Pepe Rodríguez
Las imágenes más antiguas a través de las cuales
los seres humanos dieron forma a una idea son las denominadas venus o Diosas-Madre.
Su presencia se extiende por toda Europa, Asia, África, Australia, América…
bueno, podría decirse que estas imágenes llegaron a todas partes, como la
coca-cola. Esto es realmente significativo, manifiesta una idea con gran
arraigo entre las personas de todo el mundo hace más 30.000 años (probablemente
es muchos miles de años más antigua), una idea que se fue diversificando y
adaptando a las necesidades del momento, pero manteniendo sus signos
distintivos comunes.
¿A qué idea me estoy refiriendo?... pues a la de la creación y
regeneración de la vida, algo materializado por nuestros antepasados en
las mujeres y las hembras de los demás animales. Eran ellas las que
traían la vida al mundo, la alimentaban y cuidaban hasta que pudiera valerse
por sí misma. La supervivencia del grupo dependía de
ellas. Hasta hoy nos han llegado historias de tribus actuales,
como los aborígenes australianos, que evocan en sus pinturas a su “vieja” o
“madre de la tribu” que llegó al norte de su continente con forma de serpiente
y parió a sus antepasados.
La forma de representación más común de estas venus ha sido la de
pequeñas figuras femeninas de unos 5 a 25 cm. de hueso, barro cocido, piedra…
pero es probable que existieran muchas de madera, pero por su escasa
durabilidad no nos han llegado hasta hoy. Pero también en las paredes de las
cuevas se han grabado o pintado formas que no son una mujer en sí misma, pero
la representan por medio de vulvas o triángulos púbicos. Así, el nivel de
abstracción de estas figuras es muy diverso, a veces bastaba únicamente con
remarcar las vulvas para que todos supieran a qué se referían: la puerta hacia
la vida, fertilidad. Por ejemplo, hoy en día el símbolo es
reconocible por muchas personas, para otras no significa más que una moda o un
dibujo para llevar en una camiseta. Realmente este símbolo representa el Ying y
el Yang, y tras el mismo hay toda una filosofía, de igual manera cualquier otro
símbolo en la pared de una cueva representaba muchas cosas para aquellas
personas del pasado.
Así mismo, se asociaba con otros símbolos de feminidad
dependiendo de la época o el lugar, como pájaros, serpientes, lechuzas, toros…
aunque suene un poco raro son muchas las asociaciones encontradas y por eso se
llega a estas conclusiones. Sería como la asociación que nosotros realizamos
entre un animal real como una paloma y un concepto abstracto como la paz. Para
otras culturas puede resultar absurdo, pero para nosotros significa mucho ver
una paloma con una ramita en el pico, aunque no sea un animal tan pacífico como
parece.
He de
decir que este es uno de mis temas preferidos, no solo por este simbolismo sino
porque estas figuras o representaciones se han mantenido durante milenios desde
los orígenes más remotos de nuestra especie hasta hoy en día.
Con la llegada de la escritura muchos de estos cultos
quedaron registrados en libros y nos dan una idea del significado global de los
mismos haciendo de hilo conductor de ritos mucho más antiguos. Pero no hay que
irse lejos para ver la gran importancia de esta idea de vida, regeneración,
poder fecundador o como se le quiera llamar. Entre nosotros continúan cultos
que tienen una antigüedad mucho mayor de la que la religión actual ha querido
pretender, como el culto a santa Brígida o a la mismísima María, por citar
algunos ejemplos. Las distintas religiones han batallado duramente para
eliminar este tipo de creencias, algunas han optado por absorber esos cultos
disfrazándolos de cristianos, otras lo han eliminado casi por completo, como el
Islam y el judaísmo. Es bastante curioso adentrarse en profundidad en esta
adaptación a los nuevos tiempos de cultos antiguos. En la actualidad podemos
ver como en Brasil se funde el catolicismo con ritos africanos y el Islam
también tiene algún rasgo heredado de una creencia distinta y anterior, como la
adoración al meteorito de la
Kaaba, en La
Meca.
