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lunes, 29 de junio de 2015

CANARIAS ARQUEOTOPOGRÁFICA



Artículo sobre Arqueología canaria

El paisaje de las creencias

      La Arqueotopografía es una disciplina que observa, examina, registra e investiga ubicaciones, establecimientos y enclaves dispuestos de forma privilegiada hacia diversos elementos del entorno, el paisaje, el horizonte, el firmamento u otras construcciones y objetos arqueológicos singularizados.

  Los emplazamientos, sus orientaciones contrastadas y las alineaciones verificadas empíricamente implican la presencia de los denominados «marcadores arqueotopográficos» y demuestran de forma fehaciente el interés desplegado por las culturas del pasado para interrelacionar en el espacio sus lugares habitacionales, cultuales y funerarios con hitos de la naturaleza y el territorio que resultaban de especial relevancia o poseían características señeras. De ahí que las implicaciones arqueotopográficas alcancen a otras tantas materias y especialidades relacionadas con la Arqueología, como Arqueoastronomía, Etnoastronomía, Etnoarqueología, Antropología funeraria, Etnología, Etnografía, Topografía e Historia de las religiones, postulando redes y entramados interconectados a una realidad geomorfológica global más densa en la que menudea el protagonismo que interesa las relaciones con objetos celestes como el sol, la luna y las estrellas, la arquitectura de la vida y de la muerte, el simbolismo monumental y trascendente conectado con ciertas edificaciones, amurallamientos o el propio relieve.

     Sin embargo, los registros gráficos estadísticos ilustrativos de todas estas disposiciones albergan también una dimensión temporal en tanto en cuanto permiten dilucidar la conformación tecno-cultural que dio lugar a la configuración de los calendarios de los pueblos de la Antigüedad y –además– nos ofrecen la exactitud y precisión de cronologías astronómicas que añadir a los otros medios de datación más habituales en el registro arqueológico, confrontándolos y/o complementándolos de manera significativa.

     Así pues, en este prolijo ámbito de la Arqueotopografía, ahora enunciaremos su aplicabilidad en tres de los campos de estudio que destacan por su elevada potencialidad y prodigalidad en el patrimonio arqueológico de las islas Canarias: los lugares cultuales, las manifestaciones rupestres y el mundo funerario.
 
Los entornos de la deidad

En muchas sociedades una de las funciones importantes que se otorgan a los ritos, los cultos y las creencias religiosas, reside en su capacidad ideológica para aunar los cuerpos sociales, al poner énfasis en su unicidad, en su especificidad ante los demás.

     Habitualmente, las sociedades de jefatura crean un recubrimiento fervoroso sobre los sistemas cultuales familiares, locales, segmentarios, jerárquicos e, incluso, estratificados, abarcando todas sus actividades. Los emplazamientos y recintos donde tienen lugar las ceremonias pertenecen a la colectividad y se construyen mediante el esfuerzo altruista de sus miembros, de lo que dimana lo que se conoce como «consenso de los gobernados». En este contexto los gobernantes pueden planificar y proyectar porque les es plausible la consecución del consenso.

     Como otros aspectos de la superestructura la religión cumple una gran diversidad de funciones económicas, sociales, políticas, ideológicas y psicológicas. De ahí que una buena fórmula para empezar a comprender la diversidad de estos fenómenos sea –como propone M. Harris– investigar si hay creencias y prácticas asociadas a niveles concretos de desarrollo político y económico.

     Desde este punto de vista, cuando se afronta una coyuntura de calamidad por ejemplo, una sequía prolongada se acude al rito comunitario, ya que las lluvias cumplen un papel fundamental para la supervivencia de muchos grupos humanos. Este tipo de manifestaciones se conoce como «ritos de solidaridad» y en ellos la participación en rituales públicos de carácter dramático realza el sentido de identidad grupal, coordina las acciones de sus miembros individuales y prepara a la colectividad para la cooperación inmediata o futura.

