El mes de febrero era un importante momento de
celebración para algunos pueblos de la antigüedad, asentados en territorios que
comprendían, entre otros, Galicia y Celtiberia en España, las Galias y
Bretaña en Francia, Irlanda, Cornualles, Escocia, Gales y Gran Bretaña en las
Islas Británicas; pueblos luego conocidos todos ellos como celtas o
galos. En el hemisferio norte, Febrero es el momento en el que el sol comienza
de nuevo a recuperar su fuerza para calentar la tierra, los días se van
haciendo más largos, las semillas germinan en el interior de la tierra y las
ovejas están ya en condiciones para la lactancia de los futuros corderos.
Es, en definitiva, el mes en el que despierta la
fertilidad en la Naturaleza, preparándose para su explosión en la primavera. Y
para hacerlo sagrado había una diosa, la diosa madre por excelencia, la Tierra,
bajo la denominación de Brigantia o Brigit. A esta celebración se le la
denominó Imbolc o Ambiwolka. Imbolc es, pues, uno de los cuatro principales
festivales del calendario celta (precristiano), asociado con el ritual de la
fertilidad, que fue adoptado como el día de Santa Brígida en el periodo
cristiano, y en tiempos más recientes ha sido celebrado como el festival del
fuego, uno de los 8 días festivos (4 solares y 4 lunares) o sabats de las rueda
del año neopagano.
Este festival se asocia principalmente, como ya
hemos comentado, con la llegada del periodo de lactancia de las ovejas, que se
aprestan para dar a luz en primavera. Esto puede variar hasta dos semanas antes
o después del comienzo de febrero. El nombre Imbolc, en la lengua irlandesa
significa “en el ombligo” (i ‘ mbolg), refiriéndose a la gestación de las
ovejas, y es también un término celta para ‘primavera’. Otro nombre es Oimelc,
que significa “leche de ovejas”.
Por su parte, la diosa Brigit (en gaélico escocés
Brid, en galés Brigitte, en el continente e islas Británicas, Brigantia o
Brigantu, en la Galia oriental Brigindu, en Galicia Bríxida), era llamada la
Excelsa, o la Alta; protegía a las mujeres jóvenes y a los rebaños,
importantísimos para las sociedades ganaderas y transhumantes, y se la
simbolizaba con una antorcha encendida. Sea cual sea el nombre con que se la
nombre, es sin duda la Gran Diosa Madre de todo el panteón pan-celta, pues su
influencia llega a todos los rincones donde haya habido tribus y clanes celtas.
Es el poder de la nueva Luna y de la Primavera en la Rueda cíclica de las
estaciones.
Quizás en los inicios de las expansiones celtas,
fuera otro de los nombres de Dana, madre de todos los Tuatha de Danaan, aunque
luego con la invasión espiritual cristiana, se desvirtuó en esta acepción para
convertirse en Santa Brígida. Como una de las diosas primigenias de los celtas
es hija del Buen Padre, “el Dagda”. Es considerada la suprema deidad de la
fertilidad y la inspiración creativa, aunque su veneración llega también a su
aspecto guerrero, cuidadora de los nacimientos y de la infancia. Es una triple
diosa, aunque no posee nombres diferenciados en sus aspectos, a no ser el que
forma con otras deidades en su versión como Dana. Quizá sea la misma Cailleach
escocesa o la Cally Berry de los irlandeses, o la Cailleach Bolus de los
galeses, o la Cailleach Corca Duibhne de los córnicos, que representa el aspecto
envejecido de la Tríada. Entre los celtas de Irlanda era venerada tanto por
herreros, a los que protegía con sus encantamientos y artes, como por los
sanadores/as a los que asistía, ayudándoles con su protección y flujo divino en
los partos. Preside la Herbolaria, conociendo como diosa todas las
características que se derivan de este arte. Para los poetas, era su Musa, como
“banfhile”, a quienes ofrecía inspiración, abriendo los tenues velos entre los
mundos.
En lo que coinciden todas las variantes célticas
es que el fuego es su representante, siendo uno de sus principales atributos.
El fuego de la hoguera, el fuego del sol o el fuego del interior de la Tierra,
una tríada que de nuevo representa, la generación de la vida y como alegoría de
la Diosa en su máximo esplendor. El fuego sagrado era una llamada al sol, para
que después del período invernal, calentara con fuerza la tierra.
Con la llegada de los monjes cristianos, en las
Islas Británicas se identificó a la diosa Brigit con Brígida, e Irlanda la hizo
su santa patrona. Las más variadas tradiciones se tejieron en torno de Santa
Brígida, que vivió -si realmente fue un personaje histórico- entre el año 450 y
el 523. Su propio tío, que dicen llegó a vivir ciento ochenta años, escribió
una vida de la santa, a la que, decían, la habían educado los druidas.
Las leyendas que rodean a la que se ha llamado
María de Irlanda la relacionan claramente con la diosa Brigit. Por ejemplo, se
cuenta que podía ordeñar a la misma vaca cuantas veces lo necesitaba para dar
de comer a los hambrientos, y nunca se agotaba la leche de las ubres del animal
(se la representa con una vaca a sus pies). También cuentan que convirtió
el agua en cerveza, que multiplicó el tocino para dar de comer a huéspedes
inesperados y que desvió el curso de los ríos. Fundó el Monasterio de Kildare,
o Cill Dara. En este lugar iniciático ardía permanentemente una antorcha, y
estaba al cuidado de diecinueve vírgenes. Los hombres tenían prohibida su
entrada, hasta el siglo XIII, cuando la Iglesia Católica terminó con esta
situación. La evidencia del origen pagano de Brígida hizo que el Vaticano
dejara como único patrono de Irlanda a San Patricio.
