(Libro inédito)
CAPITULO-XVI-II
Eduardo Pedro García
Rodríguez
NUESTROS COLONIZADORES, UNA ENTELEQUIA
Ya hemos visto que el origen de Portugal está
en la dote de Alfonso VII, del entonces condado a una de sus hijas,
manteniéndolo fuertemente ligado a Castilla a través de vasallaje feudal,
pero los azares de la política medieval lo convirtieron en reino independiente,
sin ton ni son, ya que siendo Portugal embocadura del Duero, Tajo y
Guadiana, es sin duda, desde el punta de
vista geográfico mucho más parte integral de Castilla, que por ejemplo Galicia
(ya lo sabían los suevos) o Granada (por esto la tardanza de su
"re"Conquista). El uso del idioma como referencia del nacionalismo-
tanto en Portugal como en Cataluña- es relativamente reciente. Las tres grandes
lenguas romances de la península fueron siempre consideradas como variantes del
mismo tronco común; el gallego-portugués su variante atlántica, el castellano
su variante central y el catalán su variante mediterránea. Los escritores
medievales y posteriores hasta bien entrado el siglo XVII los usaban
indistintamente. Para poesía lírica el portugués, para poesía épica- y
después prosa- el castellano. Por razones nacionalistas se ha obviado,
ambos en Portugal y en España, que Camoens, además de ser el poeta
portugués por excelencia, también es uno de los mejores poetas del castellano,
cambiando de idioma según su estado de ánimo o según lo que quisiera
expresar. De igual forma se puede encontrar muchos poetas castellanos que
escribieron parte de su obra en portugués. Por idéntica razón los poetas
catalanes usaban también indistintamente tanto el catalán como el castellano y
si no hay muchos poetas castellanos que usaban el catalán (casi todos
aragoneses) hay que atribuirlo a razones geopolíticas ya que mientras Cataluña
lindaba con un territorio castellanohablante (Aragón), Castilla como tal no
lindaba con Cataluña.
EXPANSION CASTELLANA
Ochenta años después de la muerte del pequeño
Miguel de Portugal, Felipe II logró finalmente incorporar Portugal al resto de
los reinos peninsulares y de esta forma fue el primero en poder llamarse Rey de
España (o de las Españas). Pero no solamente esto; considerando que
además era Rey de Cerdeña, Sicilia y Nápoles, soberano de muchos
sitios más, y contaba con territorios ultramar en América, África, Asia y
Oceanía, Felipe II era dueño y señor del Imperio más grande visto hasta
entonces. Si aplicamos la definición propuesta anteriormente, hubiera sido
lógico y oportuno si se hubiese proclamado Emperador. Digo oportuno,
porque por mucho que Felipe II se llamase Rey de España no
había, como tal y en sentido jurídico, un reino español sino un grupo de reinos
independientes entre sí y solamente juntados por la cabeza. Esto creó un
problema administrativo de primer orden que se resolvió en falso gobernando
España desde Castilla - convirtiendo los demás reinos de cierta forma en
meros apéndices - y creando el, también falso y exagerado, sentimiento de
sometimiento a Castilla. El conjunto de
territorios estuvo, en la práctica, gobernado por el Consejo Real (de Castilla)
en colaboración con los Consejos de Estado (política exterior), Inquisición
(ortodoxia religiosa y control ideológico) y Hacienda. Además de estos consejos
principales, hubo varios consejos filiales como el de Cámara de Castilla y el
de las Órdenes (del Consejo Real) y el de Guerra (del Consejo de Estado)
y los Consejos subsidiarios, llamados de competencia nacional, de Aragón,
Portugal, Navarra, Flandes, Italia, Indias. Mientras que el Consejo Real
gobernaba directamente la
Corona de Castilla (e indirectamente a los virreyes y
gobernadores de los demás territorios) los consejos de competencia nacional
fueron meramente consultivos y sus componentes limitados al asesoramiento del
Rey en relación con los conflictos entre virreyes y las instituciones
forales en cada territorio. La impresión de la preeminencia de Castilla fue
enormemente reforzada por la discrepancia territorial y demográfica entre
los territorios españoles. De los 10,5 millones de habitantes de la península
en 1600,casi 8 millones eran castellanos (74%) 1,2 millones portugueses
(11,4%), 600 mil valencianos (5,7%),420 mil aragoneses (4%), 350 mil catalanes
(3,3%), 80 mil mallorquines (0,70%) y 100 mil navarros (0,9%); o sea tres
castellanos por uno de todas las demás nacionalidades juntas. No es que estas
nacionalidades fueran oprimidas o explotadas, muy al contrario sus fueros
fueron escrupulosamente respectados y tuvieron enormes ventajas fiscales. Las
guerras de España fueron financiadas casi exclusivamente con los impuestos
castellanos y el oro de América, y los impuestos de los demás territorios
fueron votados y destinados casi exclusivamente para su propia defensa local.
