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martes, 14 de agosto de 2012

¡HONOR A QUIEN MERECE HONOR!



¡HONOR A QUIEN MERECE HONOR!

Eduardo Pedro García Rodríguez


            En la imagen un grupo de los hijos espirituales del Mencey Bentor.

Las iniciativas cuando se sostienen en el tiempo crean tradición, especialmente cuando estas están cimentadas en retazos de nuestra Historia Nacional, como la de este entrañable y bello Tigaiga, trozo del suelo de nuestro Chinech (Tenerife) que tiene mucho que enseñarnos y mucho más que aportarnos a los canarios.

Canarias no es todo desgracia y tragedia, por fortuna, somos más que eso, más que corrupción y crisis, que los incendios de nuestros montes el crimen y la desventura; Canarias es tierra pródiga llena de hombres y mujeres que tienen sembrada en ella la semilla de los valores fundamentales de la decencia, la moral,  la justicia social y la espiritualidad de nuestros ancestros guanches.

Estas premisas hemos tenido la oportunidad de constatarlas y participar de ellas una ves más el pasado día 29 de julio, cuando siendo fiel a la tradición, en el Mirador de El Lance en Tigaiga, participamos en el XVII homenaje al último Mencey de Taoro  Bentor, hijo primogénito del gran caudillo Kebehi Bencomo, acto que como es habitual estuvo organizado por la Asociación Cultural Auchón Guanil, al frente de la cual están nuestros inestimables amigos Isidro Cedros Rodríguez, para el cual se debería crear un nuevo grupo sanguíneo, pues por sus venas, más que sangre circula glóbulos de profundo amor la matria, su historia y tradiciones, y Juan Manuel Figueras González, maestros de jardineros, notable artesano e incansable “pateador” de nuestros caminos, veredas y barrancos, y incansable  bebedor de nuestros paisajes, y ambos, extraordinarios maestros del juego del palo canario, y destacados interpretes de nuestro folklore ancestral.

Sin dejar de lado la serenidad y la mesura que al más modesto reportero nos exige el cumplimiento de nuestra misión informativa, hoy no podemos esconder, ni lo queremos hacer, el expresar aunque sea con el rigor de nuestra pequeñez narrativa de la emoción que nos llenó el memorable acto conmemorativo del XVII homenaje se hiciera en memoria del Mencey Bentor, héroe que sacrifico su vida para exponer ante nuestros ancestros la angustiosa situación que por culpa de unos desalmados invasores estaba atravesando la matria.

Los actos comenzaron con la tradicional subida a pie desde la Plaza de Tigaiga hasta el mirador de El Lance, acompañada la romería del ancestral sonido de chácaras, tambores y flautas, inundado la ladera con los sones del Tajaraste.

Ya en la plaza del mirador inicio el homenaje a Bentor, Isidro Cedrés quien con su fácil prosa y profundos conocimientos de nuestra historia  y tradiciones, nos condujo mentalmente al pasado, versando en torno a los entresijos del acto y dándonos una magistral lección biográfica en torno a la figura de Bentor, acto seguido se procedió a la ofrenda floral, acompañada de las ondeantes banderas canarias de las siete estrellas verdes, a continuación se procedió a la entrega del Banot de Bentor 2012 a la Asociación de Vecinos de Tigaiga, para seguidamente pasar a una exhibición del juego del palo canario, destacando en el mismo varias féminas quienes hicieron gala de una extraordinaria maestría.

Como dato curioso decir que todos los niños y niñas presentes, han venido participando de estos actos desde el vientre de sus madres, y no es metáfora.

Concluyeron los actos con el tradicional tendido de manteles en el acogedor Bosquito, donde a la grata sombra de de añejos pinos, disfrutamos de una grata comida de hermandad compuesta de las viandas y bebidas aportadas por los asistentes y compartida en franca camaradería, pues para nosotros el hecho de comer no supone solamente el  alimentarnos, sino que representa un acto de verdadera comunión entre hermanos espirituales, que en ocasiones crea lazos afectivos más fuertes que entre hermanos de sangre.


