SITIO OFICIAL DE LA IGLESIA DEL PUEBLO GUANCHE

TENEMIR UHANA MAGEK GRACIAS PODEROSA SOL
ENEHAMA BENIJIME HARBA POR SALIR UN DÍA MÁS
ENAGUAPA ACHA ABEZAN. PARA ALUMBRAR LA NOCHE.

jueves, 1 de agosto de 2013

LA DIOSA MADRE EN LAS ISLAS CANARIAS-II







(Libro inédito)


Eduardo Pedro García Rodríguez


CAPITULO-II-II

ORIGENES DEL PUEBLO GUANCHE-MAZIGIO

Viene de la página anterior.



3.Analisis

Las variantes del primer grupo (achinech, achinach, achineche, chinechi, chineche, chinec, achinetche, atchinetche, chinet) son la transcripción de la palabra zanata, tal como la pronunciaban los antiguos habitantes prehispánicos. Hay que tener en cuenta que la palabra zanata no es nada más que la versión gráfica de una palabra que ni siquiera los árabes la pronunciaban así, sino zenete. El arabófono, aún en nuestris días, cuando quiere escribir una palabra que conoce del árabe hablado, la pone en  árabe literal. En lengua árabe la distinción entre lengua clásica y lengua moderna no es pertinente; la única distinción es la que existe entre árabe literal (de littera, carta, escrito) y árabe hablado (la lengua que no se escribe, sino que se habla). Por lo tanto, lo que hacían los árabes respecto a dicho vocablo era traspasar a la grafía árabe, que solamente anota tres vocales largas (a, i, u) y tres breves (a, i, u,) (Poner tildes) una palabra que no era árabe, sino beréber,-o, mejor aún, zanata – a los modos de expresión gráfica árabe.

El gramático árabe conoce el fenómeno de la imala, (añadir tilde, pag. 224)  que consiste en el cambio del timbre vocálico de la a, cuando tiende a pronunciarse e. Pero los gramáticos se refieren a palabras árabes; este no es el caso de nuestro vocablo.

Ahora bien, ya hemos anotado que es Ibn Jaldun quien nos dice que zanata no es árabe; y que la z es un modo de transcribir un sonido que el alfabeto árabe no posee. Ese sonido, intermedio entre s  y y, (p.224) “acompañado de un silbido” (de una aspiración) aparece transcrito en las voces citadas mediante una ch. En este grupo la aspiración no aparece, pero si se muestra en el grupo de tipo heneto, que no es sino la palabra zenete, con la terminación o para castellanizar una palabra terminada en consonante.

Acerca de la t final aunque hoy día se convierte en t hay suficientes documentos de que los guanches palatizaban el fonema, como lo atestigua la trascripción en ch de los cronistas castellanos y en tch los franceses. De esta manera recogieron el vocablo que se debía de pronunciar bzenec.

Esta es la razón de que los que se oponían a la piedra zanata. Se rasgasen las vestiduras y dijeran que mi lectura “no tenía valor científico”. Porque, ingenuamente creían que, si la inscripción de la piedra era zanata, no tendría que aparecer la famosa grafía, sino que debería haberse escrito con arreglo a los siguientes supuestos:

1                    En caracteres líbicos-beréberes
2                    En tifinay modernas
3                    En tifinay antiguas

En el primer caso la piedra exhibiría esta humilde y equivoca inscripción, que nada diría a esos arqueólogos:


 
                       




Es decir, al encontrarse la piedra leerían “menos, partido por, más”. Seguidamente tirarían al barranco el pedrusco. Lo cual sería nefasto porque           + se transcribe z n t y puede vocalizarse, en efecto, zanata. Pero, siempre considerando el desconocimiento de este tipo de escrituras por parte de quien se encontrase el artefacto, dichos signos corrían el riesgo de pasar desapercibidos.