El resultado fue una lenta pero constante emigración desde Castilla a la
periferia, que aparte de los altos niveles de fiscalidad, explica el paulatino
empobrecimiento de Castilla en los siguientes siglos.
GUERRA RELIGIOSA
Que no hubo
entonces razones racionales para que los demás territorios sintieran
resentimiento y celos de los castellanos, no obvia que hubo algo de esto,
mezclado con la impresión de haber sido apartados de los quehaceres del país.
Todo esto podría haber sido evitado con la conversión del "Reino" en
Imperio. En vez del Consejo Real (de Castilla) constituido principalmente por
juristas de Salamanca, se hubiera tenido un Consejo Imperial, y unas Cortes
Imperiales, con gente proveniente de todos los reinos y territorios, encargado
de gobernar el conjunto del Imperio. Es muy probable que esto hubiera aumentado
enormemente la cohesión del país y la integración definitiva de los territorios
italianos, especialmente si Castilla también hubiera sido gobernada, en el
ámbito local, por un virrey y las Cortes de Castilla, y si a esto se
hubiera añadido la convocación de forma regular de los Cortes Imperiales
alternativamente en las capitales de los distintos reinos y, por otra parte, la
creación de un ejército y una hacienda imperiales. Haberlo hecho, bien podría
haber evitado todos los problemas que uno tras otro debilitaron España en
el siglo XVII; la implicación en las guerras religiosas (1618-1648) la virtual
bancarrota del país, la secesión de Portugal - iniciada en 1640 y
finalizada definitivamente en 1668 con el Tratado de Lisboa - y la rebelión
catalana (1640-1652) A partir de la muerte de Felipe II la Hacienda entró en un
estado ruinoso, agravado a partir del año 1618 por las incesantes demandas de
la guerra, lo que llevó a la bancarrota en 1627, parcialmente por la captura en
aquel año de la flota de las Indias con su enorme carga de oro y plata.
En este contexto, el programa de Olivares -
un hombre capaz e inteligente pero autoritario y poco sensible y
respetuoso con los derechos de catalanes y portugueses- tenía por
objetivo la reforma institucional del Estado para conseguir la colaboración de
los reinos no castellanos en la financiación de la Hacienda. Se trataba
de unificar legislativa e institucionalmente la Monarquía Hispánica,
suprimiendo leyes e instituciones feudales, crear un ejército en el que todos
los reinos participasen (la denominada Unión de Armas) e imponer una fiscalidad
más exigente. Todo esto hubiese tenido lógica si lo hubiera hecho Felipe II
dentro del marco de un Imperio, pero no un valido dentro del marco múltiple de
unos reinos solamente conectados por la cabeza. En Cataluña la reforma fue
rechazada por las Cortes lo que creó un conflicto institucional entre Cataluña
y, primero, Felipe III y, después, Felipe IV. Varios problemas hicieron
aumentar la tensión; los abusos de los tercios alojados en Cataluña en 1626 en
previsión de la guerra con Francia - finalmente declarada en 1635, momento en
que se enviaron más tropas para defender la frontera, lo que acentuó al
malestar campesino- y la aparición del hambre, que endureció más las
tensiones, de forma que, entre 1635 y 1640, los enfrentamientos entre
campesinos y soldados fueron constantes. A finales de 1640 estalló la rebelión
y los catalanes se
aliaron inmediatamente con
Francia convirtiendo su rebelión en un apéndice de la guerra con Francia, a su
vez parte del conflicto europeo (religioso) general. Por mucho que habían
pactado la independencia de las instituciones catalanes, los franceses, como
era previsible, no las respetaron y en 1641 Louis XIII se proclamó Conde de
Barcelona con lo cual los catalanes se vieron de repente incorporados en un
verdadero estado centralista; ¡de la sartén al fuego! La rebelión terminó
finalmente con la ocupación de Barcelona en 1652 por parte del ejercito de Juan
José de Austria, pero la guerra con Francia solamente se terminó en 1659 con la Paz de los Pirineos - un año
significativo en la historia de los dos países como veremos después - en la
cual una parte de Cataluña pasaba a ser dominio francés (sic). La actitud de
Felipe IV fue magnánima y confirmó los fueros e instituciones catalanas. Las
dos partes habían aprendido la lección; Felipe IV de que todos los
"españoles" eran muy celosos de sus fueros y los catalanes de que los
Hapsburgos eran, con todos sus defectos, muy preferibles a los Borbones, los
únicos que habían sacado provecho de la rebelión catalana. Tan bien
habían aprendido la lección los catalanes que 50 años después en la Guerra de Sucesión se
declaraban firmemente a favor del pretendiente austriaco (que, por cierto, fue
coronado en 1703 Rey de España, en Viena, con el nombre de Carlos ¡III!), ya
que al pretendiente Borbón no le querían ver ni en pintura.
