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lunes, 28 de octubre de 2013

LA DIOSA MADRE EN LAS ISLAS CANARIAS-XXVIII-III










Volumen IV

CAPITULO XXVIII-III


MOMIFICACIÓN Y CULTO A LOS MUERTOS  

Eduardo Pedro García Rodríguez


ISLAS CANARIAS: La momificación natural denominada Saponificación, es frecuente especialmente en conventos y monasterios. Existen infinidad de cuerpos conservados de esta manera. En las Islas Canarias, el caso más singular es el representado por una moja de origen guanche, llamada María de León Delgado. Esta monja conocida popularmente como La Sierva de Dios, es actualmente venerada por multitud de fieles. Ingresó muy joven como lega al servicio de una monja anciana y enferma en el convento de su Orden, una mañana del domingo 22 de febrero de 1668, al carecer de dote para su subsistencia,  dependió siempre de las limosnas que desde el exterior le remitían, pues  la comunidad no se hacía cargo de su alimentación, a pesar de los trabajos que la lega realizaba en el convento después de la muerte de su ama sor San Jerónimo.



Está ampliamente recogido por los biógrafos de la monja, las labores de sanación llevadas a efecto por sor María de Jesús, en las que, independientemente de la mística, demostró un amplio conocimiento de las plantas medicinales canarias y de las enfermedades a que debían aplicarse, curando incluso a un doctor, de unas graves afecciones que padecía en la piel.

La piedad popular de la época fomentada por el clero, llegó a atribuir a la monja el don de la bilocación, don empleado por  sor María de Jesús, no sólo para proteger al pirata Amaro

Pargo, sino incluso sus “empresas” y colaboradores, conforme se desprende de determinadas leyendas atribuidas a la monja.

En el año de 1731, un doce de febrero Sor María de Jesús entra en un trance en el cual se mantiene hasta el 15 del mismo mes, en que, entre las doce y las trece, fallece a los ochenta y cuatro años diez meses y veinticuatro días de edad. Era frecuente en la época que los cadáveres de las monjas fuesen enterrados sin féretros, pero en el caso de Sor María de Jesús, el opulento don Amaro Pargo (corsario y mercader) dispuso que el cuerpo de la monja fuese sepultado en una caja.

Es digno de encomio el afecto que mostró siempre hacia la monja, el pirata, a los tres años de la muerte de la misma, hace gestiones antes los superiores de la orden de Santo Domingo en la Provincia para exhumar el cuerpo de Sor María de Jesús. Cumplidas todas las formalidades del caso, en la tarde del veinte de enero de 1734, se reunieron en el coro bajo del monasterio de Santa Catalina, el P. Provincial, Fr. Luís Leal, el Prior de Santo Domingo Fr. Pedro González Conde, el Regente de Estudios Fr. Luís Díaz, el Secretario Fr. Juan Bautista y el Secretario Eclesiástico y Apostólico don Miguel Hernández de Quintana, Prebístero;  también concurrieron al acto los seglares Dres. Don Francisco Barrios y don José Sánchez médicos, los Capitanes don Amaro Rodríguez Felipe y don Antonio de Torres, y los afectos al convento don Andrés José Jaime y don Juan Hernández, encargados de abrir la sepultura.

Comenzaron a abrir la sepultura colocando la tierra a los lados, Amaro Pargo en su ansiedad por ver la caja resbaló cayendo en la fosa y rompiendo la tapa del ataúd, en el cual penetró gran cantidad de tierra. Una vez sacada la caja y abierta se vio que el cadáver estaba muy reducido y los hábitos completamente mojados, el Padre Provincial tocó las manos del cadáver y estas se desprendieron descompuestas, siendo ya tarde y oscuro decidieron dejar el examen para el día siguiente, ordenando el  Padre Provincial el traslado del féretro a la celda que había habitado la difunta, mandando clavar la ventana y la puerta, poniendo a dos religiosas de guardia, acordando que al día siguiente procederían a separar los hueso y demás despojos de la monja, atribuyendo la humedad que mojaba el cadáver y la caja a la pérdida de agua de una tubería que surtía al convento y que pasaba por la parte exterior de la pared del coro.

Al día siguiente concurrieron los personajes arriba citados más el Doctor Barrios que se encontraba de visita en el convento, abiertas la celda y la caja en que estaba el cadáver, comenzó a separar la tierra con sumo cuidado pues por causa de la humedad ésta se había convertido en lodo. Finalizada esta operación, se observó que el cadáver  estaba prácticamente entero (excepto las manos y pies) flexible y con todo su pelo en la cabeza, el paladar y lengua

fresco y sonrosados, con su color natural, destilando todo él sangre y un líquido que mojaba los nuevos vestidos que le pusieron así como el lugar donde estaba situado, creyendo que la destilación del cadáver era debido a la humedad del lugar donde había estado enterrado, José Jaime y Juan Hernández  abrieron de nuevo la sepultura, no encontrando más humedad que la habitual, y cogiendo puñados de tierra y apretándolos fuertemente, ésta no soltó la más mínima gota de agua. Pasados 20 días de la exhumación continuaba destilando líquido igual que al principio. Todo lo expuesto animó al capitán Amaro Rodríguez Felipe a costear el lujoso sarcófago en que reposan los restos de la monja, en lugar de la sepultura que le tenía prevista, y haciendo esculpir en la urna en un claro deseo de dejar constancia de su sobrenombre los siguientes versos:

P arece a quien el humano afán
A  mirar con luz divina
R ara ave peregrina
G irando al Cielo Guzmán
O al trono de Catalina.

