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sábado, 24 de diciembre de 2011

LOA DE UN DIOS EXTRAÑO


Sabemos que la ideología de los cronistas impregnó a menudo sus descripciones de las creencias nativas. Pero conviene recordar que la colonización evangélica precede en unas cuantas décadas a la ocupación militar del Archipiélago. En ese período anterior a la Conquista, parecen haberse producido ciertas influencias del cristianismo en la religiosidad indígena. Aquí se escruta uno de esos rasgos.

    La pequeña historia de las investigaciones filológicas referidas a las antiguas hablas amazighes de Canarias, más allá de las humanas controversias, contiene episodios sin duda sorprendentes. En ausencia de gramáticas, diccionarios u otras fuentes más o menos enjundiosas y prolijas, cobran una relevancia especial los raros hallazgos documentales y los variados testimonios orales que de vez en cuando irrumpen en unos estudios por demás muy complejos. Aunque, como es natural, casi siempre han sido recibidos con algo más que cautelas. La precariedad de los conocimientos consolidados acerca de aquellos sistemas de comunicación insulares ha generado agudos debates entre los profesionales y, en consecuencia, una inevitable incredulidad y desconcierto entre el resto de la población. Por desgracia, el recorrido científico de estos trabajos es todavía muy corto y ocupa un ámbito de realización también muy marginal, lo cual no ayuda a que la sociedad perciba con claridad el cambio cualitativo operado en estas indagaciones y la información tan valiosa e interesante que los materiales filológicos aportan hoy a la comprensión de aquellas primeras comunidades isleñas.
    Entre esos textos singulares, destaca «una primorosa obra caligráfica de fecha 23 de diciembre de 1803», que reúne «varias sentencias escritas en los más diversos idiomas y caracteres», uno de los cuales es el que aparece signado como «Canario». El contenido de esta «especie de piedra de Rosetta en fina vitela» fue presentado en octubre de 1934 al Instituto de Estudios Canarios por uno de sus miembros, el joven diplomático lagunero Emilio Hardisson y Pizarroso (1901-1949), que unos pocos meses antes había tenido acceso a él de manera casual.
    El compilador de las frases e ilustrador de la pieza habría sido «don Francisco María de Ardanaz y Ormaechea, natural Rentería, en Guipúzcoa, y “Zelador escribiente de la Biblioteca de S. M.”», que dedica el diploma a «don Pedro Carlos de Silva y Meneses Sarmiento Bazán, presbítero, caballero comendador de Eixas en la Orden de Alcántara, bibliotecario mayor de S. M., director de la Real Academia Española, académico de la de San Carlos de Valencia, etc., etc.» Unos datos que no permiten elucidar la línea de transmisión de la proposición insular, pero que hacen plantearse a Hardisson una pregunta nada improcedente: «¿Cabe la posibilidad de que la frase por mi descubierta fuese sacada de algún documento contemporáneo de la Conquista guardado en el Archivo familiar de la casa Silva?»
    No presume Ardanaz, un joven bibliotecario de veintitrés años, de haber efectuado ningún trabajo de campo para recolectar esas traducciones a 28 idiomas de una alabanza al dios cristiano. O bien encontró la reseña en alguna obra todavía indeterminada o se tomó la molestia de acometer por sí mismo el oportuno rastreo bibliográfico. En cualquier caso, llama mucho la atención que, en el siglo XIX, fuera capaz de hallar la entonada versión isleña que registra, toda vez que las hablas ínsuloamazighes habían desaparecido por esa fecha como vehículos de comunicación social.
    Hardisson abordó este tema por dos veces en la Revista de Historia. A la altura de 1942, publica en el número 57 el artículo titulado: «Una frase desconocida en antiguo canario», donde reproduce también algunas apreciaciones lingüísticas de los doctores Dominik J. Wölfel (1888-1963) y Juan Álvarez Delgado (1900-1987). Más tarde, en el número 66, que abarca los meses de abril y junio de 1944, retoma el asunto en: «¿Padre Nuestro?, ¿Salmo 112?, ¿Canario atlántico?, ¿Canario índico?», cuyo título ya muestra el derrotero de los debates suscitados, al que se había sumado el filólogo francés Georges Marcy (1905-1946).
Frente a los contradictorios análisis de los especialistas, y desde la simple lógica discursiva, Hardisson sostuvo siempre que la oración isleña reproducía, como el resto de enunciados transcritos en las otras lenguas, el conocido fragmento final de la primera estrofa del salmo 112 (recogido en la Biblia bajo el título: “Cómo el Altísimo exalta a los humildes”): «Desde el Oriente hasta el ocaso es loable el nombre del Señor». Hoy, la investigación filológica avala su buen juicio.
    La plegaria insular que figura en el documento reza así: «Atisa cagnren cha ondikhuesate antichiaha onanda erari». Pero las sorpresas no terminan aquí.
    Según el periodista y escritor Fernando Hernández González, su abuelo, Isidro Hernández, natural de Lomo Mena, en la comarca de Agache (sur de Tenerife), acudía con un grupo de amigos a las Piedras de Ayesa (Arafo) en la madrugada de cada 21 de junio para celebrar un pequeño ritual que denominaba «Achún Magec» (Ašu n Maɣeq o ‘Triunfo del Sol’). Durante esta ceremonia solsticial, pronunciaba su propia versión del salmo 112: «Atixa chaeren chaondi xuexate anti chaxana onanda erari». Sin embargo, no consta tampoco la línea de transmisión a través de la cual recibió esta sentencia, aunque una fecunda tradición oral parece haber sido conocida por algún otro antepasado de su familia paterna (en particular, su abuelo, Agustín Hernández Izquierdo, cabrero en la zona de Anocheza).
    Como se aprecia con facilidad, las diferencias entre ambos registros son mínimas, aunque inusitadamente oportunas para restituir con amplia certeza el sintagma original. El resultado, vertido en notación moderna, se expresa: A ətti ččaš šagren ša ondi, Wassksa anti išačča-ana, onan-da er ăr-i, cuya lectura más sencilla por un lector hispanohablante podría valer: Aticha shagren sha ondi, Guasksat antishachana, onanda erari.
    Con todo, aunque la pieza traslada sin duda el sentido del salmo cristiano, la formulación isleña presenta alguna peculiaridad digna de mención. En su literalidad, dice: ‘Desde que [es] el incremento [d]el brillo duradero hacia el término, Dios [es] el origen [que] nos alimenta, el propio nominativo [es] hasta mi objeto más preciado’. O bien, en una acepción un tanto más literaria: ‘Desde el naciente del Sol hasta el ocaso, Dios es la causa que nos sustenta, incluso el nombre mismo es mi ser más querido’. Una alabanza donde el relator insular ha creído necesario incluir una definición de la divinidad como principio nutriente del ser humano, una idea muy asentada en la antigua cosmogonía isleña. Pero la circunstancia podría no ser arbitraria.
    El teónimo consignado en esta oración, Wassksa, no asoma en ninguna de las crónicas y textos más o menos contemporáneos de la Conquista ni cuenta con paralelos continentales. Habla de un dios que ‘inspira temor o respeto’, una noción más propia del imaginario judeocristiano que de la religión amaziq. Sin embargo, aparece también en un canto de labor que una anciana del Porís de Abona (Tenerife), doña María Armas, le transmitió a nuestro citado amigo Fernando Hernández allá por el año 1990. Así recordaba lo que ella denominaba una «Endechita para plantar: Guaxate hequei adei acharan afaro yafana haxaran. Traducción: ‘Señor, cuida el grano bajo tierra para que crezca’». Con una factura prácticamente impecable, Wassksa, ăkku əy addăy ačaran, afaro y afanan; ha əkkəs aran, se pide: ‘Señor, confiere plenitud a lo que está debajo, el grano para la germinación; aparta, pues, la enfermedad’.
    De nuevo, emerge Khuesate (Hardisson), también Xuexate (Hernández) y ahora Guaxate (Armas); un Wassksa que, de alguna manera, debería su ideación a la infiltración del cristianismo en las creencias nativas. O eso es lo que cabe deducir a partir de otro documento extraordinario: los postulados doctrinales reflejados por los misioneros franciscanos en el manto de la Virgen de Candelaria en torno a 1400.