Por otra parte la secesión de Portugal tuvo
mucho que ver con la rebelión catalana. La política del conde-duque de Olivares
supuso la culminación del progresivo descontento político vivido en Portugal
por la falta de respeto y reconocimiento hacia el reino y hacia lo acordado por
Felipe II en 1579, en los artículos de Lisboa. El derecho de exclusivismo,
calificado también como 'indigenato', debería haber garantizado para los
portugueses todos los cargos del aparato estatal, militares y de defensa
metropolitana e imperial, pero los castellanos los fueron copando. También se
incumplió lo estipulado con respecto a las formas de gobierno delegado en caso
de absentismo real, que debía circunscribirse al virreinato de sangre y a la
gobernación integrada por naturales. Aunque en ese momento la Corona estaba representada
por Margarita de Saboya, prima de Felipe IV, en realidad era asesorada por
castellanos. Si a esto añadimos la exigencia de Olivares a la nobleza
portuguesa de que se uniera a la campaña militar contra los catalanes el
conflicto estaba servido y los apoyos al movimiento separatista se
generalizaron. No hay que sorprenderse que cuando una de las partes de un
tratado lo incumpla, la otra parte se sienta también liberada del mismo. El
movimiento separatista fue facilitado por tener un candidato autóctono al
trono a mano en la persona de João de Braganza (después Juan IV), tan
rebisnieto de Manuel I de Portugal como Felipe IV. Si tuvo algún reparo en
romper su juramento de fidelidad a este, ya se ocupaba su mujer castellana -
una Medina Sidonia - que se olvidara de estas minucias. La rebelión tuvo éxito
en parte porque los tercios estaban ocupados en luchar contra catalanes y
franceses y en Europa Central, y en parte porque los portugueses obtuvieron
inmediatamente el entusiástico e interesado apoyo de los ingleses. Pronto el
nuevo reino fue reconocido internacionalmente, con excepción del Vaticano
que, junto con "España", no asumió la separación hasta el Tratado de
Lisboa (1668). En aquel momento Portugal renegó definitivamente de su
"españolidad" y, dando la espalda al resto de "España", se
consideraba en adelante exclusivamente "portugués". El cambio no fue
a la larga muy positivo para el nuevo reino ya que cayó bajo influencia inglesa
que a partir de aquel momento dictaba su política exterior.
Hoy en día están tan acostumbrados a que los
Pirineos formen la frontera entre España y Francia (olvidándo por un momento a
Andorra) que es fácil pensar que siempre haya sido así, pero nada más lejos de
la verdad. La situación actual solamente existe, más o menos, desde la ya
mencionada Paz de los Pirineos en 1659. Hasta entonces los Pirineos habían sido
simplemente una cordillera montañosa que políticamente no separaba nada de
nada. Ambos Navarra y Aragón habian con el tiempo adquirido territorios
transpirenaicos importantes que ocupaban una parte considerable del
suroeste galo. La parte transpirenaica de Navarra incluía entre otros los
condados de Bearne, con su capital Pau, y Evreux. Aragón por su parte
controlaba a finales del siglo XII casi todo el Languedoc. Vemos que durante
buena parte de su historia medieval tanto para Navarra como para Aragón el
Pirineo fue una cordillera en el interior de su propio territorio, con lo que
sus habitantes más que considerarse "españoles" o "galos"
se sintieron probablemente "pirenaicos", Con la anexión de la Navarra Alta o
cispirenaica por Fernando en 1513, la Navarra Baja o transpirenaica queda como reino
independiente muy implicado con la política francesa, como ya había ocurrido
durante las primeras décadas del siglo XIV. Pero ni siquiera la división de
Navarra y la anterior pérdida de gran parte del Languedoc por parte de Aragón,
convirtió el Pirineo en auténtica línea divisoria. Perversamente la mayoría de
los valles pirenaicos son transversales y con el sistema de
"jurisdicciones" que existió desde el medieval alto, un valle que
penetraba desde el norte en Cisnavarra podía pertenecer a la jurisdicción de un
vasallo de los Reyes de (Trans) Navarra y al revés, con lo que el concepto
mismo de "frontera" era totalmente ambiguo. Esto cambió parcialmente con
la Paz de los
Pirineos; Aragón - o Cataluña si queremos - perdió sus últimas posesiones
galas; Rosellón y parte de Cerdaña, y el Pirineo se convirtió más o menos en la
frontera entre España y Francia. El paso definitivo tardó todavía dos siglos
más con la firma en 1868 del Tratado de Bayona, que impuso definitivamente la
nueva cartografía cuando se hizo el amojonamiento de la frontera. Este paso
simbólico de la separación de dos soberanías, cada una con jurisdicción
exclusiva a su lado de la línea divisoria, marca por primera vez el nacimiento
de una conciencia nacional. La obsesión de delimitar el territorio por
fronteras naturales fue el resultado del creciente absolutismo y, por lo tanto,
el centralismo, de la monarquía francesa a partir de Enrique IV. Es casi
divertido como los personajes que, tanto como el que más, han contribuido a la
división de un país, cuando alcanzan el poder se convierten rápidamente en los
más autoritarios y centralistas. Este es el caso de Enrique IV que como Enrique
III de Navarra había liderado durante varias décadas a los hugonotes en las
guerras civiles de la segunda parte del siglo XVI, traicionó a sus
correligionarios para poder ocupar el trono francés ("Paris bien vale una
misa"), incorporó Navarra a Francia contra la oposición de la,
mayoritariamente protestante, población, y se convirtió en el primer exponente
del centralismo borbónico a ultranza. (Otro tanto le ocurrió a Buonaparte que a
principios de la Revolución,
y antes de subir escalones en la nueva Francia, estuve a punto de convertirse
en jefe militar del nacionalismo corso. O, más actual, a separatistas vascos y
catalanes a los que les ha salido el plumero autoritario y dictatorial.) En
Francia el camino marcado por Enrique IV fue seguido con gran entusiasmo por
sus sucesores Louis XIII (Richelieu) y Louis XIV (Mazarino).
