Francisco
Pérez Saavedra
Una de las costumbres más
conocidas y llamativas de las sociedades primitivas son los llamados «ritos de
iniciación», estudiados por el etnólogo francés Arnold van Gennep, dentro de
los que denominó, como el título de su obra, Rites de Passage, Pans, 1909, traducido al castellano por Ritos de Paso, Madrid, Taurus, 1986.
Van Gennep prefiere
aplicarles la denominación de aritos de iniciación» y no el de «ritos de
pubertad», porque el comienzo de la pubertad humana, en general, y la de la
mujer en particular, es variable. Depende del clima (se adelanta en los países
cálidos), de la alimentación (el engorde anticipa la menarquía: primera
menstruación), de la profesión y de la herencia.
Pero Van Gennep no puede
negar la existencia de ritos de pubertad femenina, donde la «iniciación»
coincide con la pubertad fisiológica. Y lo que ya no dice el etnólogo francés
es que cuando se utiliza un régimen alimentario de engorde prematrimonial, como
aplicaban 1os canarios a sus mujeres adolescentes, esa coincidencia puede
provocarse y conseguir que los ritos de iniciación se sincronicen con la
pubertad.
Los ejemplos y modalidades
de los ritos de iniciación que podamos aducir resultan innumerables. Hasta el
punto que no conocemos un solo pueblo «salvaje» o «natural» que no someta a sus
adolescentes a pruebas y ceremonias, a veces cruentas, de circuncisión,
retiros, purificaciones y aprendizajes; de separación del mundo asexuado,
seguidos de ritos de agregación al mundo sexual de los adultos, al matrimonio
y, las mujeres, a la maternidad.
Es lo que ocurría en Gran
Canaria con las «maguadas» o (harimaguadas. Se trataba de menstmantes
novicias que eran recluidas mediante un período de purificación y aprendizaje,
hasta que salían para casarse. El hecho de su virginidad inicial y de su
reclusión colectiva, hizo que nuestros antiguos cronistas, en su mayoría
frailes, las comparasen con las monjas cristianas o con las vestales paganas.
Pero se trata de
claros anacronismos y
extrapolaciones, que confunden e interpretan unas costumbres y creencias
prehistóricas, como similares a las de una sociedad cristiana y renacentista de
los
siglos xv y xvi. Nosotros
así lo hemos señalado y las encuadramos dentro del marco social y del entorno
cultural que les corresponde, como un rito de iniciación o pubertad, en una sociedad
que vivía en la prehistoria.
Explicar a nuestras
harimaguadas por instituciones afines de reclusión temporal de jóvenes doncellas,
como parte de los ritos de pubertad practicados por los pueblos primitivos en todas
las partes del mundo, desde Nueva Irlanda, donde se encierran a las muchachas
menstruantes en una especie de jaulas, hasta las tribus del Amazonas, que las
colocan en una hamaca a las salidas del humo, nos resulta de una lógica
elemental.
Pero también hemos de
encuadradas, como institución peculiar de la isla de Gran Canaria, dentro de la
estructura social jerarquizada de los insulares.
La sociedad indígena de
Gran Canaria estaba jerarquizada en dos clases sociales bien definidas: “los
nobles y los villanos o trasquilados, ya que parece ser la ceremonia del corte
de pelo en los hombres, tras el examen de la conducta del candidato por el
Faicán, las que marcaban las diferencias entre la nobleza, que (traía barba
larga y cabello crecido”
No especifican nada estas
primeras crónicas sobre el pelo y distinción de nobleza en la mujer, pero un
cronista posterior, Cedeño (p. 374, 1978), escribe al respecto: acortaban el cabello
con astillas de pedernales: envubiaban los cabellos ellos y ellas
como fuesen nobles, mas las villanas también eran trasquiladas.
Van Gennep, en el capítulo
IX de su citada obra, nos habla del significado del corte de pelo como
separación del mundo anterior, mientras que el dedicarlo es vincularse al mundo
sagrado. Es un rito que puede significar un cambio de edad y el signo de
ingreso en una categoría o clase social determinada, como ocurría en Gran
Canaria.
Parecen, pues, pertenecer a
la clase alta y ser protegidas por ella. Así lo entienden los historiadores
posteriores, como Cedeño cuando escribe que se trata de «doncellas, hijas
dehombres principales.
Lo que no precisan nuestras
crónicas es si todas las mujeres de la clase noble pasaban por la situación de
harimaguadas.
Abreu Galindo nos dice que
“Entre las mujeres canarias habían muchas como religiosas”, sin precisar
cuántas.
Pero Tenesoya, la famosa
sobrina del Guanarteme, vivía en el palacio de su tío, en Gáldar, y no en un
cenobio de harimaguadas. Tampoco sabemos las edades de ingreso y salida.
Algunos historiadores
tardíos, como don Pedro Agustín del Castillo, proyectando su mentalidad de
época, se atreve a conjeturar que entrarían como a la edad de «ocho años. y
permanecerían unos veinte, con lo que la reducción del período de fertilidad
femenina, también limitado por la alta tasa de mortalidad, hubiera conducido a
la extinción de la clase noble.
