San Vital; el Panteón, a Sta. María de la Minerva; el de los ge­melos Remo y Rómulo, a los santos gemelos Cosme y Damián, etc.

Pero a lo que parece, el venturoso suceso secuestró la libertad de juicio crítico a la mayoría de los cronistas, y unos tal vez por temor piadoso a contaminarlo y otros por un sentimiento de patrio­tismo mal entendido, es el hecho que casi todos como si se hubieran tácitamente convenido en no ahondar la materia, pasan por alto sobre lo conocido, sobre las tradiciones y testimonios que saltan a la vista y hasta llegan a la inconsecuencia con sus propias noticias para declarar que los aborígenes eran deístas puros y la diosa Chaxiraxi una imagen católica; ocultando tras esta conclusión el mundo reli­gioso del pueblo guanche, cosa que no puede aceptarse en las inves­tigaciones históricas.

Claro es que no todos han sostenido este criterio y que después de cuatro siglos de discusiones entre los que defendían el abolengo cató­lico de la estatua y los que la reputaban de origen pagano, la reciente interpretación de las inscripciones que ostenta, como dijimos en el Tomo I, dan la razón a los últimos l. Recordemos que el honorable sa-.cerdote evangélico Mr. Campbell dice a este propósito:
«Las inscripciones de la imagen de la Virgen de Candelaria son tan etruscas como si hubiera venido de un cementerio tos-cano...».
Que, «la imagen es la diosa Menera y su hijo, que con muy pocas probabilidades es Minerva 2, una diosa virgen o una diosa madre... Y que no hay razón para suponer la imagen forastera del Archipiélago, sino que más bien existen fundamentos para mirarla como una sobreviviente de las ofertas votivas mortuorias, hechas por los habitantes íberos de las islas en remotos tiempos... Juzgando por la forma de los caracteres y la simplicidad del len­guaje, la imagen y sus inscripciones debían ser de mucha antigüe­dad, quizás de un siglo antes de la era cristiana...».
La concluyente demostración de Mr. Campbell, unida a los com­probados hechos históricos de que el Archipiélago fue habitado por íberos y dominado por el imperio romano en época precristiana, no sólo pone fuera de duda el origen pagano de la imagen de la Virgen de Candelaria, sino que autoriza a rechazar de plano la opinión de fray Alonso de Espinosa de que apareció un siglo antes de la conquista, (2) es decir, más o menos cuando Jean de Bethencourt comenzaba la de las islas menores o de señorío, siendo así que su existencia entre los guanches contaba por lo bajo 15 ó 16 siglos o séase mucho antes de la invasión de los bárbaros.