Veamos la segunda hipótesis: que fuera una escritura tifinay modernas:

                                              


La inscripción sería también zanata. Pero la inscripción sería despreciada por ser moderna.. No tendría valor ninguno para ser presentada en público como fue. Quedaría según ellos, una última hipótesis, que el destinatario a quien iba dirigida la piedra, hubiera encontrado la grafía en tifinay antiguas:
















 
                                              

En este caso sería casi correcto, pues pondría znt, es decir, zanata. Pero se corría el riesgo de que esos arqueólogos, desconocedores de la escritura líbico-beréberes, se fueran a su casa, abrieran una tabla alfabética líbica y, en vez de leerlo como tifynay antiguas, las considerasen como propias del corpus de Chabot. Entonces ¿qué ocurría? Pues al ver la tabla de equivalencias de este autor, que transcribe siempre          como S, leyera la palabreja como snt y entonces ¡ay, dolor! Los siempre despistados arqueólogos habrían vocalizado sanata y habrían seguido sin enterarse de nada.

De todas maneras, quien urdió la idea de que la piedra era falsa, no estaba muy versado en este tipo de escrituras; porque la grafía última               +      se encuentra en el
Norte de África, bajo la forma         +           (sntn) dos veces y que se traduce por “el castrense, el que es de los campamentos, el nómada”.

En suma, la palabra zanata jamás podrá ser encontrada bajo esta forma                          








 


en ningún alfabeto líbico beréber, porque esa palabra, pronunciada zanata o zeneta, o znete son formas árabes, no beréberes.

¡No es zanata, sino bzenec! ¡La palabra nunca ha sido pronunciada así por los zanatas! Eran los árabes quienes lo pronunciaban de esa manera” (Rafael Muñoz, 1994:220-226).
“Para estudiar las tribus que poblaron la isla de La Palma, es necesario analizar la vida de los arios desde su asiento en Egipto. Según hemos visto ya los habitantes de Tenerife y los de La Palma tenían como nombre común el de Guanches; como denominación particular, los de esta última isla se llamaban Haouarythes, que según los historiadores en nada o en muy poco diferían de los de Tenerife.


Con objeto de llegar a un conocimiento exacto de donde procedían esas tribus debemos remontarnos a los faraones egipcios de la XIIª dinastía, sobre todo a Amenemhait III. Este monarca, si no fundó la ciudad que más tarde se llamó Crocodripólis, como afirman algunos autores clásicos, por lo menos erigió allí monumentos cuya naturaleza, mal comprendida en la época helénica dio origen a la leyenda del lago Moeris y a la del Laberinto.

Herodoto fue el primero de los historiadores occidentales que habla de tales construcciones, el único que las vio, y de él copiaron los escritores posteriores su descripción, no sin embellecerla con rasgos más o menos fabulosos. Contaba este historiador que un faraón, Moeris, había construido a pocas leguas más arriba de Menfis y al occidente, un depósito inmenso en el cual almacenaba el exceso de aguas de la inundación. Este depósito era el famoso lago Moeris de los clásicos, cerca del Fayma actual, donde la cadena líbica se interrumpe de pronto y descubre la entrada de un valle que, ahogado al principio entre las paredes de las montañas, se ensancha a medida que se interna en dirección al poniente y acaba por abrirse en anfiteatro.


Faraón Amenemhait III, (1842-1797 a.d.n.e.)

          Construido el depósito, Moeris estableció su residencia en las cercanías y se erigió a la vez un palacio y una tumba. El palacio, que vino a ser templo a la muerte del fundador, se llamó el Laberinto, situado al oriente del lago, sobre una pequeña meseta casi pegada al emplazamiento de Crocodripólis. La fachada que daba al lago Moeris era toda ella de piedra caliza, tan blanca que los antiguos suponían que estaba hecha de mármol de Paros; el resto del edificio era de granito de Siena. Una vez dentro del recinto, se sentía uno como perdido en un dédalo de pequeñas cámaras oscuras, cuadradas todas ellas coronadas por un solo bloque de piedra a guisa de techo, comunicándose por pasillos las tres mil cámaras de que constaba el edificio.

Desgraciadamente, según se ha comprobado, esas grandes construcciones no son sino otras tantas leyendas, que no encierran sino una pequeña parte de la verdad. El depósito famoso que regulaba la inundación y aseguraba la fertilidad de Egipto, no ha existido nunca. Lo que Herodoto vio fue la inundación, moiri (de aquí el nombre del faraón Moeris, desconocido en los documentos indígenas) y lo que tomó por dique que constituían el recinto del depósito, eran las calzadas que separan una de otras las cuencas. En la època que este historiador visitó al Egipto, el lago natural que se abría al Este del valle, ocupaba una superficie mucho más considerable que la que tiene en nuestros días, y su nivel más alto.