Por otra parte y para los pueblos del norte de
Europa, la fiesta de febrero es en honor de las llamadas Disir, espíritus de
todas las mujeres antepasadas de cada familia. En la fiesta de Disablot, en las
casas se encienden todas las luces y se prenden multitud de velas. Las Disir
regresan entonces del mundo de los muertos para proteger a sus familias vivas y
asegurar la continuidad de la estirpe.
Pan y Fauno
En la antigua Grecia prosperó el culto de Pan.
Este mítico dios de la fertilidad, mitad hombre, mitad macho cabrío, poseía un
carácter fiero e impredecible que aterrorizaba a los seres humanos; de ahí el
origen de la palabra ‘pánico’. Se creía que Pan cuidaba los rebaños mientras
tocaba la flauta; sin embargo, se distraía con facilidad. Amó a muchas ninfas y
diosas. En esculturas y en numerosas obras de arte, se le representa bien
como Pan, bien como el romano Fauno o en su personalidad de Sátiro, requiriendo
de amores a Afrodita-Venus, diosa del amor, en tanto que Eros-Cupido, dios del
amor, revolotea sobre ellos, muy parecido a como lo hace el ‘angelito’ que se
pinta en las tarjetas de los enamorados hoy día.
Posteriormente, en Roma se tributó culto a una
divinidad análoga llamada Fauno (Sátiro), a quien también se representaba mitad
hombre, mitad macho cabrío. En su honor se celebraban las Lupercales, fiestas
orgiásticas llevadas a cabo todos los años el 15 de febrero. Durante la
celebración, grupos de hombres semidesnudos corrían alrededor de una colina
blandiendo látigos de piel de cabra. Las mujeres que deseaban tener hijos se
quedaban de pie cerca de la ruta de los corredores para que las flagelaran,
pues creían que así se tornarían fecundas. Entre otros ritos, los jóvenes
‘luperci’, vestidos con pieles de cabra, bailaban y azotaban también con
palos la tierra y la vegetación, en medio de desfiles de antorchas, rituales
por los que aseguraban la fertilización de la naturaleza. Esto lo hacían dos
semanas después del uno de febrero, en las Calendas, cuando la diosa Juno
ataviada con cuernos de cabra, escudo y lanza, recibía de manos de las vírgenes
panes de centeno. Era el tiempo de la purificación que anunciaba los ritos de
la fertilidad de las Lupercalia. (Véase el artículo que dedicamos a las
Lupercalias, origen primitivo de la celebración de San Valentín).
La Candelaria
Como ya sucedió en otros muchos casos, el
carácter profano de estas fechas fue asumido (sustituido, diríamos mejor) sin
reparo alguno por la Iglesia Católica, que lo ‘sacratizó’. En la actualidad y
en los primeros días de febrero, se celebra la fiesta de la Purificación de la
Virgen, justo cuarenta días después del nacimiento de Cristo en el solsticio
invernal. Es también una fiesta en la que la luz tiene su protagonismo y por
ello, la Iglesia se apresuró a dedicarla a la Virgen en su advocación de la
Candelaria. Durante la Edad Media, las gentes hacían en esos días procesiones
por los caminos y campos con los cirios encendidos y previamente bendecidos en
las iglesias, que adquirían poder sagrado contra el demonio y las brujas. Esta
vieja costumbre, condenada en Inglaterra durante la reforma luterana,
permaneció durante mucho tiempo, y las procesiones y bendiciones de las velas o
candelas siguen haciéndose hoy día dentro de las iglesias.
La Candelaria es la fiesta religiosa católica que
sustituyó a las Lupercalias paganas. Es una de las fiestas a la Virgen que goza
de mayor veneración no sólo en toda España, sino también en muchos países de
Centroamérica y Sudamérica. El nombre viene de vela o candela. Como ya se ha
indicado, el 2 de febrero es la festividad de la Purificación de María. En ella
se celebra la recuperación de la Virgen después del parto.
Hasta no hace mucho tiempo, las mujeres, después
del parto, debían esperar seis semanas antes de volver a asistir a misa o pisar
una iglesia, ya que se consideraba estaban impuras. María dio a luz el 24 de
diciembre; así que hasta el día 2 de febrero no recuperó su pureza virginal.
Esta festividad fue instituida en el siglo V después de Cristo para que los
cristianos olvidasen la Lupercalia o Fiesta de Pan, celebrada por los romanos
en esas mismas fechas. Ciertamente, no lo lograron del todo, porque la
diversión y los excesos que acompañaban la adoración de Pan sobrevivieron en la
celebración de los Carnavales.
En relación con la coincidencia de las fiestas
cristianas, recordemos que para la iglesia ortodoxa el nacimiento de Cristo se
fijaba en el día seis de enero, por lo que la fiesta de la purificación
correspondía a mediados de febrero. De todas formas, ahí quedan los Carnavales
y el día de San Valentín como prueba inequívoca de la influencia de aquellos
antiguos ritos paganos propiciadores de la fertilidad y del nacimiento de un
nuevo ciclo de la vida.
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