Nosotros, consecuentes con
criterios etnológicos, el ingreso lo hacemos coincidir con sus primeras
menstruaciones y la salida al término de sus purificaciones y preparación
prematrimonial, dentro de la adolescencia. Lo que sí resulta claro es que la
salida “había de ser para casarse”. Y aunque los tres manuscritos de la crónica
anónima repitan:
Cuando alguna se quería
casar, lo que parece indicar
voluntariedad e iniciativa por parte de las interesadas, la reclusión y el
aislamiento en que vivían y la supeditación jerárquica, hacen difícil pensar
que tuviesen oportunidades de conocer y elegir por sí mismas a sus futuros
maridos, que en estas sociedades suelen estar predeterminados por las reglas
del parentesco y de la exogamia.
Su misma denominación nos
resulta incierta: Gómez Escudero (op. cit., p. 435) nos asegura que el vocablo indígena
correcto es el de “maguas” o “maguadas”, pero que los españoles las denominaron
harimaguadas o omarimaguadas “porque siempre
controvertieron el nombre de las cosas y despreciaron sus vocablos”. Si bien
nosotros continuaremos denominándolas harimaguadas por ser una denominación ya
consagrada
en la historiografía
canaria.
En cuanto a su sentido, don
Juan Álvarez Delgado ha sugerido diversas acepciones: mujer santa o religiosa,
doncella recluida, casadera joven y divina doncella o sacerdotisa. A. Cubillo piensa que en su
composición pueden entrar los vocablos beréberes IMA O MA =
madre y GUDA o GUDI, dar gracias a Dios,
relacionados con el culto matrológico.
Que esta institución
femenina de iniciación y clase social era privativa de Gran Canaria no ofrecía
duda alguna en las crónicas más antiguas, hasta que Antonio de Viana se tomó la
libertad poética de extenderla a la isla de Tenerife y atribuir a sus
componentes, con carácter sacramental, las funciones de bautizadoras que
practicada por las mujeres comadronas de esta última isla.
Escribe Viana: “Cuando
nacía alguna criatura / le echaba una mujer, que era su oficio, / agua con gran
cuidado en la cabeza). Y añade versos más adelante: (Aunque se entiende por la mayor
parte / ser este oficio propio de las vírgenes / que solían 1lamar
harimaguadas(Antigüedades...”, Canto 1, versos 50915 1 1 y 5 1615 18).
Esta segunda parte es pura
invención del poeta, pues ningún historiador ni documento histórico conocido lo
había afirmado antes. Obsérvese que el propio Viana ni siquiera lo asegura como
un hecho probado, sino supuesto o “entendido por la mayor parten.
Más tarde, Gómez Escudero (op. cit., p. 348) hace extensivas
estas hipotéticas funciones bautismales, que eran simples abluciones
profilácticas, higiénicas y mágicas, relacionadas con el temor y la repulsa a
la sangre puerperal, a la isla de Gran Canaria. Y don Tomás Marín de Cubas
llega a calificar a Iballa, la célebre indígena gomera amante de Hernán Peraza el
Joven, de «maguada», en el sentido de sacerdotisa, suponiéndolo una categona o
dignidad generalizable y exportable a todas nuestras islas.
Pero nuestras harimaguadas
tampoco tienen parangón o similitud en toda la extensa área beréber. Don
Alejandro Cioranescu en una nota al pie de la página 166 del tomo 1 de
la edición de las Noticias
... de Viera y Clavijo (Goya edic., 1967) nos remite a un artículo de
J. Probst Biraber: “Survivances des vieux cultes en Afrique du Nord. Pretresses
d'amour berberes et fecondité agricole) (Revue Anthropologique, núm.
XLV, 1935).”
Hemos consultado el
mencionado artículo y se trata de la prostitución
temporal de mujeres libres, pero que han estado casadas (viudas o repudiadas:
(asriat. de ritos esporádicos de promiscuidad sexual, como la noche del error.
que los beréberes asocian con la
fertilidad de la tierra y la fecundidad del ganado, sin ninguna relación
con estas mujeres vírgenes y solteras,
que vivían en comunidad y se preparaban para su primer matrimonio.
Mayor similitud parecen
presentar nuestras jóvenes gran- canarias con las llamadas “sacerdotisas de la
alegría” de los ait uerthiran de la
región de Setif, en la
Pequeña Kabilia Argelina, cuyo folklore recoge y canta la
renombrada artista de dicha nacionalidad Taos Amrusche, en un disco sobre dncantations, meditations, danses sacrées
Berberes)), grabado en Francia por
Arion, 1974. Las doncellas jóvenes de este pueblo, según la información que
acompaña el disco, reciben de sus madres el don de profetizar y el poder de
bendecir las cosechas. Las
esposas estériles y las enfermas les consultan.
Sólo reciben donativos en
especie (como las harimaguadas).
Tienen el privilegio de jurar a manera de los
hombres. Van lujosamente ataviadas y
gozan de general respeto.
