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viernes, 14 de diciembre de 2012

LA PERDIDA DE UN SER AMADO






 La perdida de un ser amado despierta en nosotros sentimientos y emociones lacerantes, dolorosos, sentimientos de los cuales hemos asumido que afectan a otros pero no debe afectarnos a nosotros, por ello nos negamos a aceptarlos, nos negamos a aceptar el vacío que nos invade por la ausencia física del ser amado, nos negamos psíquicamente a asumir la realidad, una realidad que durante nuestra vida hemos aceptado como incuestionable, que es nacer, crecer y morir, pero en nuestro subconsciente hemos asumido que esa realidad es aplicable a otros no a nosotros, por ello nos negamos a  aceptar esa realidad que nos priva de continuar  disfrutando de la presencia física del ser amado, pues al fin y al cabo, somos humanos y por tanto, egoístas en lo espiritual.
Los espíritus son energía pura, espíritus trascendentales. Fueron creados perfectos como reflejos de la Divinidad, libres de las condiciones humanas. Son seres de luz que existen y reconocen la obra de la Divinidad. Están en el mundo antes que el ser humano, el cual es sólo un recipientes de la divina energía, emanada del ser Supremo en beneficio de toda la creación, atendiendo las necesidades de la humanidad, exaltando los sentimientos de fe, esperanza, caridad, honor, integridad, verdad, libertad, misericordia y justicia. Son la revelación del amor divino, de la sabiduría y del poder de la creación.
Cuando esta energía pura, vital e inmaculada se aloja en un cuerpo humano especialmente conformado por designio divino como es el cuerpo de una madre, el cuerpo físico se convierte en templo donde anida la Esencia Divina, la llama del Fuego Sagrado, es el Amor, es la fuerza para realizar cosas positivas que por amor se convierten en divinas.
En la madre se expande el espíritu de la vida según los planes divinos y renueva todo lo que toca, con verdadero amor que nunca pasa factura, es como la Sol que da su luz y calor a todos sin distinción, sin discriminación, su nota básica es la alegría.
Así como canta la naturaleza una canción silente de amor en todos los amaneceres, así canta su corazón cuando permite que el amor se exprese a través de ella, con amor libertador e invocador de la Ley del perdón.
Nuestra frágil condición de ser humano nos impide ser ajeno al dolor cuando sufrimos la pérdida de un ser amado, especialmente cuando se trata de una madre quien emprende la partida al seno de la Divinidad, pese al dolor que invada nuestros corazones, debemos mantener muy presente que lo anterior, no significa que el dolor, la aflicción, la ausencia y todo lo que la partida de una madre pueda significar, y que ya no está con nosotros, que ya no la podemos  ver físicamente, y no podemos recibir sus consejos, abrazarla, darle un beso y decirle como lo hacíamos, cuanto la queremos, cuando la amamos y cuan orgulloso estamos de ella y eso golpea en la mente y en el corazón que se niega a aceptar una realidad que no podemos ignorar.

Por ello, asumamos la nueva situación de una manera digna, positiva y amorosa de decirle a la ausente: “Así te recuerdo”. “Esto fue lo que me enseñaste”. “Esto ha sido lo que aprendí al compartir contigo”. Y por siempre estarás en mi mente, en mi corazón y en mis recuerdos MADRE.

Gauyre Adarguma Anez Ram’ n Yghasen, mayo de 2011.





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