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lunes, 16 de noviembre de 2015

El origen africano del antiguo Egipto y del renacer cultural en Grecia





La síntesis de la filosofía africana aporta datos sorprendentes sobre el origen de la cultura occidental. Ni los filósofos y literatos griegos surgieron de la nada ni la civilización egipcia nació en sí misma, como un milagro. El hilo conductor de ambos “milagros” culturales “egipcio y griego” está en la cultura africana. Y no podía ser de otra manera ya que nuestra especie, el homo sapiens, surgió en África hace tan sólo 200 milenios. Allí se dieron los primeros logros esenciales de la condición humana: el lenguaje oral y escrito y la emergencia del pensamiento sistematizado, de la dimensión ética y artística del género humano. Con gran profundidad Eugenio Nkogo demuestra que la civilización humanista vino desde África a Occidente a través de Egipto y Roma. Después de sufrir el esclavismo y el colonialismo, el pensamiento africano se está convirtiendo en la vanguardia de un nuevo movimiento que sigue ayudando al género humano en su ruta hacia un mundo más civilizado y libre.

 
Eugenio Nkogo Ondó es doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Siguió cursos de Ontología y Filosofía Contemporánea en la Universidad de París-Sorbonne. Ha sido lector en la Universidad de Ghana, Accra, Legon. Desde ahí se traslada a los Estados Unidos, trabajando en la Universidad de Georgetown, Washington D. C. De vuelta a España, ejerce como profesor adjunto en el Colegio Universitario de la Universidad de León. Catedrático de filosofía de Bachillerato, es miembro de la “Association des Auteurs Autoédités”. En la actualidad, ejerce como Catedrático en el “I.E.S. Padre Isla”, en León, y dedica su actividad a la investigación y publicación.


Ojos de Papel desea expresar su agradecimiento a Ediciones Carena y a su director, José Membrive, que tan gentilmente ha permitido la publicación de esta selección de textos del libro del profesor Eugenio Nkogo Ondó, Síntesis sistemática de la filosofía africana.


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Desde los tiempos más remotos, desde Homero y Hesiodo, fueron los griegos los primeros europeos que descubrieron África a través de Egipto. Grecia, en cuya colonia de Mileto nace la filosofía occidental a partir del modelo egipcio, fue un pueblo culto, interesado en hallar una nueva visión del cosmos naturalmente diferente de la de su ciudad estado. Sus grandes intelectuales, filósofos e historiadores, al embarcar en el norte de África, en Egipto, observaron que sus habitantes eran Aithíopes: eran negros y, ante esta evidencia, bautizaron a todo el continente (fudamentalmente lo que se extendía al sur a lo largo del río Nilo) con el nombre de Aithiopía o País de los Negros. El tono variado de la piel de estos negros y su posible localización geográfica fueron bien descritos por diversos autores, tales como Homero, Esquilo, Píndaro, Heródoto, Eurípides, etc., cuyos tipos fueron plasmados, a su vez, en el arte del espíritu apolíneo por diversos genios, como nos diría Nietzsche.


Esto significa que las características diferenciales que guardan las razas africanas actuales son las mismas que encontraron los griegos hace miles de años en su Aithiopía.
En este País de los Negros, al que yo mismo he llamado con razón suficiente el Egipto de la Negritud, se establecieron los negros africanos desde la más remota antigüedad, mucho antes de que Grecia emergiera de la historia universal. Se comprueba así que “la civilización egipcia en vez de ser un “milagro” es sin duda la coronación de la hegemonía que África había mantenido de forma ininterrumpida durante los primeros 3000 siglos de la historia humana”. En este Egipto de la Negritud, la vida terrena se unía a la del Más-allá y en ella el hombre vivía con sus muertos, como se observa hoy en las culturas tradicionales africanas; en ella, en último término, los muertos, los difuntos, después de haber atravesado las doce Puertas, después de haber obtenido la bendición de todos los dioses, se dirigían finalmente a Sekhmet, la hija de Râ, Maestra de la Tumba, Madre del horizonte celeste, para que ella escuchara la oración de su pueblo de origen:


