Hace unos doce mil años ocurrió lo que los
arqueólogos e historiadores llaman "revolución neolítica" o
"revolución agrícola".
Hasta entonces el hombre había vivido de
los frutos, semillas, raíces que recolectaba, o de lo que cazaba o pescaba.
Cuando los alimentos comenzaban a escasear, la horda se trasladaba a otra
región menos explotada. Había mucho espacio, la naturaleza era virgen y la
tierra estaba poco poblada.
Aquellos hombres eran simples depredadores. Pero,
de pronto, la invención de la agricultura alteró profundamente la vida y el
destino de la humanidad. De ser depredador de la naturaleza, el hombre se
convierte en su colaborador. El vagabundo recolector abandona su vida errante,
echa raíces en su territorio que considera suyo y se convierte en productor.
Es un cambio que acarrea muchos cambios. El
hombre tiene que inventarse el concepto tiempo. Tiene que pensar en el futuro,
labrar y sembrar hoy para recoger mañana. Estos cambios implicaron una
revolución en el pensamiento. El hombre toma conciencia de los ritmos
superiores que rigen el cosmos.
También se produjo un cambio social. Hasta
entonces los hombres se habían ocupado de la caza y las mujeres, de la
recolección. La aparición de la agricultura, que potencia la tradicional tarea
de la mujer, acarrea una nueva valoración del elemento femenino. La recolectora
para a un primer plano. Se instituye el matriarcado.
Cuando aumentó la población, la vida de los
primeros agricultores se tornó más difícil. La obsesión por asegurar la
fecundidad de la tierra y de los animales, de la que dependía la supervivencia
de la comunidad, se concretó en unas practicas mágicas centradas en torno a la
estrella Spica y a la luna.
El hombre primitivo observó que la estrella
Spica, la principal de la constelación que hoy llamamos de Virgo, desaparece en
el horizonte del cielo nocturno el quince de agosto, lo que coincide con el
agostamiento de la vegetación. Era el tiempo de recoger el trigo ya seco y
maduro. Spica vuelve a aparecer en el cielo nocturno el ocho de septiembre,
coincidiendo con el momento de la sementera. La mente primitiva asoció el ciclo
agrícola, del que dependía la fecundidad de las cosechas, con el de la
misteriosa estrella Spica, que, de algún modo mágico, regía la alternancia
estacional que hace crecer el cereal. Por eso precisamente la llamaron Spica,
espiga.
Así que en las diversas culturas de la
Antigüedad, las piedras sagradas son la representación de la divinidad
vinculada a cultos astrales de significado agrícola. La fuerza fecunda de la
tierra y de las hembras se personificaba en la Diosa Madre.
Cada pueblo, cada religión del Mediterráneo, tuvo
una Diosa Madre, representante de la estrella Spica dispensadora de fecundidad.
La diosa Madre se asociaba a la estrella, era reina del cielo y madre de los
otros dioses que se derivaron de ella. En cada cultura la daban un nombre
distinto: la egipcia Isis y Hathor: la india Lacksmi; la Cibeles de Asia Menor;
la fenicia Astarté, la cartaginesa Tanit...
Rey Sagrado
En los tiempos del matriarcado, una mujer a la
que denominaremos reina gobernaba la tribu como encarnación de la Diosa Madre,
pero, al igual que ella, necesitaba un hombre que la fecundara y asegurase, a
través de ella, la fecundidad de la tierra, de la que dependía la supervivencia
de la tribu. El cónyuge de la reina era el Rey Sagrado. La ceremonia de su
designación simbolizaba la unión del rey Sol con la reina Tierra. El ritual
incluía el asesinato ficticio del rey durante la ceremonia del baño. Tenía que
morir como miembro de la tribu o clan al que había pertenecido para resucitar
como miembro de la tribu o clan de la reina. Como se sabe, el baño es imagen de
muerte y renovación. Esto fue copiado también por el bautismo cristiano.
En los tiempos más remotos, se sacrificaba al rey
en cuanto la reina quedaba embarazada. La preñez de la reina, y por lo tanto de
la Diosa Madre, era la imagen de la Creación del cosmos y el cosmos solo se
crea por el sacrificio o autosacrificio de un dios.
El rito exigía el sacrificio del rey al final de
cada Ano Sagrado, pero como la idea de morir no entusiasmaba al monarca, con el
tiempo se consiguió que un sustituto, a menudo un niño, ocupase su lugar, o que
su castracción o cojera simbolizasen su muerte. Finalmente, se humanizó aún más
la ceremonia y la cojera real era solamente fingida. El Año Sagrado no debe
entenderse como un año de 365 días, sino como Gran Año, o período en el que el
año solar y el año lunar del solsticio de invierno se sincronizan y coinciden,
lo que sucede cada diecinueve años.
