Artículo
sobre Arqueología canaria
El paisaje de las creencias
La Arqueotopografía es una disciplina que
observa, examina, registra e investiga ubicaciones, establecimientos y enclaves
dispuestos de forma privilegiada hacia diversos elementos del entorno, el
paisaje, el horizonte, el firmamento u otras construcciones y objetos
arqueológicos singularizados.
Los emplazamientos, sus orientaciones contrastadas y las alineaciones
verificadas empíricamente implican la presencia de los denominados «marcadores
arqueotopográficos» y demuestran de forma fehaciente el interés desplegado por
las culturas del pasado para interrelacionar en el espacio sus lugares
habitacionales, cultuales y funerarios con hitos de la naturaleza y el
territorio que resultaban de especial relevancia o poseían características
señeras. De ahí que las implicaciones arqueotopográficas alcancen a otras
tantas materias y especialidades relacionadas con la Arqueología , como
Arqueoastronomía, Etnoastronomía, Etnoarqueología, Antropología funeraria,
Etnología, Etnografía, Topografía e Historia de las religiones, postulando
redes y entramados interconectados a una realidad geomorfológica global más
densa en la que menudea el protagonismo que interesa las relaciones con objetos
celestes como el sol, la luna y las estrellas, la arquitectura de la vida y de
la muerte, el simbolismo monumental y trascendente conectado con ciertas
edificaciones, amurallamientos o el propio relieve.
Sin embargo, los registros gráficos
estadísticos ilustrativos de todas estas disposiciones albergan también una
dimensión temporal en tanto en cuanto permiten dilucidar la conformación tecno-cultural
que dio lugar a la configuración de los calendarios de los pueblos de la Antigüedad y –además–
nos ofrecen la exactitud y precisión de cronologías astronómicas que añadir a
los otros medios de datación más habituales en el registro arqueológico, confrontándolos
y/o complementándolos de manera significativa.
Así pues, en este prolijo ámbito de la Arqueotopografía ,
ahora enunciaremos su aplicabilidad en tres de los campos de estudio que
destacan por su elevada potencialidad y prodigalidad en el patrimonio
arqueológico de las islas Canarias: los lugares cultuales, las manifestaciones
rupestres y el mundo funerario.
Los entornos de la
deidad
En muchas sociedades una de las
funciones importantes que se otorgan a los ritos, los cultos y las creencias
religiosas, reside en su capacidad ideológica para aunar los cuerpos sociales,
al poner énfasis en su unicidad, en su especificidad ante los demás.
Habitualmente, las sociedades de jefatura
crean un recubrimiento fervoroso sobre los sistemas cultuales familiares,
locales, segmentarios, jerárquicos e, incluso, estratificados, abarcando todas
sus actividades. Los emplazamientos y recintos donde tienen lugar las
ceremonias pertenecen a la colectividad y se construyen mediante el esfuerzo
altruista de sus miembros, de lo que dimana lo que se conoce como «consenso de
los gobernados». En este contexto los gobernantes pueden planificar y proyectar
porque les es plausible la consecución del consenso.
Como otros aspectos de la superestructura
la religión cumple una gran diversidad de funciones económicas, sociales,
políticas, ideológicas y psicológicas. De ahí que una buena fórmula para
empezar a comprender la diversidad de estos fenómenos sea –como propone M.
Harris– investigar si hay creencias y prácticas asociadas a niveles concretos
de desarrollo político y económico.
Desde este punto de vista, cuando se
afronta una coyuntura de calamidad –por
ejemplo, una sequía prolongada– se
acude al rito comunitario, ya que las lluvias cumplen un papel fundamental para
la supervivencia de muchos grupos humanos. Este tipo de manifestaciones se
conoce como «ritos de solidaridad» y en ellos la participación en rituales
públicos de carácter dramático realza el sentido de identidad grupal, coordina
las acciones de sus miembros individuales y prepara a la colectividad para la
cooperación inmediata o futura.