Se trata de claros
vestigios matriarcales, que las acercan a nuestras jóvenes harimaguadas, pero
no constituyen una corporación de vírgenes consagradas al culto, ni viven en un
retiro colectivo, cenobio o comunidad.
La existencia de esta
curiosa institución de mujeres jóvenes, solteras, viviendo en comunidad, lo testimonian
todas las fuentes históricas de Gran Canaria, viendo en ellas una especie de
vírgenes vestales o monjas reclusas. Nosotros las hemos situado en el marco
propio de los pueblos naturales, en ese mundo de ideas mágicas relacionadas con
la mujer, la maternidad y sus fenómenos conexos. Y las hemos identificado como
un caso típico de reclusión de menstruantes novicias, una modalidad de los
ritos de paso, de pubertad o iniciación a la vida sexual y adulta, tan
corriente en las sociedades primitivas.
Dice la crónica Ovetense: “Tenían
estos Guanartemes casas de doncellas encerradas, a manera de emparedamiento. Y
lo mismo repite el lacunense, añadiendo: “que hoy llaman monjas, a éstas las
llamaban maguadas. En parecidos términos el matritense, López de Ulloa y Gómez
Escudero Por su parte, Abreu Galindo nos habla de ellas con estas palabras: “Entre
las mujeres canarias habían muchas como religiosas vivían con recogimiento y se
mantenían y sus tentaban de lo que los nobles les daban, cuyas casas y moradas
tenían grandes preeminencias; y diferenciábanse de las demás mujeres en que
tenían las pieles largas... “.
Las dos notas de “doncellez”
y “encierro” que las crónicas subrayan, hasta e1 punto de compararlas con el
emparedamienton, fueron asimiladas por la mentalidad religiosa y monacal de la
época como “virginidad” y “clausura”, y las maguadas o harimaguadas calificadas
de “monjas”. Pero resulta más lógico y acorde con el ámbito cultural y religioso
de los canarios prehispánicos relacionarlas, como dejamos dicho, con los ritos
de paso y prácticas a que son sometidas las muchachas al llegar a la pubertad
en los pueblos primitivos.
Tenemos abundantes ejemplos
de la importancia e interpretación que muchos pueblos de mentalidad totémica
daban a la menstruación. A la sangre de la mujer se le atribuía un
origen sobrenatural: (heridas producidas por el tótem). Al sobrevenir en las
muchachas los primeros síntomas de la pubertad, se entendían como el anuncio de
que fuerzas misteriosas comenzaban a operar sobre sus cuerpos. Entonces era frecuente proceder a la reclusión de la joven
núbil y se le aislaba. Así, según Power,
en Nueva Irlanda se encierra a la muchacha
en una especie de jaula.
Columbia Británica las
tienen durante ocho meses en un reducido aposento, separadas del resto de la
familia, y allí tienen que ayunar y comer solas. Los kolsjusches del estrecho
de Bering las colocan de tres a seis meses en jaulas. Entre 3 los
esquimales, al sur del Jukov, permanecen cuarenta días -con la cara contra la
pared. Muchas tribus del Amazonas las cuelgan en una hamaca, a la salida del
humo (PABLO y María KRISCHE: El enigma del matriarcado, Ed. Revista de
Occidente, Madrid, 1930, pp. 227-229).
Y no sólo son las
adolescentes las que se aíslan, individual o colectivamente, y se someten a
purificaciones y torturas como ritos de
iniciación, sino que toda mujer menstruante suele considerarse impura y se recluye en
chozas -casas de O sangre- alejadas de la aldea, como en las Islas
Carolinas, o se internan en el bosque, o marchan a la orilla del mar para purificarse, mientras los hombres rehúyen todo contacto
con las mismas.
Estos y otros muchos
ejemplos que sería prolijo enumerar, nos ilustran sobre una mentalidad y unas
costumbres cuyas características principales son: aislamiento o reclusión en espacios
reducidos, apartamiento
del homre prescripciones alimentarias y baños purificadores.
El horror a la sangre, y en
particular a la sangre menstrual, o será un fenómeno universal, como matiza
Lévi-Strauss en su refutación de la explicación de la exogamia dada por Durkheim, pero sí es un temor muy generalizado. El
propio Lévi-Strauss nos amplía información sobre ello al desarrollar sus
argumentos: no es evidente -afirma- que la impureza tenga predilección por los
hombres y límites dentro del clan.
Los changa (bantúes del
Kilimanjaro) -prosigue- dan instrucciones a sus hijas contra peligros generales
de la sangre menstrual y no contra riesgos específicos. “Aún más, es la madre
-y no el padre- quien parece correr el mayor peligro”.
Los aleutas no copulan con
sus mujeres durante la menstruación de éstas por temor a una mala caza, pero si
el padre ve a su hija durante el período, es ella la que corre el riesgo de
quedarse muda y ciega. En general -termina- una mujer es impura durante su menstruación no sólo para los parientes del
clan, sino para su marido exógamo y para todo el mundo.