  Tendido de manteles en el Bosquito, el vino del amigo Juan Manuel estaba del diez.
Fue  un acto sacro lleno de pleno laicismo cívico, fuimos testigos de una verdadera lección de histórico civismo, de esos pedazos de energía en los que se entrega los espíritus y que nos dejan huella profunda  e imborrable en nuestro ser y memoria; actos que deberán de ser repetidos y mostrados a las generaciones presentes y futuras, principalmente, a la niñez, para que de ellos respiremos, bebamos, alimentemos y fortalezcamos el orgullo diario de ser canarios. El orgullo al amor matrio. Porque Canarias está hecha de sangre, sudor, lagrimas; pero principalmente de imborrables eternas páginas de ejemplos valerosos llenos de dignidad y heroísmo de sus hijos.
Dicho lo anterior, permítame el amable lector que como modesto homenaje a quienes sienten inquietudes por nuestra Historia y tradiciones tanto humanas como espirituales,  dar unos breves retazos en torno a la figura de Bentor y las circunstancias que le indujeron a ser mensajero personal ante los espíritus de los ancestros del otro lado.

Hace unos años escribí: […] Por el contrario, nuestros héroes Matrios que fueron capaces de ofrendar en sublime sacrificio el bien más preciado del ser humano como es la propia vida en aras de la libertad de su pueblo, fueron y son demonizados por aquellos que presumen de gestas heroicas que nunca fueron suyas, y cuyo estandarte siempre ha sido el oro y rojo, es decir, el oro y la sangre o lo que es lo mismo, Rojo y Gualda, en honor de los cuales y durante siglos, han hecho correr verdaderos ríos de sangre inocente.

Los canarios actuales estamos obligados a no olvidar a aquellos de nuestros ancestros que no quisieron entregarse ante la descomunal y brutal superioridad armamentística de unas hordas invasoras depredadoras e inhumanas, no se prestaron a ser esclavos y no bajaron sus altivas cabezas ante dos maderos cruzados.” (Eduardo P. García Rguez. En: lagavetadeaguere.blogspot.com/.../no-puede-morir-jamas-quien-de-e...).

Algunos aspectos de la  civilización guanche pasó de la memoria de los isleños (Tamusni) a los escritos de los cronistas ya en época de dominación española, y muchos elementos de las creencias precoloniales, a veces mezclados sicréticamente con la doctrina cristiana, han perdurado hasta hoy. El hecho de que  las islas mantengan un porcentaje muy elevado de población natural  rural  ha permitido la pervivencia de los rasgos distintivos de  la religión precolonial.

Como otras culturas espiritualmente avanzadas, los guanches no entendemos la religión como los occidentales. Para nosotros, este término está lleno de implicaciones abstractas, pues refiere un culto a algo que está fuera del plano material o terreno. En cambio nosotros tenemos una concepción mucho más tangible, ya que identificamos el mundo que conocemos (tierra, nubes, manantiales, lagos, plantas, animales) con lo sagrado. Por ello, por ejemplo, el Dios principal de la Naturaleza es  Chayuga. La espiritualidad es sencilla y en armonía con la naturaleza.

Creemos que el paso entre el mundo del más allá y el del más acá no es tan abrupto. De ahí la importancia de los Iboibos. Samarines, kankus y Maguadas, que son los principales intermediarios entre dos mundos que no están claramente separados como en otras religiones, sino unidos por vínculos materiales.

Es la concepción de la muerte como una transición, un viaje el Seno de Magek y al encuentro con los espíritus de nuestros antepasados. Los ritos que la envuelven provienen de la creencia de que la condición humana tiene diversas implicaciones espirituales más allá de la vida que conocemos. Es decir, que la muerte no es más que el tránsito hacia un nuevo tipo de vida, diferente según las personas.

La religión de nuestro pueblo se transmitía de forma oral y se suele dar gran importancia a los lugares: muchos enclaves son sagrados, por lo que las ceremonias deben celebrarse siempre en ellos, ya que así lo designaron los dioses. Esto da la medida de lo trágico que fue para el pueblo guanche verse desplazado por la avasalladora civilización europea a lugares que no eran aquellos en los que siempre habíamos vivido, al tiempo que con la aplicación de su sistema capitalista, nos privaron de la obligación religioso-política de compartir riquezas.