Por otro lado, podemos observar un
«proceso de revitalización» en el cual se relacionan la creencia y el ritual
religioso con las condiciones políticas y económicas de las que hablamos,
resultando una interacción entre una casta, clase, minoría u otra agrupación
social necesitada y subordinada y un sector preponderante, haciendo
comprensible que en las sociedades estratificadas el Dios supremo domine a los
dioses menores, domésticos u hogareños, y tienda a ser una figura más activa a
la cual sacerdotes y plebeyos dirigen sus oraciones.
Pero –además– la creencia de que el dominio y el
acatamiento caracterizan las relaciones entre las deidades es de gran valor
para obtener la cooperación de las clases subordinadas en sociedades
jerarquizadas, como sucedía en los ritos acuíferos piaculares mencionados en
fuentes etnohistóricas de Canarias, como la redactada por A. Cedeño a fines del
siglo XV:
Los demás cojían el ganado de los tales diesmos i lo encerraban en un
corral o cercado de pared de piedra i allí lo dejavan sin comer aunque fuese
tres días, i lo dejaban dar muchos validos i toda la gente balaba como ellos,
hasta que llovía, i si tardaba el agua, dábales mui poco que comer, i volvían a
encerrarlos. Ellos también aiunaban, aunque no se saue el modo.
En sí mismo y por sí mismo el ceremonial
posee un gran efecto de integración social, especialmente cuando los rituales y
cultos suponen la asistencia de gran número de personas y tienen como objeto
las intenciones de toda la comunidad. Este último aspecto es una función
tecnológica del sistema de autoridad pues el sacerdote necesita la presencia
del pueblo y la participación efectiva de gran número de sus miembros que
canten, griten, bailen, toquen las palmas, recen, coman o ayunen. Todo ello
constituye un esfuerzo en pro de la comunidad conducido por la autoridad o por
sus representantes.
Tal y como estamos percibiendo, en el
transcurso del ritual de la lluvia el ganado era alimentado selectiva e
intermitentemente para que con sus balidos, y miméticamente los de la
colectividad, que también ayunaba, se lograse aplacar los elementos naturales
adversos.
Siguiendo una prolongación y proyección de
estos hábitos, puede hablarse de «animatismo» cuando se atribuyen propiedades
vitales a rocas, vasijas, eclipses, cometas, tormentas y volcanes como
expresión de fuerzas y poderes extraordinarios. Elementos sacralizados
distribuidos por toda la geografía de Canarias como grutas, bosques, fuentes,
árboles, montañas, calderas volcánicas, sierras, roques, monolitos y pitones,
son una muestra de los lugares que fueron destacados por su asociación con
actividades mágicas y cultuales. En esos contextos, los descubrimientos
arqueológicos rupestres resultan abundantes en las islas del archipiélago
Canario, como puede inferirse de T.A. Marín de Cubas:
Hacían raias en tablas, pared o piedras [que] llamaban tara, y tarja aquella memoria de lo que significaban.
El mantenimiento del aparato religioso y
de sus miembros se estableció siguiendo una reciprocidad y una redistribución
orientada al culto, según nos informa –de nuevo– el cronista Cedeño:
De los frutos que cojían daban cierta parte
de todos ellos, que parece ser la décima parte, a personas que tenían a
guardarlas i sustentarse de ellas. Estos eran hombres que viuían en cuebas i
casas de tierra.
Hitos en el territorio sagrado
Los grabados rupestres permiten
establecer los códigos mentales y conductuales reproducidos por las sociedades
canarias prehispánicas como una forma de comunicación perdurable en el tiempo.
