Si ahora mismo hiciéramos una
encuesta preguntando entre nuevas generaciones de gomeros (y no tan nuevas
también) si conocen o han oído hablar del "velorio de los angelitos",
mucho me temo que el desconocimiento del tema sería casi total.
Como ocurre con otros
aspectos de nuestro patrimonio cultural, a lo largo de este siglo se han ido
desvaneciendo manifestaciones que fueron pilares de nuestra identidad.
En el caso que nos ocupa,
algo tan fundamental en tantas culturas, como es la comunicación con los
muertos, es un aspecto cultural éste que parece que fue práctica común en todo
el archipiélago y que fue desapareciendo, perviviendo en La Gomera, que fue
donde último se tiene constancia de su celebración. Aquí hemos reunido algunos
testimonios en los que se hace referencia a tan ancestral costumbre:
Antonio Tejera Gaspar en La Religión de los Gomeros nos
cuenta lo siguiente:
En el folklore de la
isla pervivió la creencia de que a través de los niños que morían, sus
familiares podían comunicarse con los espíritus de sus antepasados, al actuar
como intercesores entre los parientes vivos y los muertos, a estas
celebraciones se les conoce con el nombre de "Velorio de los
angelitos" que consistía en la manera en que se velaba a los niños
pequeños -los angelitos-, antes de ir a enterrarlos. La versión que presentamos
fue relatada en Chipude en enero de 1995, por Isidro Ortiz.
En La Gomera, cuando un
niño o niña menor de siete años se moría, le cantaban y bailaban durante la
noche y al día siguiente en que permanecían en el velorio hasta que se le
llevaba al cementerio. Se pensaba que de esta forma de angelito tardaba menos
tiempo en llegar a Dios. Después de que un niño moría la gente del lugar se
reunía en la casa, entonces la madrina era la primera que debía levantar del
lecho al pequeño muerto, y comenzaba a bailar con él en los brazos, al son del
tambor, hasta darle una vuelta al local en donde el niño estaba amortajado y
una vez que la madrina daba esta vuelta se lo entregaba en brazos al padrino y
éste hacía lo mismo que ella, terminando esto, lo ponían de nuevo en su lecho.
Era a partir de ese momento cuando la concurrencia allí presente comenzaba a
bailar y cantarle versos alusivos al niño durante toda la noche, al tiempo que
mandaban recados al más allá.
Al día siguiente, a la
hora de irlo a enterrar comenzaban a hacerle al angelito los encargos que debía
llevar con él, cualquier persona que tuviera un familiar que se hubiera muerto,
le decía al angelito: ¡Dile a mi padre que la niña que dejó pequeña ya se casó
y que por aquí estamos muy bien, y para que te acuerdes te pongo esta cinta de
color verde!
La otra que le hacía un
encargo semejante le ponía una cinta de color rosa: al siguiente encargo otra
le colocaba una cinta de color azul, y de este modo lo hacían todos los que
deseaban transmitir algún mensaje a sus familiares muertos, hasta que adornaban
la caja de cintas o de flores, de manera que los adornos que llevaba el
angelito simbolizaban los diferentes encargos para el más allá destinados a los
familiares que habían muerto'. Esta costumbre, conocida en Chipude como
"el velorio de los angelitos" estuvo en uso hasta fines del siglo
pasado o principios del siglo XX"
En La Rebelión de los Gomeros y la Tradición
Oral encontramos el siguiente comentario: "El tambor se dejó
sentir en determinados actos enmarcados por la tristeza, como pueden ser los
llamados velorios de angelitos. ritual que hunde sus raíces en el corazón del
alma africana. Acostumbraban a cantarle al niño fallecido -a quien hacían
encargos para la otra vida- el padrino y alguno de sus parientes.
Cuando se moría, se amortajaba.
Quien primero lo agarraba era la madrina, daba una vuelta a la casa bailando
con el niño en brazos. La segunda vuelta el padrino, después la gente bailaba"
Se entendía que el niño
'iba directamente al cielo'. Para que el angelito no se olvidara de los
mensajes que debía dar a las creencias superiores o a los parientes fallecidos,
le ponían tiritas de colores en la ropa o en la caja. Estas últimas eran de
color blanco; muchas veces el mismo traje del bautizo sirvió de mortaja al niño
muerto.