  Según la descripción que traza el dominico Alonso de Espinosa (1594) en su indispensable obra Del Origen y milagros de la Santa Imagen de nuestra Señora de Candelaria, «Por lo baxo de la orla del manto ala parte trasera dize assi. NBIMEI * ANNEIPERFMIVIFVF *». Esto, que hoy redactaríamos Nəbbi y əməyyi. An-năy əberref mi əwif Uf, establece lo que parece el paso previo en esa implantación de la divinidad del Antiguo Testamento en la religiosidad indígena: ‘Acogemos al ignorante (pagano). Perdonaremos la ofensa que es temor de el Sublime’. Es decir, junto a una deidad destacada aún por la excelsa nobleza de lo inmejorable (Vf ), se desliza ya ese «temor de Dios» que, en el discurso cristiano, alude tanto a la reverencia del creyente como al recelo del pagano.
    Bajo estas consideraciones, la acotación isleña que figura en el salmo 112, Wassksa anti išačča-ana o ‘Dios [‘el que inspira temor’] es la causa que nos sustenta’, diríase que trata de conciliar dos concepciones de la divinidad, colonial y nativa, algo que podría tenerse por innecesario en una traducción erudita, distanciada de cualquier implicación social. Por esto, aparte de otras cualidades constructivas específicamente lingüísticas, la conclusión más probable es que, como ya sospechara Hardisson, la frase habría que incluirla en el arsenal ideológico fraguado durante la colonización evangélica.
    Por lo demás, no se observan rasgos particulares que permitan adscribir esta composición a una modalidad de habla insular en concreto. La base meridional o tuareg de su hechura exhibe una extensión tal por todo el Archipiélago que ceñir este extremo es materia todavía en suspenso, aunque los pocos indicios distintivos apuntan a su circulación más probable en la isla de Tenerife. No obstante, hilar el texto en el principal flujo dialectal que compartían todas las hablas ínsuloamazighes quizá tampoco fuera casual…


Autor: Ignacio Reyes


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