Esta especie de comunismo primitivo, la participación en las ceremonias y en la comunidad suele ser más importante que la creencia en sí. La doctrina es menos importante que el comportamiento de los fieles. Ejemplo de ello es el caso del  calendario ritual que rige el trabajo comunal, y los beneficios se reparten a partes iguales entre todos los miembros de la comunidad. Por el contrario impusieron nuevas normas económicas mediante las cuales solamente los colonos invasores y su iglesia tenía derecho a acaparar las riquezas producidas.

Por estas y otras razones el colonialismo siempre ha tratado la auto inmolación de algunos de nuestros héroes nacionales de manera despectiva, juzgando los hechos desde una visión etnocristiana y con total desprecio de la espiritualidad del sometido, así tenemos que la doble moral cristiana asume que: El suicidio es gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la caridad. Está prohibido por el quinto mandamiento. (canon 2325). Pero ello no es óbice para que en nombre de su dios hayan inmolado a millones de seres humanos desobedeciendo el quinto mandamiento de su credo.

La mayoría de los hombres y mujeres de nuestra sociedad imbuidos de una religión foránea excesivamente materialista no se preparan para morir, no se preparan para la muerte que, tarde o temprano, a todos nos ha de llegar; la temen, no la ven como un viaje liberador hacía el Seno de Magek. Por el contrario, debido a la doble moral sostenida por dicha confesión, se consideran predestinados a una eternidad de indescriptibles sufrimientos en un supuesto infierno que sólo existe en la mente de sus creadores, el clero fanático católico.

Como otra faceta del culto a los ancestros practicado de siempre en la antigua religión del Pueblo Guanche, esta noción es también una forma de acercar el mundo de los vivos al de los muertos, ambos íntimamente ligados en la espiritualidad guanche.

Morir bien, es la consecuencia de haber vivido bien; pero no, en el sentido que la sociedad le ha dado siempre a esa expresión; y si, vivir bien cultivando los espíritus.
Haciendo crecer en ellos cualidades y capacidades que; a la hora de la llamada "muerte", y después de ella, le ahorrarán turbación y miedo. De ahí que, al no haberle concedido importancia a las cosas espirituales o muy poca importancia; dándole mayor resalte a la forma exterior de las prácticas espirituales con ritos, ceremonias y cultos, que veneran la forma y no el fondo.
Que para nosotros  tienen un muy particular sentido de dignidad personal y honor. Por ello, la muerte es preferible en algunos casos, a la deshonra, tal como lo asumieron entre otros muchos Bentejui, Atanausú,  Bentor o Ichsasagua.  Tal vez haya pasado mucho tiempo; no importa - somos eternos y lo principal ha ocurrido-.
Para concluir estas breves notas creemos interesante reproducir algunos párrafos de un excelente trabajo realizado por el extinto Leopoldo de la Rosa Olivera en torno al Mencey Bentor y su familia:
“La coincidencia expuesta nos condujo a buscar el testamento de la abuela común de los antes citados, Ana Gutiérrez, casada con Martín de Mena, que lo había otorgado en La Laguna, ante el escribano Alonso Gutiérrez, el 18 de abril de 1522. Desgraciadamente el documento se conserva en mal estado y aún le faltan trozos del papel en que fue escrito.

Pero aun así consta claramente del mismo que estaba casada con Martín de Mena; que dejaba tres hijos de su matrimonio Pedro, Juan y Bastián; que debía a su tía «doña Mentía» dos reales y cinco a un sobrino suyo, cuyo nombre no podemos conocer porque falta el trozo del papel en que estaba escrito y que nombra albaceas a su marido y a Gaspar Fernández.