Es posible que la momificación del cadáver  de Sor María de Jesús se debiera al proceso conocido como saponificación, éste tiene lugar cuando la cantidad de grasas en el cuerpo del difunto tiene un volumen considerable, esta grasa se transforma en adipocira, dando lugar a un proceso de saponificación  o hidrólisis de las grasas cuando existe un grado de humedad determinado. De esta manera el cuerpo  muerto dispone de una protección natural que lo aísla de los agentes externos y, por tanto, de la putrefacción. También al acrecentar al máximo el misticismo mortificando su cuerpo con severas penitencias, es viable que el organismo desarrollase mecanismos de defensa creando alguna sustancia endógena que, sería la responsable de la conservación del cadáver.

Casos de momificación similares  al de Sor María de Jesús, se producen con cierta frecuencia en los conventos y monasterios de todo el mundo y en todos los tiempos, en el siglo XVII está registrado un caso similar, el de sor María de Jesús de Agreda, cuyos restos se conservan en la clausura concepcionista de su monasterio. En las revisiones efectuadas al cadáver en los años 1909 y 1989, se observó que éste no había sufrido deterioros apreciables en los últimos ochenta años. Ambas monjas tenían en común el hecho de haber sido enterradas en condiciones pésimas, tenían el don de la bilocación y el sufrir frecuentes estados de éxtasis, y como caso curioso, el cadáver de la madre de sor María Jesús de Agreda, Catalina de Arana, se conserva incorrupto aunque algo estropeado, ésta mujer también estuvo rodeada de un halo de santidad y misticismo. Recientemente, el 20 de abril de 1982, se procedió a desenterrar el cadáver de la monja franciscana sor Clara Sánchez García, del convento de Santo Domingo, en Soria, el cuerpo de la monja pese a haber estado enterrado bajo tierra y sin ataúd, y con humedad por todas partes, su cuerpo se conserva en perfectas condiciones; la piel tenía su color y los miembros los tenía flexibles. Hoy en día son millares los cuerpos incorruptos, entre ellos,  figuran los del  Papa Juan XXIII, el monje Charbel, Santa Bernardette, el cura de Ars, el maestro budista Hui Neng, e infinidad de místicos y seglares.

Creemos interesante insertar a continuación uno de los primeros documentos relativos a la exhumación de los restos de sor María de León:


CERTIFICACIÓN

DEL NOTARIO ECCO. Y APP. D. MIGUEL HERNÁNDEZ DE QUINTANA.



Yo D. Miguel Hernández de Quintana, Prebístero, y vecino de esta Ciudad de La Laguna, Isla de Tenerife, testifico a todos los que la presente vieren como hoy veinte de enero de este presente año de mil setecientos treinta y cuatro años, habiendo sabido y entendido que en la tarde del expresado día estaba dispuesto el exhumar el cadáver de la Venerable Soror María de Jesús, Religiosa del Monasterio de Santa Catalina de Sena de esta dicha Ciudad, me fui a la Iglesia del dicho Monasterio a la hora de Vísperas, con el motivo de ver si podía yo hallarme presente a la exhumación de dicho cadáver, y con efecto lo conseguí mediante la licencia del M.R.P. Mtro. Provincial Fr. Luis Tomás Leal y habiendo entrado en el coro bajo de dicho Monasterio con el dicho M.R.P. Mtro. Provincial el Muy Reverendo P. Prior Fr. Pedro Conde, R.P. Regente J. Luis Díaz, Secretario Fr. Juan Bautista, los doctores D. Francisco de Barrios, D. José Sánchez y el Capitán D. Amaro Rodríguez Felipe y D. Antonio de la Torre, se empezó a hacer la exhumación y se desenterró el cuerpo de la Venerable Soror María de Jesús con el motivo de trasladarlo a otro nuevo sepulcro y habiendo extraído el cajón o urna de la sepultura (habiéndole caído antes alguna porción de tierra dentro de él, por haberse desunido la tapa de la sepultura que estaba contigua) se levantó la tapa y quedó patente el cuerpo y éste, a juicio prudente de todos los referidos que lo estaban mirando para ver si se había deshecho y consumido por el poco lugar que ocupaba en la urna y éste juicio que entonces hicimos lo confirmamos luego viendo que el M.R.P. Provincial le fue a coger las manos como para alzárselas y se le desunieron y desbarataron, de que inferimos que el cuerpo estaba resuelto y que la causa de esto era la grande humedad que había en el terreno  a donde estaba enterrado el cajón con dicho cuerpo, pues se reconoció también en esta ocasión que el hábito y la demás ropa estaba mojada y que todo provenía de que pasaba por cerca de la sepultura la cañería o conducto por donde va el agua al dicho Monasterio y luego sin dilación se volvió a cerrar y clavar el dicho cajón y se llevó (ayudando yo a ello) a ponerlo en la celda que había sido de dicha Venerable Soror María de Jesús, en donde se colocó, habiendo quedado las puertas cerradas y clavadas de mandato del dicho M.R.P. Provincial. Y así mismo testifico haber concurrido en el dicho coro bajo de dicho Monasterio todos los arriba expresados (menos el Dr. D. José Sánchez), en el día veintiocho de dicho mes de Enero y de mandato del M.R.P. Provincial, se abrió el sepulcro donde había estado enterrado el cuerpo de la Venerable María de Jesús, para reconocer si en aquél terreno podía haber tanta humedad, que podía ser causa de estar mojado el hábito y ropas del cadáver; y habiendo abierto aún más profundo (a mi parecer) de lo que estaba antes de exhumar dicho cadáver, se registró con luz, habiendo abajado al plano, del, el dicho M.R.P. Provincial y después me dijo su Paternidad M.R. bajase yo y con efecto entré y estuve con una barreta escarbando la tierra por diversas partes y la hallé cuasi seca y sin humedad y como cualquiera otra sepultura regular, de manera que cogiendo yo la tierra y escarbándola con los dedos en el plano del sepulcro y apretándola con la mano volviéndola a soltarla  casi me quedaba sin haberme suciado y habiéndose vuelto a cerrar el sepulcro pasamos a la celda en donde estaba el cuerpo de dicha Venerable Soror María de Jesús el cual ya estaba puesto y tendido con camisón y enaguas todo nuevo y habiéndole desatado la camisa por el cabello reconocí que el cuerpo estaba entero y sólo le faltaba los pies y manos por haberse ido desbaratando, y estaba al parecer con sus carnes, pescuezo y cabello en la cabeza y el estomago esta flexible y blando a modo de un cuerpo vivo y de ser así todo lo que dejo referido lo juro in