El Laberinto, que es lo que más nos interesa para nuestro trabajo, no era tampoco el palacio maravilloso que nos describe el padre de la historia, sino la ciudad que Amenemhait III fundó como dependencia de la pirámide, según era costumbre, cuyas ruinas pueden verse aún cerca de la aldea de Haouarah.

La identidad del Laberinto con las ruinas de Haouarah, señaladas por Caristié-Jomard en su <<Description des ruines situées prés de la pyramide d’ Haouarah.>> en la <<Description de l’ Egipte>>, tomo IV, páginas 478-524, y por Lepsius, <<Briefen ans Aegiten>>, página 74 y siguientes, ha sido puesta de duda por Petrie, <<Hawara, Biahum and Arsinoe>>, página 4 y siguientes.

De la primitiva ciudad fundada por Amenemhait III, y más tarde en tiempos de Ramses III, poblada por tribus arias, éstos tomaron el nombre de la ciudad donde residieron.



Ruinas de Hawara con la Pirámide de Saqqara al fondo.
Grabado: Archivo del Autor.

De Haouarah nació la voz Haouar- ythes, terminación ésta última de origen griego que significa pobladores, descendientes, y también valientes o guerreros, como en hopl-ytes. La traducción será: <<los oriundos o los valientes de Haouarah>>. Unidos con los Guan-shaít <<los hombres de la tierra del lago>>, se corrieron por etapas sucesivas hacía el occidente, hasta la Argelia, invadiendo Marruecos y desde allí a las Canarias y a las islas de Tenerife y La Palma, último punto de su movimiento progresivo.


Algunos objetarán que tan largo trayecto no es posible que fuera recorrido por tribus emigrantes; a esos les contestaremos que mayores fueron los recorridos por los iberos desde el Cáucaso hasta España, los germanos desde el centro del Asia, y los árabes desde su península, atravesando toda África, hasta España y sur de Francia (Buenaventura Bonnet, 1925:137-139)

LA GOMERA: “...Del estudio de los cráneos encontrados en estas islas y de los esqueletos, han deducido los antropólogos la existencia de tres razas, a saber: la de Cro-Magnon, prehistórica, la semita, ya histórica, y otra desconocida.

De esta última dice el doctor Verneau: <<otro tipo, de cráneo corto y narices anchas, y cuya procedencia se ignora, constituía una pequeña minoría de Canaria y Hierro, y abundaba en la Gomera. Era de pequeña estatura, sepultaba sus cadáveres en cuevas, y el núcleo principal residía en la Gomera.>>

<<De donde y cuando vinieron a Canaria, Hierro y principalmente a la isla de la Gomera aquellos hombres de cráneo corto y narices anchas, es un problema que aún está por resolver.>> Verneau
Nosotros sin embargo, procuraremos intentar darle una solución satisfactoria a ese problema.

LA RAZA DE FURFOOZ:  Todavía florecientes las tribus de Cro-Magnon, vivían en el occidente  de Europa otras razas, que se distinguían por ser más o menos braquicéfalas. Estas razas estuvieron representadas por escaso número de individuos hasta la dispersión de los cazadores del reno, en que nuevos grupos vinieron a repoblar los lugares que estos dejaron vacantes. Estos nuevos pobladores no desarrollaron su historia sino en el periodo neolítico.

Con este tipo aparece en el occidente de Europa el cráneo redondo, mesocecéfalo. He aquí sus caracteres generales: Frente estrecha, baja deprimida, bóveda poco elevada. Comparada con la Cro-Magnon, su cráneo es más pequeño, los pómulos menos apartados, las órbitas más redondas, las fosas nasales más anchas y las mandíbulas inferiores menos grandes y gruesas. También su estatura es mucho más pequeña; varía entre 1,53 y 1,62, bajando hasta el nivel de los lapones. Los huesos de las extremidades, fémures, tibias, peronés, cúbitos, son exactamente semejantes a los de los actuales habitantes de Europa.

Una particularidad de esta raza era la frecuencia de la perforación olecraniana del húmero, que se encuentra en 25 individuos de cada cien a principio del neolítico. Esta perforación que se interpretó equivocadamente como carácter simio, o por lo menos de inferioridad, es común en mayor o menor grado a casi todas las razas actuales. Sin embargo en las dos primeras razas fósiles, la de Canstad y la Cro-Magnon, no se ha observado dicha perforación, lo cual prueba e induce a creer que fue introducida en Europa por la tercera raza cuaternaria, la de Furfooz.