El uso de Bentor y Benchorhe por dos nietos de Ana Gutiérrez no puede ser más significativo. En una época en que raramente se usaba más de un apellido; el llamarse Ana Bentor de nombre de pila como su abuela; el anteponer el Bentor al Mena; el uso por su primo hermano de otra forma, posiblemente más cercana a la de la pronunciación indígena, Benchorhe, no puede tener otra explicación sino la de que conocían y se sentían orgullosos de su ascendencia guanche, sin que parezca dudoso de que lo usaban por que procedían del rey Bentor, y que no cabe lo fueran por otra línea que por la de la citada abuela paterna de ambos

Ha de tenerse en cuenta que aún en aquel momento, fines del xvi, se sentía en la vida isleña la diferencia entre los que descendían de conquistadores o pobladores europeos y aquellos por cuya sangre corrían glóbulos de la raza vencida, a los que despreciaban más o menos abiertamente, como lo prueba el escándalo que se produjo, dentro de la iglesia de Candelaria, el 2 de febrero de 1587, cuando dos regidores de la isla insultaron a descendientes de «naturales», llamándolos, entre otras expresiones despectivas, guanches de baxa suerte», episodio al que luego hemos de referirnos. Esta circunstan- cia refuerza nuestro argumento sobre los sentimientos de los nietos de Ana Gutiérrez.

Y volvamos a su testamento, dejando de momento el referir lo que fuera de sus hijos, para detenernos en la cita que hace de su tía doña Mencía. La única persona de la que tenemos noticia que por aquella época viviera en Tenerife conocida por «doña Mentía» era una indígena, hermana del rey de Abona, como hemos dicho en nuestro anterior trabajo. Ello no solamente confirma la clase de familia a la que pertenecía Ana Gutiérrez, sino también nos hace pensar en la probabilidad de que Bentor hubiese estado casado con otra hermana del citado mencey de Abona. Por otra parte, como hemos dicho, Ana Gutiérrez tenía un sobrino, al que confiesa le debía cierta cantidad y hemos de pensar que pudiera tratarse de un nieto de Bentor.

Hemos de confesar que las conclusiones a que llegamos no pasan de meras deducciones, sin prueba plena, pero también consideramos que los datos conocidos permiten llegar a ellas, fundamentalmente, a que la que en el bautismo se llamó Ana Gutiérrez es más que probable que fuera una hija del rey Bentor, la que intentó liberar a su hermano u otra.

Nos preguntamos el porqué de haber tomado tal nombre y apellido y no podemos por menos de pensar en otra Ana Gutiérrez, hija del conquistador y regidor de Tenerife Guillén Castellano. el que se distinguió por su independencia de criterio y que, es sabido, conocía el habla indígena. aun cuando no supiera escribir Cabe en lo posible que Guillén interviniese en favor de los hijos de Bentor  cuyo gesto no podía por menos de reconocer como digno y que su hija fuese la madrina de bautismo de la que llegaría a ser esposa de Martín de Mena.

Ana Gutiérrez, la hija de Guillén Castellano, fue mujer que no desaprovechó la vida, ya que casó nada menos que cuatro veces[1]: la primera con Pero López de Villera, el fundador del hospital de San Sebastián de La Laguna; la segunda con el escribano y regidor de Tenerife Sebastián Páez; la tercera con el rico mercader catalán establecido en la isla Gabriel Mas, y la última con Cristóbal García del Castillo o de Moguer, de donde era natural, conquistador de Gran Canaria y tronco en aquella isla de las poderosas familias de los Castillo Olivares y de los condes de la Vega Grande de Guadalupe.

Como dijimos, la mujer de Martín de Mena designó albaceas a su marido y a Gaspar Fernández.

“Este último es conocido corno uno de los guanches que mayores repartimientos obtuvo de don Alonso de Lugo, con seguridad en pago a su eficaz colaboración durante la conquista, lo que no es incompatible con que también fuese luego protector y amigo de Ana Gutiérrez. Esta, a su vez, había sido nombrada dos años antes albacea testamentaria por otra Indígena, Francisca de Tacoronte, la viuda del conquistador Gonzalo del Castillo.

Como luego diremos, Gonzalo del Castillo y Martín de Mena realizaban negocios en común, que más tarde continuarían los hijos del uno y el otro. Las esposas de ambos. de una misma raza y quién sabe si hasta unidas por parentesco, debían tener estrecha amistad. Mucho en común las unía: para ambas había tenido que serle difícil la adaptación a modos de ser y de pensar tan distintos a los en que habían nacido; hasta la alimentación; ambas habían pertenecido a familias de los bandos de guerra, que sufrieron las consecuencias de la derrota, bien conocidas, y las dos, como fácilmente puede deducirse, murieron en plena juventud.”