“Escucha lo que dicen en sus propósitos
Los Negros y los Nubios:”
“Te glorificamos, o Diosa,
¡La más potente entre los dioses!
Los dioses Sesenu te adoran,
Así como los Espíritus que viven en sus ataúdes”


Inmerso en esa metodología de análisis de fuentes, el filósofo de la historia africana, basándose en el testimonio de las reconocidas huellas cuyas características antropológicas permanecen intactas, ha revelado la similitud existente entre la figura de Chéops, faraón de la IV dinastía y constructor de la gran pirámide de su nombre, con la de un Negro típico y actual del Camerún; y la figura del faraón Séti I, padre de Ramsés II, con la de un Watutsi actual; y las de la joven princesa y de las niñas de la dinastía XVIII egipcia con las de las típicas senegalesas del siglo XX; así como la figura (el Uréus) de un faraón con el busto yoruba de Ife o las estrías de las figuras de la cultura Nok de Nigeria con las egipcias, y así sucesivamente. Yo mismo he observado cierta semejanza entre la estatua en busto de Narmer, primer Faraón negro de Egipto, y la fisonomía de los Hutu actuales. De forma especial, se puede comprobar que las principales características de la imagen de ese Faraón tienen una semejanza casi total con las que nos ofrece la fotografía de Michel Kayoya, un filósofo burundés del siglo XX perteneciente a la raza Hutu. Las comparaciones establecidas por Anta Diop, junto con todas esas similitudes, pueden permitir a especialistas o a los egiptólogos de nuestros días que tengan el propósito de profundizar esta investigación etnológica llegar a una conclusión que demuestre que hay un gran porcentaje de probabilidades para asegurar que Narmer o Menès fue un típico Hutu, que Chéops fue un Fang, que Seti I y su hijo Ramsès II fueron Tutsi, etc.

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Como ha sido ya establecido, Egipto fue durante muchos milenios el reino de los faraones negros, donde floreció la primera revolución científica de la humanidad. En este sentido, al referirnos a la antigüedad de la filosofía africana en conexión con la filosofía griega, origen de la filosofía comparada, John Pappademos, en consonancia con George Sarton, ha asegurado que “Es infantil asumir que la ciencia empezó en Grecia”, por el hecho de que la ciencia griega “era menos una invención que un renacimiento”. Las complicadas operaciones matemáticas y geométricas llevadas a cabo en Egipto de la Negritud darán paso a las construcciones de las famosas pirámides. Como símbolo de este esfuerzo incomparable se cita universalmente, entre otras muchas celebridades, a Chéops, el típico negro parecido al camerunés actual, faraón de la IV dinastía y constructor de la gran pirámide de su nombre; a Kefrén quien erigió otra para conservar su memoria; a su hijo, Mikerinos, el que construyó la tercera pirámide de Gizeh, etc.