En relación con nuestro
estudio ese temor a la sangre tiene una importancia mayor, porque entre los
canarios no se limita a la sangre menstrual, sino a toda sangre. De ahí su desprecio
a los verdugos y a los carniceros. Y dicho desprecio no se circunscribe al
área geográfica de Gran Canaria: era compartido por los guanches de Tenerife y
por los beréberes norafricanos. Tales sentimientos los testimonian Azurara
para Gran Canaria y Cada Mosto en los guanches de Tenerife. El Ovetense,
Lacunense y López de Ulloa, lo mismo que Abreu Galindo, entre los grancanarios.
El padre Espinosa, en Tenerife.
Y Sabino Berthelot cita la
humillación sufrida por el beréber Kasila, a quien el conquistador árabe Okbah
le obligó a desollar los carneros que mataban para su cocina, según relata
ibn-IGiddún.
El mismo temor que a la
sangre menstrual debieron sentir a la sangre de la desfloración de las
vírgenes, tan generalizado a escala mundial, lo que justifica que esta función
la ejecutase el propio Guanarteme o alguno de sus guaires por delegación, según
la crónica de Azurara, costumbre que Wolfel cita también como practicada por
los libios y los irlandeses.
Dittmer, en su Etnología General (p. 86) dice respecto a ella:
“La desfloración debe
considerarse peligrosa para ambos (cónyuges), principalmente en las regiones
del sur de Asia, por lo que su ejecución se encarga a algún extranjero o a
hombre dotado de poderes mágicos especiales, como son los sacerdotes o los caciques...). Nos viene a la mente el
derecho de penada.
Este temor estaba tan
generalizado en la misma Europa de esa época, que hasta religiosos, como los
autores de Le O Canarien al hablar del Arca de
Noé, nos dicen que sus made sus maderas pegadas con el betún de Mesopotamia
sólo se podían despegar con sangre de flor de mujer. Y la leyenda de la
doncella 3venenosa y las prácticas de la desfloración en cuadrilla o en círculo por los amigos del novio se han prolongado
en simulacros de las ceremonias y bailes nupciales (E. CASASL:
Las ceremonias nupciales, Madrid,
2." ed., 1930).
Alojamiento de la harimaguadas
Tradicionalmente se ha
señalado el barranco de Valerón, en la Cuesta de Silva, término de
Guía y próximo a Gáldar, como el lugar de ubicación de un cenobio
de las harimaguadas.
Cuando Wolfel relaciono las celdillas de esa
ladera con los silos o agadires del Atlas, los investigadores canarios se
inclinaron a aceptarlo, descartando toda idea de morada o habitación. Sin
embargo, pensamos que ambas funciones - d e morada y de silo- resultan
compatibles.
Acaso la mejor explicación
la encontremos en las mismas costumbres y ritos de fertilidad del pueblo
beréber, donde esos graneros colectivos fortificados y sacralizados se ubican.
Respecto a ellos, escribe Wolfel: “La simiente se mide en postura de oración,
sal, levadura, la hoja de
una antigua hoz y de un animal sacrificado. Antes de entrar
necesario orar, invocar a
Dios, hacer abluciones y descalzarse“.
El P. Sosa nos habla de que “Recibían para su sustento
nuestras vírgenes canarias, ciertos frutos de la tierra a manera de diezmos que
les daban los vecinos y los encerraban y guardaban cuevas que tenían diputadas para irlos gastando por su
razón y cuenta en todo su año» (Libro 111,
Cap. 3, p. 286, 1994).
Cedeño atribuye estas
funciones a supuestos «hombres que vivían en comunidad como religiosos”»,
además de a las harimaguadas (o. c., ,p. 373): “Los años
de poco fruto no tomaban diesmos para guardar, antes para repartir a los
pobres, i ellos comían de lo
que guardaban en años antes
i siempre socorrían con limosnas, aunque esto tocaba más al señor de la
tierra.”
También Gómez Escudero dice
(o. c., p. 436): “Tenían
pocitos onde encerraban cebada y cosas de comer, i era de los frutos como diesmos
que daban en aquel depósito para los años faltos i hazer repartimientos de limosna.
Tenían silos en los riscos i se conservaba el grano muchos años sin dañarse.”
La producción, conservación
y reparto de bienes de consumo en sociedades de bajo desarrollo
técnico-cultural es una actividad mágica, además de económica. La producción
necesita de la protección de los antepasados, o de los dioses y de las fuerzas
de la fecundidad. Levy Brühl nos habla de las virtudes mágicas del jefe,
equiparables a los poderes invisibles que se atribuye a la mujer en la esfera
de la fertilidad. El rey, como dice Malinowsky, debe actuar como un gran
banquero tribal, atendiendo funciones de producción y de previsión.
No consideramos temerario
pensar que las harimaguadas tuviesen la misión de administrar y custodiar los
granos, frutos y simientes de los silos, que morasen junto a los mismos y que
tales funciones estuviesen relacionados con el culto y los ritos de fertilidad
agraria.