vervo sacerdotis en dicha Ciudad en veintinueve de Enero de mil setecientos treinta y nueve años=Miguel Hernz. Quintana.”


LA MOMIFICACIÓN EN EL PUEBLO GUANCHE: Quizás uno de los pueblos cuyas técnicas de momificación de los cadáveres fue similar a la de los antiguos egipcios fue la empleada por el pueblo guanche, naturalmente salvando las diferencias habidas en cuanto a los materiales empleados en vendajes, sarcófagos y arquitectura funeraria. Básicamente, las técnicas, ingredientes y categorías en los embalsamamientos eran idénticos, lo cual no tiene nada de extraordinario si tenemos en cuenta que ambos pueblos en algún momento de la historia tuvieron estrechos contactos como esperamos demostrar en otro capítulo de este trabajo.



Veamos algunas de las parcas referencias que sobre las técnicas empleadas por nuestros antepasados para embalsamar los cuerpos de los difuntos nos han trasmitido los cronistas y historiadores:

“Los naturales desta isla, piadosos para con sus difuntos, tenían por costumbre que, cuando moría alguno de ellos, llamaban ciertos hombres (si era varón el difunto) o mujeres (si era mujer) que tenían esto por oficio y desto vivían y se sustentaban, los cuales, tomaban el cuerpo del difunto, después de lavado, echábanle por la boca ciertas confecciones hechas de manteca de ganado derretida, polvos de brezo y de piedra tosca, cáscaras de pino y de otras no sé que yerbas, y embutíanles con esto cada día, poniéndolos al sol, cuando de un lado, cuando del otro, por espacio de quince días, hasta que quedaba seco mirlado, que llamaban xaxo.

En este tiempo tenían lugar sus parientes que llorarle y plantearle, que otras obsequias no se usaban; al cabo del cual término, lo cosían o envolvían en un cuero de algunas reses de su ganado, que para este efecto tenían señaladas y guardadas, y así por la señal y pinta de la piel se conocía después el cuerpo del difunto. Estos cueros los adobaban con mucha curiosidad gamuzados y los teñían con cáscara de pino, y con mucha sutileza los cosían con correas del mismo cuero, que casi no parecía la costura. En estas pieles adobadas cosían y envolvían el cuerpo del difunto después de mirlado, poniéndole muchos cueros destos encima, y algunos ponían en atúd de madera incorruptibles, como es tea, hecho todo de una pieza, y cavado no sé con qué, a la forma del cuerpo; y desta suerte lo llevaban a alguna inaccesible cueva, puesta en algún risco sajado, donde nadie pudiese llegar y allí lo ponían y dejaban, habiéndole hecho con esto el ultimo beneficio y honra. Mas los hombres y mujeres que los mirlaban, que ya eran conocidos, no tenían trato ni conversación con persona alguna ni nadie osaba llegarse a ellos, porque los tenían por contaminados e inmundos; más ellos y ellas tenían su trato y conversación y cuando ellas mirlaban a alguna difunta, los maridos les traían la comida, y por el contrario, etc.” (Fr. Alonso de Espinosa, [1594]1980:44-45)

“...Cuando morían, tenían esta costumbre y orden en sus entierros, que había hombres y mujeres que tenían oficio de mirlar los cuerpos, y a esto ganaban la su vida, desta manera que, si moría hombre, lo mirlaba hombre, y la mujer del muerto le traía la comida; y si moría mujer, la mirlaba mujer, y el marido de la difunta le traía la comida; y servían estos de guardar el cuerpo del difunto, lo comieran los cuervos guirres y perros. Y la manera de mirlar los cuerpos era que llevaban los cuerpos a una cueva lo [s] tendían sobre lajas y le vaciaban los vientres, y cada día los lavaban dos veces con agua fría las partes débiles, sobacos, tras las orejas, las ingles, entre los dedos, las narices, cuello y pulso. Y, después de lavados, los untaban con manteca de ganado y echábanle carcoma de pino y de brezo y polvos que  hacía de piedra pómez, porque no se dañasen. Y, estando el cuerpo enjuto sin ponerle otra cosa, venían los parientes del muerto, y con cueros de cabras o de ovejas sobados los envolvían y los liaban con correas muy luengas, y los ponían en las cuevas que tenían dedicadas para ello, cada uno para su entierro; pero el rey, donde quiera que moría lo habian de llevar a su sepultura, donde tenían sus pasados; a los cuales ponían por su orden, para que se conociesen; y así los ponían y sin cubrirles con cosa encima.” (Fr. J. De Abreu Galindo, [1632]1977:299-300)[1]