     Por otro lado, podemos observar un «proceso de revitalización» en el cual se relacionan la creencia y el ritual religioso con las condiciones políticas y económicas de las que hablamos, resultando una interacción entre una casta, clase, minoría u otra agrupación social necesitada y subordinada y un sector preponderante, haciendo comprensible que en las sociedades estratificadas el Dios supremo domine a los dioses menores, domésticos u hogareños, y tienda a ser una figura más activa a la cual sacerdotes y plebeyos dirigen sus oraciones.

     Pero además la creencia de que el dominio y el acatamiento caracterizan las relaciones entre las deidades es de gran valor para obtener la cooperación de las clases subordinadas en sociedades jerarquizadas, como sucedía en los ritos acuíferos piaculares mencionados en fuentes etnohistóricas de Canarias, como la redactada por A. Cedeño a fines del siglo XV:

Los demás cojían el ganado de los tales diesmos i lo encerraban en un corral o cercado de pared de piedra i allí lo dejavan sin comer aunque fuese tres días, i lo dejaban dar muchos validos i toda la gente balaba como ellos, hasta que llovía, i si tardaba el agua, dábales mui poco que comer, i volvían a encerrarlos. Ellos también aiunaban, aunque no se saue el modo.

     En sí mismo y por sí mismo el ceremonial posee un gran efecto de integración social, especialmente cuando los rituales y cultos suponen la asistencia de gran número de personas y tienen como objeto las intenciones de toda la comunidad. Este último aspecto es una función tecnológica del sistema de autoridad pues el sacerdote necesita la presencia del pueblo y la participación efectiva de gran número de sus miembros que canten, griten, bailen, toquen las palmas, recen, coman o ayunen. Todo ello constituye un esfuerzo en pro de la comunidad conducido por la autoridad o por sus representantes.


        Tal y como estamos percibiendo, en el transcurso del ritual de la lluvia el ganado era alimentado selectiva e intermitentemente para que con sus balidos, y miméticamente los de la colectividad, que también ayunaba, se lograse aplacar los elementos naturales adversos.

     Siguiendo una prolongación y proyección de estos hábitos, puede hablarse de «animatismo» cuando se atribuyen propiedades vitales a rocas, vasijas, eclipses, cometas, tormentas y volcanes como expresión de fuerzas y poderes extraordinarios. Elementos sacralizados distribuidos por toda la geografía de Canarias como grutas, bosques, fuentes, árboles, montañas, calderas volcánicas, sierras, roques, monolitos y pitones, son una muestra de los lugares que fueron destacados por su asociación con actividades mágicas y cultuales. En esos contextos, los descubrimientos arqueológicos rupestres resultan abundantes en las islas del archipiélago Canario, como puede inferirse de T.A. Marín de Cubas:

Hacían raias en tablas, pared o piedras [que] llamaban tara, y tarja aquella memoria de lo que significaban.

     El mantenimiento del aparato religioso y de sus miembros se estableció siguiendo una reciprocidad y una redistribución orientada al culto, según nos informa –de nuevo– el cronista Cedeño:

De los frutos que cojían daban cierta parte de todos ellos, que parece ser la décima parte, a personas que tenían a guardarlas i sustentarse de ellas. Estos eran hombres que viuían en cuebas i casas de tierra.


Hitos en el territorio sagrado

Los grabados rupestres permiten establecer los códigos mentales y conductuales reproducidos por las sociedades canarias prehispánicas como una forma de comunicación perdurable en el tiempo. Entre ellos podemos señalar signos e ideogramas geométricos y figurativos ejecutados con técnicas, temáticas, estilos y dimensiones heterogéneas. Estas manifestaciones que expresan actitudes, concepciones y valores socioculturales esenciales delatan emplazamientos arqueotopográficos análogos en todo el archipiélago Canario, aunque a veces se aprecian particularidades insulares muy específicas. De esta manera, los motivos esquemáticos, alegóricos y alfabéticos son profusamente copiosos en la mayoría de los yacimientos rupestres de casi todas las islas, siendo más que frecuente avistarlos en puntos retirados, eminentes, destacados, distinguidos y segregados de los ambientes habituales más inmediatos, como algunas crestas montuosas, sierras, diques, roques, pitones e interfluvios de barranco, o formando parte de accidentes del terreno y formaciones geológicas singulares del paisaje que resaltan ocasionalmente en la distancia por los colores rojo, blanco o negro, como todavía se manifiesta en la toponimia actual (Montaña Roja o Bermeja, Roque Bermejo, Montaña Blanca, Riscos Blancos, Montañón Negro, Cuevas Negras,…).