También algunos cronistas
nos hablan de una casa en Gáldar que servía de escuela o gineceo de las “maguadas”,
como si los canarios tuviesen organizado un servicio público de enseñanza para
las mujeres. Podemos leer en Cedeño: “La
casa de las doncellas: Otra casa estaha miii grmde i pintada junto a Roma (construcción
cristiana) que servía de seminario o recogimiento de doncellas (o. c., c. m).
El P. Sosa la conoció en
1675 y la menciona en su Topografía: “Hasta hoy está otra casa pintada grande
que servía de escuela o recogimiento de doncellas, hijas de los más principales
hidalgos (que fue lo que vi yo” (L., 3,
c. 5).
En cuanto al aprendizaje,
los cronistas españoles, influidos por su mentalidad europea, imaginaron a las
harimaguadas recibiendo una educación femenina similar a la que se impartía en
su época, para convertirlas en doncellas hacendosas y hogareñas. Consigna
Cedeño: “Enseñábanlas a cortar y coser zamarrones... y otras cosas necesarias
para tomar estado y saber servir su casa” (o. c., p. 376).
Por su. parte, Gómez
Escudero escribe, refiriéndose a las niñas aborígenes de Gran Canaria en
general: “Tenían maestras ... a enseñarles cantares y coser pieles i hacer
thamarcos, tudo a costa del sustento que
les daba el rey”, como si hubiera organizado un servicio público de
educación, aunque el mundo aborigen estaba muy distante de .la posterior sociedad
colonial.
Baños purificadore, fertilizantes y baños orgiásticos
o de esparcimiento de la mujeres canarias en el mar
Las Crónicas Anónimas, en
sus diversos manuscritos, al hablar de las harimaguadas, dicen que “No salían
fuera sino a pedir a Dios buenos temporales... e a se lavar en la mar”.
Pedro Gómez Escudero añade:
“ai havían de ir solas”. Y estos baños en solitario, sin presencia de hombres,
no son exclusivos de las harimaguadas; por precaución las mujeres de la isla, según
testimonian las propias crónicas, con fines purificadores, al término de sus
menstruaciones con toda probabilidad.
El agua es el desinfectante
de las impurezas sexuales que más ha usado la humanidad, en palabras de Enrique Casas.
Pero también el agua es
portadora y receptáculo de gérmenes y matriz de vida, como nos dice Mircea
Eliade. De ahí que asimismo se le atribuya poder fertilizante.
Sabemos que Azurara y
cronistas posteriores, al hablar del engorde de las doncellas, como práctica
prematrimonial, añade: “Y el
padre o madre la hacen entrar en el mar algunos días y cierto tiempo cada día”.
Son, pues, baños reglamentados, no sólo en cuanto a los días, sino respecto al
tiempo de duración.
La consideración del agua
como receptáculo y matriz de vida se remonta a la antigüedad clásica. En
Egipto, Ni1 significaba fecundidad. Las mujeres de Troya, las vísperas de sus bodas, iban a bañarse en las cristalinas aguas
del Skamadre.
En Atenas, el Iautrófvro, y
en Roma, Camiius, formando par te de los cortejos nupciales, portaban las aguas
lustrales y fecundantes en que debían
bañarse los novios. El culto a las Ninfas
también tiene un sentido fecundador. Y los baños de las mozas en el día de San Juan, solsticio del
verano, se han conservado hasta nuestra
época. Los baños prenupciales de las jóvenes grancanarias, combinados con el
engorde prematrimonial eran baños fertilizantes, además de lustrales o purificadores.
Pero también las mujeres
casadas se bañaban en el mar. La crónica de Cedeño dice: “Sin licencia del
marido podían ir al vaño de la mar que lo havían diputado aparte para mujeres, onde no podían ir ombres, pena de vida. (o.
c., p. 377). Se 3trata,
por tanto, de baños privativos de las mujeres, pero extensivos a las
casadas, en que los hombres no pueden participar, ni presenciar siquiera. Y la
infracción resulta sacrílega juzgar por
la sanción: pena de vida. Es lógico pensar que estamos ante baños
purificadores, relacionados con el menstruo: un tabú de contacto.
El Padre Sosa nos describe
un lugar solitario de la costa de Gáldar visitado por él en 1677, que tenía un
gran charco y una gruta que llamaban Cueva de las Mujeres, con un peñasco delante,
apartado, recoleto, libre de miradas importunas, admirándose de la moralidad y
recato de las mujeres indígenas, al elegir este lugar para el baño.
En cambio, sabemos por las
mismas crónicas que en otros momentos y circunstancias de la vida de la mujer,
el bañarse y nadar conjuntamente personas de ambos sexos, no sólo estaba
permitido, sino que era habitualmente practicado: vg., después de ciertos
regocijos -baños que hemos denominado orgiásticos- y durante las faenas de
pesca, que practicaban hombres y mujeres, las cuales recibían soldada adicional
si participaban con sus hijos, incluso los que todavía tenían en el vientre,
testimonio inequívoco del linaje matrilineal. Actividad permitida no sólo a los
nobles, sino al mismo Guanarteme, por lo que debían considerarla como de
esparcimiento.