“Tenían entierro los canarios, donde se enterraban de esta manera: A los nobles y hidalgos mirlaban al sol, sacándoles las tripas y estómago, hígado y bazo y todo lo interior. Lavábanlo primero, lo enterraban; y el cuerpo secaban y vendaban con unas correas de cuero muy apretadas; y, poniéndoles sus tamarcos y toneletes como cuando vivían y hincados unos palos, los metían en cuevas que tenían diputadas para este efecto, arrimados en pie. Y, sino había cuevas procuraban hacer sus sepulturas en lugares pedregosos que llaman mal países, y apartaban las piedras movedizas y hacían llano el suelo, tan cumplido como el difunto, y lo tendía allí, siempre la cabeza al Norte; y le llegaban unas grandes piedras a los lados, de suerte que no llegasen al cuerpo, y quedaba como una bóveda. Y sobre estos hacían como una tumba redonda, de dos varas, de piedra tan bien obrada y prima, que admira su edificio. Y por dentro, desde encima de la bóveda para arriba hasta emparejar con las paredes, lo henchían de piedra puesta con tanto nivel, que da a entender el ingenio de los canarios.

Algunos nobles enterraban en ataúdes de cuatro tablas de tea, y las pilas mucho mayores y de mayores piedras. Y, para preparar y conservarlos[s] cuerpos difuntos, había hombres diputados y señalados para los varones, y mujeres para las hembras. Y a los villanos y gente común y plebeya enterraban en sepulturas y hoyos fuera de las cuevas y ataúdes, en sepulturas cubiertas con piedras del malpaís.” (Fr. Abreu Galindo, [1632]1977:162-3)[2]

“...Tenían grandes rumazones de cuerpos mirlados tan enjuntos que parecían de madera y forrados en pieles; había mujeres con los niños al pecho enjuntos con todas sus perfecciones, que podían conocerse, y sin faltarles cabellos, antes los tenían rubios, largos y fuertes; hacíanles ofrendas de comida del modo que hemos dicho...” (Marín de Cubas, refiriéndose a la isla de Tenerife, [1694]. 1993: 221)

Al difunto lavaban con agua caliente, cocidas hierbas y con ellas les estregaban, abríanles el vientre por la parte derecha debajo de las costillas a modo de media luna, sacaban todo lo de dentro y por lo alto de la cabeza sacaban los sesos, y quitado todo hasta la lengua, llenaban los huecos de mezclas de arena, cáscaras de pino molidas y borujo de yoya y mocanes, y volvían a cerrarle muy curiosamente, lo ungían con manteca y ponían al sol de día y de noche al humo, y por quince días le lloraban y haciendo exequias y estando enjuto les ponían en las cuevas con otros mirlados; a otros hacían torreoncillos de piedras malpaíses; y bóvedas, llevánbales de comer a las sepulturas, el marido a la mujer y ella a él; algunos se hallaban vestidos de gamuzas, tenían por gran delito enterrar en la tierra pura a que gusanos comiesen al difunto; algunos se sepultaban en palos huecos como pesebres de tea y otros maderos enterrados y encima ponían piedras grandes en forma de cruz o de “táu” por memoria, y lo común era siete y otras tres grandes a lo largo y alrededor un torreoncillo, hacían grandes romerías a donde habían sepulcros en riscos sagrados a su secta como Tirma y Almogaren. (Tomás Marín de Cubas, en referencia a Gran Canaria.[3] [1694] 1993:212)

José de Viera y Clavijo, en su “Descripción del Gabinete del Rey de Francia” refiriéndose al secreto que poseían los egipcios en materia de embalsamamiento, dice:

“Yo creo que ha habido muchos medios de preservar los cadáveres de la corrupción. Tenemos un ejemplo en los guanches, pueblos antiguos de la isla de Tenerife. Aquellos que quedaron cuando los españoles hicieron la conquista, refirieron que el arte de embalsamar los cuerpos era conocido de sus mayores y que había en su nación cierta tribu de sacerdotes que hacían de él un secreto y casi un misterio sagrado[4].”


Es bien conocida la reseña que sobre un panteón de momias localizado en el pueblo sureño de Arico, en la isla de Tenerife, nos ha trasmitido el Conde de Chastenent de Puysegur, Oficial Comandante de un navío de Guerra que arribó al puerto de Santa Cruz de Tenerife en 1776, con el objeto de estudiar la flora y herborizar para el Gabinete de Historia Natural del Jardín des Plantes de París. Como era habitual en la época, los ilustrados europeos no dudaban en saquear el patrimonio de los pueblos que visitaban, y en este caso con la connivencia de la oligarquía colonial española, la cual como hemos dicho, buscaban congratularse con los visitantes de cierto rango regalándoles los cuerpos mirlados de nuestros antepasados. En este caso, Chastenent se hizo con dos momias cuya tumba había sido profanada en Arico. Estas estaban como es habitual forradas con varias pieles, una de ellas tenía la cabeza descubierta tenía los cabellos bien conservados y arraigados, le faltaban los pies y las entrañas se habían reducido a polvo.