El siglo XVII español fue un auténtico
desastre desde el punto de vista político, militar y social. La calidad física,
humana e intelectual de los sucesivos reyes iba de mal a peor a infame gracias
a cuatro generaciones sometidas a una cerrada endogamia que rozaba el incesto.
Felipe II era hijo de primos hermanos, Felipe III de tío y sobrina carnales,
Felipe IV de primos hermanos y el último de los Hapsburgos españoles, Carlos II
(un patético deshecho humano) era hijo de tío y sobrina carnales. No es de
sorprender entonces que durante todo el siglo el poder ejecutivo cayó en manos
de un valido tras otro, más o menos competente, más o menos de buena fe, más o
menos ambicioso, pero, desgraciadamente para España, sin la visión política y
estratégica para salir del embrollo en que la política imperialista de Carlos V
y Felipe II había metido al país. Seguir con esta política con una hacienda
ruinosa era una receta estúpida que solamente podía llevar, a la larga, al
desastre y una decadencia anunciada. Solamente hay que mirar el mapa para
darse cuenta de la enorme desventaja que llevaba España en todas las
interminables guerras del siglo XVII; de todos los contrincantes España fue el
único que luchaba sobre líneas exteriores inconexos entre sí. La República de las Siete
Provincias (Holanda) luchaba en su patio trasero con líneas de abastecimiento
nunca superiores a los 150 Km. Francia luchaba en sus fronteras sin
traspasarlas nunca más de algunos centenares de kilómetros, e Inglaterra se
limitaba en gran parte a una guerra naval financiada en gran parte por la venta
de patentes de corso. En todo el siglo España no solamente fue el único país
que luchaba sobre cuatro frentes distintos con enormes distancias entre sí,
sino además logró enemistarse con casi todos los demás contrincantes a la vez;
desde Francia, Inglaterra y Holanda, hasta Dinamarca y Suecia. Además,
España estaba a la vez envuelta en guerras territoriales y religiosas.
Francia, mucho más pragmático, nunca cometió este error y, por mucho que
Richelieu y Mazarino eran "Príncipes de la Iglesia", luchaba
exclusivamente por razones territoriales, aliándose con católicos o
protestantes según sus intereses. Cualquier estadista de verdad se hubiera
dado cuenta que antes o después la situación se haría insostenible; los Países
Bajos Hapsburgos estaban cogidos en una pinza entre Holanda y Francia; en
Alemania, en el mejor de los casos, España no sacaría ningún provecho, y estar
enemistado con Inglaterra y Holanda simultáneamente solamente podía tener
consecuencias navales funestas. Si a esto añadimos que España, por
habitualmente moroso, no tenía más remedio que concertar los préstamos con que
financiaba la guerra a un interés anual del 15%, lo que agravaba
todavía más el estado de bancarrota virtual de su Hacienda - Holanda, con su
reputación de amortizar sus préstamos puntualmente, solamente pagaba el
3% - y el menos pintado se hubiera dado cuenta que había que cortar por lo
sano. Todavía durante algunas décadas los tercios seguían ganando batallas,
pero cada victoria era más pírrica que la anterior. Lo estratégicamente sensato
hubiera sido negociar con holandeses y franceses para la cesión y venta
de respectivamente Flandes y Artois. Un negocio redondo para todas las partes,
mucho más barato para los compradores que financiar las interminables guerras,
y altamente beneficioso para las maltratadas arcas españolas. En el lote
francés se hubiera podido incluir también el Franco Condado, auténtica espina
en el costado de Francia, y que solamente servía a España para hacer posible el
traslado de tropas a pie desde el Milanesado a Alemania y Flandes, una larga
caminata de más de 800 Kms. Aquí hay que aclarar que, contrario a la opinión
popular, aquellos territorios no formaban parte ni de la Corona de Castilla ni de la
de Aragón, sino que fueron territorios patrimoniales del rey, mientras
que la financiación de su defensa fue casi exclusivamente soportado por
los impuestos de los pecheros castellanos. O sea, se desangraba a
Castilla para mantener unos territorios ajenos que de todas formas, por
indefensibles, si perdieron a la larga. Su venta hubiera amortizado gran parte
de la deuda española y hubiera aliviado enormemente la presión fiscal de Castilla
con su consiguiente estimulo económico. Además España se hubiera replegado a
unas líneas defensivas, en la
Península y en Italia, que en extensión no llegaban ni a la
mitad de las anteriores, mientras que por otra parte los holandeses y
franceses, no teniendo ya un enemigo en común y habiéndose convertido en
vecinos, no habían tardado en llegar a las manos.