Las investigaciones más actualizadas demuestran que, tras la quema de la Bilbioteca de Alejandría, se perdieron los documentos que resumían el alto nivel del conocimiento adquirido por los intelectuales del Egipto de la Negritud. Sin embargo, se conservan, como se ha visto, ciertos testimonios como los mencionados Papiro de Moscú y Papiro Rhind, y algunos nombres de sus filófosos, tales como el matemático y arquitecto Senmut y el primer genio polifacético y universal, Imhotep, diseñador de las escalas de la pirámide de Sakkara e introductor de grandes innovaciones en la construcción de otras. A simple vista, se observa que la estructura de las pirámides egipcias reposa sobre una base cuadrangular, cubierta en el exterior, por lo general, por cuatro triángulos, y en el interior por una serie de subestructuras simétricas, cuya perfección no ha sido todavía alcanzada por la técnica más avanzada de los últimos siglos.
Pitágoras de Samos, que fue el primero que obtuvo un nivel satisfactorio en el aprendizaje de la geometría egipcia, pensó que el arjé era el Número, porque todo se cuenta, y porque el 10 era el Número por excelencia. La tetractus o la tétrada, lo representa como un triángulo que tiene el número 4 por lado. Esto es, sin duda, una reproducción de la exactitud de la base cuadrangular sobre la que se apoyaban o se apoyan todavía las pirámides egipcias, cubiertas verticalmente por cuatro triángulos. Sin embargo, la Papirología egipcia ha revelado que Pitágoras no procedió con honradez por no haber reconocido que el teorema que hasta hoy lleva su nombre, en el que demostró que en un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos, había sido literalmente copiado de sus maestros egipcios, quienes la formularon y la desarrollaron en el problema nº 48 del Papiro Rhind, miles de años antes. Por eso, Heródoto, uno de los grandes intelectuales griegos más honestos de la época, tilda a Pitágoras de simple plagiario de los egipcios. De este mismo modo, Jámblico, otro de los honrados y biógrafo de Pitágoras, revela que éste permaneció en Egipto durante 22 años para aprender la geometría, la astronomía, etc. y asegura, por consiguiente, que “todos los teoremas de líneas (geometría) vienen de Egipto”.

Platón también aprendió la geometría en Egipto, entre otras disciplinas, como se ha demostrado anteriormente. En su período de madurez, afirma que esta ciencia “tiene por objeto el conocimiento de lo que existe siempre, de lo que no nace ni perece”. Por eso, ésta debe ocupar el segundo lugar, después del arte del cálculo, entre las materias que pueden conducir al alma desde la contemplación de lo sensible y visible a la contemplación de lo invisible e inteligible... De acuerdo con la dialéctica platónica, “la geometría atrae al alma hacia la verdad, forma en ella el espíritu filosófico, obligándola a dirigir a lo alto sus miradas, en lugar de abatirlas, como suele hacerse, sobre las cosas de este mundo”. En efecto, y con redundancia, la geometría, junto con el arte del cálculo, la astronomía, que también aprendió en Egipto, y la música, es una de las materias que forma parte de un programa general de aprendizaje. Este aprendizaje no sólo debe servir al filósofo, como lo fue en Egipto, sino a todos los individuos del Estado o de la República, para que abandonen, de una vez por todas, el nivel del conocimiento sensible y asciendan o se esfuercen por ascender al conocimiento racional.

Con el propósito de ser fiel a sus principios, pensó que era preciso regular de alguna forma tanto los contenidos como su método pedagógico. Así, en el portal que daba acceso a su Academia, se podía leer una inscripción que rezaba: “Que no entre aquí el que no sea geómetra”.


Desde sus orígenes, la razón geométrica ha seguido el curso imparable de su progreso histórico hasta llegar a la escuela de Alejandría. A partir de aquí, Eúclides tuvo la mejor oportunidad de reunir todo cuanto la concernía en una voluminosa obra que lleva el título de Elementos, en el siglo III a. C. Esta contribución dio un impulso definitivo al desarrollo de la geometría en todo el mundo y, de forma especial, en Occidente.

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Las investigaciones llevadas a cabo por los grandes egiptólogos del siglo XX han dado paso a una nueva ciencia que, en esta Síntesis, he dado el nombre de Papirología egipcia. En efecto, se trata, por primera vez en la historia del pensamiento, de un estudio riguroso de los distintos papiros egipcios que se han conservado. Éstos han sido presentados de acuerdo con el doble orden cronológico y temático de la manera siguiente:

El Papiro de Moscú y el Papiro Rhind, escritos más o menos hacia el año 2.600 a. C. en la época de la construcción de las Pirámides. El Papiro médico Adwin Smith, escrito más o menos hacia el 1.400 a. C. Y el más reciente, el Papiro demótico Carlsberg 1 a 9, del año 144 d. C., y el Carlsberg 9. Estos documentos nos explican detalladamente los descubrimientos científicos más antiguos y relevantes de la Historia del saber universal realizados en el Egipto de la Negritud. Pero, lo que excita curiosidad hasta hoy, es que estos descubrimientos hayan sido y siguen siendo todavía atribuidos a los filósofos y sabios griegos.


