LA CHAXIRAXI DE LOS GUANCHES
María Gomes Díaz
No se conocen documentos contemporáneos de la época en la que los
misioneros asentados en Güímar2 exhibieron la Virgen de Candelaria a la sociedad insular.
Diversos autores cristianos ofrecen un relato más o menos semejante de aquellos
hechos, pero la factura de esos informes se adentra en las postrimerías del
siglo XVI, alrededor de doscientos años después de haberse producido los
acontecimientos. No obstante, aportan datos muy interesantes acerca de la caracterización
nativa de este culto hiperdúlico. Aunque siempre quede la sospecha de alguna
adherencia literaria en sus exposiciones, la coherencia de los testimonios
indígenas que acopian trasluce una indisimulada identificación entre ambos
imaginarios.
En torno a 1585, el agustino Juan González de Mendoza
(1944: 301) señaló dos aspectos significativos en esa valoración que
adjudicaron aquellos isleños a la imagen que se les presentaba: la llamaban
«Madre del Sol» y la adoraban «tanto como al mismo Dios», es decir, le
atribuían un estatuto divino y la generación de la principal referencia celeste
para la vida. Sólo unos años más tarde, el dominico Alonso de Espinosa (1594,
II, 1: 31v) advertía una concepción similar entre los naturales de su tiempo,
pues observó «que si la Fe
no les enseñara la
Candelaria ser madre de Dios, y no Dios: la confessaran a
ella y tuuieran por tal». Aunque acaso la constatación más asombrosa a este
respecto subsiste aún en una pequeña oración nativa. Pronunciada en la
festividad de la Virgen
por una vecina de Güímar, doña Sita Chico, la alabanza conserva intacta una
impecable descripción cosmogónica. Dicha plegaria, según la fórmula que
transcribió en 2001 Eduardo P. García Rodríguez3, reza así:
¡Uh! Magné Mastáy
Achen tumba Manéy.
¡Oh! Madre del cielo
Madre de la tierra.
La reposición analítica del enunciado apenas requiere
actualizar la segmentación y la grafía del texto (Reyes García 2007: 44):
Ûh! Ma gənnă, Ma stay
aše-n tunwa, Ma ney.
Aunque la traducción exacta añade matices hoy perdidos
en los avatares de la transmisión oral:
¡Oh! Madre del cielo, Madre del crecimiento
de la hermandad, Madre de lo nuevo.
Un perfil donde ya no resulta tan fácil reconocer a la madre del
omnipotente hacedor judeocristiano, pues ella misma es concebida como matriz de
la realidad, la abundancia y el futuro.
Para disipar cualquier recelo sobre un eventual aderezo retórico o
poético en esta calificación, nada mejor que contrastar esa estampa con la
denominación nativa concedida a esta figura sagrada. Leonardo Torriani (1590,
LI: 70v-71r), un ingeniero lombardo enviado por Felipe II (1527-1598) para
estudiar la fortificación de las Islas, y Juan de Abreu Galindo (ca. 1590, III,
13), un supuesto franciscano andaluz, coinciden en el nombre, Chaxiraxi, que,
como cabría esperar, se vierte por «la que carga al que tiene al mundo», el
dios patriarcal. Noción en la que se vuelve a insistir con otra designación:
Achmayex guayaxerax, que traducen por «la madre del que carga al mundo» o
«madre del sustentador de cielo y tierra».
Y nada habría que objetar a esa adscripción cristiana si
sólo se considera este último sintagma, donde at may-əs wayya-ahɣər-aɣ subraya: ‘he aquí su madre (de él), el espíritu que
(es) sustento del universo’. Pero Čaghiraghi o, en su forma original, Ta-ahɣər-ahəɣ(i), ya indica que esta mujer, deificada en la estimación
popular, es tenida por ‘la que carga o sostiene el firmamento’, la verdadera
autora de la creación. Una definición de singular trascendencia en la
cosmogonía ínsuloamaziq, que hunde sus raíces en una atávica creencia
norteafricana.
Según narra el historiador y geógrafo Heródoto de
Halicarnaso (484 a.n.e. - 425 a.n.e.) en su famosa Historia (IV, 188), los
antiguos libios consagraban sacrificios al Sol y la Luna, pero una comunidad
establecida a orillas del lago Tritónide ofrecía además su homenaje a la Diosa
que los griegos llamaron Atenea, conocida a su vez en Egipto por Tehenut, es
decir, ‘la Libia’
o ‘la Tehenu’,
denominación de una de las dos grandes agrupaciones líbicas de la Antigüedad, junto con
los temehu, bien atestiguadas desde el segundo milenio a.n.e. Se identificaba
así mismo con una vieja deidad predinástica, Neit (Net), una diosa madre o
numen primordial, creadora del universo, los dioses y los seres humanos. En
concreto, el imaginario egipcio le otorgó la maternidad de Sobek, el dios
‘cocodrilo’ que caminaba sobre las aguas repartiendo fecundidad a los
pescadores del lago Fayum y fue asimilado por los griegos a Helios, la
personificación del Sol.
Pero otra figuración más ostensible subyace en este
mito genésico. Desde Malí hasta el Fezzan, en numerosas sociedades del África
septentrional vive todavía la idea de la constitución del cosmos a partir de la
explosión de un astro primordial (Pâques (1964) 1995: 47-49). Este «huevo del
Mundo» se identifica con una estrella de primera magnitud, Canopo (Alpha
Carinae -0.86), la «Estrella de Osiris», pensada como una especie de mónada
precósmica cuyo sacrificio habría producido el surgimiento del cielo
primigenio, integrado por cuatro constelaciones de seis estrellas.
En este horizonte de
interpretación, cobran pleno sentido las líricas palabras con las que el poeta
y médico lagunero Antonio de Viana (1604, VI: 124v) retomó cierta tradición
oral acerca de la aparición de la
Virgen de Candelaria:
Otros demas deuotos coraçones,
Dezian que las bozes y armonia
Muſicas, cantos, lumbres proceſsiones,
Con aplauſo y acorde melodia,
Eran a cauſa ſuya, y los varones
En quien mas parte de prudencia auia,
Dixeron ſer del cielo alguna eſtrella
En traxe de muger hermoſa y bella.
Porque también esta madre del Sol y del cielo, la sustentadora del
universo, recibe el agasajo insular en dos fechas nada casuales desde el punto
de vista astronómico: justo a mediados de agosto y comienzos de febrero, cuando
tienen lugar los ortos helíaco y acrónico de Canopo, estrella que, además,
permanece visible hasta finales de abril, momento en el que los antiguos
isleños celebraban también durante nueve días una festividad general (Viana
1604, III: 42v).
Muy interesante. Enhorabuena.
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