Existía la consideración de
que era pecado llorar ya que ello impedía el camino recto del angelito hasta el
cielo: 'llorar por dentro se llora aunque por fuera se canta'. Cuando
falleció en Arure María del Pino, una niña de ojos y pelo acastañado, el padrino
y su madre le cantaron, respectivamente, los siguientes pies de romance:
Sube al cielo María del
Pino y ruega por tu padrino y entonces{.„)
bueno pues ahora comadre le
toca a Usted, y entonces ella dice:
Al cielo subes María y tu
madre esternecía,
que no puedo cantar más no
siguió cantando.
Esternecía quiere decir
atacada, no poder hablar del sentimieno(...) Ya dicen que era
grandita(...)'
Por último tenemos aquí una
auténtica joya, como es el libro del Dr.
D. Juan Bethencourt Alfonso "Costumbres Populares Canarias de Nacimiento, Matrimonio y Muerte"
confeccionado a partir de una encuesta realizada en 1884 por toda Canarias.
Fabuloso estudio que no fue publicado hasta ¡1985!
'Por los antecedentes
que he recogido se puede asegurar que antiguamente celebraban en casi todo el
Archipiélago los funerales de los angelitos con jolgorios, bailes y
banquetes.
Como resto de esa costumbre
podemos citar en la actualidad "el baile de los muertos", en Valle
Gran Rey de La Gomera que al presente celebran a puerta cerrada por la
propaganda en contra que se hace. Amortajado el niño y colocado sobre una mesa
en la habitación más espaciosa de la casa, se reúnen en el referido local los
padres, padrino, familiares y vecinos para festejar el suceso con el baile de
los muertos y algún 'cancanaso' de aguardiente o vino de cuando en
cuando.
Al son del tambor, las
chácaras y la flauta rompen el baile (el tajaraste) el padrino llevando en los
brazos el cadáver del ahijado y después de dar un par de vueltas por la sala lo
entrega a la madrina para que haga lo mismo. Seguidamente depositan de nuevo al
angelito sobre la mesa y se da comienzo a la juerga general que dura algunas
horas.
Al dar por terminado el
baile empiezan los recados, unos después de otros se acercan al cadáver y le
prenden con alfileres a las ropas alguna flor o bien un trocito de cinta o
trapito como señal para que el Ángel recuerde el encargo, a la vez que envían
recados a las personas queridas que moran en el cielo; quien a los padres y hermanos,
quien a los parientes y amigos; cuyos recados consisten unos en las intenciones
y otros para que sirvan de intermediarios con Dios para que la cosecha sea
buena, para recobrar la salud, etc.
El último caso que se
recuerda fue un niño de siete años, hijo de un señor que se llamaba Cristóbal y fue el primer angelito que
se enterró sin cantarle -esto sucedió en Chipude en la década de los 30-. Lo enterraron sin hacerle el
ritual tradicional, a ¡os pocos días resultó que había una juerga de tambores
frente a la casa de Cristóbal -el padre-, él estaba asomado a la ventana
contemplando aquella juerga, triste, pero la mujer se dio cuenta y le
dijo:
"Pero bueno
Cristóbal, ¿Qué té pasa a ti? Mira, por qué no te quitas lo que puedan decir de
ti, vete allí y cántale a tu niño"
Entonces agarró el tambor y
cuando lo vieron los demás ir hacia donde estaban ellos se dieron cuenta a lo
que venía y acordaron dejarlo cantar, y él entró cantando: "Yo mandé un
ángel p'al cielo Y si no canto me muero"
Por último, en cuanto al
origen de este ritual, Antonio Tejera
Gaspar, profundo conocedor del mundo religioso guanche, comenta lo
siguiente: "No sé si los fenómenos de La Gomera pueden ser comparables
a éstos. porque la información ha pervivido aquí con la cosmovisión de los
gomeros, o si se trataría de una manifestación posterior introducida con la
cultura castellana, aunque no es de sorprender que hechos pertenecientes al
mundo prehispánico hayan podido pervivir en a memoria de las gentes de la isla
como ha sucedido con otro tipo de tradiciones".
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