Pero hay más. Como para los que tenemos arraigada la fe cristia­na es indiferente que el emblema sea o no de procedencia pagana, ha­blando con los mayores respetos debemos observar: que ni los guan­ches tenían idea de lo que era el cristianismo, como lo declara el mismo fray Alonso de Espinosa al repetirnos la contestación del rey Bencomo a las proposiciones de paz del general Alonso de Lugo, ni los españoles, ni el propio Sancho de Herrera que durante seis años mandó el presidio de Añaza, tuvieron conocimiento de semejante ima­gen; y si algo supieron fue en el sentido de que era una de las tantas diosas gentílicas a que rendían adoración. En el extracto que ofrece­mos en una nota del capítulo II del Tomo I, de la información testifical sobre el derecho de la isla de Lanzarote y conquista de las Canarias, hecha en 1477 por Esteban Pérez de Cabitos por mandato de los Reyes Católicos, en la que Diego García de Herrera tenía un supremo interés en justificar ante la Corona sus gastos y constantes esfuerzos en la re­ducción y adelantamiento de la fe de Cristo en la isla, no hubieran ca­llado extremo de tal importancia los numerosos testigos que presentó. Como verá el lector, hasta un presbítero que figura entre ellos, no dice una palabra sobre tan culminante particular y en cambio declara otros muy secundarios. Por cierto que allí aparece un fray Macedo, no ha­ciendo catecúmenos como dice solapadamente el arcediano historia­dor Viera y Clavijo, aunque tal vez la intención fuera esa, sino procu­rando los medios de zafarse de aquella ratonera.
Estas mixtificaciones, que a la par desnaturalizan la verdad sin favorecer ningún fin piadoso, hay que borrarlas de la historia y darles su exacta significación. Preciso es reconocer a la luz del día, sin haber por ello mengua en las creencias católicas, que la efigie representativa de la Virgen de Candelaria, consuelo en las amarguras de la vida y lu­minosa esperanza en las recompensas de la eternidad, perteneció a la estatuaria pagana guanche figurando en sus altares como la diosa Cha-xiraxi. Este criterio debe hacerse extensivo a otras esfinges, como a las primitivas de las vírgenes de Abona, de Tajo, etc., pues como dice Marín y Cubas, entre los guanches «aunque escondidas y maltratadas se hallaron imágenes de santos»; que unas ingresaron en el santoral romano y otras no. El clero católico, con gran sentido práctico, fue por este sistema extirpando las arraigadas supersticiones de los indígenas, así como transformando algunos de sus oratorios en templos cristianos o sustituyendo sus ídolos por imágenes de santos. Eran las clases infe­riores tan pertinaces en sus creencias, que un siglo después de la con­quista se congregaban para celebrar ocultamente sus rituales ceremo­nias conforme a su primitiva liturgia, con procesiones, cantos y velas encendidas por las playas de Candelaria, de Abona y otros puntos, como lo atestigua el mismo fray Alonso de Espinosa, aunque repután­dolos como sucesos sobrenaturales como verdaderos milagros con in­tervención de los angeles. Marín y Cubas fue mejor investigador al afirmar: «... hacían procesión y encendían luces a la Virgen, paseando la playa onde fue hallada. F esto hicieron en secreto aún hasta el tiempo de la conquista».
¿Creían los guanches en la inmortalidad del alma? Los cronistas siguiendo a fray Alonso de Espinosa se pronuncian por la negativa. Sin embargo, Marín y Cubas dice:
«En Tenerife unos afirmaban que no había en los cuerpos alma racional o que en muriendo el cuerpo todo se acababa; otros confesaban haber un Dios universal que llamaban Jucancha».
Pero volviendo a fray Alonso de Espinosa, que ha servido de faro a los autores, hay que reconocer que sus noticias son incongruentes, revelándonos por sus mismas contradicciones de que no estudió dete­nidamente el asunto o no expuso cuanto supo de los guanches.
« Ellos fueron gentiles, observa, sin ley alguna, ritos ni ceremo­nias, ni dioses como otras naciones. Y aunque conocían haber Dios, al cual nombraban por diversos nombres... no tenían ritos algunos, ni ceremonias, ni palabras con que lo venerasen,...ni conocían inmortalidad de las almas, ni pena, ni gloría que se les debiese. Con todo esto conocían haber infierno, y tenían para sí que estaba en el pico de Teyda, y así llamaban al infier­no Echeyde3, al demonio Guayota».
En sana crítica los conceptos de infierno y demonio guardan es­trecha dependencia con las ideas de inmortalidad y de castigo, así como la existencia de un lugar de mortificaciones presupone otro de premios. Estas creencias son complementarias. Por otra parte, el hecho de momificar sus cadáveres como los egipcios y peruanos, (3) nos da un testimonio concluyeme de que los guanches consideraban la muer­te como una suspensión temporal de la existencia, puesto que perse­guían el fin de que las almas volvieran a animar sus respectivos cuer­pos el día de la resurrección.

«Estas creencias implican la fe en otra vida», asegura una autori­dad tan competente en la materia como Herbert Spencer.

Además, las tradiciones son categóricas en sentido afirmativo, ajustándose a numerosos hechos o marcados indicios como iremos viendo.



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