No se hizo nada de todo esto y, erre que
erre, España seguía durante gran parte del siglo XVII la nefasta política
"imperial" y "antireformista" que era la herencia dejado
por Carlos I a Felipe II, y por este a sus descendientes. Hasta la década
de los cuarenta, España lograba todavía mantenerse a flote, ganando, o por lo
menos no perdiendo, buena parte de las batallas, pero en la batalla de Rocroi
(1643) unos tercios españoles, hambrientos, mal equipados y peor vestidos, y
que no habían cobrado su "soldada" en más de un año, fueron casi
aniquilados. Era esta batalla el principio del fin de la “grandeza” de España,
rematado por la Paz
de los Pirineos, 16 años después, en la cual abdicó de ser primera potencia.
Todos los territorios que 30 o 40 años antes se pudieron haber vendido, no
solamente se perdieron de todas formas a partir de este momento y durante el
medio siglo siguiente - después de que su defensa a ultranza e insensata había
hundido el país en la miseria - sino se perdieron también otros,
innecesariamente.
Antes de llegar a la Guerra de Sucesión hubo
todavía 3 guerras más con Francia, con la invasión y ocupación de Cataluña por
parte de los franceses y toda la destrucción que esta implicaba. Felipe IV en
su último testamento había nombrado heredero a su hijo Carlos y si este
faltase, a los descendientes de su hermana Margarita, emperatriz de Alemania.
Excluyó de forma explícita a los descendientes de su hija Maria Teresa esposa
de Luis XIV. ¡ De Borbones, nada! Era claro que Felipe IV - al igual que las
potencias europeas - estaba convencido de que el raquítico Carlos no iba a
tener descendencia. Carlos heredó el trono cuando sólo contaba 4 años, y
solamente 3 años después se firmó un tratado secreto entre Luis XIV y el
emperador para el reparto del Imperio español, seguido de otras conspiraciones
de este tipo que culminaron en 1698 en otro tratado de reparto y despojo de
España. Lo lógico hubiera sido que Carlos II hubiera respetado los deseos de su
padre - claro, siendo tan niño a la muerte de este, ni se recordaba de él -
pero terminó testando (mejor, fue obligado a hacerlo por su entorno) a favor de
Felipe de Anjou, segundo nieto de Luis XIV. La decisión fue más política que
dinástica y se decidió que la mejor forma de proteger la totalidad de la
herencia era escoger de entre los pretendientes aquel que mejor pudiera
hacerlo. No hay duda que Luis XIV estaba mejor colocado para proteger a los
suyos que el emperador. Considerando que durante los dos siglos anteriores
Francia había sido el enemigo mortal de España, la idea de que la mejor forma
de protegerse fue unirse al peor de los enemigos era de un maquiavelismo
francamente exagerado, especialmente considerando la oposición frontal de los
componentes de la Corona
de Aragón que - especialmente Cataluña - ya habían sufrido en propia carne lo
que significaba el centralismo francés. De todas formas, Felipe de Anjou fue
declarado rey de España como Felipe V, renunciando a cualquier derecho futuro
al trono francés, y aceptado internacionalmente con la excepción de Austria. No
obstante, la situación cambió
gracias a una de las típicas torpezas del Rey Sol cuando, temiendo
quedar sin herederos directos, declaró que Felipe V no podía renunciar a sus
posibles derechos sobre la corona francesa. El espectro de una posible
unificación de las dos coronas en un solo soberano, con su amenaza para la
política de equilibrio europea, cambió la situación internacional y daba lugar
a la Guerra de
Sucesión (a la Corona
de España). La guerra tuvo dos aspectos bien diferenciados; por un lado una
típica guerra europea - entre por una parte Austria, Inglaterra, Holanda,
Portugal, Saboya y gran parte de los príncipes alemanes y por la otra
Francia y España - y por el otro lado una guerra civil española. La primera
estaba provocada por la ancestral rivalidad Borbones -Austria, el equilibrio de
poderes, los intereses comerciales y el reparto del "botín" español,
la segunda por la lucha entre "filipistas" y
"carlistas" (los partidarios de Felipe V y el Archiduque Carlos
