LA DIOSA EN CANARIAS
Ida Mastromarino
Pruebas documentales y arqueológicas atestiguan que el primitivo
panteón del Pueblo Guanche no estaba presidido por un Dios masculino, sino por
una Diosa. Los conquistadores de las Islas Canarias y el clero que los
acompañaban, defensores a ultranza de un monoteísmo masculino acérrimo, no
concebían la existencia de una Diosa suprema y dominante. Los primeros
cronistas no se sustrajeron a estos planteamientos. Los más liberales indicaron
que el panteón de la iglesia guanche estaba presidido por una “Deidad” o
Ser Superior sin especificar el genero, pero generalmente los
historiadores, al hacer referencia a la Diosa, casi siempre la cambiaban de género y
hablaban de un Dios, expresión más acorde con sus convicciones y con las
disposiciones de la “santa” inquisición española.
Sólo algunos viajeros y
exploradores, que no estuvieron directamente involucrados en los planes de
conquista, trasmitieron el hecho que el panteón guanche estaba presidido por
una Diosa, cuya máxima representación en su aspecto visible es Magek
“la” Sol.
De una expedición portuguesa
del año 1341 llegan más detalles: dos naves alcanzaron las islas bajo el mando
del genovés Niccoloso da Recco y del florentino Angiolino del Teggihia de
Corbizzi, que permanecieron en las islas durante cinco meses. Después contaron
tantas cosas interesantes que propio el italiano Boccaccio tomó la pluma
para escribir un retrato de los guanches: según él, tenían reyes y sacerdotes y
adoraban a una Diosa.
Existen pruebas suficientes
que atestiguan la supremacía de la Diosa-Madre en la cosmogonía guanche, a pesar de
las reservas de algunos estudiosos, posiblemente embargados por los mismos
sentimientos de los primeros cronistas.
La importancia arqueológica
de las Islas Canarias está en el hecho que ha sido la más reciente civilización
matriarcal del mundo a caer bajo la influencia de los conquistadores (hasta el
1.400 d.C), por vivir mucho más que Creta, caída en Europa por los golpes de
Doros y Acheos, en la Grecia
del 1.200 a.C.
Como demuestra el trabajo de
la arqueóloga Maria Gimbutas, la
Diosa no está admitida en la mayoría de los círculos
académicos del mundo. El femenino sagrado infunde miedo. Es la zona en la
sombra de la cultura y del alma humana.
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