Así lo describían:
El Rey-Sagrado era azotado y acariciado para
que su sangre y su esperma fertilizase la madre tierra. Después era castrado y
decapitado, asándose su carne para ser consumida por sus familiares o su clan
sacramentalmente en un banquete ritual. A partir de un cierto momento del
desarrollo de estos pueblos los Reyes sagrados habían alcanzado el suficiente
poder para evitar el sacrificio al menos durante ocho años seguidos. No
obstante, a fin de no renunciar a estos ritos sobre la fertilidad y por tanto sobre
la prosperidad económica de sus pueblos, sustituyeron su propio sacrificio por
el de un Rey sustitutorio a quien se le hacia reinar durante el día del
sacrificio.
El rey sustituto, al final del día de reinado, se sacrificaba ritualmente y el verdadero Rey volvía a reinar otro año, así hasta que otro desgraciado era investido como Rey por un día y se repetía la historia. Finalmente se sustituyó por el sacrificio de algún animal.
El rey sustituto, al final del día de reinado, se sacrificaba ritualmente y el verdadero Rey volvía a reinar otro año, así hasta que otro desgraciado era investido como Rey por un día y se repetía la historia. Finalmente se sustituyó por el sacrificio de algún animal.
El calendario sagrado fijaba la duración del Rey
Sagrado, en un Año Sagrado, un periodo de 19 años, que transcurre hasta la
concurrencia de los tiempos solares y lunares. Dura exactamente 19 revoluciones
del sol y 235 lunaciones, lo que, en términos de nuestro calendario, equivale a
19 años, dos meses y cuatro minutos. Se trata del año que los astrónomos
denominas metónico, porque fue divulgado por Metón en el año -433.
Diosa Madre versus Rey del Trueno
Hace cuatro mil años ocurrió uno de esos
cataclismos que alteran el rumbo de la historia. Una serie de tribus
indoeuropeas procedentes del Asia Central irrumpieron en el Mediterráneo y
Oriente Medio. Los arqueólogos españoles los denominan pueblos del Vaso
Campaniforme. Esta vez no eran agricultores, sino ganaderos que practicaban la
trashumancia y habitaban en chozas. Los machos, toros y moruecos, encabezaban
sus rebaños, marcando la dirección y el ritmo de la caminata, mientras las
hembras vacas y ovejas, los seguían sumisas. Estos pueblos se gobernaban por un
sistema patriarcal basado en el predominio del principio masculino y solar.
Los recién llegados derrotaron a los pueblos
autóctonos, agrícolas y matriarcales, antes de convivir y fusionarse con ellos.
Entre el Dios del Trueno de los pastores y la Diosa Madre de los pueblos
sometidos se estableció una rivalidad que todavía perdura en las invisibles
raíces de nuestra sangre.
Esta dicotomía solar-luna no podía durar
eternamente. El anhelo natural del hombre era conciliar los dos principios,
abolir dualismos, trascender su condición humana para reintegrarse en la unidad
primordial. Esa fue la gran obra de la sabiduría de Salomón que los templarios
intentaron rescatar dos mil años mas tarde. Los griegos adoptaron una religión
ecléctica, capaz de satisfacer a las dos partes. En adelante, compartirían el
poder el principio solar, patriarcal (el Dios Trueno, Zeus), y el principio
lunar, matriarcal (la Reina del Cielo, Hera). Zeus y Hera se casan, y todos los
dioses menores serán sus hijos.
Betilo
Los betilos o piedras sagradas, son las imágenes
anicónicas que representaron a los dioses antes de que los devotos los
imaginaran como personas o animales. El betilo puede adoptar forma esférica o
de columna redonda o cuadrada. Se supone que los betilos son una herencia
oriental, semita, llegada a España con los fenicios, pero nada nos desautoriza
a pensar que los indígenas no veneraran ya sus propios betilos, antes de que
llegaran los fenicios.
Menhir
Hubo un tiempo en que el hombre entendía la
naturaleza y colaboraba con ella. Aquel hombre primitivo, con una inteligencia
y una capacidad craneal todavía limitadas, conservaba aún la facultad de
percibir ciertas vibraciones de la naturaleza, de la tierra y del cielo. Porque
la tierra no es un soporte inerte. Por el contrario, está dotada de vida, es la
matriz y el origen de la vida de las criaturas que sustenta, incluido el
hombre. Las vibraciones de la tierra son especialmente intensas en determinados
lugares recorridos por corrientes telúricas.