Leemos en el Ovetense: “Tenían
dichos Guanartemes casas de recreación y pasatiempos, donde se juntaban onbres
y mujeres a cantar y bai1an.Y añade más adelante: “Y acabadas sus comidas y
banquetes se yban a la mar a nadar ellos y ellas, mejor que ellos nadaban como
peces”. Y Gómez Escudero dice: “Estos baños, promiscuos y orgiásticos, como
colofón de sus bailes y banquetes, tienen una estrecha relación con los ritos de
fecundidad y fertilidad, que nos hacen recordar los baños de Aousou, condenados
por San Agustín en sus escritos dirigidos a los fieles de Hipona.
Ha existido un criterio
prácticamente unánime, en la historiografía canaria, de considerar a las
harimaguadas como sacerdotisas o vestales. Y hemos de reconocer que no han
faltado aparentes razones para ello, por lo que tendremos que detergimos en su restitución.
En primer lugar, las
harimaguadas vivían recluidas en comunidad, lo cual coincide con el modo de
alojamiento de nuestras monjas cristianas (Abreu) y con la adscripción a los
templos de las vestales
paganas (Padre Sosa). Además, participaban en ciertos ritos o cultos religiosos
y sus moradas (silos y asilos, tal como las hemos calificado) gozaban de
ciertas prerrogativas similares a las disfrutadas por los templos o lugares sagrados.
Pero el que las
harimaguadas viviesen recluidas temporalmente no les confiere por sí mismo
ningún carácter sacerdotal o religioso, pues ya hemos visto que la reclusión de
las menstruantes novicias entre los pueblos naturales es un hecho generalizado.
El que esta reclusión fuese temporal, el que salieran, precisamente, “para
casarse”, unido al nivel del desarrollo de la sociedad autóctona y la naturaleza
matriarcal de sus creencias, nos confirma en nuestra idea.
Es cierto que las
harimaguadas participaban en algunas ceremonias de culto, pero de cultos
agrarios relacionados con la fertilidad y la feminidad. Dice el manuscrito
Ovetense: “No salían fuera de dicha casa sino a pedir a Dios buenos temporales”
es decir, lluvias (p. 122).
Por su parte, Abreu Galindo
nos amplía: “Cuando faltaban los temporales iban en procesión -todos- con varas
en la mano... y las harimaguadas con vasos
de leche y manteca y ramas de palmas. Y a continuación nos detalla las dos
ceremonias en que intervenían: “Iban a estas montañas y allí derramaban la
manteca y la leche, y hacían danzas y bailes y cantaban endechas en torno a un
peñasco, y de allí iban al mar y daban con las varas en el mar, en el agua,
dando todos juntos una gran grita” (o. c., Lib. 11, Cap. 3).
Conforme comenta Wolfel (o.
c., p. 418): “La deidad era invocada especialmente cuando la sequía se
producía; esta invocación se hacía en dos ceremonias que se repiten fuera de
las Islas Canarias. En una de ellas los sacerdotes - las harimaguadas- iban con
el pueblo a la orilla del mar, donde invocaban al ser supremo, golpeando el
agua con unas varillas que habían llevado consigo todos (la Fiesta de la Rama en Agaete, suele
considerarse una supervivencia de este rito indígena). La otra ceremonia, por
el contrario, tenía lugar en los santuarios de las alturas”.
Y añade que en un área de
desertización como lo es desde hace siglos el África Blanca y en cierto sentido
el Archipiélago Canario, las ceremonias por conseguir la lluvia han desempeñado
siempre un gran papel. Nos cita al respecto, tomándolo de Émile Laoust (Mots et
Choses Bevberes, París, 1920) la de la muñeca “novia de la lluvia”, los llantos
infantiles de niños encerrados en las mezquitas, el juego de pelota y la
tracción de cuerda, que provoca copioso sudor entre los participantes.
Nosotros hemos señalado que
hay un evidente simbolismo de magia homeopática en todos estos ritos: nupcias,
1ágrimas, sudor y aspersión de gotas de agua. Pero en ninguno participan
sacerdotisas propiamente dichas, sino mujeres que en la sociedad beréber desempeñan
un papel importante en los cultos de fertilidad. Esta participación femenina
destaca en el primero de los ritos citados, la procesión de da “fiancée de la Pluie”, tal como la describe
e ilustra G. Camps e informó Henri Genevois en el 11 Congreso Internacional de
Estudios de las Culturas del Mediterráneo Occidental, Argel, 1978, que nosotros
hemos publicado en castellano.
En cuanto a las ceremonias
de las alturas, no sólo encontramos precedentes en el área geográfica beréber,
sino en las otras islas del Archipiélago, donde, sin embargo, no existían harimaguadas.
Así parece deducirse de las palabras de Abreu Galindo al hablar de Lanzarote y
Fuerteventura (o. c., Lib. 1, Cap. 10): “Adoraban a Dios, levantando las manos
al cielo. Hacían sacrificios en las montaña, derramando leche de cabras con
vasos que llamaban gánigos, hechos de barro”.