Según recoge Viera y Clavijo, el Obispo de Rochester publicó en la Historia de la Royal Society, de Londres un relato sobre momias guanches, en el que el autor refiere que en su calidad de médico prestó valiosa ayuda sanitaria al pueblo guanche de Güímar,”lugar entonces casi únicamente poblado por los descendientes de aquella fiera, pobre y celosa nación”  por lo que éstos en prueba de gratitud le concedió uno de los privilegios que el pueblo guanche tenía en más alta estima, el poder visitar un panteón mortuorio de nuestros ancestros. La magnitud de este honor la podemos valorar mejor si tenemos en cuenta que, la visita no autorizada a cualquiera de las grutas mortuorias era considerada una profanación y estaba penada con la muerte. Como hemos expuesto, el pueblo guanche sentía una extrema veneración por los cuerpos difuntos de sus mayores y consideraban una profanación la curiosidad de los extranjeros. Veamos como nos cuenta este viajero sus impresiones sobre la visita que le permitieron realizar a una de las tumbas: “”Son estas unas concavidades formadas en las peñas por mano de la naturaleza y perfeccionadas por el arte. Los cadáveres están envueltos en pieles de cabras, cosidos con correas tan sutilmente que es una admiración. Aunque arrugados y perdido el color, se ven tan enteros que en ambos sexos se distinguen los ojos, cabellos, orejas, narices, dientes, labios, barbas, etc.”

El autor, contó en una sola cueva de 300 a 400 cuerpos, unos de pie y otros tendidos en chajascos de maderas incorruptibles que desafían el paso del tiempo[5], y que los guanches no se con que secreto ponían tan dura que no hay hierro que las puedan romper... Le salían fuera de este pequeño lecho la cabeza y los pies, cuyos miembros descansaban sobre dos grandes piedras. Cierto cazador cortó en una ocasión un trozo de la piel que tenía uno de estos difuntos del estómago, la que estaba tan suave, dócil y libre de corrupción que la empleó muchos años en uso de algunas cosas. Son estos cadáveres ligeros como paja y se les distinguen los nervios, tendones y aún las venas y arterias, a modo de pequeños hilos. Tienen los guanches en estos sitios fúnebres unos vasos de tierra muy dura que parece los ponían con leche o con manteca al lado de los muertos; y decían que en Tenerife había más de 20 cuevas con los cuerpos de sus reyes y otras personas distinguidas, sin los que ellos mismos ignoraban, porque sólo los viejos eran depositarios de aquel secreto y éstos no eran hombres que revelaran nada.”

...Y muriendo, siendo  varón se llamaban hombres para disponerles a su entierro; y si hembras venían mujeres, que uno y otro sexo estaban diputados para ellos, y por oficio con que se mantenían. Introducían por las bocas en los cadáveres diferentes confecciones de polvos de piedra viva, de palos de brezo, de corteza de pino, y de diversidad de hierbas, y manteca de cabras derretida; y por espacio de quince días le ungían, poniéndolo al sol de uno y otro lado, hasta quedar enjuto y pasado, que lo envolvían en las gamuza[das] pieles de cabras o de ovejas, en que le cosían con finas correas.

Y los ponían en cuevas enriscadas, que tenían para estos depósitos; o en cajones de lajas,  en que los ponían, y cubrían con otras tan unidas que echando sobre estos sepulcros gran cantidad de piedras, no les caía el menor polvo: Y así hallé yo tres sepulcros el año 1704 cuando hice allanar el cerro de Santa Catalina, para situar la batería de San Felipe, que delineé y construí en el año 1703.

Habiendo pasado más de 250 años de la conquista hasta hoy, se encuentran de estos cuerpos enteros con pelo y barba los hombres, y las mujeres con sus pelos rubios y distinguiéndose por su aspecto su poca o mucha edad, y al menos los esqueletos sin faltarles parte alguna, hasta que les tocan con alguna vara o palo, que al instante cae todo convertido en cenizas; conociéndose la estatura gigantesca en algunos de más de tres varas, o trece pies geométricos de largo en una y otras islas.” (Pedro Agustín del Castillo, [1737] 2001:75)

La muerte como la vida, estaba rigurosamente estructurada en la sociedad guanche, así cuando un miembro de la comunidad estaba moribundo, era costumbre que los parientes y vecinos irrumpiesen en la morada de los moribundos para acompañarlos, dando grandes muestras de sentimientos. Los moribundos se despedían de los asistentes cuando presentían que llegaba su última hora, de ordinario afrontaban el viaje al Sol con valor y fe, procurando morir con la vista fija y las manos extendidas hacía el Sol si era de día o al fuego sagrado si era de noche, que ardía a la puerta de la vivienda. En cuanto moría prorrumpía la concurrencia en clamoroso llanto, arrojándose los familiares sobre el cadáver para abrazarlo y besarlo hasta que era conducido por los iboibos casta sacerdotes y sacerdotisas relacionadas con el embalsamamiento a un lugar alejado del auchón[6], pero desde donde podían ser vigilados por los parientes a distancia. En este lugar donde se procedía al mirlado del cadáver se encendían
dos hogueras sagradas en sustitución de la anterior, la cual era avivada noche y día mientras duraban las operaciones del embalsamamiento.

El tiempo empleado en las honras fúnebres, era el que por ley correspondía para la preparación del xaxo terrestre dependía del estatus social del fallecido, así tenemos que para los siervos las exequias duraban 3 días, para los hidalgos 5 días, para los chaureros 7 días, 9 para los tagoreros, 11 para los achimencey (nobles) y 15 para los menceyes (Reyes). Durante este tiempo el xaxo ausente vagaba entre sus familiares recorriendo las viviendas del auchón enterándose de las conversaciones, participando de las comidas, favoreciendo a los amigos y castigando no sólo a sus contrarios sino a los que mostraban tibieza en sus manifestaciones, ya “metiéndoles miedo”  o encarnando en ellos. (Bethencourt Alfonso, 1994, t.2:93).