Esta raza procedía de Oriente. El descubrimiento efectuado el lacs de Regy Sap, cerca de Grau, Hungría, prueba que en pleno periodo del reno existía en el Danubio un pueblo de verdaderos braquicéfalos. No era posible suponer que este valle fuera su  patria primitiva, que debemos buscar más al Oriente, donde hallamos una raza, la turaní, que ocupó vastísimos territorios de Asia y de Europa, mucho antes de que los semitas y arias empezaran su historia, y a la que, por la semejanza de caracteres, no podemos menos de referir las tribus de Furfooz. Aquí se dan la mano por primera vez los descubrimientos prehistóricos y las investigaciones históricas, prestándose mutuamente vivísima luz.

Estos hombres pulimentaban la piedra; vivían en moradas o en cuevas; en estrechas canoas surcaban los lagos y las costas de los mares;  disponían de alimentación abundante y variada: pescado, carne, leche, frutas de todas clases, la mayor parte de nuestros cereales y algunas legumbres; poseían animales domésticos, el perro, el buey, la cabra, la oveja, el cerdo y quizás el caballo; sin dejar de ser cazador y pescador, es principalmente pastor, y se ensayó en los rudimentos de la agricultura; tallaba la piedra con admirable perfección, la pulimentó y supo elaborar una cerámica, si tosca, no desprovista de cierta elegancia.

Con el coral, ámbar y otras materias, trabajó pendientes, collares y brazaletes de formas muy variadas; vivía en sociedades bastantes numerosas, organizadas en clases por la división del trabajo; consideraba a la mujer, a cuyo cargo estaban las faenas de la casa y quizás las del campo; en cuevas naturales entierra a los muertos, cree en la inmortalidad del alma y en la existencia de otra vida, practica la magia y rinde culto a los espíritus, apareciendo así la manifestación más antigua del sentimiento religioso.

De las descripciones anteriores se ve perfectamente que entre los cráneos estudiados por Verneau en la Gomera y los de la raza Furfooz, existe una verdadera conformidad. El cráneo es corto en ambas, las fosas nasales anchas, la estatura pequeña y sepultaban a sus cadáveres en cuevas naturales. La semejanza es tan notable, que no es posible rechazarla. Del  examen verificado por nosotros en el Museo Municipal de húmeros de gomeros auténticos, hemos comprobado con verdadera sastifacción que también tienen perforada la fosa oleocraniana. La identidad es, pues, indiscutible.

RUTA SEGUIDA POR ESTA RAZA: Según las afirmaciones de sabios como Cortailhac, Evans, Lyell, Lenormant y otros, resulta evidente que esta raza salió del centro del Asia, de los montes del Altai, extendiéndose en dos direcciones. Una parte se dirigió al noroeste, estableciéndose en el lago Aral y en los valles del Ural, de donde se corrió a Europa, a donde llegó al final de la época cuaternaria; otros ramales tomaron hacía el suroeste el camino de regiones más fértiles y se establecieron por un lado, en el golfo Pérsico y por otro, en el interior y costas de Asia Menor.

Este derrotero conviene en un todo con las narraciones históricas. Gomer,  fue hijo de Japhet, según la Biblia, progenitor de los cimerianos que se  establecieron al norte del Ponto Euximo (Mar Negro), extendiéndose después por parte de la Grecia, Italia, Alemania y Francia. Parte de la descendencia del  mismo Gomer se estableció en el país que fue de los gálatas, en la Galacia, región de Asia Menor, que en tiempos de los emperadores romanos formó parte de la provincia del Ponto, afirmación que se deduce del hecho de que los pueblos anteriores a los gálatas en la posesión de aquel territorio se llamaban <<Gomares>>, descendientes de Gomer. A estos alude Ezequiel en su profecía, cuando habla de los pueblos de Gog, que se reunían contra Israel.

Del Asia Menor, esos pueblos de espíritu aventurero y expansivo se trasladaron al África. De los <<Gomeres>> del Ponto descienden los <<Gomer>>, una de las cinco antiquísimas tribus que poblaron Berbería, sobre todo en las costas del Mediterráneo, desde los confines de Ceuta hasta el río Muluya, que en otra época dividió Mauritania Tingitana de la Cesariense.