Una aproximación rápida al tema nos revela que el estudio de estos Papiros ha sido una tarea ardua para los egiptólogos, supuesto que han sido escritos en jeroglífico. El intento de su comprensión implica un triple esfuerzo: el de la lectura, el de la traducción y, finalmente, el hermenéutico.


El Papiro de Moscú se compone de 14 problemas. De entre ellos, el filósofo de la Historia nos ha traducido el texto íntegro del problema nº 10, en el que el egiptólogo alemán V. V. Struve señala que la última línea (6) contiene la expresión que ha sido objeto de controversias: “ges pw n inr” = “la mitad del huevo”. En otros términos, se trata de averiguar el cálculo exacto de la superificie de una semicircunferencia y, al mismo tiempo, de una circunferencia. El valor del pí descubierto hasta entonces era 3,16, próximo al actual 3,14. El problema se plantea y se desarrolla en múltiples apartados hasta topar con la solución correcta. A partir de estas operaciones, lograron el cálculo de la superficie de un cilindro exinscrito en una circunferencia cuya altura era igual al diámetro de esta.


El problema nº 14 trata ya del cálculo del volumen de una pirámide truncada y del cono, que coinciden con los planteamientos y las soluciones de los ejercicios números 56, 57, 58, 59 y 60 del Papiro Rhind, etc.. 2.000 años más tarde, Arquímedes atribuyó este último descubrimiento a Eudoxo después de haber atribuido el resto a sí mismo. Así, en su tratado Del método, comunica a su amigo, el geómetra Eratóstenes, que “su método mecánico (de los pesos de las figuras geométricas)” era la única “fuente oculta de sus principales descubrimientos”. Ante esta exaltación, Arquímedes ha sido acusado de falta de honradez por haber guardado silencio de estas “vías que seguimos hoy todavía, pero que él ha borrado cuidadosamente la huella de sus pasos” (97). En esta misma línea, en sus libros De la circunferencia y del cilindro o De la medida del círculo, no menciona niguna fuente egipcia y ni siquiera compara su valor del pi 3,14 con el 3,16 de los egipcios. En su tratado Del equilibrio de los planos o de su centro de gravedad, se olvida totalmente de que “debemos admitir que en cuanto a mecánica, los egipcios tenían más conocimientos de lo que podríamos imaginar” y de que “Los planos de los egipcios son tan exactos que los de los ingenieros modernos”. En su epitafio descubierto por Cicerón en Siracusa, se ensalzaba de que su descubrimiento más importante había sido el cálculo de la superficie de una circunferencia inscrita en un cilindro con una altura que medía igual al diámetro de aquella, sin tener en cuenta que los egipcios lo descubrieron milenios antes de él.
 

Por último, mientras Diodoro de Sicilia cree que Arquímedes inventó el torniquete durante su viaje a Egipto, Strabon atribuye el mismo invento a los maestros egipcios sin mencionar ni siquiera a Arquímedes.