de Austria, el otro pretendiente, respectivamente). Fuera de la península la
guerra tuvo resultados muy desfavorables para los intereses franco-españolas, contrario
a lo que pasó dentro de España donde después de 14 años de guerra Felipe
V logró afianzarse definitivamente en la corona. Cuando Carlos, que había sido
coronado Rey de España, como Carlos III (sic) en 1703 en Viena, heredó en 1711 la Corona Imperial
(como Carlos VI) por la muerte de su hermano José I, todo el panorama cambió
otra vez. Hasta entonces la alianza contra Francia y España luchaba para
impedir la posibilidad que las coronas de estas se unieran en una sola cabeza,
ahora se confrontaban repentinamente con la reunión de los tronos de Austria y
España, restaurando de esta forma bajo Carlos VI, el Imperio de Carlos V. A
partir de este momento comenzaron las negociaciones para llegar a un tratado de
Paz para terminar la guerra europea. En 1713 se firmó el Tratado de Utrecht
entre Francia y España de una parte, y el Reino Unido, Holanda, Saboya y Prusia
de la otra (Austria solamente lo ratificaba un año después).
Por mucho que Felipe V tuvo que renunciar
definitivamente a la posibilidad de heredar la corona francesa - dejando como
heredero de esta a un bisnieto de Luis XIV, de precaria salud - tuvo éxito en
su propósito de quedarse definitivamente reconocido como rey de España, pero,
además de perder Gibraltar y Menorca (temporalmente), perdió todos los
territorios en Europa fuera de la península: Países Bajos, Cerdeña, Milanesado,
Mantua, etc. que todos pasaron a Austria, Nápoles que estuvo ocupado por
Austria (recuperado en 1734 y cedido por Felipe V a su hijo Carlos -
futuro Carlos III - el mayor de sus hijos con Isabel de Farnesio, como reino
independiente) y Sicilia a Saboya (después permutado con Austria por Cerdeña, y
eventualmente unido a Nápoles por Carlos).
A esto llevaron España tanto matrimonio
político y consanguíneo, tanta defensa religioso y territorial, tantas guerras,
tantos gastos y tanta miseria. A partir de Felipe IV habían perdido los
siguientes territorios:
Rosellón y Cerdaña
|
1659
|
Milanesado
|
1713
|
Artois
|
1659
|
Nápoles
|
1713
|
Portugal
|
1668
|
Cerdeña
|
1713
|
Lille
|
1668
|
Sicilia
|
1713
|
Cambrai
|
1678
|
Menorca
|
1713
|
Franco Condado
|
1678
|
Gibraltar
|
1713
|
Países Bajos Austria
|
1713
|
|
|
Hay que insistir otra vez que Artois, Lille,
Cambrai, Franco Condado, el Milanesado y los Países Bajos no fueron nunca
territorio español sino territorios dinásticos personales de los Habsburgos. Si
estos territorios, que a la larga demostraron ser indefendibles, se hubieron
vendidos en su momento al mejor postor, España hubiera evitado gran parte de
las guerras en que se vio implicada durante todo el siglo XVI, se hubiera
evitado la decadencia del país y, como observador de las luchas de los demás,
probablemente se hubiera mantenido como potencia de primer orden.
En España la lucha entre los dos
pretendientes había tenido sus altibajos para cada uno, pero al final la
contienda se resolvió, como ya hemos visto, a favor de Felipe. Este que en 1701
había jurado respetar los fueros y privilegios de Aragón y Cataluña, cambió de
actitud después de ganar la batalla de Almansa y de la ocupación de Valencia
(1707) y abolió totalmente los fueros de Valencia y, de paso, también los de
Aragón. El resultado fue que, después de la firma del Tratado de Utrecht y la
evacuación del ejército del pretendiente austriaco, Cataluña y Mallorca
siguieron la lucha por su cuenta hasta
la toma por asalto de Barcelona el 11 de septiembre de 1714, y la
rendición de Palma de Mallorca (3 de julio de 1715). Terminada finalmente
la guerra de Sucesión se publicó el decreto de "Nueva Planta" (1716)
que anulaba gran parte de los fueros catalanes y disolvió el Consejo de los
Cientos y la "Generalitat", y el sistema de gobierno fue uniformado
con el de los demás países españoles o sea, castellanizado. También los Países
Vascos cayeron bajo el yugo centralizador aunque menos que la Corona de Aragón. El único
territorio cuyos fueros fueron respetados era Navarra.