Entre ellos podemos señalar signos e ideogramas geométricos y figurativos
ejecutados con técnicas, temáticas, estilos y dimensiones heterogéneas. Estas
manifestaciones que expresan actitudes, concepciones y valores socioculturales
esenciales delatan emplazamientos arqueotopográficos análogos en todo el
archipiélago Canario, aunque a veces se aprecian particularidades insulares muy
específicas. De esta manera, los motivos esquemáticos, alegóricos y alfabéticos
son profusamente copiosos en la mayoría de los yacimientos rupestres de casi
todas las islas, siendo más que frecuente avistarlos en puntos retirados,
eminentes, destacados, distinguidos y segregados de los ambientes habituales
más inmediatos, como algunas crestas montuosas, sierras, diques, roques,
pitones e interfluvios de barranco, o formando parte de accidentes del terreno
y formaciones geológicas singulares del paisaje que resaltan ocasionalmente en
la distancia por los colores rojo, blanco o negro, como todavía se manifiesta
en la toponimia actual (Montaña Roja o Bermeja, Roque Bermejo, Montaña Blanca,
Riscos Blancos, Montañón Negro, Cuevas Negras,…).
Estos hitos rupestres de la
arqueotopografía de Canarias tuvieron una significación singular memorable,
sacralizada y de carácter simbólico, dado que en algunos enclaves como la Montaña de Tindaya
(Fuerteventura) se representaron más de trescientos podomorfos, mientras en la Sierra de Amurga (Gran
Canaria) se tallaron multitud de pocetas y cazoletas. De igual manera que
ocurre en el Pico de Yeje (Tenerife) donde –además– se practicaron insculturas
zoomorfas y de carácter astral, en la cumbre de la Caldera de Taburiente (La Palma ) que hace gala de una
gran presencia de grabados espiraliformes, meandriformes y círculos
concéntricos que también
fueron reproducidos en la decoración cerámica indígena. En El Julan (El
Hierro) los signos
geométricos, figurativos y alfabéticos líbico-bereberes coexisten con cuevas
funerarias, aras de sacrificio y concheros, en Gran Canaria se han documentado
antropomorfos, zoomorfos y alfabéticos en el Lomo de los Letreros del barranco
de Balos y en el interior de la
Caldera volcánica de Bandama. Como en Lanzarote y
Fuerteventura, donde existen en la cumbre de las montañas, en lomos, roques y
pitones destacados, mientras en La
Gomera aparecen motivos geométricos, cazoletas excavadas en
las eminencias del relieve, inscripciones alfabetiformes en las Toscas del
Guirre y círculos de piedra como los descubiertos en la cima de la Fortaleza de Chipude.
Estos y otros ingredientes nos permiten
proponer que los emplazamientos fueron elegidos como protagonistas
arqueotopográficos relevantes en virtud de sus propias implicaciones como
santuarios cultuales.
A pesar de la existencia de claras especificidades insulares, llama
poderosamente la atención la gran similitud existente en la localización de los
yacimientos descubiertos hasta hoy. Así
pues, no parece ocioso tender a esclarecer la importancia arqueotopográfica de
estas ubicaciones que interesan al periodo prehispánico de todas y cada una de
las islas del archipiélago Canario. La articulación de nuevas propuestas de
investigación sobre la topografía cultual y ritual del territorio nos brinda
una perspectiva alternativa y novedosa que resalta las circunstancias que
contribuyeron a conceptualizar la naturaleza pretérita de sus elementos
integrantes.
Todo
ello incide en la perentoriedad de distinguir, computar y registrar con
minuciosidad los puntos donde se han realizado las manifestaciones rupestres y
los elementos arqueológicos asociados, tomando como referencia –por un lado– la
sinergia sustantiva entre los soportes pétreos y los item asociados y –por otro– la ambivalencia entre éstos y el ámbito
geográfico en que fueron emplazados. A partir de esta ecuación puede percibirse
con nitidez que la elección de los enclaves no responde a arbitrariedades
inconsistentes, sino que la puntualización paisajística como sitio de
observación y, a la vez, como lugar de recepción visual, auspician la
relevancia, recurrencia y persistencia de estos lugares como marcadores
arqueotopográficos. Por tanto, intervinieron parámetros mentales y conductuales
de amplio calado que implicaron a toda la sociedad en una secuencia temporal
extensa, contemplada desde una perspectiva diacrónica. De ahí que exista una
interdependencia entre los hitos ocupacionales y los contextos socioculturales
a través del tiempo.