“Pedro de Mena se casó con Polonia de Lugo, cuya filiación conocemos por el ya citado poder que dio su hija Ana Bentor de Mena y en la que nos vamos a detener por tratarse de uno de los casos de mestizaje que se dieron en Canarias.

Ana Bentor de Mena, el 28 de junio de 1589 revocó poder que tenía dado a favor de María Sarmiento, viuda de Diego Sardina y otorgó uno nuevo al vecino de El Hierro, Andrés de Armas, hijo del escribano Pedro Fernández de Tvíoraies, para que hiciese valederos derechos que pretendía corresponderle por parte de su abuela materna.

Ello le obligó a declarar su genealogía. Afirma que era hija de Pedro de Mena y de Polonia de Lugo y ésta, a su vez, de Alonso de Lugo, natural de la citada isla de El Hierro, es decir, de sangre indígena y de Catalina Infante. Sigue haciendo su filiación y añade que su citada abuela materna había sido hija de Alonso Infante y de Catalina Bernal; que Alonso Infante lo era «del Rey del Hierro» y Catalina Bernal de Juan Bernal, «conquistador de las islas».

Alonso de Lugo, el abuelo de Ana Bentor, pasó de El Hierro a establecerse en Tenerife, era descendiente de la familia real de la isla del Hierr. “

Sebastián de Mena

“El Bastián del testamento de su madre. Contrajo matrimonio con Leonor de Ayllón, a la que hizo escritura de reconocimiento de la dote que había recibido al contraer matrimonio, en La Laguna, ante Gaspar Justiniano, el 8 de abril de 1562. Leonor de Ayllón era hija de Miguel de Ayllón, prestamista, que en el testamento que otorgó ante Alonso Gutiérrez, el 9 de mayo de 1533, no olvidó de relacionar cuantas prendas tenia en garantía de los dineros que había dado mejoró a su citada hija y de su mujer, Leonor Vélez, en el tercio y quinto de sus bienes.

Sebastián de Mena tuvo negocios con Juan del Castillo, el hijo de Gonzalo, quien en el testamento que otorgó en La Laguna, el 5 de enero de 1579, declara que debía a los herederos de Sebastián de Mena treinta doblas y dispone le sean abonadas.

Sebastián tuvo tierras en el antiguo reino de Abona. De los hijos de su matrimonio, además de Antón de Mena Benchorhe, ya citado, tenemos noticia de otros dos: Ana Vélez y Pedro de Mena. Este ú1timo estuvo casado con María de los Olivos, hija de Francisco de Albornoz y de Escolástica de los Olivos y tuvieron un hijo, Nicolás de Mena.

Posiblemente fueron también hijos de Sebastián de Mena, Juan de Mena el Viejo, del que vamos a hablar, y otro Sebastián de Mena, vecino de Vilaflor, que estuvo casado con Margarita Hernández y otorgó testamento en 1611.

A quien acabamos de citar. En los dos testamentos que otorgó y que se conservan, no dice de quién fuera hijo, pero en el segundo, de 1622, afirma que heredó partes de una fuente en Vilaflor de Martín de Mena y de Juan del Castillo. En el citado testamento de este último, no menciona a Juan de Mena, pero sí, como hemos dicho, reconoce deuda a favor de los herederos de Sebastián de Mena, hay que pensar que la misma fue pagada en participación de la fuente de Vilaflor, que correspondiera a Juan, como uno de los hijos de Sebastián.

Su persona nos interesa especialmente porque, como hemos de ver, fue no solo uno de los que dio poder para defender los privilegios de los descendientes de los indígenas, sino que indujo a seguirle a tres de sus hijos, a Pedro de Mena, a quien consideramos su hermano y a otros tres parientes de su mujer, los Bethencourt.

En dicho poder se dice vecino de las «partes de Daute», pero tuvo su principal hacienda en Taucho, en el antiguo reino de Adeje, en cuya casa, que aún se conoce por «La Quinta», otorgó sus dos testamentos.