De estas regiones, los Gomer o Gomeros, por etapas sucesivas, aportaron a las Canarias, principalmente a la isla de la Gomera, que de ellos indudablemente tomó nombre, como también Veléz de la Gomera.

Según Antonio de Lebrija, en África existe un belicoso género de hombres que se llaman gomeros, y se suelen asoldar para la guerra, que andan viva quien venza, y estas mismas cualidades se encuentran en nuestros gomeros.

Los primeros historiadores de la Conquista están conformes en que los gomeros eran animosos, ligeros y diestros en ofender y defenderse, grandes tiradores de piedras y dardos. Las batallas de Argodey y los bandos en que estaba dividida la isla, llamados Mulagua, Agana, Ipalan y Orone, corroboraban también nuestro aserto, y en sus cantares recordaban a sus héroes Aguacomoros, Aguanahuche, Amanhuy y Gralhegueya, jefes de tribu que peleaban por sus discusiones con un arrojo sin limites , persistiendo su recuerdo hasta la época de Abreu Galindo. Por último, el alzamiento de los gomeros contra Hernán Peraza demuestra el ánimo esforzado de este pueblo.

De todo lo expuesto deducimos que no es posible sustentar las teorías forjadas por algunos historiadores de que el nombre de la Gomera provenía del hecho de encontrase en la isla con abundancia  Almaciga, goma de lentisco, árboles que según Abreu Galindo, crecían en  gran número y daban mucha copia de goma, y por ello la apellidaron los españoles


Gomera. Los análisis e investigaciones consignados por nosotros en este trabajo nos permite desechar esa etimología.

Viera y Clavijo pretende fundamentar el anterior aserto con las siguientes palabras: <<El legitimo origen de una etimología suele estar oculto y como envuelto en ciertas bagatelas, de la que no se hace caso...>>, pero ésta sacada de la goma del lentisco, a la verdad, no satisface a la crítica y hasta carece de verosimilitud.

Todos los escritores afirman que la isla de Gomera no tuvo nunca otro nombre sino el ya indicado de Gomera, y esto prueba aun más nuestro razonamiento etnográfico, ya que antes de ser conquistada por Bethencourt, se llamaba por su único nombre.

Robustece nuestra opinión desde el punto de vista histórico, la opinión de Leopoldo Buch, a la cual nos adherimos. Afirma este sabio que la isla omitida en las relaciones de Plinio, que sólo menciona seis, pudo ser la Gomera, que por occidente les pareció a los enviados de Juba una prolongación de Tenerife, como efectivamente así ocurre; por esto la denominaron de Juniona mayor o menos tan discutida y que se le atribuye, simplifica la cuestión.” (Buenaventura Bonnet (1925:161-168).

LA ISLA DE HERE: “De tres derivaciones distintas se ha pretendido deducir el nombre actual de la isla del Hierro.

El P. Maestro Sarmiento indica que una de las afortunadas, según el testimonio de Plinio, se llamaba Juniona Menor, tal vez por haber sido consagradas a la Diosa Juno. Llegó a copiar esta noticia Ptolomeo, y como hacía en griego su traducción no las llamó sino <<Heras Neso>>, esto es, <<las islas de Juno>>, porque esta Diosa se decía en griego <<Hera>>, y en dialecto jónico <<Here>>.

Todos sabemos que la geografía de Ptolomeo era casi la única que manejaban los árabes occidentales, y consiguientemente, los españoles al principio de este milenio,[1] así nada era más regular que el que llamasen a una de las Canarias la isla de <<Hera>> o de <<Here>>.

Viera y Clavijo en sus “Noticias” tiene por cierto que aquel nombre se originó del hierro, metal en que abundaba la isla, que le fue dado por los primeros pobladores europeos, en lo cual sigue en parte a Abreu Galindo, página 46: <<Otros dicen se llamaba “Fero”, fuerte, y como ellos no tenían hierro, ni usaban de él, y vieron que el hierro era cosa fuerte, correspondiente al nombre con que llamaban a su tierra, aplicaron vocablo y nombre de <<Eseró>> al Hierro. Otros dicen se llamaba esta isla <<Fer>>.