Me
imagino que muchos de vosotros profesaréis algunas de estas religiones, las más
influyentes en la actualidad sin contar con las orientales. En su nacimiento y
afianzamiento tuvieron sus encontronazos con las religiones anteriores hasta
hacerse un hueco en la historia. Así, la divinidad femenina que desde nuestros
orígenes ha representado a la idea espiritual más universal y antigua, fue
siendo poco a poco desplazada. Espero que esto no suponga un disgusto para
vosotros, simplemente es la evolución
que han tenido hasta hoy.
Por
todo esto que he explicado, cada vez hay más gente que muestra interés en saber
más pues ahora las investigaciones tienen vía libre. Novelistas (como Jose Luis
Sanpedro, Lorenzo Mediano, Jean M. Auel…), periodistas, prehistoriadores,
científicos… y es que se vuelve a hablar de uno de los cultos más populares de
nuestros antepasados, un culto que había sido muy importante hasta hace tan
solo unos cuantos siglos (las grandes religiones monoteístas existen hacen
menos de tres mil años). El escritor Pepe Rodríguez dedicó su libro “Dios
nació mujer” a este tema, al igual que el cirujano y neurólogo Leonard
Shlain en “El alfabeto contra la
Diosa”)
El número de estatuillas encontradas, sólo en Europa y
Oriente Medio, pertenecientes al paleolítico y neolítico es tan numeroso que me
resultaría difícil hacer una lista.
La
mayoría se caracteriza por estar desnudas o semi-desnudas y sin apenas adornos.
Se trata en su mayoría de mujeres maduras, madres, con rasgos sexuales muy
pronunciados. Sus caderas, vientre y pechos son grandes, por eso también se las
llama venus esteatopígicas (del griego: esteato es grasa y pigos
es nalgas). La cara no tiene rasgos (salvo alguna rara excepción) y sus brazos
son casi inexistentes. También sus piernas y pies están menos elaborados,
presentando una forma puntiaguda para poder ser hincados en el suelo u otra
base blanda. Algunas tienen restos de color, reflejan algo de vestimenta o
tocados, pero lo que realmente es común a todas es su acentuada
sexualidad.
Todo
esto hizo que muchos de los primeros prehistoriadores las calificaran como
juguetes sexuales y obscenos de aquellos lejanos antepasados (los hombres
siempre pensando en lo mismo…), pero esta hipótesis está descartada desde hace
mucho tiempo.
La desmesurada acumulación de grasa que muestran estas
figuras hace pensar si también era un signo de salud y por lo tanto belleza.
Desde luego, la supervivencia durante la última glaciación, con un frío cada
vez más intenso, fue muy dura. Una mujer bien alimentada tenía más posibilidades
de parir hijos sanos y alimentarlos. De hecho, las adolescentes no tienen su
primera regla hasta que su cuerpo no ha acumulado la mínima cantidad de grasa
necesaria que las permita ser fértiles con seguridad.
Así,
todos estos símbolos sexuales vienen a reflejar la fuerza de la vida gracias a
la cual se aseguraba la existencia de la tribu. Engendrar y dar a luz debía
conferir a la mujer la materialización de este hecho tan trascendente. La Magna Mater representa
el misterio y el milagro de la vida frente a la muerte, pero también cuidaba de
sus hijos tras la misma, acogiéndolos en su seno, en la tierra, porque la Madre Tierra es la
que sustenta la vida y la regenera en un ciclo sin fin.