Posiblemente tomó nombre y apellido del primer Adelantado, quien lo llama «mi criado» en una data de tierra fechada el 21 de noviembre de 1513. En la isla en que había nacido, casó por primera vez con la citada Catalina Infante, matrimonio que fue anulado y Alonso condenado con multa, por haber tenido trato carnal, antes de contraerlo, con Leonor de Alcalá, prima de Catalina.”

“Juan de Mena el Viejo casó con Melchora Verde de Betancor, hija de los citados Alonso de Lugo y de Agueda Pérez de Munguía.

Como hemos dicho, otorgó dos testamentos, ambos en su casa de Taucho, el primero, el 6 de agosto de 1618, y el segundo, el 28 de noviembre de 1622.

En ambos documentos, después de ordenar las mandas piadosas, declara bienes, deudas, ganado cabrío y vacuno e instituye por herederos
a sus seis hijos:

l. Juan de Mena el Mozo, que más tarde usaría los apellidos de Mena y Betancor. Casó en la parroquia de San Marcos, de Icod, el 14 de octubre de 1604, con Francisca de Carminatis, hija de Juan de Padilla y de Francisca de Carmmatis, que descendía de un mercader procedente del Milanesado establecido en Tenerife, Juan Jácome de Carminati. Juan de Mena Betancor otorgó testamento, ante Mateo García de la Guardia, el 1 de julio de 1653, por el que fundó capellanía perpetua de misas sobre sus tierras de Taucho Martín de Mena, casado con Isabel Martínez, vendió parte de sus tierras de Taucho 31. Su hija, María de Mena, contrajo matrimonio con Pedro Alonso Berganciano, «natural», y en su testamento de 1665 declara que había tenido once hijos, cuatro varones y siete hembras.

Agueda Pérez de Munguia, casada con Pedro García del Castillo.

Melchora Verde, casada en la parroquia de Santa UrsuIa, de Adeje, el 6 de julio de 1619, con Hernán García del Castillo.

Es correcta la relación de los hijos de Juan de Mena Betancor y Francisca de Carminatis, que fueron:

Luís de Mena.

Gonzalo de Mena, al que no cabe identificar con su homónimo casado en Güímar con Francisca González Castellano, ya que si sus padres se casaron en el 1604, su hijo de este nombre no podía, a su vez, ser padre en 1611, fecha en que se bautiza en Güímar un hijo del últimamente citado.

Dionisio de Mena.

El alférez Juan de Mena, casado con Isabel de Mesa, no de Mena, como se dijo, hija del alférez Felipe Martín del Castillo y de Juana Méndez de Fonseca.

El licenciado don Francisco de Betancor, presbítero.

Alonso de Lugo que casó en San Marcos Icod, el 2 de septiembre de 1638, con Marquesa Francisca y dejaron descendencia.

5. Mateo de Betancor.

6. Diego de Mena. Manuel de Mena otorgó escritura en Vilaflor, en 1674, en la que declara que era hijo de Domingo de Mena y nieto de Diego.

Ni hace al caso, ni tenemos suficientes datos para seguir la descendencia de los hijos de Martín de Mena y Ana Gutiérrez, que debió ser numerosa y posiblemente llegue hasta nuestros días. En los protocolos de la antigua escribanía de Vilaflor pueden seguirse algunas generaciones. También en los registros bautismales de Güímar y a partir del 1611, figuran hijos de residentes en dicho valle que llevaban este apellido: Gonzalo y Juan de Mena, que probablemente eran de la misma familia y que dieron el nombre al poblado de dicho término municipal aún conocido por el “Lomo de Mena”.

El artículo continua con una serie de notas relativas al texto, la que omitimos en  favor de la brevedad, no obstante, el lector interesado puede consultarla en; Anuario de Estudios Atlánticos. Vol. Nº 23. Año 1977. Pags. 421 y ss.

Kanarias 29 de julio de 2012.
Fuetes consultadas:
Leopoldo de la Rosa Olivera
La familia del Rey Bentor
Anuario de Estudios Atlánticos. Vol. Nº 23. Año 1977. 
Fotografías de: Juan Manuel Figueras




[1] En la sociedad guanche la mujer era libre de dirimir el matrimonio en cualquier momento, de ahí que por ejemplo en Tamarant (Gran Canaria), la Princesa Arminda Masequera casara cuatros veces estando los maridos vivos.

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