El menhir es piedra de religión. Está situado en
un lugar donde la corriente telúrica ejerce en el hombre una acción espiritual;
está situado en un lugar donde aliente el espíritu. Los que levantaban
megalitos practicaban una especie de acupuntura terrestre.
Valdeande
En Valdeande, por su situación geográfica, son
varios los puntos arqueológicos de interés. Hay abundantes corrientes
subterráneas, debido a la placa caliza que hay a unos 60 metros de profundidad.
Hay lugares sagrados, como el Pico el Mortero y lugares históricos como Ciella.
Cerca del monte, por el despoblado de Valdeterradillos, lo poblaban los
ganaderos, pero por Santa Centola, lo poblaban los agricultores. Muchas son las
fuentes de agua.
Todo esto hace que se hallan encontrado piedras
en el campo que bien podrían ser a quien adoraban de nuestros antepasados.
Con la llegada de la cristiandad, la Diosa Madre,
fue convertida en la Virgen María, y el Rey Sagrado, en Cristo. Destacándose el
hecho de que los templarios fueron buscando antiguos lugares de culto, y ahí
solían poner una virgen negra, y muy a menudo sobre la misma piedra sagrada a
la que adoraban los hombres prehistóricos. Ellos eran conocedores de los ritos
de la Diosa Madre, y dejaron constancia de ello en sus marcas de cantero.
Evolución
Y luego llegó el cristianismo. En principio,
parece casi seguro que la consideración y aceptación por la Iglesia del
protagonismo mariano fue evolucionando progresivamente desde el siglo II hasta
el V (Concilio de Efeso) , pero no puede afirmarse con seguridad que se
difundiera entre la gran masa de fieles y, menos aún, que fuese objeto de un culto
generalizado. Por otra parte, conviene recordar que la liturgia católica fue
sustituyendo muy lentamente a los primitivos cultos precristianos, los cuales
tardaron varios siglos en olvidarse.
Se ha visto que el estudio de las festividades
dedicadas a María aporta algunos datos: En la Iglesia oriental solo se tiene
noticia de una fiesta anterior al siglo V - la "Conmemoración de Santa
María" - y, a principios del siglo VI, la del "Tránsito de la
Virgen". Sorprendentemente, en la Iglesia romana no se conocen
fiestas marianas hasta el siglo VII, lo qué induce a pensar que la evolución
fue bastante más lenta.
La eclosión de la mariología fue en los siglos
XII y XIII. La Virgen románica que conocemos es una imagen cristianizada y
tardía, importada de bizancio. Si suplanta a la antigua Diosa Madre, cabría
esperar que perdurase en ella alguno de los rasgos propiciadores de fecundidad
de las antiguas representaciones de la Diosa Madre. Entre la Antigüedad y la
Baja Edad Media, en el espacio de ese milenio, ¿hubo imágenes que representen
el eslabón perdido?. Las hubo, pero el clero cristiano las consideraba tan
irreverentes y provocativas que prefería ocultar sus cuerpos detrás de
veladuras, vestidos y adornos. Por eso se tapan tanto las imágenes actuales, que
al fin y al cabo son tallas vestidas y tardías, lo que explica precisamente que
se salvaran de la quema.
La quema, no es una frase hecha. Existieron
imágenes primitivas de la Diosa Madre, asimiladas a la Virgen María, que el
propio clero destruyó. Una resolución del Sínodo diocesano de 1624, presidido
por el cardenal-obispo don Baltasar Moscoso y Sandoval, dispone: que no se
hagan imágenes de barro o cartón (se refiere evidentemente a los exvotos
populares que los fieles llevaban a los antiguos santuarios) y que se entierren
o consuman dentro de la iglesia o en otra mejor forma las imágenes viejas y
deformes que más provocan a risa que a devoción.
En 1624 las condenaron al fuego. Sólo se salvaron
aquellas tallas modernas que satisfacían la estética oficial de la iglesia. Y
de éstas también es de lamentar que casi ninguna sobreviviera a 1936, cuando
hubo una segunda quema.
(Valdeandemagico en busca de la Diosa
Madre, el gran tesoro prehistórico de Valdeande.)
Valdeande Mágico 20-10-2006Nota: prácticamente toda la información, está sacada de los libros de Juan Eslava Galán.
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