También los palmeros con su
litolatría y los gomeros en El Garajonay y Chipudes tenían adoratorios en las
cumbres. Poseemos detalles más precisos del culto pastoril de los guanches de
Tenerife en los denominados “Bailaderos” o “Baladeros” de las cabras y ovejas.
Y del de los herreños en los dos monolitos gemelos de Bentaiga, uno para cada
sexo. Pero no se hace presente un sacerdocio femenino.
Esta falta de antecedentes
de harimaguadas en el área beréber, geográficamente próxima, y en el resto del
Archipiélago, hizo que el laborioso investigador de nuestro pasado don Buenaventura
Bonnet, fuera a buscar por los años treinta afinidades con nuestras vírgenes
canarias nada menos que al país de los sumerios y de los acadios, en la Babilonia Caldea.
Y este prodigioso salto en el tiempo y en el espacio sólo pudo conducirle a
unas analogías de mera apariencia, en primer lugar, lingüísticas. Escribe
Bonnet: “Sabemos que en Caldea llevaban el nombre de Harimate las
principales vírgenes consagradas a la divinidad. Es tas vírgenes
residían en el "gagún", templo o convento”.
De estas dos voces se formó
“Harimate gagún = mujeres- seres o vírgenes del templo”.
Tal etimología no ha vuelto
a ser tomada en consideración por quienes han estudiado la lengua indígena.
Nada más fácil y engañoso que encontrar
similitudes fonéticas con lenguas extrañas,
y aunque nosotros no somos lingüistas, tenemos que desconfiar de todo parecido con voces
homófonas cuando no existe un parentesco
sintáctico o gramatical, donde radica el alma del lenguaje.
Además, si tomamos en
consideración lo que dice Gómez Escudero
sobre la alteración de la voz «maguas» o «maguadas» por los españoles. ni
siquiera la semejanza fonética
resulta defendible. El
propio autor se olvidó de esta tesis en sus posteriores estudios y la
explicación la podemos encontrar en las palabras del profesor Serra Riifols en
el sentido prólogo que escribió al publicarse la obra póstuma de Bonnet, la biografía
de Gadifer de La Salle,
IEC, La Laguna,
1954. Escribe Serra: “Creemos que las reflexiones amistosas del que suscribe
fueron parte para alejar a Bonnet de temas inasequibles, en los que entonces
esterilizaba su labor, como aquellos de los remotos antecedentes orientales de
los primitivos canarios.
En 1930 Bonnet parte de una
idea falsa, común a todos los historiadores de esa época y que todavía
persiste: que las harimaguadas eran sacerdotisas, vírgenes consagradas a la
divinidad. Y trata de
justificar el que salieran para casarse aduciendo que también en Caldea algunas
~harimatesn podían contraer matrimonio legalmente, según el código de Hamurabi.
Lo que no distinguía Bonnet
es que el matrimonio entre las harimaguadas no era una mera posibilidad o
permisibilidad, sino un destino. Las harimaguadas no es que pudieran casarse,
es que salían -todas- para casarse, estaban destinadas a eso, se preparaban
para el matrimonio y la maternidad.
Era, insistimos, una
institución de “paso”, de tránsito. Y su participación en los ritos de
fertilidad es una mera consecuencia de su condición femenina y de futuras madres.
De esa participación lo que
sabemos con certeza es que asistían a las procesiones para pedir la
lluvia, cuando éstas se necesitaban. Y no parece que esta asistencia, en la que
participaba todo el pueblo y eran aleatorias, pues dependía de la meteorología,
justificara su prolongado encierro, ya que en años lluviosos serían
innecesarias.
En cuanto a las ceremonias
de las harimaguadas en las alturas, tenemos mucha menos información, pues
nuestros cronistas sólo recogen las ofrendas de leche; pero a juzgar por testimonios
arqueológicos conocidos recientemente, como los cientos de triángulos púbicos
grabados en las paredes de la cueva artificial de Los Candiles, en Artenara,
parece probable que participaran
e n cultos de fertilidad, como los “noches del error” o “de la caverna”,
practicados por los beréberes continentales en sus cuevas sagradas, tuviesen
gran importacia (J. H. Probst-Biraber).
El rito de pubertad de
estas harimaguadas se culmina con su iniciación sexual. Todas las crónicas
están acordes en decir que salían para casarse y cuando se querían casar, “el
guanarteme la había de conocer primero... e por su mandato alguno de sus nobles”
(Ovet., p. 162).
Ya hemos dicho que la
práctica de la desfloración se remonta a los tiempos prehistóricos y está
relacionada con el temor a la sangre de las doncellas (supra, Dittmer y E.
Casas). Conviene destacar que esta costumbre entre los canarios la recogen crónicas
redactadas antes de la conquista de la isla. Así, Alvise o Luís de Cada Mosto
(en BERTHELOT. C,, p. 78) escribe: “No tocan a sus esposas vírgenes sino
después que han pasado una noche con su señor, lo que consideran como un
insigne honor”.