Vemos con la llegada de los Borbones el
antiguo sistema político federal (o hasta confederal) de los reinos españoles
desapreció y fue sustituido por el absolutismo y el centralismo francés.
Como parte de esta política centralista hubo
una política lingüística de castellanización de los territorios de habla
catalán que tuvo gran éxito, especialmente en Valencia, a través del
nombramiento de párrocos castellanohablantes. Igual que en Francia los Borbones
aplicaban una política de supresión de la Langue d'Oc, en España un rey borbónico empezaba
la supresión del catalán. Al propósito de la castellanización de los
territorios de habla catalana ayudaba también la fundación de la Real Academia de la Lengua cuya misión era
velar por la pureza de la lengua castellana (Durante el siglo XVIII, bajo los
Borbones, comienza a extenderse el nombre de España al país, pero a Carlos III
todavía se le califica de "Rey de las Españas" (como "dux"
de Castilla, León, Aragón, Sicilia, Jerusalén, Navarra, Granada,
Toledo,Valencia, Galicia, Mallorca, Sevilla, Cerdeña, Córdoba, Córcega, Murcia,
Jaén, Algeciras, Gibraltar etc.) Las viejas costumbres tardaban en morir.
A partir del siglo XVIII se empezaba a
introducir, poco a poco, símbolos destinados a crear una conciencia de unidad
nacional. La bandera de tres bandas introducida por Carlos III, (1785) para la Armada española, tanto como
la de cinco para la marina mercante estaba basada en la bandera marítima
napolitana, que, a igual que la "senya" catalana, era a su vez
descendiente de la bandera aragonesa antigua. La bandera municipal
napolitana todavía sigue demostrando este origen.
Nos podemos plantear la pregunta si
imponer una variación de la bandera de la Corona de Aragón a la Armada fue una compensación
consciente por haber impuesto el castellano a los pueblos de habla catalán.
Hubiera sido más lógico, y más integrador, combinar la bandera aragonesa y la
castellana, aceptando por ésta la bandera de guerra con la cruz de Borgoña,
usada ya ocasionalmente desde los tiempos de Alfonso VII, (primer rey de la Casa de Borgoña, como hijo de
Raimundo de Borgoña) y después reintroducida por Felipe I (1506) el Hermoso,
como signo distintivo de la casa de su madre, María de Borgoña, y
posteriormente por Felipe V. Este símbolo se llevó a partir de entonces, de una
forma o otra, prácticamente hasta 1931, en que la Segunda República
lo abolió. Desde 1971 figura en el guión del Príncipe de Asturias y desde 1975
en el del Rey. La cruz era de color carmesí o morado, indistintamente, sobre un
fondo blanco. Combinando las dos banderas el resultado pudiera haber sido la de
aquí abajo a la derecha.
Es curioso que una bandera muy similar, con 3
bandas de igual altura, fue usada a partir de 1520 en los Países Bajos por
Carlos V.
Todavía pasaron casi 60 años antes de que en
1843, los colores roji-gualdas que habían ido tomando carácter de símbolo
liberal, frente a las blancas de las carlistas-se convirtieron definitivamente
en bandera nacional de España.
Aparte de los colores, la bandera tenía en su
centro un escudo real circular reducido al cuartelado de Castilla y León (como
la de Carlos III,) pero ahora colocado sobre el cruce de una pequeña ¡aspa roja
de Borgoña!
Durante el Gobierno Provisional (1868-1871)
se dispuso que en el escudo se sustituyese la corona real por otra mural, que
se añadiesen a sus dos lados las columnas de Hércules, y que el cuartelado
fuese de Castilla, León, Navarra y Aragón. Después del intervalo del
"Sexenio Democrático", volvió la bandera anterior. En la 2ª
República se incorporó una banda morada a la bandera (3 bandas iguales, rojo,
gualdo y morado) en honor a los comuneros de Castilla, y, curiosamente, usando el
escudo del Gobierno Provisional; la versión lisa, muy usada, nunca fue
oficialmente legalizada. Por incorporar el color morado, color muy vinculado a
Castilla (poco importe
si proviniera de la Cruz
de Borgoña o de la bandera comunera) la bandera republicana era en esencia más
globalmente español que la bandera real.
La bandera adoptada durante la primera parte
(1936-38) de la Guerra
Civil por los "nacionales" fue idéntica a la
del Gobierno Provisional del siglo anterior. Como no tenían más que banderas
republicanas a mano, tapaban la franja morada con un trapo rojo creando una
verdadera curiosidad; ¡una supuesta bandera nacionalista con tres franjas de
igual altura y un escudo anti-borbónico / republicano!