     Estos hitos rupestres de la arqueotopografía de Canarias tuvieron una significación singular memorable, sacralizada y de carácter simbólico, dado que en algunos enclaves como la Montaña de Tindaya (Fuerteventura) se representaron más de trescientos podomorfos, mientras en la Sierra de Amurga (Gran Canaria) se tallaron multitud de pocetas y cazoletas. De igual manera que ocurre en el Pico de Yeje (Tenerife) donde –además– se practicaron insculturas zoomorfas y de carácter astral, en la cumbre de la Caldera de Taburiente (La Palma) que hace gala de una gran presencia de grabados espiraliformes, meandriformes y círculos concéntricos que también fueron reproducidos en la decoración cerámica indígena. En El Julan (El Hierro) los signos geométricos, figurativos y alfabéticos líbico-bereberes coexisten con cuevas funerarias, aras de sacrifi­cio y concheros, en Gran Canaria se han documentado antropomorfos, zoomorfos y alfabéticos en el Lomo de los Letreros del barranco de Balos y en el interior de la Caldera volcánica de Bandama. Como en Lanzarote y Fuerteventura, donde existen en la cumbre de las montañas, en lomos, roques y pitones destacados, mientras en La Gomera aparecen motivos geométricos, cazoletas excavadas en las eminencias del relieve, inscripciones alfabetiformes en las Toscas del Guirre y círculos de piedra como los descubiertos en la cima de la Fortaleza de Chipude.

     Estos y otros ingredientes nos permiten proponer que los emplazamientos fueron elegidos como protagonistas arqueotopográficos relevantes en virtud de sus propias implicaciones como santuarios cultuales.

     A pesar de la existencia de claras especificidades insulares, llama poderosamente la atención la gran similitud existente en la localización de los yacimientos descubiertos hasta hoy. Así pues, no parece ocioso tender a esclarecer la importancia arqueotopográfica de estas ubicaciones que interesan al periodo prehispánico de todas y cada una de las islas del archipiélago Canario. La articulación de nuevas propuestas de investigación sobre la topografía cultual y ritual del territorio nos brinda una perspectiva alternativa y novedosa que resalta las circunstancias que contribuyeron a conceptualizar la naturaleza pretérita de sus elementos integrantes.

          Todo ello incide en la perentoriedad de distinguir, computar y registrar con minuciosidad los puntos donde se han realizado las manifestaciones rupestres y los elementos arqueológicos asociados, tomando como referencia –por un lado– la sinergia sustantiva entre los soportes pétreos y los item asociados y –por otro– la ambivalencia entre éstos y el ámbito geográfico en que fueron emplazados. A partir de esta ecuación puede percibirse con nitidez que la elección de los enclaves no responde a arbitrariedades inconsistentes, sino que la puntualización paisajística como sitio de observación y, a la vez, como lugar de recepción visual, auspician la relevancia, recurrencia y persistencia de estos lugares como marcadores arqueotopográficos. Por tanto, intervinieron parámetros mentales y conductuales de amplio calado que implicaron a toda la sociedad en una secuencia temporal extensa, contemplada desde una perspectiva diacrónica. De ahí que exista una interdependencia entre los hitos ocupacionales y los contextos socioculturales a través del tiempo.

     Otra cuestión es perfilar los factores que posibilitan la práctica de inferencias relevantes a tenor de la mayor o menor abundancia de los elementos arqueológicos implicados (grabados y otros recursos rupestres, estructuras de piedra, estelas, betilos, piedras hincadas, torretas, aras de sacrificio, concheros, áreas de combustión, enterramientos, amurallamientos,…) en consonancia a la ubicuidad que dicta la propia topografía, para lo cual podemos aplicar métodos magnéticos y posicionales específicos sobre el terreno. Estos procedimientos experimentales ofrecen registros cuantitativos y cualitativos de datos y abren una puerta bastante solvente a las aplicaciones posicionales de localización, orientación, declinación, alineación y perfilado, atendiendo al diagnóstico analítico de las mediciones exactas de sus respectivas posiciones. Por ello, es altamente recomendable que, cuando sea posible, se tomen todos los vectores geográficos con la mayor escrupulosidad, pues los métodos técnicos de campo ensayados tendrán otras muchas implicaciones en virtud de los enclaves y desde los propios enclaves.

Arqueotopografía funeraria

El análisis arqueológico de la jerarquía, la estratificación y la ascendencia social en la prehistoria y la protohistoria puede ser planteado mediante datos obtenidos de los enterramientos, pues desde hace algunas décadas los arqueólogos observaron que esos aspectos podían corroborar, verificar o descartar hipótesis similares a las obtenidas a partir de datos recabados en los contextos domésticos de habitación.

     Los casos etnográficos recopilados por P.J. Ucko muestran que resulta erróneo vincular los diversos métodos de enterramiento de una colectividad con la presencia de diferentes grupos étnicos y asumir –linealmente– que si varían tales hábitos funerarios debe producirse un cambio en la ideología religiosa. La práctica funeraria es, hasta cierto punto, bastante inestable pues una de sus características habituales reside en su relativa fluctuación, dando lugar a que varios métodos de enterramiento coincidan en una misma sociedad mientras el mismo método tiene múltiples aplicaciones en colectividades sucesivas.

     En arqueología se emplean diversos criterios para identificar y probar diferencias económicas en una comunidad, entre los que destacan el ajuar depositado en las tumbas, las áreas específicas de las necrópolis, la estandarización de las costumbres de enterramiento, el tamaño de las construcciones funerarias y la evidencia de los restos humanos. Sin embargo, la certeza etnográfica sugiere que la identificación arqueológica de divergencias socioeconómicas no es tan sencilla como aparenta. En muchas sociedades los bebés y los niños son distinguidos de los adultos en el enterramiento, al igual que otras categorías de la población, como los muertos por un rayo, los ahogados, los fallecidos por enfermedades contagiosas, las hechiceras, los sacerdotes, los jefes, los asesinos, los suicidas y los ancianos.

     Cuando el material arqueológico es analizado contando con la variación y la inestabilidad procura extensas repercusiones a la investigación. En muchos casos, el arqueólogo debe trasladar su atención desde formas de enterramiento exclusivo como –por ejemplo en el caso de Canarias– momificación versus inhumación, a cualquier otro rasgo de diagnóstico cultural que le permita apreciar las proporciones de diferentes prácticas de sepultura en un grupo o área particular y construir así una tipología funeraria más coherente con el desarrollo de hipótesis de trabajo y con la articulación de teorías de amplio alcance.

     No obstante, la simple clasificación de tipos de enterramiento, sin sus proporciones relativas, plantea demasiadas incertidumbres porque la posibilidad de formas diferentes de inhumación resulta limitada cuando se consideran únicamente categorías visibles en el registro arqueológico. Así, en Arqueología se asume que los rasgos significativos de la orientación sepulcral son la dirección de la cabeza y la colocación del rostro del cadáver, pero en realidad existen muchas más formas de orientar una tumba porque aunque los enterramientos y las estructuras funerarias son elementos estáticos hallados en el trabajo de campo y la propia excavación, de hecho son el resultado de procesos sociales variados, que podemos ejemplificar en Egipto donde la orientación errática norte/sur y este/oeste se realizaba disponiendo los enterramientos hacia el sol y la luna usando el Nilo como un guía conveniente; mientras las inhumaciones practicadas por las antiguas poblaciones saharianas denotan cuerpos orientados en un eje este-oeste como parte de un rito solar.

     Para establecer la relación entre la monumentalidad del enterramiento y el grado de estatus alcanzado por los individuos, Fleming comparó la envergadura superficial de los túmulos con el tamaño de las cámaras funerarias, de forma que si aquélla era amplia y el espacio de enterramiento limitado asignaba a las tumbas una relevancia individual. También pudo practicar inferencias registrando la amplitud y capacidad del sepulcro, así como teorizando sobre el coste energético y el trabajo invertido en la construcción. El autor plantea que el cambio de tumbas individuales a tumbas múltiples, es consecuencia de la implantación de un sistema de linaje segmentario. Por su parte, Binford no encontró diferencias funerarias formales relacionadas con el estatus entre cazadores-recolectores, pastores y agricultores itinerantes, pero sí una diversidad significativa entre esos tres grupos y los agricultores sedentarios.

     El caso de Canarias atesora una aparentemente paradójica «homogeneidad heterogénea» en el ámbito funerario, pues en la esfera de las orientaciones y alineaciones guarda una concordancia con las culturas isleñas, influidas por las limitaciones típicas de la insularidad: el aislamiento relativo, el territorio reducido y la perentoria disponibilidad de recursos. De estos factores, los imponderables territoriales introducen parámetros específicos en lo que toca a la Arqueotopografía: la existencia del horizonte marino y los recíprocos «marcadores arqueotopográficos» que –en algunos casos– conforman los perfiles de los relieves insulares sobre el océano, tanto respecto a la misma isla como en relación a las que son visibles entre sí.

     Esto se hace evidente cuando se toman en consideración el orto, el ocaso o las paradas mayores y menores de cuerpos celestes significados desde el punto de vista etnoastronómico en conexión con el mundo funerario, cultual y/o ritual. De manera que, por ejemplo en Gran Canaria, existe una interdependencia entre el primer haz de luz del orto solar en el equinoccio, la cresta de la montaña de Amurga y el denominado «Túmulo del Rey» de la necrópolis de Arteara, o entre el «Gran Túmulo de El Agujero-La Guancha», la cúspide de la montaña de Gáldar y la salida del sol en el solsticio de invierno. De forma similar a lo perceptible en Lanzarote desde el poblado de Zonzamas en relación al orto solar equinoccial sobre la cima del volcán de Tahiche. De la misma manera ocurre en Fuerteventura, pues –como han citado Belmonte y Perera Betancor– desde la cima de la montaña de Tindaya se observan horizontes arqueotopográficos situados en Gran Canaria, Tenerife y la propia Fuerteventura, orientaciones vinculadas al ocaso solar del solsticio de invierno, las paradas mayor y menor de la luna, así como un rango significativo de podomorfos dispuestos hacia la estrella Fomalhaut coincidente con un segmento de cronología astronómica que comprende un paréntesis temporal situado entre los años 100 y 1400. Desde el yacimiento arqueológico situado en el Pico de Yeje, en Tenerife, se perciben los horizontes arqueotopográficos de los Altos del Garajonay en La Gomera y el Roque de los Muchachos en La Palma, mientras desde en estas dos islas existen enclaves arqueológicos, respectivamente en el propio Garajonay y en la Cueva de Tajodeque, que tienen como marcador arqueotopográfico el volcán Teide en Tenerife.

Conclusión
La Arqueotopografía ofrece un panorama real y potencial que nos permite enunciar, evaluar, explicar e interpretar elementos significativos del contexto arqueológico. De ellos hemos presentado los lugares de culto, las estaciones rupestres y el mundo funerario, tres campos de investigación que gozan de una elevada prodigalidad en la Arqueología de las islas Canarias.

(José Juan Jiménez González
(Conservador del Museo Arqueológico de Tenerife)



Bibliografía

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