Por esta creencia en el poder de los difuntos tan firmemente arraigada en el pueblo guanche, daba muestras de una piedad extrema, con estrepitosos duelos atenazados por un doble sentimiento de pena y terror, tal como hoy acontece en la mayoría de los pueblos de nuestras islas.

Las familias recogidas en sus moradas, bebiendo tibejas de leche (al igual que hoy en día se consume determinados licores,  vino y comidas para hacer más llevadero el tiempo del sepelio) entre el bajo susurrar de los acompañantes se ofrecen ratos alternados de silencio y de ruidosas lamentaciones enalteciendo las cualidades del difunto. Según apunta Bethencourt Alfonso “Después de un compás de reposo y a guisa de salmo, surgía de pronto la voz quejumbrosa de cualquiera de los asistentes haciendo apología de alguna virtud, hecho heroico o favor recibido del muerto concluyendo en llanto, que era coreado a pulmón lleno por toda la concurrencia. Y así permanecían noche y día hasta ser mirlado el xaxo. Es evidente que tanto dolor exteriorizado, fuera de medida hasta por las personas menos ligadas al finado, más obedecía a la inquietud por una mala partida del xaxo ausente, que sabían rondaba entre ellos vigilándolos, que a un sentimiento de pena; no siendo paradójico afirmar que después de muerto le temían más que en vida.”

La religión guanche, admite un dogma de la resurrección y el principio de la perpetuidad de la carne o sea la conservación de los cadáveres son conceptos correlativos.

Estos conceptos fueron desterrados por la imposición de la religión católica, la cual sostiene que la conservación de la carne de manera incorrupta es privativa de “sus santos”. En cambio dentro de la religión guanche, la muerte es sencillamente la separación temporal de los dos xaxos que constituyen la personalidad humana, que al realizarse uno de ellos se ausenta para volver más tarde para encarnar en el otro que permanece en la tierra esperando. Es por esto, que como en el antiguo Egipto en Canarias, desde el rey hasta el último achicaxnais, vivan preparándose para la muerte, poniendo gran empeño en eternizar sus restos mortales siendo la sociedad  la encargada de cumplimentar tan suprema como universal aspiración. Por ello, los beneficios de tan piadosa institución nacional alcanza a todos los fieles, aunque antiguamente, se aplicaba con una desigualdad inherente  a una sociedad altamente jerarquizada.

En cuanto a la técnica y métodos empleados en el embalsamamiento, vamos a seguir a don Juan Bethencourt Alfonso, autor que a su calidad de investigador unía la de médico, razón por la que mejor que nadie en su tiempo, realizó uno de los estudios mejor documentados sobre las momias guanches, estudio que realizó como él mismo afirma, visitando cientos de cuevas sepulcrales.

“Es tradición que entregado el cadáver de varón a los embalsamadores y de mujer a las embalsamadoras, lo transportaban en un chajasco al lugar elegido en las inmediaciones de la vivienda donde ya ardía la hoguera sagrada, lo tendían en el suelo sobre un lecho de ramas, briznas y yerbas secas aromáticas, para después de lavarlos extraerles las entrañas respetando

el sistema piloso. Practicaban una incisión penetrante, y esto lo hemos comprobado a partir del extremo inferior de la línea alba en dirección del hipocondrio derecho, por donde sacaban todas las vísceras del vientre, y luego a través de dicha abertura dividían el diafragma para vaciar la cavidad torácica; no existiendo huellas de que intentaran la extracción de la masa encefálica. Nuevamente lo lavaban por dentro y por fuera, para colocarlo seguidamente encima de un chajasco con patas a manera de mesita, mientras el lecho de yerbas empapado de sangre, restos orgánicos y vísceras del difunto era arrojado a la hoguera sagrada, de propósito alimentada con gran cantidad de combustible aromático, de sabina, afaifo, etc., para consumir hasta el último residuo, evitando toda profanación. Los guanches y prácticas mortuorias tanto recuerdan a los egipcios, no guardaban como éstos las vísceras en vasos canópicos, sino que las sacrificaban a Magek en su emblema terrestre.

Después de otras manipulaciones que se desconocen, procedían al embalsamamiento conforme a la categoría del finado. El método que hemos denominado por rellenamiento consistía en rellenar las cavidades torácica y abdominal con hojas y flores de las que hemos podido constatar la yerba de risco, el tomillo, algaritofe, torvisquilla, guaidín, orchilla y leñanoel en uno de los cadáveres. Esta era la practica empleada para con los siervos.

Cuanto al método por embadurnamiento, que aplicaban a los hidalgos después de las operaciones preliminares comunes a todos, como la palabra indica se reducía a embadurnar completamente por fuera con el producto llamado bálsamo de los guanches y por dentro rellenarlo con la misma sustancia. Esta especie de pez se descompone y desaparece con el tiempo, por lo que es frecuente tropezar con cadáveres en los que únicamente aparecen lubricadas algunas regiones.