Aparte de los decretos centralizadores de
1707 y 1716 y completados durante todo el siglo XVIII, hubo otras muchas
medidas de talante absolutista. Los cortes perdieron por completo el escaso
papel que habían desempañado con los Austrias. En las pocas veces que
fueron convocados se vieron privados de su principal función: la concesión de
tributos y la fiscalización del gasto. Además, con la excepción de Navarra, las
convocatorios siempre fueron conjuntos como prueba fehaciente del proceso de
centralización. De los consejos solamente el de Castilla (o Real) mantuvo su
importancia.
Todos los antiguos gobiernos locales
desaparecieron y fueron sustituidos por un sistema de intendentes y
corregidores. Igualmente importantes fueron las medidas económicas: la apertura
del sistema de gremios, la libertad del trabajo, la supresión de las aduanas
interiores y la protección de la industria del textil, entre otras. Vemos que
muchas de estas incipientes medidas liberales iban combinadas con otras
proteccionistas.
Uno de los
principales resultados del absolutismo de los reinos europeos fue la relegación
del poder político de la aristocracia y el ascenso económico de la burguesía.
No es sorprendente que esta misma burguesía con el tiempo buscaba no
solamente el poder político sino también la hegemonía social. En esencia todas las
grandes revoluciones de los últimos cuatro siglos han sido promovidas,
provocadas y ejecutadas por la burguesía usando a la plebe como mero carne de
cañón. La revolución cromweliana tuvo como objetivo la instalación de una
republica parlamentaria por parte de la burguesía protestante disidente y
termino como dictadura militar "puritana".La revolución americana no
era tanto una guerra de liberación contra la opresión real con sus impuestos
arbitrarios, como un intento de la burguesía colonial de emanciparse del
control del parlamento ingles y ocupar el poder, un intento que por cierto
solamente prospero gracias a la ayuda de dos monarquías absolutistas, Francia y
España. Por otra parte la revolución francesa
fue un intento de la burguesía supuestamente "ilustrada" a
hacerse con el poder y al mismo tiempo desplazar la aristocracia como grupo
social dominante, y en el siglo XX, las revoluciones comunista, fascista y
nacionalsocialista fueran, a su vez, respuestas de las clases medias bajas
nacionalistas, rencorosas y racistas, a estados mas o menos liberales.
Grosso modo, podemos decir que todas estas
revoluciones usaban como autenticas cortinas de humo eslóganes basados en la
"libertad, igualdad y fraternidad", conceptos ilustrados que los
motores verdaderos de los movimientos revolucionarios no tenían la más remota
intención de respetar.
Como ya hemos
visto la revolución cromweliana termino con la instalación de una dictadura
militar puritana, y la
Restauración monárquica, después de la muerte del Protector
Oliver, fue recibido con gran jubilo y alivio por la inmensa mayoría de los
ingleses. Los primeros verdaderos avances democráticos ocurrieron en 1689 con la Declaración de los
derechos de los ingleses - en plena Restauración - que inauguro la democracia
parlamentaria -la famosa Carta Magna de 1215 no fue, originalmente, un
documento que garantizaba las libertades, sino la introducción del feudalismo
puro y duro contra el centralismo primitivo de Guillermo el Conquistador y sus
descendientes - limitada todavía a un sistema aristocrático / burgués De
forma parecida, la revolución norteamericana llevo al poder a los grandes
terratenientes y a la burguesía urbana muy enriquecida gracias a la
guerra. Históricamente, las brutalidades cometidas contra aquellos colonos
legitimistas que no habían logrado escapar a Canadá y las Bahamas, y que fueron
torturados, fusilados y expoliados de sus bienes - muy comparable con lo que
ocurrió 90 años después con los confederados al terminar la Guerra Civil) - han
sido silenciadas y siguen siendo una de las paginas mas negras de la historia
de los Estados Unidos. Los textos de la Declaración de Independencia y de la Constitución
estadounidense fueron considerados como
maravillas democráticas, pero sus conceptos solamente fueron aplicados
poco a poca a través del siguiente siglo y medio, y no fueron cumplidos
en su totalidad hasta la década de los 60 del siglo pasado con la emancipación
definitiva de los negros. La revolución francesa traiciono sus ideales y se
convirtió en una tiranía "imperial" -más pequeño burgués que burgués
- peor que el ancien regime anterior. Su cúpula dominante no tardó mucho en
auto-adjudicarse en 12 años más títulos nobiliarios de lo que había hecho la
monarquía en 8 siglos. Las revoluciones comunista, fascista y
nacional-socialista -también estas ultimas dos eran revoluciones no obstante,
de haber escogido el camino de la manipulación del sistema democrático
vigente - son tan recientes que no hace falta decir mucho sobre ellas, aparte de
observar que fueron una venganza pequeña burguesa contra la burguesía - que en
el siglo XIX se había convertido definitivamente en la clase dominante - una
especie de movilidad social revolucionaria.
Visto esto, se explica la movida historia de
los siglos XIX y XX, no solamente en España sino también de sus colonias Canarias
e Hispanoamérica.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario