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lunes, 1 de junio de 2015

:::Esbozo cosmogónico:::



Durante mucho tiempo, las elucubraciones míticas proporcionaron a las comunidades humanas ciertas pautas de actuación. Formulaban juicios a partir de la experiencia, claro, pero la fantasía ocupaba también un papel fundamental en la producción de conocimientos. Es decir, se vivía como un acto del saber, igual que ahora nos aplicamos en la práctica científica como procedimiento confiable para adquirir información sobre cuanto somos y nos rodea. Hoy nos pueden parecer ingenuos desatinos muchas de sus consideraciones, porque tenemos la capacidad de penetrar un poco más allá que ellos en la verdad de las cosas. Un volcán no entra en erupción debido al malestar de ningún genio maléfico ni existe santuario alguno que resista el ataque de un ejército bien armado. Pero todas aquellas creencias, fueran verdaderas o falsas, conformaban su imagen de la realidad y la guía de sus comportamientos. Y es en tal escenario y bajo tales condiciones que debemos examinar e interpretar su cosmovisión o, cuando menos, encajar las piezas que han llegado hasta nosotros, para entrar en su perspectiva de lo real.

Hemos hablado de lucubración, mito y fantasía, conceptos que pueden evocarnos una sonrisa condescendiente, ya que suelen estar asociados a la irracionalidad del pensamiento. Pero en la elucubración se despliega un estudio o un esfuerzo para discurrir una fantasía, es decir, una imagen más o menos alegórica de las cosas, un mito, que siempre opera, no obstante, con algunos elementos reales. Una persona puede creer que los planetas siguen una órbita trazada por los dioses y, otra, entender que actúan fuerzas gravitacionales, pero ambas han debido constatar la presencia de esos cuerpos celestes y su movimiento. Para nosotros, es posible que este asunto se presente un tanto apartado de las prioridades cotidianas, pero antes no sucedía así.
La cosmogonía de las antiguas sociedades amazighes de Canarias, el pensamiento mítico relativo a la formación del universo y la vida, estaba estrechamente vinculada a la conquista, organización y reproducción de la subsistencia. La naturaleza y el tiempo (cronológico) facilitaban recursos, escenarios y modelos para la composición de esa estrategia. Pero no se concebían como simples ingredientes de una realidad exterior al ser humano. Todo lo contrario, el sujeto y la sociedad se entendían como otra manifestación de la naturaleza, de ahí la necesidad de descifrar las regularidades físicas y guardar ciertos equilibrios con ella.
El conocimiento de los ciclos de la vida permitió consolidar el proceso de humanización. Bien cuando deambulaba por las tierras que iban fertilizando las lluvias o bien cuando se asentó porque sabía que las aguas del cielo volverían al mismo lugar en ciertas épocas del año, el ser humano aprendió a leer en las estrellas una información relevante para su existencia. Observó, calculó y programó su destino, hasta donde le fue posible. Los antiguos isleños no constituyeron una excepción. Cierto que la estampa más popularizada roza todavía un primitivismo entre bucólico y salvaje, pero las investigaciones históricas no se detienen y cada día nos revelan algo más de las complejas facciones de aquel pasado insular.
Aquí, en números sucesivos, abordaremos los aspectos más significativos de esa cosmogonía insular. Divinidades, mitos, estrellas, toda la gama de recursos que fueron conjugados para aprehender la realidad y vivir provechosamente en ella. Lo haremos, como de costumbre, a través sobre todo del caudal léxico que transmiten las fuentes escritas, pero siempre con mucha cautela: la carga ideológica de los colonizadores europeos no se manifiesta sólo en la interpretación que trasladan a los textos, sino que pudo impregnar también algunas costumbres isleñas. Es preciso recordar que la acción evangelizadora en las Islas es anterior a la ocupación militar y no resulta fácil detectar todas las contaminaciones. Por eso nos centraremos en el vocabulario amazighe, que, mejor o peor transcrito por los cronistas, contiene expresiones originales.

Autor: Ignacio Reyes En: Revista Mundo Guanche.

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