Por último, Viana en su poema, (canto 1.º pág. 18, edición 1854), nos asegura que la palabra <<Hero>> significaba fuerte en el idioma del país:

“Capraria o <<Hero>> que ahora llaman Hierro,
Que el nombre de Capraria significa
En su lengua, grandeza, y <<Hero>> “fuerte”,
De lo que dieron título a la isla,
Por la gran maravilla de aquél árbol

Que mana el agua que les da sustento...”

Es digno de tenerse en cuenta que los primitivos habitantes del Hierro llamaban <<heres>> o <<eres>> a las albarcas donde el “Garoé” destilaba su agua como en una especie estanque. Berthelot, se inclina también a esta etimología.

Quedamos agradablemente sorprendidos ante la analogía de esa voz, <<here>>, con la usada en igual sentido en el Sur de esta isla de Tenerife y dada a toda fuente o manantial de agua. En el fondo de los barrancos, principalmente en los de Chajaña y en el de los Colmeneros, Arico, surgen durante los inviernos pequeños manantiales ocasionados por las aguas filtradas a los que se denomina hasta hoy día <<Leres>> o <<Lere>>, contracción de <<El Here>>, siendo común oír esta frase: ¿vamos al “Lere”? En el sentido de traer agua de esas fuentes.

Tal descubrimiento nos demuestra la persistencia del lenguaje primitivo que nos ha permitido establecer una filiación entre herreños y tinerfeños, y asentar firmemente la verdadera etimología de la voz <<here>>, significando la isla del Hierro.

El cambio fonético de <<Hero>> es debido a la disimilación, que todos sabemos es la tendencia que tienen dos sonidos semejantes en una misma palabra a diferenciarse, ejerciéndose frecuentemente de una sílaba a otra. Por disimilación la primera <<o>> de <<sororem>> se cambia en <<e>>, <<seror>>; y en <<here>>, la última <<e>> se cambió en <<o>>; asimilación regresiva.

En el mapa de Jaime el judío se designa esta isla con la descripción de <<Ila del ffero>>, transformando la H en F; despues se dijo <<Fer>>, y más tarde <<Ferro>>, y último <<Hierro>> con que definitivamente se le bautizó, si bien como hemos visto, sin intervenir para nada en su etimología ese metal (Buenaventura Bonnet, 1925:97-98).

Nosotros aunque compartimos los planteamientos del señor Bonnet en cuanto al proceso etimológico de la voz Here, creemos que con anterioridad a que se le designara por este nombre por los colonos romanos, debió ser conocida como isla de Tanit, Diosa principal de los fenicios de Cartago, y al ser sustituidos por los romanos en las colonias y asentamientos que Cartago mantenía en el noroeste de África, y en especial en las Islas Canarias, según se desprende de los numerosos indicios arqueológicos existentes en las Islas, así como los grabados rupestres alfabetiformes de origen libícos- bereber y feno-púnico existentes en la isla del Hierro. Es indudable hoy en día que los romanos mantuvieron la advocación de la isla a la Diosa cambiándole el nombre púnico de Tanit por el romano de Hera, nombre que recibía en el panteón romano la Diosa Tanit, cambiando la vocal final de <<a>> por <<o>> al castellanizarse el nombre y por las razones expuestas por el Señor Bonnet. Esta afirmación la desarrollaremos debidamente en el capítulo correspondiente.

LAS RAZAS DEL HIERRO: De los estudios antropológicos efectuados en la isla del Hierro puede afirmarse que la poblaron tres razas distintas que aportaron a ella distintas épocas a saber:

Tribus de cráneos dolicocéfalos, de gran estatura, frente ancha, órbitas rectangulares prolongadas en el sentido horizontal y coronadas de fuertes arcadas superciliares; la cara muy ancha en la parte superior y la nariz recta y corta.

Con posterioridad a esta raza invadió la isla otro pueblo: los semitas, de estatura más baja, de cráneo dolicocéfalo y a veces suddolicocéfalo, menos alargado que el de los arios (Guanches), y perfectamente ovalado; con cara alta y estrecha, ojos también altos, redondeados, muy abiertos, con arcadas superciliares poco salientes, nariz larga y estrecha, con escasa depresión en la nariz, pómulos deprimidos, maxilares estrechos y barbilla un poco puntiaguda y saliente.

Si la robustez es la característica de los arios, la finura de la cabeza y de todo el esqueleto puede decirse que es la nota saliente de los semitas.