El Papiro Rhind, como se ha anunciado, es el más extenso de los más antiguos y, además de plantear algunos problemas como el anterior, abarca una gran variedad de descubrimientos. Así, por ejemplo, demuestra, que el teorema atribuido a Tales de Mileto, por el que “haciendo coincidir el extremo de la sombra de un bastón, puesto verticalmente, con el extremo de la sombra de la Gran pirámide, se construye una figura idéntica a la que” los egipcios construyeron con la solución del problema 53, fue descubierto 1.300 años antes de su nacimiento. En el problema nº 48, se demuestra que el teorema atribuido a Pitágoras de Samos para establecer que en un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos, fue descubierto en Egipto miles de años a. C. Por esta razón, Plutarco afirmó honestamente que los griegos eran conscientes de que este teorema era una típica invención de sus maestros. Y concluyó: “Los egipcios representaban el mundo en forma de un triángulo más perfecto, como Platón, en su política, parece haberlo empleado como símbolo de la unión matrimonial. En este triángulo más perfecto el lado vertical se compone de 3 partes, la base de 4 y la hipotenusa de 5. El lado vertical simboliza el hombre, la base la mujer y la hipotenusa el progenitor de ambos”. En la segunda parte de este mismo problema se presenta el cálculo de la Cuadratura del Círculo. Los problemas que van del nº 24 al 38 explican las operaciones correspondientes a las ecuaciones de primero y del segundo grado. Entre el 41 y 43 se desarrollan las fórmulas para hallar los volúmenes del cilindro, del paralelepípedo y de la circunferencia y, del mismo modo, en los que van del 49 al 52, se amplía el cálculo para las superficies del rectángulo, el triángulo y el trapecio. Los incluidos entre los números 57 y 60 tratan de calcular la pendiente o inclinación de una pirámide, a partir de las líneas trigonométricas habituales: seno, coseno, tangente o cotangente. Los que caen entre los números 64 y 79 tratan del Álgebra, de todas las series matemáticas, del análisis de los gnomons, de la tetractus o tétrada de Pitágoras, así como su empleo de los signos jeroglíficos egipcios, etc,.

El Papiro médico Adwin Smith nos abre un nuevo horizonte para contemplar una realidad distinta, este consiste en el planteamiento del problema de la investigación de las funciones del cerebro en una época en que el tema era desconocido, lo que demuestra que el autor o los autores del documento tenían un conocimiento científico de la dependencia del cuerpo respecto al cerebro. Este descubrimiento se remonta a 1400 años antes de Demócrito de Abdera, a quien se lo habían atribuido en Grecia. Por otra parte, este mismo documento nos presenta unos 48 casos de cirugía ósea y de patología externa, un trabajo que ha sido no sólo admirado sino también adoptado por la ciencia moderna. Se trata del “descoyuntamiento de la mandíbula, de las vértebras, de las espaldas, de la perforación del cráneo, de la fractura de la nariz, de las clavículas, de la fractura del cráneo sin rotura de meninges, etc.” De acuerdo con estas antiguas investigaciones, se ha llegado a la conclusión de que “estas observaciones clínicas tienen una gran precisión y rinden homenaje a los cirujanos, del Antiguo Imperio 2.600 a. C., que vivieron 2.000 años antes de Hipócrates”.


El Papiro demótico Carlsberg 1 a 9 plantea diversos temas. Así, por ejemplo, el Carlsberg 1 explica las leyendas relacionadas con la importancia o significación de las décadas en la antigua astronomía egipcia. Según esto, el año estaba dividido en 36 décadas o períodos de diez días, que estaban regidas por una constelación, y arrojaban “360 divisiones o “grados” del círculo, base de la primera división sexagesimal conocida en la historia de las ciencias”... El Carlsberg 4 trata del diagnóstico y de las fórmulas de la terapéutica tradicional, en Egipto, y su posterior adaptación por Hipócrates. Los siguientes se refieren a las fuentes de todos los calendarios diagonales de los sarcófagos, de la orientación de los monumentos, del establecimiento del calendario astronómico desde 4.236 a. C. En general, la orientación de los grandes monumentos obedecía a los criterios de una ciencia astronómica segura, de manera que su número y posición se relacionaban con “los cuatro puntos cardinales con un error siempre inferior a un grado en relación al verdadero norte”.