Pero el procedimiento perfecto era el adoptado por la alta nobleza y los soberanos, que calificamos por desecación, porque según las tradiciones sometían los cadáveres en la hoguera sagrada a una especie de ahumado y desecación. Por otra parte, esta es la impresión que nos hace los tejidos secos como cartón y sin ofrecer los cadáveres ni el menor indicio de sustancias extrañas como las que llevamos referidas... Amortajaban a los siervos vistiéndoles el tamarco que usaron en vida; pero a los nobles los envolvían en pieles gamuzadas de ordinario de cabras, en tanto mayor número cuanta más alta era la jerarquía, llegando hasta ocho y nueve como en las momias descubiertas en la Cueva de la Gotera, en Candelaria y que fueron a parar al Gabinete de Casilda en Tacoronte[7]. En estas pieles que agrandaban con trozos esmeradamente cosidos, los liaban como quien hace un cigarrillo, fuertemente ceñidas al cuerpo y que aseguraban una por una para que no aflojaran con una cuantas vueltas de anchas cintas de cuero o de corteza de torvisca, desde los pies a la cabeza; resultando el cadáver como metido en un tubo, que estrangulaban entre el pecho y la barba para que se amoldara al cuello. En las momias más perfectas remataban los extremos de dicho tubo dándole dos o más dobleces dispuestos con arte y cosidos con gusto; pero cuando se trataba de personas de menor importancia ataban el sobrante a manera de moño, lo mismo por la cabeza que por los pies. En los hidalgos dejaban libre la cabeza. A los dos cadáveres del “Roque de la hoya de Ucanca” que hemos citado en una nota, les salía de la parte de mortaja que cubría las espaldas dos cabos de ancha cinta de piel, que ataron en lazo sobre el pecho.” (Juan Bethencourt Alfonso, 1994, t.2:299)

Con estas citas de los autores reseñados, creemos que el lector tendrá una idea clara sobre las técnicas guanches para el embalsamiento de los cadáveres, ya que todos coinciden en lo esencial, así mismo, estos procedimientos pueden hacerse extensivos al resto de las islas.

Los últimos trabajos científicos estudian con detenimiento estas momias de nuestros ancestros, y mediante análisis profundos nos van desvelando cuales fueron la causa de su muerte y los parásitos que se alimentaron de sus restos. Aplicar estos conocimientos pueden ayudar a desvelar un inmenso caudal de conocimientos y sabiduría que ha permanecido ajeno al destructivo paso del tiempo. Y además, a entender nuestros verdaderos orígenes.

En el año 1933 fue descubierta la mayor necrópolis guanche hallada hasta la fecha en el Archipiélago Canario, la necrópolis guanche de Uchova en el municipio de San Miguel de Abona en el sur de la isla de Tenerife. Dicho yacimiento fue saqueado casi en su totalidad, se calculan que había entre 74 y 60 momias guanches. El estudio de esta cueva funeraria reveló las particularidades de los ritos mortuorios aborígenes que hasta entonces se desconocían, como la colocación de los cadáveres y el acondicionamiento de sus lechos.

La cueva fue descubierta accidentalmente por el cabrero Domingo Pérez en mayo de 1933 y se trata de un lugar de difícil acceso, a más de 400 metros sobre el nivel del mar y a más de 50 del fondo del barranco.

Al principio Domingo Pérez silenció su hallazgo, al parecer porque quedó "impresionado", pero luego trascendió entre los vecinos y llegó hasta la Guardia Civil, que interrogó al cabrero, y es el capitán de la Guardia Civil, Santiago Cuadrado y el alcalde del municipio, Casiano Alfonso, los que comunican al gobernador civil, Gil Tirado, “el sensacional descubrimiento”.

Del cementerio guanche de San Miguel se llevan varias momias y algunos objetos".

Dicen que son 74 los cadáveres que se encuentran en la necrópolis y da noticias más precisas sobre la colocación de los mismos.

”Estaban colocados en el interior de una cueva en una especie de camarote construido con palos de sabina, acostados en posición de cúbito superior... se dispuso que un guardián vigilase la cueva, dándose después permiso al público para que visitasen las momias”, pero hubo que suspender la entrada porque muchos de los visitantes se llevaban huesos y utensilios pertenecientes a los aborígenes, sintiéndose impotente el guardián para impedirlo.

”Uno de los hechos más bochornosos que cabe registrar en estos últimos 50 años, en lo que a yacimientos arqueológicos se refiere, lo que constituye la brutal destrucción de la necrópolis guanche enclavada en el Barranco de La Tafetana”.

Descubrimos la ignorancia de un pueblo que se llevaba los restos de sus antepasados como quien se lleva una piedra de la playa. ¿Dónde fueron a parar esos huesos? ¿al cubo de la basura? Pudimos haber tenido un museo natural de restos aborígenes, una especie de “Cueva de Altamira” o “Cueva pintada de Gáldar” pero ahora no tenemos nada. La pena es que quienes expoliaron los restos no fueron gentes venidas de fuera sino nuestros propios paisanos. Esperemos que los descendientes de esas personas reflexionen y entreguen lo poco que nos va quedando de nuestro pasado, si es que aún lo conservan. (Maria Díaz).

Pasemos ahora, a dar un breve repaso a las técnicas y métodos de investigación empleados en el estudio sobre momificación en las Islas Canarias, con las últimas técnicas de investigación desarrolladas en el campo de la medicina y aplicadas  al mundo de la momificación.

La Antropología Biológica puede definirse como el estudio de la naturaleza del hombre, el modo de trasmisión de las causas de las variaciones biológicas humanas (anatómicas, bioquímicas, fisiológicas y patológicas)  y de su evolución entre los diferentes grupos.

La Paleopatología es la disciplina que estudia la enfermedad en las épocas pasadas.
Los métodos y las técnicas empleadas actualmente en estas disciplinas son bastante semejantes a las que se usan en medicina.