Sibylle
von Reden lo entiende de la siguiente manera:
“En la fase más antigua, en la que todavía no se reconocía
una relación entre el hecho de engendrar y el de dar a luz, la mujer, la
engendradora, aparecía como la fuerza creadora todopoderosa, que dominaba sobre
el hombre y el animal, sobre la vida y la muerte. Como Gran Madre encarnaba el
deseo humano de fertilidad así como la esperanza de superación de la muerte, a
la que el hombre de la Edad
de Piedra, que pocas veces alcanzaba una edad superior a los 25 ó 30 años, se
enfrentaba mucho más directamente que el hombre de hoy. Su signo mágico, la
vulva, la puerta hacia la vida, se grababa en la roca en los lugares de culto o
se esculpía en relieve desde los más antiguos tiempos auriñacienses. En forma
de cauríes acompañaba a los difuntos a la tumba, como amuleto, quizá para
asegurarles la resurrección”.
Con la
llegada de la agricultura el culto a esta idea permaneció, la Madre Tierra
sustentaba los frutos y los animales. Se construyeron templos megalíticos como
morada de los muertos en el seno de la tierra de donde nacieron, los de Malta
son muy significativos, pero también en el sur de España, por toda la costa
atlántica hasta Irlanda, Gran Bretaña, Francia… se encuentran los mismos
modelos.
En
tiempos ya históricos muchas divinidades femeninas adoptaron diferentes aspectos
de esta diosa ancestral generadora de todo lo creado, la antigua madre de la
tribu era ahora la madre patria.
Estas
formas son distintas pero confluyen en el mismo concepto: las diosas de los
animales, de los campos, de los cereales, de los árboles, de la salud y la
curación, del amor y la sexualidad, de la guerra y la victoria, de la
sabiduría, del cielo, el sol y la luna, de los muertos… en fin, sus títulos son
muchos y hasta nosotros han llegado como Chaxiraxi, Afrodita, Pachamama,
Astarté, Artemisa, Isis, Anapurna, Amaterasu, Cibeles, Diana, Istar, Hator,
Europa, Kali, Hera, Sarasvati, Tara, Satene, Venus,Tanit…
Como pueden ver, el tema es extensísimo y aquí solo pretendo
dar una idea muy general de lo más básico. Con tan solo escarbar un poquito en
cualquier cultura encontraréis referentes lejanos a estos cultos tan antiguos
de la humanidad. Sin duda, en los tiempos en los que vivimos resulta
interesante escuchar la voz de nuestros antepasados al respecto porque estamos
convirtiendo a la
Madre Naturaleza en hija nuestra, tal y como dicen
E.Carbonell y R.Sala en su libro “Aún no somos humanos” y eso “nos conduce a la pérdida de su tutela, nos puede
transformar en huérfanos o en creadores dependiendo de nuestros planteamientos
y de la capacidad de los humanos para responsabilizarse de nuestro destino”.
Para
terminar, me gustaría poner aquí las palabras de Pepe Rodríguez que resumen
perfectamente la esencia de estas representaciones prehistóricas, una esencia
que ha sobrevivido hasta nuestros días en que vuelven a la luz con más fuerza:
“El hallazgo fundamental de la ideación de la Diosa fue concebir un
concepto totalizador capaz de integrar sin fisuras el macrocosmos y el
microcosmos. Como ente asimilado a la fisiología femenina y a su rol maternal, la Diosa no sólo tenía la
capacidad partenogenética y nutricia que la señalaban como causa y sostén del
universo, sino que ofrecía un cuerpo cósmico, cual útero, en cuyo interior se
gestaban todos los estados del ser como un continuum. La muerte y la vida se
sucedían como la noche al día, eran complementarias e inevitables, dando lugar
a una existencia sin fin. Ninguna formulación religiosa posterior ha sido tan
holística, inteligente y tranquilizadora como la Diosa. Ningún dios
varón, por muy Dios Padre que se haya erigido, ha tenido ni tendrá jamás la
capacidad de integración y de evocación mítica de la Diosa”.
(“Dios
nació mujer”- Página web del Pepe Rodríguez: www.pepe-rodriguez.com )
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