Otra
cuestión es perfilar los factores que posibilitan la práctica de inferencias
relevantes a tenor de la mayor o menor abundancia de los elementos
arqueológicos implicados (grabados y otros recursos rupestres, estructuras de
piedra, estelas, betilos, piedras hincadas, torretas, aras de sacrificio,
concheros, áreas de combustión, enterramientos, amurallamientos,…) en
consonancia a la ubicuidad que dicta la propia topografía, para lo cual podemos
aplicar métodos magnéticos y posicionales específicos sobre el terreno. Estos
procedimientos experimentales ofrecen registros cuantitativos y cualitativos de
datos y abren una puerta bastante solvente a las aplicaciones posicionales de
localización, orientación, declinación, alineación y perfilado, atendiendo al
diagnóstico analítico de las mediciones exactas de sus respectivas posiciones.
Por ello, es altamente recomendable que, cuando sea posible, se tomen todos los
vectores geográficos con la mayor escrupulosidad, pues los métodos técnicos de
campo ensayados tendrán otras muchas implicaciones en virtud de los enclaves y
desde los propios enclaves.
Arqueotopografía
funeraria
El análisis arqueológico de la jerarquía, la
estratificación y la ascendencia social en la prehistoria y la protohistoria
puede ser planteado mediante datos obtenidos de los enterramientos, pues desde
hace algunas décadas los arqueólogos observaron que esos aspectos podían
corroborar, verificar o descartar hipótesis similares a las obtenidas a partir
de datos recabados en los contextos domésticos de habitación.
Los
casos etnográficos recopilados por P.J. Ucko muestran que resulta erróneo
vincular los diversos métodos de enterramiento de una colectividad con la
presencia de diferentes grupos étnicos y asumir –linealmente– que si varían
tales hábitos funerarios debe producirse un cambio en la ideología religiosa.
La práctica funeraria es, hasta cierto punto, bastante inestable pues una de
sus características habituales reside en su relativa fluctuación, dando lugar a
que varios métodos de enterramiento coincidan en una misma sociedad mientras el
mismo método tiene múltiples aplicaciones en colectividades sucesivas.
En
arqueología se emplean diversos criterios para identificar y probar diferencias
económicas en una comunidad, entre los que destacan el ajuar depositado en las
tumbas, las áreas específicas de las necrópolis, la estandarización de las
costumbres de enterramiento, el tamaño de las construcciones funerarias y la
evidencia de los restos humanos. Sin embargo, la certeza etnográfica sugiere
que la identificación arqueológica de divergencias socioeconómicas no es tan
sencilla como aparenta. En muchas sociedades los bebés y los niños son
distinguidos de los adultos en el enterramiento, al igual que otras categorías
de la población, como los muertos por un rayo, los ahogados, los fallecidos por
enfermedades contagiosas, las hechiceras, los sacerdotes, los jefes, los
asesinos, los suicidas y los ancianos.
Cuando
el material arqueológico es analizado contando con la variación y la inestabilidad
procura extensas repercusiones a la investigación. En muchos casos, el
arqueólogo debe trasladar su atención desde formas de enterramiento exclusivo
como –por ejemplo en el caso de Canarias– momificación versus
inhumación, a cualquier otro rasgo de diagnóstico cultural que le permita
apreciar las proporciones de diferentes prácticas de sepultura en un grupo o
área particular y construir así una tipología funeraria más coherente con el
desarrollo de hipótesis de trabajo y con la articulación de teorías de amplio
alcance.