En el pasado los científicos se dedicaron a investigar casos aislados muy llamativos, sin considerar otros aspectos que rodeaban al individuo como medio ambiente, enfermedad, trabajo, cultura, religión etc. Sin embargo, a lo largo del  siglo (s.XX) ha cambiado la mentalidad de los investigadores, formándose equipos multidisciplinares (especialistas en diferentes campos) que extraen toda la información posible de los especímenes. En estos equipos intervienen antropólogos, médicos, biólogos, arqueólogos, prehistoriadores, ecólogos etc.

Las momias y los restos esqueléticos han dejado de ser meras curiosidades para pasar a tener una importancia capital en la comprensión integral de las culturas del pasado, al proporcionar datos sobre las personas y sus particularidades biológicas, cosa que no pueden proporcionar la arqueología o las fuentes escritas.

Examen macroscópico. Consiste en la observación a simple vista de un especímen con el fin de describirlo y averiguar su estado. A pesar de ser el método más antiguo y simple, continúa siendo, sobre todo en paleopatología, uno de los más importantes en informaciones.

Osteocraneometría. Las medidas de los huesos y del cráneo se denominan osteocraneometría. Durante mucho tiempo éstas constituyeron el centro de atención de los bioantropólogos, usándolos especialmente en la determinación racial. Buena parte de los estudios bioantropológicos en Canarias durante gran parte del siglo XX y el final del siglo XIX se basaron en éstas medidas. Entre los investigadores que se ocuparon de esta disciplina en Canarias destacaron René Verneau, Sabin Berthelot,  Bethencourt Alfonso, Fusté Ilse Schwidetzky  entre otros. Actualmente, la osteocranometría continúa siendo útil para el estudio de la estatura, corpulencia y algunas malformaciones y, procedencia étnica entre otros aspectos.

Radiografía. Los Rayos X son ondas electromagnéticas extraordinariamente penetrantes que atraviesan ciertos cuerpos y originan impresiones fotográficas. Se utilizan en medicina como diagnóstico y tratamiento.

La radiografía se introdujo en antropología biológica, y especialmente en la paleopatología, a finales del siglo XIX, cuando ya habían probado ser extraordinariamente útiles en medicina. La radiografía es uno de los medios principales con que cuentan los especialistas, y debe realizarse siempre que se desee estudiar enfermedades óseas y, en especial momias, porque permiten observar detalles que pasan desapercibidos a simple vista.

Escanner. El escanner, Tomografía axial computarizada, TAC, fue introducido hace poco tiempo en medicina y es de gran importancia en el estudio de las momias ya que permite su visualización interna sin destruirlas, proporcionando más información sobre las alteraciones y la localización de los órganos que la radiografía simple.
El escanner consiste en la obtención, a partir de múltiples proyecciones de rayos X, de la imagen de una porción del cuerpo, en forma de corte o sección.

Disección. La disección se utiliza para estudiar los órganos y tejidos de las momias “in situ”. El proceso comienza con un examen macroscópico (a simple vista) para averiguar si existen anomalías y alteraciones y describir el espécimen. Luego se toman muestras de tejidos y se realizan los estudios de microscopía óptica. También se pueden estudiar los tejidos con el microscopio electrónico, que permite aumentar la imagen miles de veces. Con todos estos métodos y técnica podemos visualizar lesiones microscópicas, parásitos, bacterias, restos de sangre, etc.

Paleoserología. Consiste en localizar fuera de los vasos, los grupos sanguíneos y comprobar su resistencia a la degradación durante un periodo prolongado de tiempo. Para ello se utiliza tejido muscular desecado y hueso.

Genética. La Genética aporta datos muy importantes para relacionar a los individuos. Hoy es posible estudiar el ácido desoxirribonucleico (DNA) en momias y huesos de las épocas pasadas. El ADN es el portador del material genético, el agente de la reproducción y de la herencia en todos los organismos vivos. Sobre el particular, existen unos interesantes trabajos realizados por el doctor Don Francisco García Talavera-Cazañas.

Paleonutrición. Los métodos que se emplean para estudiar la nutrición en las poblaciones del pasado son variados, pero se complementan. En ellos se incluyen: Medidas de stress nutricional como la curva de crecimiento de los huesos largos, anchura ósea, estatura del adulto, etc. Se entiende por stress cualquier factor ambiental que fuerza al individuo fuera del equilibrio metabólico.












































[1] Entendemos que es un error de Abreu Galindo, el suponer que los cónyuges de los difuntos llevaban la comida a los embalsamadores, pues el tabú de la sangre les impedían acercarse a éstos. Esta más acertado Alonso de Espinosa, en su planteamiento I, 8, pág. 43.
[2] Las tres maneras de sepultar a los muertos, que aquí se refieren, están descrita en idénticos términos por Torriani, cap. 36, pág. 122.
[3] D. Tomás, es el único historiador que hace referencia a la extracción del cerebro y la lengua a los cadáveres.
[4] Se refiere a la casta sacerdotal de los Iboibos.
[5] El Chajasco, es una plataforma de maderas más o menos lisas donde reposa el cuerpo del difunto.
[6] Auchón, conjunto de viviendas familiares.
[7] Estas dos momias que formaban parte de un grupo de cinco, se encuentran actualmente en el Museo de Necochea. Provincia de Buenos Aires, Argentina. En tiempos recientes el Cabildo Insular de Tenerife adquirió dos de estas momias.

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