Por último, un tercer tipo, braquicéfalo, de cráneo corto y narices anchas, estudiado por nosotros en el artículo anterior al tratar de la Gomera, donde formaba la totalidad de la población, se instaló en pequeña minoría en el Hiero y en Gran Canaria.

De estos tres pueblos enumerados, sólo estudiaremos el primero, es decir los guanches, ya que nuestro propósito es analizar separadamente la raza semita. Los braquicéfalos de la Gomera los hemos estudiado con el detenimiento necesario.

LOS BIMBAHES O BIMBACHOS: Viera y Clavijo en su Diccionario, al hablar en el artículo Lapa (Patella) de los concheros de la isla del Hierro, dice: <<Parece que los “Bimbapas”, que eran los primitivos habitantes de aquella tierra, se congregaban en dichos sitios a celebrar sus fiestas, haciendo quizás su principal alimento de las Lapas...>>, En otros pasajes de sus “Noticias”, Viera y Abreu Galido los llaman “Bimbaces” o “Bimbachos”, ya sea por el cambio de la explosiva labial <<p>> en la más suave <<b>>, ya por eufonía, o por ser este el nombre más común.

Opinamos sinceramente que los habitantes arios del Hierro, los Bimbachos, no era un pueblo distinto al de Tenerife, sino al contrario un ramal de aquellos que se trasladó a la isla del Hierro, como hizo antes en La Palma.

Procuremos demostrar tal aserto. Mr. d’ Avezac dice que el nombre de “Bimbachos” provenía de la voz árabe o berebere “Beny` Bachirs” o “Ben Bachirs”, con cuya etimología se conforma Berthelot aún cuando no explica su origen.

Nosotros discrepamos de tal denominación, más para ello hemos  de hacer presente a quien nos lea, que en árabe y en berebere sólo existen tres mociones o signos para expresar los cinco sonidos de nuestras vocales; unos traducen por <<a>> y otros por <<e>>, la primera de dichas mociones, denominada <<fataja>>; la segunda <<quesra>> por la <<e>> o la <<i>>; y la tercera, <<damma>> unas veces por <<o>> y otras por <<u>>.

Siendo esto así, vemos que según Abreu Galindo, pág. 197, los habitantes de la isla de Tenerife habían tomado el nombre de <<Bincheni>>, corrupción según el señor Berthelot de <<Beny’ Cheni>>, transformado en Ben-Cheni>> o Bin-Cheni>>, según opinamos de conformidad en reglas enunciadas. También pudo derivarse esa última palabra de <<Beny` Chinerfe>> o <<Ben-Chenerfe>>, y ésta de <<Tchinerfe>>. Como <<Beny>> o <<Ben>> significa hijo, descendiente o tribu, y <<Chenerfe>> o Tchinerfe>>, Tenerife, la traducción sería <<hijos de Tenerife>>.

De la voz <<Bin-cheni>> nace la de <<Bin-Ben-Cheni>> o <<Bin-Ban-Cheni>> (transformada la <<e>> en <<a>> o sea <<Binbanche>> o <<Binbache>> por pérdida de la

segunda <<n>>, al pasar esa voz al castellano), cuyo primitivo origen fue <<Ben-Ben-Cheni>>, que quiere decir en bereber <<Hijos de los hijos de Tenerife>>; así el nombre de <<Bimbachos>> expresa claramente que un ramal guanche de Tenerife aportó al Hierro.

También debemos tener en cuenta que la palabra <<<<here>> o <<ere>> tenía el mismo significado en Tenerife que en el Hierro y que la voz <<Aceró>> y <<Eseró>> así mismo tenía igual valor en la isla de La Palma que en la que estudiamos, según las leyes morfológicas; dato que confirma Abreu Galindo en su pág. 174: <<El doceno señorío era Aceró que al presente llaman la Caldera  que en lenguaje palmero quiere decir <<lugar fuerte>>, que parece quiere significar <<lo mismo que en lenguaje herreño, “Eseró”.

A nuestro juicio, entre los guanches tinerfeños, palmeros y herreños, existen conexiones marcadísimas desde el punto de vista etnográfico y filológico” (Buenaventura Bonnet, 1925:97-100).



[1] Naturalmente se refiere al siglo XX.

No hay comentarios:

Publicar un comentario