No
obstante, la simple clasificación de tipos de enterramiento, sin sus
proporciones relativas, plantea demasiadas incertidumbres porque la posibilidad
de formas diferentes de inhumación resulta limitada cuando se consideran únicamente
categorías visibles en el registro arqueológico. Así, en Arqueología se asume
que los rasgos significativos de la orientación sepulcral son la dirección de
la cabeza y la colocación del rostro del cadáver, pero en realidad existen
muchas más formas de orientar una tumba porque aunque los enterramientos y las
estructuras funerarias son elementos estáticos hallados en el trabajo de campo
y la propia excavación, de hecho son el resultado de procesos sociales
variados, que podemos ejemplificar en Egipto donde la orientación errática
norte/sur y este/oeste se realizaba disponiendo los enterramientos hacia el sol
y la luna usando el Nilo como un guía conveniente; mientras las inhumaciones
practicadas por las antiguas poblaciones saharianas denotan cuerpos orientados
en un eje este-oeste como parte de un rito solar.
Para
establecer la relación entre la monumentalidad del enterramiento y el grado de
estatus alcanzado por los individuos, Fleming comparó la envergadura
superficial de los túmulos con el tamaño de las cámaras funerarias, de forma
que si aquélla era amplia y el espacio de enterramiento limitado asignaba a las
tumbas una relevancia individual. También pudo practicar inferencias
registrando la amplitud y capacidad del sepulcro, así como teorizando sobre el
coste energético y el trabajo invertido en la construcción. El autor plantea
que el cambio de tumbas individuales a tumbas múltiples, es consecuencia de la
implantación de un sistema de linaje segmentario. Por su parte, Binford no
encontró diferencias funerarias formales relacionadas con el estatus entre
cazadores-recolectores, pastores y agricultores itinerantes, pero sí una
diversidad significativa entre esos tres grupos y los agricultores sedentarios.
El
caso de Canarias atesora una aparentemente paradójica «homogeneidad
heterogénea» en el ámbito funerario, pues en la esfera de las orientaciones y
alineaciones guarda una concordancia con las culturas isleñas, influidas por
las limitaciones típicas de la insularidad: el aislamiento relativo, el
territorio reducido y la perentoria disponibilidad de recursos. De estos
factores, los imponderables territoriales introducen parámetros específicos en
lo que toca a la
Arqueotopografía : la existencia del horizonte marino y los
recíprocos «marcadores arqueotopográficos» que –en algunos casos– conforman los
perfiles de los relieves insulares sobre el océano, tanto respecto a la misma
isla como en relación a las que son visibles entre sí.
Esto
se hace evidente cuando se toman en consideración el orto, el ocaso o las
paradas mayores y menores de cuerpos celestes significados desde el punto de
vista etnoastronómico en conexión con el mundo funerario, cultual y/o ritual.
De manera que, por ejemplo en Gran Canaria, existe una interdependencia entre
el primer haz de luz del orto solar en el equinoccio, la cresta de la montaña
de Amurga y el denominado «Túmulo del Rey» de la necrópolis de Arteara, o entre
el «Gran Túmulo de El Agujero-La Guancha», la cúspide de la montaña de Gáldar y
la salida del sol en el solsticio de invierno. De forma similar a lo
perceptible en Lanzarote desde el poblado de Zonzamas en relación al orto solar
equinoccial sobre la cima del volcán de Tahiche. De la misma manera ocurre en
Fuerteventura, pues –como han citado Belmonte y Perera Betancor– desde la cima
de la montaña de Tindaya se observan horizontes arqueotopográficos
situados en Gran Canaria, Tenerife y la propia Fuerteventura, orientaciones
vinculadas al ocaso solar del solsticio de invierno, las paradas mayor y menor
de la luna, así como un rango significativo de podomorfos dispuestos hacia la
estrella Fomalhaut coincidente con un
segmento de cronología astronómica que comprende un paréntesis temporal situado
entre los años 100 y 1400. Desde el yacimiento arqueológico situado en el Pico
de Yeje, en Tenerife, se perciben los horizontes arqueotopográficos de los
Altos del Garajonay en La
Gomera y el Roque de los Muchachos en La Palma , mientras desde en
estas dos islas existen enclaves arqueológicos, respectivamente en el propio
Garajonay y en la Cueva
de Tajodeque, que tienen como marcador arqueotopográfico el volcán Teide en
Tenerife.
Conclusión
(José Juan Jiménez González
(Conservador del Museo
Arqueológico de Tenerife)
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