De la misma manera que inventaron la geometría, sobre todo, los egipcios fueron los inventores exclusivos del calendario que ha llegado hasta nuestros días, sin haber sufrido a penas ninguna modificación. Inventaron el año compuesto de 12 meses de 30 días, es decir 360 días, más los cinco días correspondientes a los siguientes dioses egipcios: Osiris, Isis, Horus, Seth y Nephtys. De acuerdo con eso, el año se dividía, pues, en 3 sesiones de cuatro meses, el mes tenía 3 semanas de 10 días y el día 24 horas. Se dieron cuenta de que “a este año le faltaba un cuarto de día para corresponder a una revolución sideral completa”. De este modo, a partir de 4.236 a. C., inventaron el último calendario, el astronómico civil, en el que se incluía “el retardo o cambio de tiempo de un cuarto de día al año”, para obtener 365 días. El retardo acumulado arrojaba una cifra de 24 horas al cabo de cuatro años. Pero, “en lugar de añadir un día a cada período de cuatro años y establecer un año bisiesto, los egipcios prefirieron la solución magistral que consiste en seguir este cambio de tiempo durante 1.460 años”. Habría que enfatizar que este descubrimiento incomparable tuvo lugar 3.600 años antes del nacimiento de Tales de Mileto y 2.800 antes de la emergencia del pueblo griego en la historia, sin embargo, Diógenes Laercio y otros griegos hicieron el milagro de atribuírselo a él. El apogeo de la investigación astronómica en el Egipto de la Negritud nos transmitió este hallazgo genial que ha sido reconocido como “el único calendario inteligente que jamás haya existido en la historia humana”. Esta precisión o cultivo de la ciencia astronómica ha sido heredada por el pueblo Dogon, habitante de la república de Malí, en el que cada una de sus tribus es especialista en el estudio de las fases o de la evolución de cada uno de los astros que pueblan los sistemas planetarios, como tendremos oportunidad de comprobar en los apartados de ´”El universo metafísico Dogon” y en el de “La observación y la intuición: fundamentos de la ciencia astronómica del pueblo Dogon”.
Algo tardío llega el Carlsberg 9, que describe los métodos de las determinaciones de las fases de la luna basándose exclusivamente en las fuentes más antiguas de la astronomía egipcia.

Junto a todas estas ciencias, los egipcios aplicaron su genio a otros campos del saber humano: inventaron también la Química y la Metalurgia del hierro e inauguraron una arquitectura con una perfección que no ha sido todavía alcanzada por la técnica más avanzada del siglo XXI. Se sabe que la palabra química es de origen egipcio y procede de kemit (negra), “por alusión a la larga duración de fusión y de destilación habituales en los “laboratorios” egipcios, para extraer los productos deseados”. Incluso el término se ha conservado en otras lenguas africanas tales como el Walaf, en la que hemit significa negro, carbón, etc. Se sabe que el instrumento más antiguo de hierro “es un cuchillo egipcio, probablemente fabricado entre 900 y 800 a. C”. Por último, sólo haría falta situarse delante de sus pirámides para disfrutar del fruto maravilloso de su genio arquitectónico.

Tras este breve recorrido a través de la Papirología egipcia, ciertamente, el egiptólogo de buena formación tiene razón suficiente para tildar de plagiarios a los pensadores griegos que, habiendo bebido de la fuente del saber egipcio, no hayan reconocido la carga de la herencia que pesaba sobre ellos.


“Lejos de la idea de que Arquímedes y los griegos, en general, que llegaron tres mil años después que los egipcios, no hayan avanzado más que estos en los distintos campos del saber, sólo quisieramos subrayar que, como sabios, deberían haber indicado claramente lo que ellos heredaron de sus maestros egipcios y lo que realmente aportaron. Pues, casi todos han fallado en cumplir esta norma elemental de honestidad intelectual.”

1 comentario:

  1. Buenas tardes, muy interesante su artículo. Me gustaría hacerle una consulta sobre algunos de los datos que cita, ¿me podría facilitar su correo?

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