Por su parte, Azurara
(ibídem, p. 71) nos dice: “Tiene derecho - el Guanarteme- a las primicias de
las vírgenes, las cuales no pueden casarse sin haber cumplido esta ley”.
Dos cronistas posteriores,
Cedeño y Gómez Escudero, parecen mezclar y confundir esta función desfloradora
de los Guanartemes con la ofrenda de hospitalidad de lecho que recibían cuando
se alojaban en la vivienda de alguno de sus súbditos. Cedeño lo refiere con
estas palabras (o. c., p. 377): “El guanartheme onde quiera que se hospedaba,
si salía de su casa, por pa a de hospe aje tan honrrado, el due ño de la casa
le ofrecía mujer, o al na hia doncella, i él la recivía i los que neciese de el
las cualesquiera que fuesen eran
reputados por hijos bastardos de el Rey i ella quedaba noble”. Añadiendo luego
que tuvo 42 de estos hijos “si solo una hija de su legítima mujer que fue la heredera.”
De acuerdo con el precitado
texto, los hijos de estas relaciones
recibían beneficio de paternidad regia; se consideraban “bastardos”,
pero ella (la madre) “quedaba Noble”.
Lo que podríamos calificar
de ennoblecimiento por tálamo.
Aunque el hijo podía quedar
“ennoblecido” según el testimonio de Andrés Bernáldez, cura de Los Palacios y
cronista de los Reyes Católicos, utilizando los cónyuges el recurso de la
abstinencia para poder comprobar que la mujer había quedado embarazada del
Guanarteme, o del caballero delegado.
Estas son las palabras de
Andrés Bernáldez (en M. PADRON, o. c., pp. 515-516): “E si quedaba preñada del cavallero, el hijo que nacía era cavallero;
e si no, los fijos de su marido eran comunes.
E para ver si quedaba
preñada, el esposo no llegaba a ella fasta saber o cierto, por vía de
purgación.
Por su parte, Abreu Galindo
nos advierte que “esta costumbre... no la quieren confesar los que descienden
de los naturales canarios.”
Como resumen podemos sentar
la conclusión de que las harimaguadas eran jóvenes doncellas de la clase noble –blancura
de su tez y de su traje, que entre los canarios se tenía por gentileza
(Lacunense)-, que se recluían al comenzar su pubertad, practicaban baños
purificadores y prenupciales y asistían corporativamente a las procesiones de
rogativa por las lluvias, cuando éstas escaseaban. Dichos ritos presentan un doble
aspecto: unos actos se celebran en sus santuarios de montaña, junto a las nubes
y divinidades celestes. Otros tenían por escenario la orilla del mar.
Ceremonias de montaña se practicaban también en las restantes islas, y en la
oscuridad de sus cuevas entre los beréberes del continente. Así pues, aunque
las harimaguadas sean una institución peculiar de Gran Canaria, el mundo mágico
que las circunda y el ambiente
religioso que les rodea nos
resulta bastante familiar y concordante con el resto de: las sociedades preislámicas del África
Blanca.
Existen muchas lagunas
históricas sobre la vida, costumbres y significado de esta transitoria
congregación de vírgenes.
Y mucha fantasía, gratuitas
atribuciones y forzadas similitudes para tratar de comprenderlas, olvidando la
más obvia: la de menstruantes novicias, en fase de preparación
para el matrimonio.
Nosotros hemos sido
posiblemente los primeros y de los pocos en negar a estas pasajeras vírgenes el
carácter de sacerdotisas, en el estricto sentido del término. Basta para
justificar la participación en los ritos de lluvia y de fertilidad agraria su
condición de mujeres púberes y de futuras madres.
Por eso hemos afirmado que
esa actividad de las harimaguadas no era su función más importante, ni las
define, ni la podemos considerar
fundamental.
En cambio, las denominadas
por nuestros cronistas “madres” o “maestras” de estas harimaguadas, como lo fue
la abuela de Tenesoya (ABREUG ALINDOO., C., Lib. 11, Cap. 3) sí parecen mantener un estatus social y
religioso permanente, siendo
al mismo tiempo madres de familia. No necesitaban mantener la virginidad para alcanzar
la santidad.
A
las harimaguadas, que no tenían la
menor intención de consagrarse a ningún
dios, ni recluirse por espíritu ascético, hemos de considerarlas, pues, una institución
femenina de paso, un rito de iniciación a la entrada de la pubertad, una n escuela
de preparación para la maternidad, para el amor y para el matrimonio. Su relación con lo
sobrenatural deriva de su condición de
futuras madres.
Coincidimos con el
prehistoriador galdense Celso Martín de Guzmán, recientemente fallecido, el
estimar que en Gran Canaria convergieron las dos grandes ideas religiosas
generadas en el Neolítico del Próximo Oriente: la matrología, por una parte: “la magnificación final de la ruta en
la estación terminal de nuestras islas.”
Tomado
de: Francisco Pérez Saavedra
Anuario
de Estudios Atlánticos, año 1996.
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