La
perdida de un ser amado despierta en nosotros sentimientos y emociones
lacerantes, dolorosos, sentimientos de los cuales hemos asumido que afectan a
otros pero no debe afectarnos a nosotros, por ello nos negamos a aceptarlos,
nos negamos a aceptar el vacío que nos invade por la ausencia física del ser
amado, nos negamos psíquicamente a asumir la realidad, una realidad que durante
nuestra vida hemos aceptado como incuestionable, que es nacer, crecer y morir,
pero en nuestro subconsciente hemos asumido que esa realidad es aplicable a
otros no a nosotros, por ello nos negamos a
aceptar esa realidad que nos priva de continuar disfrutando de la presencia física del ser
amado, pues al fin y al cabo, somos humanos y por tanto, egoístas en lo
espiritual.
Los
espíritus son energía pura, espíritus trascendentales. Fueron creados perfectos
como reflejos de la
Divinidad, libres de las condiciones humanas. Son seres de
luz que existen y reconocen la obra de la Divinidad. Están
en el mundo antes que el ser humano, el cual es sólo un recipientes de la
divina energía, emanada del ser Supremo en beneficio de toda la creación,
atendiendo las necesidades de la humanidad, exaltando los sentimientos de fe,
esperanza, caridad, honor, integridad, verdad, libertad, misericordia y
justicia. Son la revelación del amor divino, de la sabiduría y del poder de la
creación.
Cuando
esta energía pura, vital e inmaculada se aloja en un cuerpo humano especialmente
conformado por designio divino como es el cuerpo de una madre, el cuerpo físico
se convierte en templo donde anida la Esencia
Divina, la llama del
Fuego Sagrado, es el Amor, es la fuerza para realizar cosas positivas que por
amor se convierten en divinas.
En
la madre se expande el espíritu de la vida según los planes divinos y renueva
todo lo que toca, con verdadero amor que
nunca pasa factura, es como la Sol
que da su luz y calor a todos sin distinción, sin discriminación, su nota
básica es la alegría.
Así como canta la naturaleza una canción silente de
amor en todos los amaneceres, así canta su corazón cuando permite que el amor
se exprese a través de ella, con amor libertador e invocador de la Ley del perdón.
Nuestra
frágil condición de ser humano nos impide ser ajeno al dolor cuando sufrimos la
pérdida de un ser amado, especialmente cuando se trata de una madre quien
emprende la partida al seno de la
Divinidad, pese al dolor que invada nuestros corazones,
debemos mantener muy presente que lo anterior, no significa que el dolor, la
aflicción, la ausencia y todo lo que la partida de una madre pueda significar, y
que ya no está con nosotros, que ya no la podemos ver físicamente, y no podemos recibir sus
consejos, abrazarla, darle un beso y decirle como lo hacíamos, cuanto la queremos,
cuando la amamos y cuan orgulloso estamos de ella y eso golpea en la mente y en
el corazón que se niega a aceptar una realidad que no podemos ignorar.
Por
ello, asumamos la nueva situación de una manera digna, positiva y amorosa de
decirle a la ausente: “Así te recuerdo”. “Esto fue lo que me enseñaste”. “Esto
ha sido lo que aprendí al compartir contigo”. Y por siempre estarás en mi
mente, en mi corazón y en mis recuerdos MADRE.
Gauyre
Adarguma Anez Ram’ n Yghasen, mayo de 2011.
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